Fragmento de una novela inédita.
ELIGIO DAMAS
El viejo Pedro, casi derrumbado, habló en voz alta, como se hace en la sabana, justo al lado del promontorio de tierra que marcaba la tumba de Cristóbal.
Se llegó hasta allí arrastrando la pierna izquierda y apoyado en un improvisado bastón. Previamente se colocó de espaldas a la costa, a la dirección de los vientos que aquella mañana corrían raudos, cargados de salitre y polvo amarillento del relleno.
-"¿ Te enteraste Cristóbal de la vaina que me echaron los españoles y los otros toreros, mercenarios los llamaría yo, quienes contratados por aquellos, llegaron de Caracas, creyendo que la gente de aquí era pendeja?"
En efecto, después de la muerte del joven, en varios puntos de la ciudad aparecieron aquellos cartelones que invitaban a "la primera gran fiesta de toros que se monta en la ciudad". Ofrecían seis toros de una "prestigiosa ganadería" para tres matadores. De éstos, uno era de los españoles que meses atrás se alojaron en la vieja casa de "La Quinta”; los otros procedían de Caracas.
Tres días antes del domingo señalado para la fiesta, comenzaron a improvisar una plaza en el campo deportivo, un viejo corralón que llevaba el nombre de la ciudad. Mientras tanto, una precaria publicidad incitaba al público a participar de aquella corrida con "toros de casta y toreros de clase". Y en toda la ciudad se supo que habría aquella fiesta, y no precisamente por efectos inmediatos de los cartelones sino porque no había otra cosa de que hablar. Y el domingo, casi toda la ciudad estaba allí. La taquilla fue exitosa. ¡Todo el mundo pagó!, cosa poco creíble por la época, y porque aquel pueblo poco entendía de toros.
-"¡Sí, Cristóbal!, farandulero o no, lo cierto es que el pueblo casi todo estaba allí. Hasta yo, un torero de alternativa en la plaza de "Las Ventas", que es como decir el principal templo del toreo, ocupé un puesto en los improvisados tendidos."
-"Después del paseíllo, durante el cual desfilaron "toreros" de abultado vientre, se inició la corrida con la participación de un torero bufo."
El público al principio disfrutó las payasadas de aquel hombre que, envuelto en un abultado traje, se lanzaba sobre el toro manso previamente seleccionado. Se recostaba de los recortados pitones del animal y lo excitaba.
Este, alguna que otra vez salía de su letargo, levantaba la cabeza y tocaba al bufo, quien aprovechaba la ocasión para lanzarse al suelo o ejecutaba alguna que otra ensayada peripecia. Al poco tiempo, el bufo se volvió repetitivo y el público comenzó a perder interés en su tarea. Algunos, desde los tendidos, lanzaron pitas y adjetivos contra el torero bufo. Este interpretó cabalmente el sentimiento de la gente allí agrupada y apresuró el final de su actuación. Se retiró con gestos de alegría y presuroso; el soberano lo premió con modesto aplauso, por una simple cuestión de cortesía.
- Desde el principio confirmé mi sospecha. No podía haber toros de casta. El costo de éstos es muy elevado. El primer toro, ese que le tocó al bufo era un mostrenco; más apto para el matadero público que para la lidia. Pensé que la corrida tendría el mismo destino que la serie de Tracy y era ese el mayor de mis temores y angustias.
Un largo toque de clarines y timbales anuncia el segundo toro, esta vez para el primer matador del cartel. El animal es metido al redondel a fuerza de empujones y por inercia va a plantarse en el centro. Es flaco y de poca alzada. Su mirada es triste, como si presintiese que la muerte lo acecha. Y no hay en él fuerza ni empuje necesarios para luchar por la vida.
El matador, en un gesto impuesto por la costumbre, mira desde el burladero. Segundos después opta por salir sin apelar a la ayuda previa del único peón de brega en la corrida. Ya lo sabe todo de sólo haber visto la entrada del toro. Este, para desgracia suya y de la fiesta, no es un animal de lidia. ¡Es una vulgar res de matadero!
Con la inesperada entrada del animal al improvisado redondel, la multitud que plenaba la plaza, como si supiese mucho sobre los asuntos de la fiesta, percibió que aquella presencia nada tenía de noble ni espectacular. Presintió que podrían repetirse las torpes y desleídas gesticulaciones del torero bufo. Y desde todos los puntos de la plaza se lanzaron denuestos y pitas ensordecedoras.
-"¡Ese torero es un marruñeco, por eso le pusieron ese piazo e' toro!"
Lo del torero bufo fue un aviso. Y aquella era la reacción adelantada de un pueblo habituado a que le engañasen.
Como en Tracy, aquello tampoco le pareció un episodio digno de respeto.
-"Pues sí Cristóbal, aquel torero comenzó a sudar a chorros y no precisamente por el calor de aquella tarde en esta ciudad nuestra. El toro no embestía, pese los esfuerzos del matador que inicialmente, con aspaventosos movimientos, trató inútilmente de llamar su atención. Luego, perdido el temor a la bestia que a todo torero le embarga cuando sale al ruedo, se acercó al animal hasta percibir su aliento. Y ahora lo impulsaba el miedo a aquella gente que con fiereza aumentaba la intensidad y frecuencia de sus insultos."
-"Y el toro indiferente Cristóbal. Estaba allí bamboleándose, ignorando los empeños del matador y la estruendosa gritería de las tribunas. Como si la poca energía que lo animaba estuviese empeñada sólo en mantenerlo en pie. Y su mirada, que no parecía fijarse en ninguna parte, estaba cuajada de tristeza."
De pronto, el matador reaccionó y corrió presuroso hacia el burladero. Habló brevemente con quien que allí estaba y‚ de éste recibió un par de banderillas.
Aquel público le observó con curiosidad; tanta que por largo tiempo mantuvo un silencio denso. Y se puso a observar con extremada atención los movimientos del hombre que dentro del improvisado redondel, armado con un par de banderillas, se acercaba sin precaución alguna a aquella mansa res.
-"Sí Cristóbal, dijo el viejo como con lastima, aquel asustado hombre, sin saber que hacer, se le ocurrió algo inusitado; apelar a las banderillas frente a una criatura carente de energía y empuje. Quizás - agregó el viejo - pensó que recreándose y adornándose con la plasticidad de los movimientos de los banderilleros nobles, podría ocultar la inutilidad del animal para la fiesta, matar el aburrimiento y cambiar los denuestos de la gente por gestos de aceptación o, por lo menos, de indulgencia."
Se plantó como refistolero, pero miedoso, en el centro del redondel. Tensó su cuerpo y levantó los brazos hasta asumir la clásica pose del banderillero. El público siguió observando y el silencio aumentó hasta copar los espacios aún libres de la plaza.
De lejos, con gritos de ¡ajá y ajá toro!, que se escucharon hasta en el centro de la ciudad y por momentos coparon el silencio tormentoso encerrado en aquel espacio, insistió en citar al animal indiferente a la faena. Para impresionar a la gente, estuvo más tiempo de lo habitual en aquella estudiada pose, deslucida ya por la indiscreta redondez del vientre. Su viejo traje, con dificultad reflejaba la luz, que como de costumbre, desbordaba aquella tarde tropical. Gran parte de las lentejuelas del traje habían caído al ruedo, en las tantas tardes de corridas del “maestro”.
Las voces del gentío estuvieron ausentes por otro largo rato, empeño pusieron, en no malograr la suerte nueva y atractiva que el matador anunciaba.
De pronto, llenándose de bríos y añoranzas, el diestro inició un correteo zigzagueante por la plaza al encuentro del toro; el final del camino se le hizo eterno. El animal apenas se movió buscando el equilibrio, perdido a ratos por el empuje del viento que corría más rápido por la ausencia de gritos.
Se acercó ¡al fin!- al manso y distraído animal de matadero, y al llegarle, un hueco disimulado en el camino, le hizo caer de bruces y las banderillas quedaron regadas en la arena.
El espacio de nuevo se llenó de voces, esta vez más enardecidas; pedazos de gradas, tendidos y burladeros comenzaron a caer con violencia en el redondel arenoso. Aquella tarde fue como la noche en el cine "La Glaciere", por la palidez de Tracy.
El público furioso invadió el terreno de la brega toreril y los toriles. Los toreros y sus ayudantes, precavidos, desaparecieron amparados en la confusión y más nada se supo de ellos.
Aquella ardiente tarde, las reses con desgano, recorrieron la ciudad y el público taurino, en romería marchaba detrás, imitando su ritmo vacilante. Toda la ciudad supo del destino de aquel evento que se ofreció como una incitante tarde de toros. A la mañana siguiente, muchos comieron de la carne dura y desabrida que en varios puntos de la ciudad, se ofreció a la gente como una recompensa por el frustrante espectáculo taurino. En fin de cuentas, pensaron muchos, desde que a esta tierra llegaron los adelantados españoles y el ganado, éste casi sólo ha servido para comérselo.
-"Pues si amigo mío, sucedió lo que tanto había temido. Nunca tendré la satisfacción de ofrecer una corrida de toros a gente que tanto amo."
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Publicado por Eligio Damas para BLOG DE ELIGIO DAMAS el 4/09/2013 09:33:00 a.m.
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