domingo, 19 de julio de 2020

LA MALDICION DE LA PEONIA

Ciro Bianchi Ross (cirobianchiross@gmail.com)To:you + 27 more Details
La maldición de la peonía
Ciro Bianchi Ross

Cuando pienso en la peonía recuerdo aquellos collares con que los
milicianos bajaban de las montañas del Escambray, a comienzos de los
60, luego de haber participado en la lucha contra las bandas
contrarrevolucionarias. La peonía es, en efecto, un bejuco leguminoso
medicinal que en Cuba florece en diciembre (flores blancas o rojas, en
espiga) y echa unas vainas en racimo que contienen granos esféricos,
duros, lustrosos y de color rojo vivo con un lunar negro, que son muy
solicitados para adornos.
    Peonía es una voz que además designa en América al pedazo de tierra
que por su menguada extensión puede labrarse en un día y, en otras
latitudes, identificaba asimismo a las parcelas que luego de la
conquista de un territorio se otorgaban a los soldados de a pie.
    Pero no es de ninguna de esas peonías de la que estaré hablando
enseguida, sino de la planta de la familia de las ranunculáceas
(familia a su vez de las dicotiledóneas) que tiene hermosas flores
grandes de bello color carmesí.
No suponga el lector que le endilgaré una clase de Botánica. Lo que
trae hoy la peonía a esta página es que, en 1906, hace ya más cien
años, un científico austriaco aterró a los cubanos con una predicción
terrible: entre el 15 y el 16 de mayo de ese año la Isla desaparecería
a consecuencia de catastróficos temblores terrestres y marítimos. Así,
decía, lo vaticinaba la peonía. Según sus estudios, acometidos tanto
en Viena como en Londres, ciudades en las que sostenía centros de
investigación, las hojas de esa planta se enroscaban sobre sus tallos
tan pronto se avecinaban movimientos anormales en la tierra o en el
mar.
En uno de los artículos de costumbres que el historiador Emilio Roig
de Leuchsenring escribió, en los años 30, para la revista Carteles, de
La Habana, bajo el seudónimo de El Curioso Parlanchín, se recrea esta
sabrosa historia. De ahí la tomamos.
OPINIONES DIVIDIDAS
El doctor Nowack, que así se nombraba el personaje, llegó a La Habana
en febrero de 1906 y predijo el cataclismo en cuanto pisó tierra.
Enseguida se dividieron las opiniones. El periódico La Lucha tomó en
serio el vaticinio del vienés, difundiéndolo y calorizándolo, mientras
que otro periódico, El Mundo, lo tiraba a broma, y el Diario de la
Marina lo combatía muy seriamente oponiéndole las aseveraciones del
padre Gangoitia, director del Observatorio de Belén, el único que
había entonces en la Isla.
    A nivel popular se manifestaba la misma reacción ante Nowack y su
peonía. Los más, no le hacían caso, pero muchos, los de mayores
posibilidades económicas, por supuesto, salieron del país a fin de
salvarse de la tragedia anunciada y muchos más vivieron agobiados por
la preocupación.  El caso es que el asunto se convirtió en tema de
conversación obligado en todos los lugares y para todos los sectores y
la prensa informaba de los avances de los experimentos del profesor
con las peonías sembradas en una quinta de Guanabacoa, propiedad de un
tal Tariche.
    Nowack, sin duda alguna, se tomaba en serio su descubrimiento. Era
miembro de una noble familia vienesa que perdió su patrimonio a causa
de las investigaciones del profesor. En un libro había recogido sus
observaciones sobre la peonía y modo de cultivarla y en sus dos
institutos laboraban decenas de personas ansiosas de confirmar de una
vez y para siempre la hipótesis de que era posible predecir los
cambios del tiempo por las alteraciones que sufriera esa planta.
    En Europa había tenido tantos detractores como simpatizantes y no
faltaban los dispuestos a certificar la exactitud con la que, peonías
por medio, Nowack era capaz de pronosticar el estado del tiempo. El
príncipe de Gales incluso, durante una visita a Viena en 1888, se
interesó en el asunto y dispuso que en el Jardín Botánico de Londres
se estudiaran las propiedades meteorológicas de la peonía. Dos años
después, sin embargo, el director de esa institución daba a conocer la
nulidad de la investigación: la planta no servía para predecir el
tiempo.
ALARMA DESDE VIENA
Aunque todo esto, con mayor o menor detalle, fue de conocimiento en La
Habana de la época, el doctor Nowack continuaba sus investigaciones en
la quinta de Guanabacoa y la fecha de su anunciada catástrofe se hacía
cada vez más cercana.
    El 26 en abril, en su famosa columna «Actualidades», del Diario de la
Marina, escribía su director, don Nicolás Rivero, primer Conde del
Rivero: «Desde ayer, gracias al doctor Nowack y a La Lucha, que
publicó sus predicciones, no se habla de otra cosa que del próximo
temblor terrestre o marítimo que habrá se sentirse con más o menos
intensidad en nuestro litoral del 15 al 19 de mayo… Desde ayer no cesa
de funcionar nuestro teléfono y llueven sin cesar recados y cartas en
esta redacción… Las familias están alarmadas… En las casas del Malecón
y en las del Vedado nadie duerme de noche. Se nos pide que digamos
algo para tranquilizar los ánimos…»
    Así las cosas, el Diario de la Familia añadió más leña al fuego de la
alarma ciudadana al publicar en su edición del día 27 un despacho
cablegráfico fechado supuestamente en Viena y que daba cuenta de que
el Observatorio de esa ciudad anunciaba que muy pronto La Habana sería
asolada por un terremoto.
    Llegado a este punto, la Secretaría de Estado (Cancillería) pidió al
cónsul cubano en Viena que de manera urgente remitiera informes sobre
el doctor Nowack y sus peonías, y el padre Gangoitia, desde el
Observatorio de Belén, trataba de calmar a los habaneros asustados.
Declaraba a la prensa: «El mes de mayo de 1906 en La Habana será poco
más o menos como los que han pasado… La ley que rigió en los 48 mayos
precedentes no ha sido suspendida en el presente… Los fenómenos van
hasta resultando al revés del pronóstico».
    La revista El Fígaro, por su parte, pese a la inminencia de la
supuesta tragedia, tiraba a bonche a Nowack y a sus peonías y después
de presentar de manera satírica a una pareja que esperaría en la cama
y amándose con pasión la destrucción de la ciudad y el fin de los
tiempos, abordaba la actitud de los fuertes y súper machos,
indiferentes a la predicción. «¿Temblores, inundaciones? –decían.
Bueno, de algo hay que morirse y, por si acaso, dejemos de pagar el
alquiler».
    Porque algo de esto hubo también en esos días de pánico a juzgar por
la denuncia que el capitán Inchaústegui interpuso en un juzgado
correccional contra el doctor Nowack. El aludido, que era además
abogado, acusó al profesor de ser el responsable de que las familias
abandonaran el Vedado, dejando las casas vacías, y de que los
alquileres y el valor de los inmuebles se hubiesen derrumbado en la
zona.
    Roig de Leuchsenring, en su artículo de Carteles, añade que en esos
días en la popularísima montaña rusa del recién inaugurado Palatino
Park «el doctor Nowack, sus predicciones y las peonías sirvieron mil y
una veces de pretexto para que los novios, ante la perspectiva de la
cercana catástrofe, se entregaran muy sabrosamente al rascabucheo».
    Así llegó el 15 de mayo y transcurrieron los días 16, 17, 18 y 19 y
no pasó nada, y el doctor Nowack se fue de Cuba como vino, con sus
peonías a otra parte. Pero el cataclismo natural, que no existió, dejó
paso a ese siniestro político que fue la segunda intervención militar
norteamericana en Cuba que se prolongaría durante los tres años
siguientes.
    Sin embargo, quizás el profesor vienés, con peonías o sin estas, no
anduviese tan desacertado.
    Aquel 1906 fue el año del terremoto de San Francisco de California,
que el 18 de abril cobró la vida de 315 personas, destruyó más de
quinientos bloques de edificios y dejó sin casa a unas cincuenta mil
personas. El incendio desatado durante el seísmo, que duró solo 48
segundos, arrasó un área de seis kilómetros cuadrados, y se
necesitaron tres días para aplacar las últimas candeladas. Un día
antes ocurría el terremoto de Valparaíso, en Chile, con un saldo de 1
500 muertos, y el 16 del propio mes tenía lugar otro terremoto en la
isla china de Formosa.
    Cuba no se libró aquel año de las calamidades. Entre los días 17 y 18
de octubre un violento huracán atravesó La Habana, ocasionó muertes y
cuantiosos daños desde Pinar del Río hasta Las Villas y puso los de
punta al pinto de la paloma.









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Ciro Bianchi Ross

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