Por Lorenzo Gonzalo, 31 de octubre del 2017
En la ciudad de Washington, capital de Estados Unidos, acaba de celebrarse una reunión de un grupo de emigrados cubanos con representantes del gobierno de Cuba. Son actividades que han tenido lugar de manera sistemática, con intervalos más o menos cortos, desde el 22 de abril de 1994 a la fecha. Con anterioridad, en 1978, se realizó un primer intercambio, dirigido por Fidel Castro, quien dialogó con un amplio espectro representativo de la emigración cubana en Estados Unidos.
El presente Encuentro resultó importante, no sólo por el anuncio de nuevas regulaciones que añaden al proceso de normalización entre los emigrados y el Estado cubano, sino por la presencia del Ministro de Relaciones Exteriores Bruno Rodríguez y del Doctor Eusebio Leal Spengler, quien dirige la Oficina del Historiador de La Habana.
El Ministro Rodríguez expresó que esas actividades son un vehículo que “vinculan a los emigrados con los asuntos de su Nación”. Definición acertada que es aspiración de quienes allí estábamos y de esas inmensas mayorías que no hemos sabido movilizar.
Durante años he sido crítico del patrón asumido por los diferentes encuentros entre cubanos emigrados y autoridades del gobierno de Cuba y al propio tiempo los he apoyado como algo consustancial a la naturaleza del emigrado.
Objetivamente, los emigrados somos una dicotomía. Por una parte, tenemos válidos intereses nacionales y por otra, derechos inherentes a las naciones donde vivimos.
Vivir en otras tierras, no representa una pérdida de los derechos nacionales, por esta razón el emigrado demanda respeto para sus tierras y aspira legítimamente, a vincularse social y económicamente con su país, defendiendo además con denuedo regresar un día al terruño, sin perder los fueros adquiridos en ajenos horizontes.
En Estados Unidos, los emigrados, se caracterizan por su militancia política reclamando sus derechos como residentes estadounidenses. Los emigrados en general se han convertido en Estados Unidos en un sector social.
Siento envidia cuando los mexicanos se reúnen frente al Capitolio o la Casa Blanca para protestar contra el muro propuesto por el Presidente Trump y veo junto a ellos centroamericanos y suramericanos. Jamás los acompaña un cubano.
Los emigrados cubanos no terminamos de entender que somos también parte de ese sector Es precisamente ese criterio excluyente, sembrado en la mente por las fuerzas conservadoras que inauguraron una entelequia llamada “Exilio Histórico”, el principal contribuyente para distorsionar el carácter de la emigración cubana que vive en Estados Unidos.
Debemos hacer un movimiento de la migración cubana. Pudo serlo en la década de los noventas y a partir del diálogo de 1978, algo que ya he mencionado en artículos anteriores, pero ha quedado en el olvido, reduciendo su actividad a reuniones puntuales con el gobierno cubano. Su resultado ha sido que quienes allí vamos somos la izquierda no gubernamental, que apoya un proceso de cambios realistas en el país, gente que quiere hacer negocios con Cuba y un reducido grupo que apoya al gobierno de forma partidista, pero están ausentes representaciones institucionales cubanas dentro de Estados Unidos, cuyas voces cuentan con un amplio auditorio.
Reuniones como la que acaba de celebrarse, han sido importantes para obtener el reconocimiento de las autoridades cubanas como nacionales con derechos y aspiraciones y para normalizar el entramado migratorio destruido durante la Guerra Fría, pero han tenido como contrapartida la creación de organizaciones minimalistas, no representativas de la masa emigrada, interesadas más en la normalización de las leyes migratorias cubanas (algo de gran validez e importancia), que en reclamar sus derechos como un sector que ha sido duramente discriminado en Estados Unidos.
Reclamar el fin del Embargo-Bloqueo es un asunto político del Estado cubano. Reducir la lucha del emigrado cubano a ese reclamo es desconocer teóricamente, las consecuencias que lo afectan y dónde debe radicar su verdadera lucha dentro del marco de la emigración en Estados Unidos. Una gran parte de esa política del bloqueo afecta a los cubanos que residen en este país. Ningún emigrado sufre más violaciones de sus derechos en Estados Unidos que el cubano. A los cubanos en Estados Unidos, nos han conculcado el derecho de viajar, enviar ayudas materiales, recibir el retiro de la seguridad social en Cuba, hacer negocios, comprar propiedades y reunirnos con quienes nos plazca en la Isla. Además, somos objeto de discriminación social en ciudades como Miami, donde viajar a Cuba, a pesar del volumen de las personas que lo hacen, no es bien visto dentro de las esferas del Poder Político de la ciudad.
No es un asunto de forma sino de objetividad en el enfoque. Luchando por esos derechos, arrebatados a partir de la Ley Helms Burton y la Torricelli, no sólo se combate la injusticia de una Ley canallesca, sino permite incorporar a esa lucha, al abanico representativo de la migración cubana en Estados Unidos, que por las razones que fuere, no quiere ser identificado con los reclamos políticos del gobierno cubano.
Ha sido una decisión sabia reunirse con el gobierno de Cuba, haciendo posible a lo largo de esos diálogos que se reconozca el derecho del cubano a migrar. Lo que nos ha fallado es definir cuál es la verdadera lucha que los emigrados tenemos frente a nosotros, para que nos devuelvan los derechos básicos que disfruta el resto emigrado de los diferentes países. Obviamente para reconocernos esos derechos tendrían que comenzar por desmontar la ominosa Ley, pero la clave está en la estrategia a seguir.
Esa incongruencia entre los derechos y la apatía para reclamarlos, es el centro de mi crítica. El emigrado cubano debería además dialogar con el gobierno de Cuba sobre su derecho a participar en las reformas económicas, como ha ocurrido en China y Vietnam. Estos son países aliados que pueden aportar buenos consejos. Es una aberrante contradicción pensar que somos desterrados y al propio tiempo especiales y más aún, que emigrados son todas las nacionalidades, menos la nuestra.
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