ELIGIO DAMAS
Esta historia está “inspirada” o mejor copiada de un viejo, muy original cuento o “cacho”, como solemos decir, nacido entre las aldeas de pescadores de la costa oriental. Sólo lo hemos adaptado a las circunstancias de ahora. Por eso, cualquier parecido con él no es cosa de azar, sino de la creatividad popular que uno copia porque ella tiene inmenso valor.
Henry es hijo de adecos. Apenas tiene 26 años. Por esto y la edad de sus padres, no es absurdo pensar que también sea nieto de partidarios del partido de aquel arrogante de palabras rebuscadas y hasta grotescas como “multisápida”, para llamar a las hallacas. Por eso, en él, eso de quererse ir del país, no es cosa que le embargue por las circunstancias de ahora, sino que es un atavismo.
Los gobernantes adecos y todos los adecos bien acomodados, “enchufados”, como se dice en la jerga de ahora, que eran tantos como dirigentes y empresarios de distintos niveles ligados al partido y hasta la infinita cantidad de “petardistas”, buscadores de contratos para venderlos a quienes de verdad ejecutarían las obras, tenían a sus hijos, aquellos más allá de la adolescencia, estudiando en el exterior. Mientras ellos deterioraban la escuela pública, generando el crecimiento de la matrícula privada para bajar los costos, atendiendo a los requerimientos del Fondo Monetario Internacional, organismo que tiene la misma receta sin importar los tiempos y espacios, a sus muchachos mandaban a EEUU a estudiar, para que “de paso” aprendiesen inglés, pues en esta balurda escuela y país sólo se habla esta “piche” lengua, desconociendo, porque era y es así, que esta es la de Cervantes y Andrés Bello. ¡Pero que sabe burro de refinamientos! Y fundamentaban además aquella decisión diciendo a todo el mundo, ¡es que este país es una mierda, no sirve pa´ un carajo! Lo curioso, por lo cual nada explicaban a quien eso tocase, es que ellos gobernaban y lo habían vuelto “mierda” y además de donde sacaban los reales para mantener sus hijos y en veces toda la familia en el “paraíso terrenal”. De paso, para que lo recordemos, le salía mucho más barato que tenerla en Venezuela manteniendo sobrevaluada la moneda para también servir a la industria externa.
Por eso Henry, que ahora, por lo menos no es adeco, porque AD es para él una como cosa del pasado, un viejo recuerdo que está en el mismo baúl donde guarda (¿o esconde?) los cosas o huellas de sus padres y porque hay nuevas formas de expresión, organizaciones más acordes con lo que cree ser, son vainas de la ideología que lo ha atrapado, más se apega al atavismo. Porque este encuentra refuerzo o es despertado con más intensidad por la propaganda, ideología y ese acelerador que constituye el odio. Pues por todo eso, una mañana, después de haber pensado mucho en los detalles, cumplidas las tareas o trámites pertinentes, haberlo conversado en detalle con la esposa, analizando los pro y contra, definiendo plazos, pesando ventajas y desventajas y pensando lo de coger para un sitio u otro, decidió irse al Perú, la antigua tierra de los Incas. Justo el sitio donde ahora gobierna un personaje, quien por su aspecto físico y apellido lejos está de ser descendientes de aquellos hijos del sol y si, de alguna manera, de los conquistadores, quizás por lo mismo que dice que “somos”, se refiere a América Latina, “una serie de países que como perritos que menean la cola ante el amo”; para él, este es EEUU.
Henry, pesando los detalles para decir adónde irse y como para donde quisiera, que es ese donde antes estuvo, en la época de esplendor de sus padres, la vaina con Trump se ha vuelto complicada, optó por la meta ya anunciada. Entrar allí la cosa es más sencilla, hay factores de distinta naturaleza que eso determinan, como que sacar lo que pueda a Venezuela a “como sea”, o mejor “a como dé lugar”.
El joven pescador de remo y vela, artesano del mar, veía con tristeza su bella esposa. Joven que se trajo de por allá de la costa de Paria. Por ella y el respeto a sus padres, no quiso “sacársela” y llevársela furtivamente en el barquito a velas que tenía anclado allí en el humilde atracadero, contrajo nupcias cumpliendo todo el ritual acostumbrado y se la trajo en su bote al espacio donde había nacido y vivido desde que eso sucedió. Pensaba en el mar que, por razones para él desconocidas, venía quedándose “seco”, es decir sin peces y cualquier otra forma de vida marina que sirviese para alimentarse y traer a la costa a vender a la otrora abigarrada clientela. No podía condenar a su “pobre” y linda compañera a las privaciones que se acercaban por lo del mar y la merma de ahorros.
Después de pensarlo largamente en las noches de insomnio, que fueron muchas desde que el mar se quedó muerto adentro, le dijo a su mujer:
-“Me voy a vivir en la “La Borracha”.
Se trata de una isla pequeña muy lejos de su lugar de origen. En este había vivido placenteramente toda su vida y también los años aquellos desde que se trajo la mujer de Paria. De este espacio hasta allá, donde dijo se iría, había mucha agua y distancia, sin contar las fuertes corrientes marinas que hacen el viaje en un bote como el suyo duro y arriesgado para llevar a una frágil mujer. Además, no sabía lo que le esperaba. Sólo lo que los amigos que allá habían estado le contaban y que recomendaban ir solo, por lo menos mientras se haya la forma de acomodarse a aquella vida y evitar las privaciones. Además allí, donde viven puros hombres “una mujer corre peligro”, le dijeron.
Tuvo dos días consolando a la mujer. No tenía hijos. No era el caso de ella como el de otras mujeres en la aldea que si tenían y hasta unos cuantos y estaban habituadas a aquellas largas ausencias del compañero. Eso las volvía más que amas de la casa, de verdad figura principal y único mando en la familia. Como solían decir ellos mismas, ellas eran el verdadero “palo” familiar.
Al fin, decidió irse a “La Borracha”, no podía darle más tiempo a la rápida merma de los ahorros y tampoco era justo dejar la compañera a expensas de la caridad de los habitantes de la aldea.
Una taciturna mañana, aunque de generosos vientos que soplaban justamente hacia donde apunta el camino del destino que había de tomar, desplegó las velas, se sentó en el puesto donde podía manejarlas con el cabo a sus manos y al mismo tiempo controlar el timón, levó el ancla y comenzó a navegar hacia donde el mar se le abría. Dio un giro a la izquierda y el barco comenzó raudo a desplazarse en sentido paralelo a la costa; la joven mujer comenzó a correr por la playa, mientras pegada gritos de dolor, angustia y esos que la soledad emite, que cuando ella comienza a despertar son muy fuertes y no quedos, como cuando estamos absolutamente solos.
-“¿Qué hago sin ti mi amor?”
-“¡Espérame, no tardaré en volver!”
Siguió corriendo mientras el pequeño barco se desplazaba en la misma dirección como con ganas de no irse. Mientras tanto la joven seguía llorando y manifestando a gritos su angustia y miedo a la soledad. El pescador respondía con la misma oferta y hasta comenzó a llorar.
De repente, la mujer se detuvo, se puso frente al mar y babor de la pequeña nave, se levantó el vestido, arqueó el cuerpo exponiendo la parte genital hacia ese mismo lado y preguntó:
-“¿Mi amor? ¿Y qué hago con esta?”
El viajero, sin pensarlo, cambió el rumbo que venía marcando el timón, con el cabo hizo el ajuste de las velas y puso rumbo a la playa.
De repente, se dio cuenta que en la aldea había muchas cosas qué hacer y las mujeres y los niños, cuyos padres y esposos estaban de lo que se llama ranchería, en aldea de pescadores haciendo vida de “recolectores”, como nómadas y trashumantes, necesitaban y para lo que él y su mujer bien podían servir. Siempre hace falta algo que a uno le atraiga. Es una como de inventiva y creatividad.
La mujer, con su gesto, le habló de la historia, del origen del hombre, sus raíces, sus necesidades reales, no de las “prefabricadas”, inventadas para reproducir el sistema y vendidas como esencia del todo; le habló del principio de la vida y la función primordial del hombre, aquello bíblico de “creceos y multiplicaos” y vivir en paz consigo mismo y rodeado por el amor de la familia, que poca cosa cuesta.
Henry, sin percatarse se enredó por un pelo y olvidó aquella ancestral prédica familiar que le había incapacitado para responder, hasta que su mujer le mostró por lo menos algo que debía defender.
*Por “un pelo”, en el lenguaje coloquial venezolano por un pequeño detalle, una cosa aparentemente insignificante o una milésima de tiempo. “Se salvó por un pelo, si espera más, lo matan”.
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