APUNTES DEL CARTULARIO
Ciro Bianchi Ross
El fusilamiento de Bermúdez
“El cubano verá en este proceso que el patriotismo debe estar
hermanado con la virtud, que no basta con ser patriota y que hay que
ser también buen ciudadano”, afirmó Máximo Gómez al disponer que
Roberto Bermúdez, general de brigada de Ejército Libertador, fuera
sometido a consejo de guerra.
El general Bermúdez era sin duda un hombre muy valiente y su cuerpo,
constelado a balazos, era la prueba mejor de su arrojo en los
combates. En los inicios de la guerra del 95 operó en la región de
Sagua la Grande y, ya como coronel, se sumó a la columna invasora de
Las Villas. Recibió de Antonio Maceo la orden de penetrar en los
territorios de La Habana y Pinar del Río antes de que lo hiciera dicha
columna, y el primer combate de esa gesta en la zona pinareña se
realizó bajo su mando y llegó a Mantua en su avance hacia la porción
más occidental, pero por dondequiera que pasó cometió tantas tropelías
y crueldades como actos de heroísmo.
Luego de atacar e incendiar Los Palacios y Paso Real de San Diego,
Maceo decidió sustituirlo en el mando de la Brigada Sur, pero era
tanta la valentía de Bermúdez que lo repuso en el cargo y recomendó su
ascenso a general de brigada. Con ese grado peleó en Consolación del
Sur, acompañó a Maceo en la búsqueda de la expedición del general Rius
Rivera y se destacó en el combate del Pico Rubí.
Un informe que calificaba de vandálica la actitud de Bermúdez impulsó
a Maceo a destituirlo y remitirlo al Cuartel General, pero la grave
herida que había sufrido en el pecho durante el combate de la
Gobernadora impidió su traslado. Muerto Maceo, Bermúdez reclamó el
mando del que había sido privado y luego de que los españoles hicieran
prisionero a Rius Rivera pidió que se le confiara la jefatura del
Sexto Cuerpo del Ejército Libertador, mando que recaería en definitiva
en el general Pedro Díaz. Este no demoró en quitarse de encima a
Bermúdez y lo remitió al Cuartel General.
De nuevo en Las Villas, su tierra natal, Bermúdez realizó algunas
acciones combativas y Máximo Gómez lo mantuvo en observación hasta que
supo que Bermúdez había ordenado el asesinato de un antiguo amigo, que
fue macheteado en su presencia. Entonces el General en Jefe del
Ejército mambí no esperó más.
A la acusación por sus crímenes se sumaron las de traición por firmar
pases para los territorios enemigos, hurto de reses y caballos y
deshonra a la Revolución. El consejo de guerra que lo juzgó no lo
encontró culpable de los delitos de traición y hurto, pero lo condenó
a la pena capital por sus crímenes y dispuso que el pelotón de
fusilamiento fuera conformado por los miembros de la escolta de
Bermúdez, que lo adoraban. Quiso Gómez que uno de los generales
presentes en el Cuartel General mandara la ejecución. Todos se
excusaron. Unos, por haber sido parte de, tribunal, otros, por
distintos motivos. “! Cuánta flojera!”, comentó el viejo caudillo y
decidió mandar el cuadro él mismo. Bermúdez apeló a un indulto. Se lo
negó el Consejo de Gobierno.
El día de la ejecución, en la estrecha llanura cercana al campamento
de Trilladeras, en Sancti Spíritus, se situaron en doble fila la
caballería y la infantería mambisas. Gómez llegó solo, al galope de su
caballo, y se situó de cara a la caballería. Bermúdez entró poco
después. Cabalgaba con desequilibrio su mulita habitual poniendo en
evidencia su cuerpo estropeado por las balas enemigas. Le seguían sus
asistentes. En el lugar fijado se apeó con dificultad y acarició a la
bestia. Luego saludó a sus hombres y escogió a los que conformarían el
pelotón.
Máximo Gómez, erguido sobre sus estribos, machete en mano, pronunció
un bello discurso. Ponderó el heroísmo de Roberto Bermúdez, exaltó sus
méritos y lo estigmatizó por sus actos feroces y sanguinarios.
Enseguida, con voz abrupta, gritó: “Fuego”. Es decir, que no dio antes
las órdenes de ¡Preparen! y ¡Apunten! Por lo que no hubo una descarga
cerrada, sino que las balas salieron con intervalos, lo que prolongó
la agonía del condenado.
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