ELIGIO DAMAS
A Betancourt, le llamaban el Napoleón y hasta el brujo de Guatire. Lo primero, por aquel lenguaje despótico usual en él. Que no era de utilería, es decir usado en público para impactar por aquello que siempre hemos creído que el pueblo anda detrás de un “hombre con bolas”. ¡No! Él era déspota. Tuve la oportunidad de verle casi todos los días por cerca de un año antes de ser presidente de Venezuela por segunda vez. Era el suscrito entonces algo así como secretario o ayudante personal de Luis Manuel Peñalver, mi paisano y amigo, aunque entre él y yo había muchos años de distancia. Y luego mucha o quizás demasiado distancia en la apreciación de la coyuntura y la concepción estratégica o el modo de mirar el mundo.
A Betancourt no sé si le agradaba, pero era usual tratase a quienes eran sus compañeros de partido, incluso de los viejos tiempos, como sus subalternos. Aquello de la camaradería no cabía en su cerebro, soberbia y menos en su conducta. Esas vainas que gente de este gobierno llama horizontalidad, que lo es sólo para un pequeño grupo, una variación del estalinismo, era muy democrático para Betancourt. Hay cartas, que ahora no recuerdo bien dónde se hallan, pero creo que un libro publicado por el gobierno de López Contreras, llamado algo así como el “Libro Negro”, donde trataba hasta por aquel medio, el de las cartas, con arrogancia e irrespeto a Raúl Leoni, “el calvito”, su viejo camarada. Leí unas cuantas donde sin respeto le aporreaba. Escuché decir algunas veces, que aquel acercamiento de Leoni con el Buró sindical adeco, era el resultado del rencor que en la intimidad guardaba a quien se creía su jefe. De aquellas tormentosas relaciones resultó la candidatura de Leoni para substituir a Betancourt, apoyada por el Buro Sindical de enorme peso dentro del partido, en lugar de la de Gonzalo Barrios, preferencia del “brujo”.
Domingo Alberto Rangel y Simón Sáez Mérida, quienes por sus condiciones de altos dirigentes del partido AD, aunque opuestos a Betancourt, ya formaban parte de la “izquierda de AD”, llegaron a asistir a reuniones del gabinete de gobierno, contaban muchas historias relacionadas con esa arraigada conducta del entonces presidente; quien tenía la mala costumbre, el gesto hasta infantil, de lanzar la pipa a la cara a muchos de sus ministros, cuando alguno de ellos decía algo que le contradecía o simplemente no le gustaba. Una vez, alguien le contradijo, reaccionó molesto y violento, levantó su pipa dispuesto a lanzarla al imprudente y de repente, levantó la cara, miró de frente a quien había hablado y con prontitud bajó el proyectil como apenado, se percató que se trataba de uno los pocos, de su más cercano entorno, a quien no se atrevía a hacerle eso. Se trataba del Dr. Luis Beltrán Prieto Figueroa, en aquel momento presidente del Congreso Nacional...
Lo de brujo se lo ganó por la buena cantidad de conspiraciones que debeló o debelaron sus cuerpos policiales, en sus primeros momentos de gobierno, organizadas por el pérzjimenismo y las fuerzas que esa tendencia conservaba dentro del ejército. El caricaturista Pedro león Zapata le asoció a una lapa que al presidente regalaron con motivo de un congreso campesino de las fuerzas de AD, organizado por Ramón Quijada. Y lo de la lapa, la gente también unió a lo de hacer brujerías del entonces presidente.
Maduro, casi desde que llegó a presidente, exhibe muchas cosas que me recuerdan a Betancourt. Una de ellas es la soberbia, el creerse competente y conocedor de todo. Hacer que quienes están a su lado, son sólo unos cumplidores de órdenes suyas; sus empleados y sólo están allí para hacer lo que a él se le ocurra y ordene.
Veamos lo siguiente. Es frecuente que en esas reuniones de gabinete que trasmite por la tele, donde sólo habla él, salvo le dé un pequeño chance a alguien, a quien no tarda en interrumpir, la dinámica que uno observa es la del presidente anunciando cosas. Uno supone que esas cosas se discutieron ya en el gabinete de “sombras” y en ese momento las informa al país. Pero cuando observa del vicepresidente hacia abajo, tomando notas, como carajitos que recogen el dictado de un maestro “dictador”, está casi obligado a creer, aunque aun parezca insólito, que aquellos funcionarios se están enterando en ese momento de la orden presidencial. Si aquello es finido o no, es un estilo y una práctica que deja sentada la idea de “quien manda en esta vaina soy yo”. ¿Eso es estudiado y escenificado con ese fin? ¿Los subalternos que son dirigentes de un supuesto partido horizontalizado se prestan para eso?
Es el mismo proceder betancourista, personalista y egocéntrico. Pese que leí a alguien que en esto, Raúl Haya de la Torre, el peruano creador del APRA, portaba la bandera.
Maduro, como Betancourt, es también, para mi gusto, demasiado gritón. Salvo que el guatireño tenía una vocecita débil y amuchachada. Quizás, no creo que ni a eso llegaba, podría relacionársele con un “tenorino” desafinado. Maduro no, en eso si es bueno, grita con un vozarrón de entre barítono y bajo.
Pero Maduro tiene mucha afición por eso que, como dije al principio, decían le gustaba y practicaba Betancourt. Los poderosos, desde la antigüedad, suelen ser calificados por sus pueblos como portadores de dones o poderes ocultos, es como una necesidad de fortalecer “el liderazgo” y si no, ellos mismos cuidan que esa idea se propague. Hasta un hombre como demasiado serio como Gómez, gozaba de esa fama. Quien uno menos piensa, supone como alejado de esas prácticas nada racionalistas y más de la dialéctica, apela a algún recurso, como el de la habilidad o suerte para escapar a los atentados o confabulaciones para matarle. Para eso está el aparato del Estado y la propaganda oficial. Los españoles llegaron a creer que Franco gozaba de la vida eterna.
Recién muerto Chávez, Maduro dio unas declaraciones a los medios, con todas las cámaras prendidas, y habló de un pajarito que llegó al baño donde se aseaba, se le posó en uno de los hombres y le cantó, cosa que al presidente gusta mucho, el canto. No sólo se limitó a contar aquello, lo que de paso pudiera hasta ser bonito y simpático, sino que se atrevió a interpretar del canto de la pequeña ave, un discurso y unas recomendaciones mandadas por el presidente recientemente muerto. Uno, que no tiene nada de santo y si una formación para alarmarse por aquello, no tuvo otra cosa que pensar extraño al presidente.
Ahora no fue un ave, sino una ligera mariposa que se posó en el ojal de su camisa grande. Y de nuevo, el presidente, como con el ave canora, tuvo contacto mental con el lepidóptero, captó el mensaje y sacó de aquello conclusiones. No las mismas de Don Gregorio, el maestro de “Las lenguas de las mariposas”, excelente cuento del periodista español Manuel Rivas, llevado a la pantalla y bellamente interpretado el personaje principal, el maestro, por Fernando Fernán Gómez, muerto poco tiempo atrás.
Lo que uno no entiende es por qué no se vale de esos poderes mentales, como para leer el lenguaje de las mariposas y aves, su enorme capacidad de mando, el don de saberlo todo, para como si fuésemos un submarino hundido, haber empezado siquiera a sacar la nariz de la proa a la superficie. Eso es hasta más fácil que hablar con un ave o una mariposa.
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Publicado por Eligio Damas para BLOG DE ELIGIO DAMAS el 4/11/2017 04:53:00 a. m.
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