Me llevo el guante y la pelota
Por Lorenzo Gonzalo, 1ro de noviembre del 2011
En Cuba, mi país natal, había un dicho popular que se aplicaba cuando alguien quería hacer las cosas a su manera, sin importar los costos de no realizarlas. En tales circunstancias, la gente acostumbraba decir de esas personas: “el tipo se llevó el guante y la pelota”.
Jugar a la pelota en Cuba se refiere al baseball. Es necesario aclararlo porque en la mayoría de Suramérica esa palabra se refiere al juego de soccer.
Cuando se realizaban juegos de pelota en los barrios, generalmente los más aventajados económicamente, eran quienes disponían de la generalidad de los equipos necesarios para el juego. Nos referimos al bate, la pelota, los guantes y en ocasiones hasta el terreno o solar donde se reunía la barriada a jugar.
Algunos de estos niños que contaban con los medios económicos, si no eran buenos jugadores y se les asignaban posiciones dentro de los equipos que no se correspondían con sus expectativas, optaban por recoger sus equipos, que generalmente eran los más necesarios y también los más costosos: nos referimos a los guantes y las pelotas. El bate, aun cuando se trata de un instrumento especial y de elevado precio, era más factible improvisarlo para un juego de la calle.
En ocasión de la admisión en la UNESCO de la Autoridad Palestina, Estados Unidos, por aquello de no romper con su tradición de guapetón de barrio, optó por igual conducta: se llevó el guante y la pelota. En este caso y concretamente, retiró el dinero que tenía ofrecido al organismo. Nada más y nada menos que 60 millones de dólares.
Creo que todos estamos de acuerdo que cada cual hace con su dinero lo que quiera, siempre y cuando no lo utilice para perjudicar a otros. Los países por su parte le deben dar préstamos y ayudas a quienes quieran. No es la regla ética ideal en un mundo interrelacionado, pero ante las profundas diferencias que confrontan tantos países entre sí, vamos a aceptar que están en el derecho de proceder de esa manera.
Lo que no es serio es que un país poderoso como Estados Unidos que supone ser árbitro en el conflicto israelí – palestino, adopte semejante posición ante la disposición de un organismo donde están inscritas 193 naciones que mayoritariamente aceptan actualmente a Palestina como un Estado, aun cuando no se le ha dado ese reconocimiento oficial.
Palestina nunca fue un país independiente, sino una región dominada por poderes foráneos. Pero en ese territorio vivían personas cuyos descendientes continúan allí y quienes de algún modo se consideran árabes o pertenecientes a Medio Oriente. El conflicto surge cuando de la nada fundan allí un Estado llamado Israel, nacido como consecuencia de obscuras maniobras europeas que nada tenían que ver con la mayoría de los habitantes de aquella región, incluyendo al reducido grupo de personas que practicaban la religión judía. El conflicto israelí palestino es en realidad un conflicto entre Occidente y Oriente. Los palestinos son árabes de diversas etnias, que continuaron viviendo en la región. Entre ellos los hay judíos, de igual manera que en otras regiones existen concentraciones de fervientes católicos. El hecho de que mayoritariamente la región sea musulmana, chiítas unos y sunitas otros, no significa que otras religiones estén excluidas. Existe tirantez religiosa, porque el estilo de esos países ha consistido en Estados teocráticos y eso profundiza las diferencias, pero de algún modo allí conviven todos.
Estados Unidos nunca se interesó por resolver las tensiones creadas por la creación del Estado israelí en la región, porque durante años lo utilizó, junto con las potencias europeas, como punta de lanza, en una región donde los poderosos estados occidentales habían impuesto sus reglas y establecido sus controles. Resultó fácil darle ese uso, porque el poder del nuevo Estado israelí, no cayó en manos de los buenos practicantes de la religión judía que allí vivían desde hacía siglos, sino bajo el control de Europeos que nada tenían que ver con los habitantes autóctonos de la región.
Fue a raíz de la guerra de 1967 entre Egipto y el nuevo Estado de Israel que, dadas las condiciones creadas durante la Guerra Fría, las potencias occidentales se vieron en la necesidad de atender la situación.
Ya sabemos que las negociaciones entre ambos han sido convertidas en un rosario interminable de reuniones. Cabría preguntarse por qué Israel fue Estado desde un principio, mientras el resto de la región, que también había sido un coto de explotación de los grandes imperios, habitado por generaciones, debía permanecer en un limbo. Está claro que aquel Estado estuvo controlado desde el comienzo por quienes se habían apropiado de la región muchos años antes, mientras la otra parte estaba compuesta por los dominados de siempre. Estos últimos eran árabes; los otros eran europeos. Hoy su destino está en manos de Estados Unidos.
Pero en puridad y dada la historia de los últimos cuarenta años, no caben dudas que el conglomerado humano que habita en Palestina, incluyendo a quienes han practicado allí la religión judía milenariamente, son parte de una cultura a la cual las grandes potencias le impusieron otra, ajena a sus prácticas y tradiciones. La razón más importante para la creación del Estado de Israel, tuvo el maligno propósito de quitarse de encima el conflicto judío exacerbado a partir de nazismo y por otro lado balancear el poder que ejercían en esa zona las grandes potencias de entonces.
También resulta evidente que Estados Unidos ha hecho el papel de árbitro pero en realidad ha estado siempre de un solo lado, aun cuando todo el mundo, incluyendo Washington, entiende que no habrá paz en tanto no se resuelva un conflicto que nunca debió existir.
Lo malo no fue crear el Estado de Israel, lo terrible es no haber laborado con la debida seriedad, a la par con su creación, para que la otra parte también contara con el suyo. Ya sabemos que no fue de esa manera porque querían dejar una tierra sin soberanía ni autoridad alrededor del ficticio Estado, para que le sirviera de protección contra aquellos que se convirtieron de inmediato en enemigos naturales: los árabes. El nuevo Estado se había creado con “el acuerdo de todos”, menos con el consentimiento de los dueños de aquellos territorios donde fue erigido. Sin duda alguna, nació torcido.
De todas maneras, como tantas otras veces, Estados Unidos supuesto filántropo y buen jugador, adiestrado en el cumplimiento de las reglas mientras está rodeado de cabezas reverenciales, volvió a olvidarse de sus prédicas. Cuando el juego se pone tenso y no puede ocupar las posiciones claves, entonces se levanta del banquillo y se lleva el guante y la pelota. ¡Se acabó el juego! Así lo ha hecho con referencia a la UNESCO en esta oportunidad, de igual modo que lo había hecho en otras anteriores. No es esta la primera vez.
Para felicidad de todos debemos decir que en ninguna de esas ocasiones ha podido detener los acontecimientos.
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