domingo, 2 de septiembre de 2018

APUNTES DEL CARTULARIO

Ciro Bianchi Ross (cirobianchiross@gmail.com)To:you + 53 more Details
APUNTES DEL CARTULARIO
Ciro Bianchi Ross

Cuando quisieron clausurar Tropicana


No creo que sean muchos los que conozcan que en 1940 quisieron
clausurar el cabaret Tropicana. Sacerdotes del colegio de Belén, que
colindaba con el centro nocturno, y varios vecinos de la zona,
encabezados por Francisco Xavier de Santa Cruz y Mallén, Conde de San
Juan de Jaruco, solicitaron a Ortelio Alpízar, alcalde de Marianao, su
cierre inmediato ya que, decían, resultaba una ofensa a la moral de la
barriada y atentaba contra el descanso de los alumnos. Con su pedido
ponían en tres y dos a la máxima autoridad municipal, pues él mismo
había acreditado la apertura del cabaret el 31 de diciembre de 1939.
Por aquellos días andaba anclado en La Habana el prestigioso Ballet
Ruso de Montecarlo, dirigido por el coronel Bazil. Lo había traído la
Sociedad Pro-Arte Musical para presentarlo en el Teatro Auditorium
(actual Teatro Amadeo Roldán) y si bien gozó de buena crítica y no
poco público, fue un fiasco económico por el alto costo de producción
del espectáculo. Aquella compañía, en la que figuraban bailarinas que
clasificaban entre las mejores del mundo, quedó varada en la Isla y
sin posibilidades de regresar a Europa ya que no había sacado ni para
el pasaje.
Y ahí fue donde a Víctor de Correa, propietario del cabaret
Tropicana, se le encendió la chispa y quiso y logró que ese elenco de
estrellas bailara en Tropicana al compás de los tambores de Chano
Pozo, el tamborero más grande del mundo. A cambio de garantizar al
Ballet los boletos de retorno, Correa haría realidad su más cara
ambición: lanzar la revista musical Conga Pantera, algo no visto antes
en Cuba.
Encargó la música al genial Gilberto Valdés, el compositor de
Tambó. La coreografía a Sergio Lifar y David Lichini. La orquesta
sería conducida por Alfredo Brito, y Chano Pozo estaría al mando de
los tambores batá. En el escenario, junto a un centenar de bailarinas
y bailarines cubanos, Ivón Lebrand, Nina Verchinina y Ana Leontieva,
entre otras integrantes del Ballet Ruso, se moverían al ritmo de una
música alucinante y lujuriosa.
Dicen que fueron los tambores de Chano los que sacaron de quicio a los
jesuitas de Belén y al Conde de San Juan de Jaruco, pues en los meses
precedentes nadie objetó la existencia del cabaret. El alcalde de
Marianao, a quien acudieron los demandantes, no halló razones de peso
en sus alegatos para determinar la clausura de Tropicana. Pero como se
ejercían presiones y se movían influencias, tomó la decisión
salomónica de recomendarles que hicieran la denuncia en el juzgado
correccional correspondiente. Como los fallos de esa instancia
judicial eran inapelables, si el juez se pronunciaba a favor de la
demanda, se le revocaría el permiso al centro nocturno.
El día de la vista, el juez Rigoberto Cabrera, joven, de pelo negro y
aspecto cordial, se situó en su estrado. A su derecha se ubicaron la
representación del colegio de Belén y el Conde San Juan de Jaruco a
nombre de los vecinos. A la izquierda, Víctor de Correa, asistido por
su abogado, el doctor Carlos M. Palma. En la audiencia se agolpaban
familiares de los estudiantes y no pocos de los trabajadores de
Tropicana.
El secretario del juzgado dio lectura al acta de denuncia. Hablaron
los sacerdotes y el Conde. Palma, a su turno, reconoció que los
demandantes podían haberse opuesto no solo a la apertura del cabaret,
sino a su continuidad, que tenían el tiempo y el derecho que les
concedía la ley para haberlo hecho, pero como no lo hicieron en el
momento justo ya ese tiempo y ese derecho estaban caducados. No veía
motivo, añadió, para que por un ruidito de más durante las noches se
privara a La Habana de lo que iba siendo ya una de sus grandes
atracciones. El cierre de Tropicana llevaría a sus trabajadores al
desempleo y al hambre, adujo, y como el Conde de San Juan de Jaruco
había dicho en su deposición que la música del cabaret no lo dejaba
dormir de noche, le recomendó que durmiera de día.
Al final, el juez Cabrera, en atención a los argumentos
incontrovertibles de Palma, dictó fallo absolutorio. Tropicana
mantendría abiertas sus puertas y a nadie más se le ocurriría
solicitar su clausura.


APUNTES DEL CARTULARIO
Ciro Bianchi Ross

El fin de Meyer Lansky

Aquel 31 de diciembre de 1958 fue para Meyer Lansky un día de trabajo
como otro cualquiera. La larga reunión que presidió en la casa de Joe
Stassi concluyó a las nueve de la noche. Pese a que su esposa estaba
en La Habana y lo aguardaba en el hotel Riviera, el jefe mafioso
prefirió pasar el año con Carmen, su amante, y decidió hacerlo en el
hotel Plaza, un establecimiento que no tenía el brillo de otras
instalaciones habaneras, pero que le permitiría cierta tranquilidad.
A Teddy, la esposa, no se le ocurriría, ciertamente, buscarlo en ese
lugar. Lansky indicó a su chofer y guardaespaldas Armando Jaime
Casielles que invitara a su novia a sumarse a la velada.
Fue una cena estupenda. Sonaron las doce campanadas; se comieron las
uvas y hubo el tradicional chinchín de copas. Jaime bailaba con su
prometida cuando Charles White, del casino del Capri, entró en el
salón y lo recorrió con la vista. Localizó a Lansky en su mesa, se le
acercó y se inclinó para hablarle a oído. Lansky escuchó el mensaje
con absoluta tranquilidad. Los barbudos habían ganado la guerra. Salió
a pie y dejó a la amante en su casa y, con ella, a la novia de
Casielles, y volvió, siempre a pie, al Plaza. No hay tiempo que
perder, dijo al encargado del casino de juego y le ordenó que
recogiera todo el dinero en existencia, lo llevara a casa de Stassi,
en las márgenes del río Almendares, y no demorara en cerrar el
establecimiento. Poco después, en el cabaret Sans Souci hacia las
mismas recomendaciones a Santo Trafficante. Lo mejor que podemos hacer
ahora, le dijo, es volvernos invisibles. Porque en cuanto se sepa que
Batista se fue, la gente se echará a la calle y no habrá Dios que la
pare, expresó. Dio idénticas instrucciones en los casinos de los
hoteles Nacional y Riviera. El gerente del Plaza y Trafficante
llevaron el dinero a la casa de Stassi, pero demoraron en cerrar sus
respectivos establecimientos. A la vuelta de pocas horas, ambos
casinos estaban destrozados. Sufrirían también daños los casinos de
los hoteles Sevilla y Deauville
Los mafiosos fueron dándose cita en la residencia de Stassi. A las
nueve de la noche había montañas de dinero en la sala de estar. Stassi
sudaba pese al aire acondicionado. Lansky, calmado, muy calmado y con
el rostro impenetrable, llegó con una maleta y metió en ella todo el
dinero posible. Lo hizo al bulto, sin contarlo. Vio la entrada de
Fidel en La Habana el día 8 de enero y salió de la Isla de manera
legal, por el aeropuerto de Boyeros.
Regresó en marzo a fin de llevarse consigo a Carmen, su amante cubana.
No la encontró en el apartamento que montó para ella en el Paseo del
Prado ni en ninguna parte; se esfumaría para siempre, sin paradero
conocido hasta hoy.. Tampoco apareció la maleta repleta de dólares
que en la noche del 1 de enero de 1959 sacó de casa de Stassi y es
forzoso pensar que dejó con la amante
El empeño de Lansky de reproducir en Santo Domingo el imperio
perdido en La Habana se precipitó en el fracaso en 1961, a la muerte
de Trujillo. Abrió después dos grandes casinos en Bahamas e
Inglaterra, pero lo perdió la notoriedad que, en contra de sus deseos,
le otorgó un diario norteamericano cuando en 1969, le calculó una
fortuna de 300 millones de dólares. Luego, El padrino, la película de
Francis Ford Coppola, lo convirtió en un icono cultural: Lansky era
el mago judío al que se atribuía haber transformado el crimen
organizado en una empresa. Ahí mismo comenzaron sus desgracias.
Washington lo declaró «Enemigo público número 1». Inspectores de
impuestos empezaron a examinarle hasta los calzoncillos y complicó su
vida una falsa acusación de tráfico de narcóticos. Quiso establecerse
en Inglaterra, no se lo permitieron ni tampoco en la República
Dominicana. Tampoco lo aceptó Israel cuando pretendió ampararse en la
Ley del Retorno. Sus últimos años los pasó en Miami Beach en medio de
una lucha feroz contra el cáncer, y vigilado de cerca y sin ningún
disimulo por agentes del FBI. Falleció el 15 de enero de 1983.
En las historias que solía contar sobre La Habana, Lansky aludía por
lo general a los 17 millones de dólares en efectivo que, «por un
pelito» no pudo sacar de Cuba. Decía que había sufrido aquí pérdidas
enormes, mucho mayores, desde luego, que aquellos 17 millones que tuvo
que dejar. Los que lo escuchaban acogían en este punto sus palabras
con una sonrisa sardónica. Lansky era, como le llamaron en su tiempo,
«el chico más listo de la Combinación», el financiero, el más astuto
de los mafiosos, ¿moriría en una situación económica desfavorable?
Cincuenta y siete mil dólares fue todo lo que legó a los suyos. Así
consta en el testamento que en presencia de su nieta y otros
familiares se leyó en el despacho de un juez del condado de Dade.
¿Solo eso? Este cronista lo duda. Cree más bien que el viejo zorro
pasó dinero por debajo de la mesa.




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Ciro Bianchi Ross
cbianchi@enet.cu
http://wwwcirobianchi.blogia.com/

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