lunes, 19 de marzo de 2012

EL SEPELIO DE CALIXTO GARCIA

El sepelio de Calixto García
Ciro Bianchi Ross • 17 de Marzo del 2012 21:43:59 CDT


A la sorpresa siguió la indignación. Los integrantes de la Asamblea
del Cerro se llevaron las manos al machete y el general Fernando
Freyre de Andrade, vicepresidente de dicho cónclave, encaró al general
John R. Brooke, gobernador militar norteamericano, para pedirle el
respeto del protocolo. Exigió una explicación, pero la respuesta del
interventor fue lacónica, restallante: «¡That’s my order!» (¡Estas son
mis órdenes!), dijo. El cortejo se puso en movimiento y avanzó por la
calle Obispo buscando Monserrate. Tuvieron los cubanos que subir a las
aceras para evitar que la caballería yanqui los atropellara, y Freyre
de Andrade y los asambleístas, ante la grave ofensa, decidieron
retirarse de la comitiva junto con las tropas mambisas.

Algo imprevisto y ofensivo había ocurrido. El cadáver del mayor
general Calixto García había sido velado durante dos días en el
antiguo Palacio de los Capitanes Generales, donde en una fila
interminable fueron a rendirle testimonio de respeto y admiración y
decirle el último adiós sus compañeros de armas y el pueblo de La
Habana. Como se acordara previamente, a la hora de la salida del
sepelio hacia la necrópolis de Colón, miembros de la Asamblea de
Representantes cargaron el ataúd que contenía los restos mortales del
glorioso guerrero hasta la carroza fúnebre que esperaba a la puerta
del Palacio que se abría sobre la calle Obispo. Ocupaban ya sus
puestos, a la cabeza de la comitiva mortuoria, el alcalde habanero
Perfecto Lacoste, familiares del difunto caudillo y asambleístas, que
serían seguidos por una representación del Ejército Libertador y la
población en general, cuando el general Brooke, su Estado Mayor y una
nutrida escolta se situaron detrás del féretro y lo separaron de los
cubanos.

Ni libre ni independiente
La paz que Estados Unidos y España firmaron en Santiago de Cuba el 12
de agosto de 1898, soslayó al Ejército Libertador y a los
representantes del Gobierno de Cuba en armas. Concluida la guerra, los
mambises no pudieron ya utilizar en su favor los frutos de la campiña;
de hacerlo, sus acciones serían consideradas como hurtos y daños a la
propiedad. El hambre hacía estragos entre los cubanos mientras que los
norteamericanos repartían comida entre las huestes españolas, menos
necesitadas de ayuda que las nuestras.

«En tales circunstancias, con un ejército de miles de hombres
acantonados en sus campamentos, en condiciones de depauperación
crecientes, la idea errónea de licenciar con celeridad el Ejército
Libertador comenzó a materializarse», escribe el historiador Oscar
Loyola.

Sobrevino, una vez más con la ausencia de representantes del pueblo
cubano, la firma del Tratado de París, el 10 de diciembre. La Isla
quedaba, dice Loyola, «de forma incierta e indefinida en manos
extranjeras, colofón impensable de treinta años de batallar
nacional-liberador».

Antes, en el mes de octubre, representantes del pueblo cubano se
reunían en la llamada Asamblea de Santa Cruz del Sur, nombre con que
pasó a la historia pese a que desde comienzos de 1899 cambió varias
veces de locación hasta asentarse en el barrio habanero del Cerro.
Máxima representante de la nación cubana, la Asamblea tuvo un
propósito encomiable: asumir la dirección de un país intervenido e
impulsar, en momentos difíciles y azarosos, la creación del Estado
nacional. No pudo, coinciden historiadores, estructurar un frente
patriótico a la altura de los requerimientos históricos.

A fines de 1898, Tomás Estrada Palma, delegado de esa organización
política, disuelve el Partido Revolucionario Cubano. Se ahondan las
diferencias entre Máximo Gómez y la Asamblea del Cerro que
culminarían, el 12 de marzo de 1899, con la destitución del viejo
guerrero de su puesto de General en Jefe del Ejército Libertador.

Antes, un representante del presidente McKinley viajó a la Isla a fin
de conseguir que Gómez aceptara el desarme y la disolución del
Ejército Libertador a cambio de una dádiva de tres millones de
dólares. Como la Asamblea de Santa Cruz del Sur, instalada ya en el
Cerro, mantenía el punto de vista irreductible de que el desarme mambí
requería de una cantidad de dinero sustancialmente mayor, sobrevino la
ruptura definitiva entre Gómez y la Asamblea. Esa cantidad de dinero
solo se obtendría con un préstamo de Estados Unidos a Cuba. La
Asamblea hizo de ese empréstito una cuestión de principios: si Estados
Unidos aceptaba prestar el dinero había que reconocerle a la Asamblea
suficiente personalidad para firmar convenios que obligarían al pueblo
cubano.

Es en esa coyuntura histórica, tiempos azarosos y difíciles —situada
la Isla ante la disyuntiva de la independencia o la anexión— que la
Asamblea decide enviar a Washington una representación que trataría de
precisar el futuro de Cuba, siempre sobre la base de que se
instauraría una nación soberana. Debía esa comisión asimismo procurar
el reconocimiento de la Asamblea por parte de Estados Unidos y
conseguir los recursos financieros para el licenciamiento del
Ejército. Se trató ciertamente de una embajada muy festejada por el
Gobierno norteamericano, que no le quiso reconocer, sin embargo,
carácter oficial ni la representación de un pueblo. Esa comisión
especial la conformaron, entre otros, el mayor general José Miguel
Gómez y el coronel Manuel Sanguily. También el mayor general Calixto
García, que la presidió. Estaban en esos empeños cuando al guerrero lo
sorprendió una pulmonía violentísima que terminó por vencerlo el 11 de
diciembre de 1898.

Justo es decir que los funerales del héroe revistieron en Estados
Unidos caracteres extraordinarios. Pueblo y Gobierno le rindieron
grandes honores en Washington. Senadores de la Unión, el Secretario de
Estado, el jefe del ejército y varios generales llevaron los cordones
del féretro. Los despojos mortales del militar cubano fueron
depositados en el cementerio de Arlington en espera de su traslado a
Cuba. A bordo del buque de guerra Nashville llegarían a La Habana el 9
de febrero de 1899.

La bandera ondeaba a media asta en las fortalezas militares y en las
dependencias oficiales y el sonido del cañón recordaba que las que
corrían eran horas de duelo nacional. Nadie pudo imaginar que en el
sepelio sucedería lo que sucedió. Ya el valeroso militar cubano había
conocido en vida de la prepotencia norteamericana.

El criterio de García
Decide Washington intervenir en la guerra de Cuba contra España. Por
indicaciones de Estrada Palma, el Gobierno de la República en Armas
ordena a Máximo Gómez, General en Jefe del Ejército Libertador, y a
Calixto García, su Lugarteniente General, que se pusieran a la entera
disposición del ejército norteamericano una vez desembarcado en Cuba.

El 10 de junio desembarcan 600 infantes de marina norteamericanos en
las cercanías de Guantánamo. Sobreviven milagrosamente gracias a la
ayuda del Ejército Libertador. El grueso de las tropas invasoras,
pertenecientes al Quinto Cuerpo del ejército norteamericano, bajo el
mando del general Shafter, está, el 20, frente a las costas de
Santiago de Cuba. Shafter y el almirante Sampson trazan el plan de
campaña. Hay discrepancias y deciden consultar con el general Calixto
García. Se impone el criterio de García. Recomienda, y se acepta, el
desembarco del Quinto Cuerpo en Daiquirí para atacar Santiago por el
este mientras los cubanos lo hacían por el oeste. A partir de ese
momento la suerte del ejército norteamericano queda en manos de
García.

Fuerzas cubanas ocupan posiciones al oeste y noroeste de Santiago.
Acometen una operación de limpieza de costas y un fuerte contingente
mambí impide que españoles destacados en Guantánamo se muevan para
frustrar el desembarco. Unos 530 mambises toman el caserío de
Daiquirí; son la vanguardia de los 6 000 soldados norteamericanos que
desembarcarían al día siguiente.

Sufren los norteamericanos un descalabro en Las Guásimas; se les
oponen más de 3 000 soldados españoles que los castigan con dureza.
Pero de manera inexplicable los españoles se retiran y Las Guásimas,
Sevilla y Redondo quedan en poder de los invasores. Es decisiva la
participación cubana en la toma de El Caney y en la batalla de San
Juan. Una a una caen en manos mambisas San Vicente, Dos Bocas, Boniato
y Cuabitas y las estretégicas lomas de Quintero, desde las que se
domina toda la ciudad.

El derrotismo hace presa del general Shafter. Lo agobia el clima y lo
desmoralizan los hombres perdidos en El Caney y en San Juan. Pide
refuerzos a Washington. Quiere renunciar, pero sus oficiales se lo
impiden. El alto mando norteamericano en la Isla está tan desorientado
que su joven oficialidad llega a proponer que Calixto García asuma la
dirección de las operaciones. No la acepta García y recomienda que no
se interrumpa el ataque por el sur y el este mientras que él se
compromete a asaltar la ciudad desde las lomas de Quintero. Es
aniquilada la flota del almirante Cervera. El 16 de julio se rinde
Santiago de Cuba y el 17 entran en esa ciudad únicamente las fuerzas
norteamericanas pues Shafter prohibe la entrada de los mambises.

En el palacio santiaguero de Gobierno la enseña de las barras y las
estrellas sustituye al pabellón español. Mientras, los mambises
destacados en el fuerte de La Socapa, en señal de protesta, izan la
bandera de la estrella solitaria.

Cartas son cartas
García envía a Shafter una carta llena de indignación y dolor. No
concibe la humillación de que ha sido objeto y protesta al saber que
se le negó la entrada a Santiago porque se temió que el Ejécito
Libertador tomara venganza contra los españoles. Escribe: «Formamos un
ejército pobre y harapiento, tan pobre y harapiento como lo fue el
ejército de sus antepasados en su guerra noble por la independencia de
los Estados Unidos de América pero, a semejanza de los héroes de
Saratoga y Yorktown, respetamos demasiado nuestra causa para mancharla
con la barbarie y la cobardía». Pronto queda claro que Shafter no
actuó por iniciativa propia, sino por instrucciones de su Gobierno.

Antes, renuncia García a la jefatura de la guerra en el Departamento
Oriental y marcha a Jiguaní. Sostiene entre el 16 y el 17 de agosto de
1898 el último combate de la Guerra de Independencia. Tanto él como el
jefe español desconocen que desde el 12 Estados Unidos y España
firmaron el armisticio. Destituido ya, por el Gobierno de la República
en Armas, de su cargo de Lugarteniente General del Ejército
Libertador, entra en Santiago y es objeto de un recibimiento popular
apoteósico.

Después del incidente enojoso y fuera de todo protocolo que rompió la
organización del acto y obligó a patriotas cubanos a retirarse del
cortejo fúnebre que seguiría al cementerio los restos del glorioso
guerrero, su hijo, el general de brigada Calixto García Enamorado,
escribió a la Asamblea de Santa Cruz del Sur:

«Solo me cabe protestar ante el pueblo de Cuba y lamentar que tanta
gloria y prestigio de mi padre hicieran que hasta después de muerto le
persiguiera la perfidia de los hombres».

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