EN DEFENSA DE LA VERDAD HISTÓRICA
Diego Trinidad, Ph.D. drtinidad3@comcast.net.
Abril 15, 2013
En este 52
aniversario de la heroíca pero fracasada invasión de Bahía de Cochinos, es más
necesario que nunca tratar de exponer los hechos y disipar los mitos que
todavía prevalecen sobre este controversial tema. Es también importante y necesario desmentir
las teorías de conspiración que todavía, extrañamente, muchos se aferran a
creer contra toda la evidencia histórica.
En este ensayo, comenzamos con un exámen de los dos planes preparados
por la CIA para invadir a Cuba con una fuerza militar compuesta de patriotas
anticastristas en marzo-abril de 1961.
El plan original,
el Plan Trinidad, fue elaborado por CIA desde por lo menos marzo de 1960,
durante la administración del Presidente Eisenhower. El agente a cargo del Plan Trinidad fue
Richard Bissell, Sub Director de Planes, asistido por Jacob Esterline, el
director ejecutivo de la operación y el Coronel Jack Hawkins como asesor
militar. En general, el Plan Trinidad
contemplaba el desembarco por Casilda, el puerto adyacente a la ciudad de
Trinidad (aproximadamente 26,000 habitantes en 1961), de la mayor parte de la
Brigada 2506, con 1,200 hombres. Otro
grupo de 160 hombres desembarcaría al sur de la provincia de Oriente para
distraer al régimen castrista y hacer creer que ese sería el desembarco
principal. Finalmente, una distracción adicional
se crearía en la costa noroeste, en la provincia de Pinar del Río. Esto era un espectáculo de ruido y luces con
varias embarcaciones cerca de la costa para simular un gran desembarco.
El desembarco por
Casilda estaba planeado para establecer una cabeza de playa y un perímetro
defensivo que permitiera trasladar a los miembros del Consejo Revolucionario presidido
por José Miró Cardona a ese enclave y después de algunos días, constituir un
gobierno de Cuba en Armas. Este gobierno
en armas pediría reconocimiento internacional, que sería rápidamente otorgado
por Estados Unidos y la OEA. El final—y
esto es algo que tiene que ser enfatizado—llegaría con el desembarco de una
fuerza militar compuesta por americanos y soldados de algunos otros países de
la OEA en Casilda, la cual fácilmente vencería al ejército rebelde y las milicias
castristas y provocaría el derrocamiento del régimen. Mientras todo esto sucedía, suministros,
incluyendo tropas (habían entre 500 y 1,000 en reserva) serían desembarcados
por Casilda. Además, los 16 bombarderos
B-26 de la Brigada operarían desde la pista de aterrizaje cerca de Trinidad
(había que alargarla en varios cientos de pies) como elementos de apoyo a la
Brigada invasora. Para garantizar el éxito del plan, una condición era esencial: la
destrucción total de la fuerza aérea castrista.
Este era el Plan
Trinidad, el cual fue evolucionando durante casi un año. Al principio solo se planeaba introducir
pequeños grupos (50 hombres) por distintos puntos, pero principalmente en el
área del Escambray, para fortalecer la oposición interna (existían más de 2,000
alzados en el Escambray desde mediados de 1960). La idea era contribuir a un levantamiento
popular eventualmente. Pero los
dirigentes de la CIA pronto decidieron que esto era muy improbable. En Cuba no había suficiente oposición al
régimen para provocar su derrocamiento en 1960.
Además, el tiempo apremiaba. El
régimen se fortalecía y en unos meses (se pensaba que en abril-mayo de 1961)
llegarían a Cuba MiGs rusos y pilotos cubanos entrenados en
Checoslovaquia. Una vez esto sucediera,
no sería posible derrocar al régimen por la fuerza y Estados Unidos no estaba
dispuesto a permitir la presencia de una país comunista a 90 millas de sus
costas. Por eso, se decidió adoptar el
Plan Trinidad, o sea, una invasión desde afuera. La idea era que tal invasión provocaría el
deseado levantamiento interno y esa combinación terminaría con el
castrismo. Era hasta posible que no fuera necesario desembarcar tropas americanas,
pero el Plan siempre incluyó ese desenlace final.
Pero el Plan
Trinidad fue elaborado bajo la administración del Presidente Eisenhower, quien
apoyaba y promovía este tipo de operaciones encubiertas de la CIA, las cuales
ya habían sido exitosas en Irán y Guatemala.
Los mismos que planearon la operación de Guatemala dirigieron el Plan Trinidad. Pero esa mentalidad y lo ocurrido en
Guatemala no aplicaban en Cuba. Cuba es
una isla y Fidel Castro no era ni parecido a Jacobo Arbenz. La CIA nunca aceptó
ese hecho cierto y con el final de ocho años de gobierno bajo el partido
republicano, la nueva administración del Presidente demócrata John Kennedy no
ofrecería el apoyo a la operación contra Cuba que el Plan Trinidad necesitaba.
El nuevo
presidente conocía los planes de las actividades contra Cuba desde por lo menos
el verano de 1960. El mismo director de
la CIA, Allen Dulles, se lo había informado, aunque no en detalle. Kennedy utilizó ese conocimiento contra Nixon
en la campaña electoral. Hizo de Cuba
uno de sus principales temas contra Nixon, criticando duramente a la
administración Eisenhower-Nixon por primero permitir que Cuba cayera en manos
de una dictadura comunista y peor, que no hiciera nada por ayudar a la
oposición anticastrista, lo cual bien sabía que no era cierto. Otro tema muy utilizado—y también falso—fue
la llamada “brecha” en cohetería nuclear entre Estados Unidos y Rusia (missile gap) a favor de la Unión
Soviética. La idea era enfatizar la
supuesta debilidad de Eisenhower-Nixon ante las fuerzas del comunismo
internacional. Todo lo que dijo y
prometió en referencia Cuba durante la campaña—específicamente su oferta de
apoyar a la oposición anticastrista, le explotaría en la cara a Kennedy una vez
en la Casa Blanca. En una ocasión en
octubre, a pocos días de la elección, Kennedy se entrevistó con el ex
Secretario de Estado americano bajo Truman, Dean Acheson y le preguntó que le
parecía el efecto que sus ataques a Nixon por supuesta debilidad hacia Cuba
estaban teniendo. Acheson le contestó
que no celebrara mucho puesto que si ganaba la presidencia, se vería obligado a
cumplir sus promesas sobre Cuba y sería un prisionero de ellas. Así fue.
El Plan Trinidad oficialmente
se le presentó a Kennedy en Palm Beach a los pocos días de su victoria a fines
de noviembre 1960 por Dulles y Bissell, quien era buen amigo de Kennedy y se
mencionaba como el sucesor de Dulles como Director de la CIA cuando Dulles se
retirara en 1961. Kennedy escuchó en
silencio y los planes prosiguieron con su aparente apoyo. No pronunció una palabra en esa reunión que
pusiera en duda tal apoyo. Pero una
revisión de los documentos internos de la Casa Blanca desde la toma de posesión
en enero hasta el 17 de abril muestran claramente que el nuevo presidente nunca apoyó los planes para derrocar el
régimen castrista mediante una invasión.
Kennedy fue informado
sobre la versión final del Plan Trinidad el sábado 28 de enero, En esa reunión
en la Casa Blanca estaban presentes el Vicepresidente Lyndon Johnson, el
Secretario de Defensa Robert McNamara, el Secretario de Estado Dean Rusk, el
Jefe del Estado Mayor Conjunto, el General Lyman Lemnitzer, el Asesor de
Seguridad Nacional McGeorge Bundy y varios otros subsecretarios y
asesores. El Director de la CIA Allen
Dulles, asistido por Tracy Barnes, hizo la presentación oral usando notas
preparadas por Richard Bissell. Tres
puntos cruciales resaltan en esta presentación. Primero, el Plan necesitaba
activarse para marzo, a más tardar abril, debido a la mencionada llegada de los
pilotos y MiGs ese mes y el tiempo de lluvia en abril, lo cual dificultaría las
actividades militares no solo en Cuba, sino también en Guatemala y Nicaragua,
desde donde partirían la Brigada y su fuerza aérea. Segundo, la eliminación total de la fuerza aérea revolucionaria y el control del aire eran
absolutamente imprescindibles para asegurar el éxito del Plan. Pero lo más importante—y algo que ha sido
ignorado por casi todos los que han escrito sobre la invasión de Bahía de
Cochinos—se le informó explícitamente a los presentes cual debía ser el final
de la operación, lo único que podía garantizar
el éxito. Dulles les dijo que “el
plan puede establecer una cabeza de playa en suelo cubano y mantenerla por dos
semanas, quizás un mes. Una vez que esto se consiguiera, habría una
base para una iniciativa abierta de Estados Unidos de instituir una ocupación
militar de la isla. Hay una
oportunidad razonable de que esto ponga en marcha fuerzas que provoquen la
caída del régimen”. Nadie hizo comentarios al respecto, excepto el General
Lemnitzer, quien expresó sus dudas de que tan pocos hombres pudieran defender
la cabeza de playa como planeaba la CIA.
Kennedy entonces ordenó una evaluación del plan a los jefes militares y
que se le reportara sobre ello en unos días.
Esto se hizo y se
le presentó el informe al Secretario McNamara el 3 de febrero, firmado por
Lemnitzer, pero preparado por el General del Ejército David Gray. La evaluación
del informe fue favorable y el sumario
termina: “Los Jefes [del Estado Mayor] consideran que la ejecución oportuna (timely) de este plan tiene una
oportunidad regular (fair chance) de
éxito final, y aunque no consiga inmediatamente todos los resultados deseados,
pudiera contribuir al eventual derrocamiento del régimen de Castro”. Como debe ser bien obvio, de ninguna manera
se puede considerar este informe como “favorable”. Todo lo contrario, es un documento puramente
burocrático digno de los militares, que solo sirve para asegurar que los Jefes
se quedan protegidos y “se lavan las manos” de toda responsabilidad. Todavía peor, semanas después del fracaso, el
General Gray dijo que la palabra fair fue incluida a sugerencia del
General Earle Wheeler, Jefe del Ejército, para “facilitar” el mejor
entendimiento del informe. Pero según
Gray, él no le dio nunca más de un 30% de probabilidades de éxito al plan como estaba
concebido por la CIA. Claramente, un
plan de esta envergadura con solo un 30% de probabilidades de éxito era
inaceptable y nunca debió ser adoptado.
De todos modos,
la reunión final para decidir proceder con la operación se celebró el 15 de
marzo en la Casa Blanca (la CIA quería que la invasión comenzara el 10 de
marzo). Pero las dudas de Kennedy
aumentaron considerablemente en estas semanas y en esa reunión decidió no
aprobar el Plan Trinidad. A sugerencia
de Rusk y sus asesores del Departamento de Estado, Kennedy ordenó la
elaboración de otro plan alternativo, uno que no fuera tan “aparatoso” y en un
lugar de menos prominencia que Trinidad.
Kennedy nunca favoreció una
invasión y desde por lo menos el 15 de febrero, cuando Bundy le presento dos
sumarios, uno preparado por Bissell, y otro preparado por el Sub secretario de
Estado Thomas Mann (funcionario en el Departamento desde tiempos de
Eisenhower). El de Bissell repetía el
Plan Trinidad. El de Mann, que luego se
conoció como la idea de “la vitrina” (aislar al régimen castrista diplomática,
económica y políticamente y dejar que se viera el fracaso de un régimen
comunista por todo el mundo), se oponía a una invasión, y según Bundy, era el
preferido por el presidente.
En solo tres
días, la CIA produjo el Plan Zapata. El
lugar del desembarco se cambió para Bahía de Cochinos, 90 millas al oeste de
Trinidad. Según la CIA, este era el
único otro lugar posible en la costa sur de Cuba (Oriente y la Sierra Maestra
se excluyeron por estar muy lejos de los campamentos de Centroamérica desde
donde partiría la Brigada 2506) para el desembarco. Pero el Plan Zapata tenía una serie de
diferencias cruciales al Plan Trinidad además de la geografía. La Ciénaga de Zapata y sus pantanos, por
supuesto. Pero también había arrecifes
(los cuales analistas de la CIA insistieron, contra la opinión de brigadistas
que conocían la zona, eran “algas”) en lugar de playas de arena. Era por otro lado, un lugar completamente
aislado, como pidió Kennedy. Pero había
una pista de aviación lista para usarse y solo un terraplén de acceso, lo que
facilitaba mantener la cabeza de playa. Otra
diferencia clave era que el desembarco, por órdenes de Kennedy, sería de noche;
primera vez que esto se intentaría en la historia militar americana. Pero la
diferencia más grande y que luego tomó una importancia vital era que las
montañas de Escambray estaban muy lejos para que en caso de un fracaso, la
Brigada se pudiera retirar a ellas. Esto
fue algo que siempre distinguió al Plan Trinidad: una válvula de escape en caso
de un fracaso. En Bahía de Cochinos, no
existía ningún escape. O ganaban o
morían en el intento. Cualquiera que
supiera leer un mapa sabía esto; era obvio.
Y Kennedy como teniente de la Marina en la Segunda Guerra Mundial bien
sabía leer un mapa. Más sus apologistas
luego siempre crearon el mito, que todavía prevalece, que la Brigada no tenía
escape si la invasión fracasaba y el presidente lo ignoraba. Todo por culpa de la CIA, por no enfatizar
este hecho de la distancia entre Bahía de Cochinos y el Escambray al
presidente.
Los dos planes
incluían cinco bombardeos por los 16 B-26s de la Brigada, durante los dos días
antes del desembarco y uno final en apoyo del desembarco esa madrugada para destruir
la aviación rebelde en su totalidad antes de la invasión (Cuba contaba con 17
B-26s, 13 aviones de ataque Sea Furies
británicos de hélice, un F-51 Mustang
de hélice, y cuatro Jets T-33s de
entrenamiento, pero ahora armados con cañones y cohetes—lo cual la CIA
ignoraba)). Toda esta fuerza aérea había
sido heredada del gobierno de Batista y al menos la mitad, según la CIA, estaba
fuera de acción por falta de piezas o por problemas mecánicos. Pero hubo otro
gran cambio en el Plan Zapata. Ahora ya
no se contaba con una insurrección interna para acompañar la invasión, y por
consiguiente, se decidió no informar a las organizaciones clandestinas de cuando se produciría el desembarco. Según
la CIA, los cubanos hablaban demasiado y no querían arriesgar que se
descubriera la fecha debido a una indiscreción.
Con toda razón,
los cubanos anticastristas han pensado desde entonces que la operación fue
traicionada porque miles de opositores no solo ignoraban el momento del
desembarco, sino que fueron arrestados antes de que ocurriera, sin previo aviso. Todavía peor, muchos aún están convencidos
que hubo traidores dentro de la CIA y que Cuba conocía la operación en detalle
antes del desembarco. Pero esto nunca se
ha probado y no existe documentación alguna que lo respalde. Hubo traidores, es verdad. Incluso hubo por lo menos un agente de Castro
infiltrado en los campamentos de Guatemala.
Pero aunque Cuba sabía que la Brigada se entrenaba en Guatemala (después
de todo, lo había publicado en primera plana el New York Times), el régimen
nunca se enteró de cuando, mucho
menos de donde sería el desembarco, no importa lo que piensen los que creen
en teorías de conspiraciones.
En el mes entre
marzo 18, cuando Kennedy aprobó condicionalmente el nuevo Plan Zapata (se
reservó el derecho de cancelar la operación hasta 48 horas antes de comenzar) y
el 17 de abril cuando desembarcó la Brigada en Playa Girón, Kennedy,
principalmente instado por Rusk y sus asesores en el Departamento de Estado,
ordenó una serie de cambios adicionales que garantizaron el fracaso de la
invasión antes de comenzar. Primero, inexplicablemente, se ordenó que
solo ocho B-26s participarían en el bombardeo inicial de las bases aéreas en
Cuba. Luego, a pocas horas de ese primer
bombardeo el 15 de abril, el cual
destruyó mucho menos de la mitad de la aviación castrista, Rusk convenció a
Kennedy de cancelar un segundo bombardeo esa tarde y los dos planeados para el
16. Esto provocó que Esterline y Hawkins
visitaran a Bisell en la noche del 15 para presentar su renuncia: los dos
sabían que este nuevo cambio condenaba
la operación al fracaso. Pero Bissell
apeló a su patriotismo y no lo hicieron. Además, les aseguró que no habría
ningún otro cambio. Pero si lo hubo y
este fue el peor de todos. Sabiendo que
la aviación castrista no había sido eliminada, el último bombardeo en la
madrugada del 17 antes del desembarco,
también fue cancelado. Ahora la
Brigada no contaba con ninguna protección para desembarcar; estaba condenada a
muerte.
Así sucedió
cuando tan solo un puñado de los aviones castristas que sobrevivieron el único
bombardeo del 15 (según el General Rafael del Pino, solamente destruyeron UN
T-33 en la base de San Antonio. En el campamento de Columbia no había
aviones hacía un año y medio, y
en Santiago de Cuba, solo tres aviones de pasajeros. De manera que los estimados de la CIA,
proporcionados por fotografías aérea y reportes de los pilotos de la Brigada de
que la mitad de los aviones castristas habían sido destruidos era falsa. Los
aviones de la fuerza rerea castrista atacáron a los barcos de la Brigada en la
madrugada del 17 y hundieron dos de ellos—los que cargaban las municiones, la
gasolina para los B-26s que estarían basados en la cabeza de playa, y la
comida. Hay que reconocer, además, que
la aviación revolucionaria, liderada por el Teniente (luego General desertor) Rafael
del Pino, tuvo una actuación estelar, incluyendo los jets T-33, que además derribaron a varios B-26s de la Brigada. Claro, sin oposición, ya que los B-26s de los
invasores estaban desarmados excepto por las bombas y cohetes que cargaban,
pero las ametralladoras se les habían desmontado para eliminar peso y alargar
los pocos minutos de vuelo que podían estar sobre Cuba (el viaje ida y vuelta
de Nicaragua tomaba más de 7 horas y solo contaban con 40 minutos para
maniobrar sobre Cuba). Por otro lado,
uno de los barcos de la “mini marina” de la Brigada, el Barbara J, fue equipado
con ametralladoras antiaéreas adicionales por orden del Coronel Lynch, uno de
lo asesores militares americanos que acompañó a los invasores. Con ese armamento adicional, derribaron un
B-26 castrista en la mañana del 17 cuando estaban siendo atacados los barcos.
Según del Pino, después del bombardeo del 15 quedaron intactos tres T-33s,
cuatro Sea Furies y cuatro B-26s, los
cuales partiiparon en los combates aéreos de la invasión. Los brigadistas derribaron un Sea Fury y un B-26.
Ordenar la
invasión sin protección aérea era suicida y Kennedy lo sabía muy bien (existen
varias notas de Bundy, entre otros, enfatizando lo esencial del control del
aire). El mismo Castro declaró en una
entrevista poco después de la invasión que la operación había fracasado por la
falta del control del aire. Si esto no
se puede llamar traición, si se puede llamar negligencia criminal, tal como lo
denominó el Coronel Hawkins en aquellos tristes momentos cuando recibían los
reportes del desastre en la CIA en Washington el mismo día 17 en la tarde.
Por cierto, los
bombardeos del 16 casi se producen, aún después de ser prohibidos por
Kennedy. Los aviones estaban en la pista
listos para despegar cuando se apareció en el cuartel general en Virginia (War Room) el General Cabell, segundo
jefe de la CIA (el Director Dulles estaba en Puerto Rico) después de jugar golf.
Cuando se enteró de que los B-26s estaban al partir rumbo a Cuba, Cabell
decidió confirmar con Rusk la cancelación de esa operación (el oficial a cargo,
el Coronel Beerli, SI lo sabía, pero decidió ignorar la orden; eso pudo haber
cambiado la historia) y Rusk así lo hizo.
Cabell entonces ordenó que los B-26s no salieran de Puerto Cabezas hacia
Cuba.
Hay que destacar
dos cosas sobre estas decisiones y aclarar bien la responsabilidad por la
cancelación de los cuatro bombardeos finales.
Primero, los apologistas de Kennedy, desde entonces, casi en los momentos
en que todo estaba ocurriendo, culparon al Embajador americano ante la ONU,
Adlai Stevenson, de presionar al presidente y de amenazarlo con su renuncia
pública, de no ser cancelados los demás bombardeos. Esto
es falso. Primero porque Stevenson
ni siquiera conocía los detalles del Plan Zapata; nunca fue informado
precisamente porque pensaban algunos ayudantes de Kennedy, incluyendo su
hermano Robert, que Stevenson era un cobarde y un pusilánime (algunos,
incluyendo a Miró Cardona, creían que era además homosexual; Miró le llamaba
burlonamente “Adelaida”). Otra
mentira. Stevenson tenía reputación de ser un notorio mujeriego. Pero más importante, hay evidencia sólida de
que fue Rusk quien recomendó a Kennedy la cancelación y Stevenson solamente protestó
por no ser informado y pidió que para mantener su eficacia en la ONU, se le
mantuviera al tanto de la situación.
El otro asunto es
lo que en definitiva condenó la operación al fracaso. Este es el concepto de negación plausible (plausible deniability). Desde la formación de la CIA en 1948, siempre
se inventó este concepto para proteger, sobre todo al presidente, de cualquier
responsabilidad por problemas causados por actividades encubiertas, muchas de
las cuales eran ilegales. Por ejemplo,
en 1958, cuando un avión espía U-2 fue derribado sobre Rusia, al principio
Eisenhower declaró que era un avión investigando el clima y no volaba sobre
Rusia. Todo mentira, pero solo era
necesario que cualquier excusa que se utilizara fuera creíble. Este concepto
era parte de los dos planes, pero bajo Kennedy y en el Plan Zapara, se llevó
hasta un punto que lejos de hacer creíble que no había ninguna participación
americana en la operación, lo que lograron fue hacer lucir increíble que EEUU no estuviera involucrado. Siempre fue imposible.
¿Cómo ocultar el
apoyo americano a una fuerza invasora con su propia aviación, marina de
guerra—por pequeña que fuera, cuatro tanques de guerra, 1,200 soldados de
infantería, incluyendo un cuerpo de paracaidistas, y hasta “relaciones
internacionales” (con Guatemala y Nicaragua)? Eventualmente, esta obsesión con
negar ninguna participación americana, aseguró el fracaso cuando el 10 de
abril, el Asesor Especial de Kennedy, el conocido historiador liberal Arthur
Schlesinger, minutos antes de una conferencia de prensa, le sugirió a Kennedy
que declarara que bajo ninguna circunstancia Estados Unidos intervendría
militarmente en Cuba. Después de esto,
ya no había remota posibilidad de que el presidente salvara la invasión. Pero aún así, permitió que la Brigada
partiera de Guatemala a su destrucción asegurada.
Unos comentarios
adicionales al respecto. El Plan Zapata también incluía, como el original, una intervención militar americana al
final. Pero no se sabe cuando
Kennedy decidió prohibir terminantemente alguna intervención militar americana
en Cuba. No hay evidencia documental
sobre eso en los archivos que se han abierto durante los años. Es más, tal como nadie ha mencionado nunca
(hasta el año pasado por Jim Rasenberger y por mi hace varios años) nada sobre
la evidencia de una intervención militar para culminar la invasión, tampoco se
ha mencionado cuando y como Kennedy lo prohibió. Tal parece que tratando de
ignorar algo tan importante, se piensa que todos los demás lo ignoraremos igual
y que la historia no recogerá que estas consideraciones existieron, que no
fueron producto de la imaginación de algunos historiadores serios. Existen
algunos indicios, sin embargo. Antes de
sugerirle a Kennedy la mención de la no intervención americana en Cuba el 12 de
abril en una conferencia de prensa, Schlesinger llevaba días tratando de
convencer al presidente de no permitir ninguna intervención militar y hay
algunas notas del 10 de abril sobre esto.
También, a instancias de Schlesinger, Kennedy había informado al Senador
William Fulbright (Demócrata de Arkansas y Presidente del Comité de Relaciones
Exteriores del Senado) de lo planeado y Fulbright, quien estaba opuesto a
ninguna acción violenta contra Cuba, le escribió un detallado memorandum al presidente, quien lo leyó
en el fin de semana en Palm Beach. Este es el famoso documento donde Fulbright
le escribe a Kennedy:”El régimen de Castro es una espina en el costado de EEUU;
pero no es una daga en el corazón”. En el viaje de regreso a Washington el
lunes 4 de abril, Fulbright fue invitado por Kennedy a compartir Air Force One y luego a presentar sus
objeciones esa tarde ante una reunión en la Casa Blanca. En esa reunión,
Kennedy decidió aprobar la invasión y es posible que durante ese mismo fin de
semana haya también decidido no permitir ninguna intervención militar americana
en Cuba. Pero no hay evidencia
documental; todo es conjetura.
También, como he
escrito varias veces porque a mi fue a quien primero se lo mencionó y por un
tiempo quiso que ni yo escribiera sobre el tema, los cubanos tienen mucha razón
en estar convencidos de lo contrario. Es
decir, que Kennedy SI prometió apoyo americano a la invasión. No lo hizo él personalmente, pero a Miró
Cardona se lo prometió DOS veces uno de los principales asesores de Kennedy,
Adolph Berle, Subsecretario de Estado en 1961.
Mi buen amigo, el destacado historiador José Manuel Hernández, estaba
presente en New York cuando Arturo Mañas, un prominente abogado cubano experto
en asuntos azucareros y gran conocedor de la política americana, le señalo a
Miró Cardona después que Kennedy declaró que bajo ninguna circunstancia EEUU
intervendría en Cuba, que estas palabras en público hacían imposible al
presidente poder intervenir en Cuba.
Miró le pidió una entrevista a Kennedy, y la Casa Blanca envió a Berle y
a Schlesinger a conversar con Miró el 12 de abril en un restaurante de New
York. Cuando Miró expresó su alarma por
las palabras de Kennedy, Berle le contestó, textualmente, “lo que te dije,
va”. Se refería a lo que le había
comunicado a Miró semanas antes: que habían 30,000 tropas americanas listas
para intervenir.
Y las había (bueno, quizás no
esa cantidad, pero eso fue lo que Berle le dijo a Miró). Por lo menos dos brigadas de marines estaban a bordo de los varios destroyers y los portaviones Essex y
Boxer, a pocas millas de Bahía de Cochinos, tal y como se había planeado. Los demás, desembarcarían en los próximos
días. Schlesinger se lo confirmó a Manolín Hernández años después en una conferencia
que ofreció en la Universidad de Miami.
Schlesinger no entendía español, pero sabía bien lo que Berle le había
asegurado a Miró. Más a Manolín solo le
dijo “no se por qué Adolph [Berle] le dijo eso a Miró”. Es decir, reconoció, aunque después lo negó en uno de sus libros, que Berle SI
le había prometido a Miró que la Brigada podía contar con apoyo militar
americano. Claro que no se puede demostrar que Kennedy aprobó lo que Berle le
dijo a Miró—y yo personalmente no lo creo—pero se puede entender muy bien por
qué tantos cubanos todavía creen que fueron traicionados por Kennedy.
¿Es posible que
los cubanos solos, sin intervención militar americana pero con el control del
aire, como estaba planeado, hubieran ganado?
Posible si, probable no. ¿Por qué
no? Por algo muy importante, pero desconocido por casi todos los historiadores
fuera de Cuba. Ya se que muchos cubanos
de aquí, incluyendo quizás la mayoría de los combatientes de la Brigada,
piensan que con cobertura aérea, podían haber mantenido la cabeza de playa
indefinidamente. Y como de hecho
derrotaron a las milicias castristas en varias acciones el primer día y cientos
de milicianos se rindieron pensando que detrás venían los americanos (algo
conque contaba la CIA y está incluido en un memorandum
escrito por Bissell y presentado a Kennedy por Bundy a fines de febrero, como
ya he mencionado), los Brigadistas pensaron que podían derrotar a las fuerzas
castristas si hubieran tenido municiones y suministros. Pero aquí está el detalle mayormente desconocido
(o ignorado). Ya desde el 18, venían en
camino desde Pinar del Río, 30,000 tropas bien entrenadas y bien armadas (no como
los milicianos del área de Bahía de Cochinos, que no pelearon y se rindieron a
los invasores), al mando del Comandante
Derminio Escalona. Aún con el
control del aire (sin eso, imposible), hubiera sido muy difícil para 1,200
Brigadistas resistir ataques de 30,000 soldados rebeldes, quienes además
contaban con una superioridad abrumadora en artillería. De acuerdo, los B-26s de la Brigada causaron
estragos a muchas de las tropas que los atacaron el 18, y ya basados en la
cabeza de playa, hubieran causados estragos similares a esas tropas que venían
de Pinar del Río. Pero ya aquí caemos en
especulaciones que son imposibles de probar por nadie. Sin embargo, debe mencionarse que aún con el
control del aire, el Plan Zapata no consideraba posible mantener la cabeza de
playa indefinidamente, no por más de 30 días.
Nunca lo sabremos.
Lo que sucedió
después en bien conocido, no vamos a repetirlo.
Kennedy inclusive negó ayuda a los ya derrotados invasores la
noche del 19, cuando ni siquiera permitió que los aviones americanos volaran
sobre las playas para asustar a las tropas castristas. Pero a
pesar de eso, Kennedy nunca le prometió a nadie intervenir en Cuba y por
consiguiente, aunque fue el responsable del desastre, no se puede decir que
traicionó a la Brigada. Los interesados pueden leer mi capítulo sobre la
invasión en el libro 50 Años de
Revolución en Cuba: El Legado de los Castro, editado por Efrén Córdova
((Ediciones Universal, Miami, 2009), pp. 453-48, y todo lo que llevo 43 años
escribiendo sobre la invasión de Bahía de Cochinos. Pero si se debe mencionar algo que todos los
escritores cubanos han ignorado (no yo) sobre la invasión, quizás porque es una
verdad inconveniente, quizás porque esto solo se ha revelado hace pocos años,
pero casi seguro porque simplemente se niegan a creerlo. Me refiero a los planes de la CIA, que se
idearon conjuntamente con los de la invasión y que existían desde tiempos de
Eisenhower, para asesinar a Castro antes
del desembarco (en complicidad con la Mafia).
Pero la evidencia es sólida y lo menciono porque hay algunos
historiadores americanos que Si han escrito en detalle sobre estos sucesos y
quienes piensan que posiblemente (yo no comparto esa opinión) Kennedy tomó (o
dejó de tomar) ciertas decisiones, sobre todo el el caso de los bombardeos, porque
Bissell lo había convencido de que Castro estaría muerto cuando la Brigada
desembarcara en Cuba.
No lo sabremos nunca, pero aunque así fuera,
eso no exime a Kennedy de su enorme responsabilidad ante la historia. Nunca
creyó en la invasión, ni en ninguno de los dos planes, incluyendo el Plan Zapata,
que él mismo emasculó. Pero permitió que
se llevara a cabo sabiendo que estaba asegurado su fracaso. No es creíble lo
que han propagado sus apologistas: que permitió la invasión porque cancelarla
era imposible. Por supuesto que no lo
era. Nada de eso, lo hizo estrictamente
por razones y consideraciones políticas, cínicamente condenando a muerte a
cientos de patriotas cubanos (y cuatro valientes pilotos americanos que también
murieron en Bahía de Cochinos). Como él
mismo declaró despectivamente—y que esto siempre lo recuerden aquellos cubanos
que prefieren culpar a la CIA de la “traición” pero no al presidente. Cuando decidió autorizar la operación
finalmente, dijo: “Tenemos que salir de estos hombres. Es mucho mejor arrojarlos en Cuba (dump them). Especialmente si es allá [Cuba] donde ellos
quieren ir”.
No se puede negar
que la CIA tuvo mucha responsabilidad por el fracaso de la invasión. Se cometieron errores innecesarios y
verdaderamente inconcebibles. Lo citado
sobre el análisis de las fotos aéreas después del bombardeo fue quizás el más
crítico, porque en mi opinión, Bissell no
hubiera permitido que la invasión saliera sabiendo que Cuba contaba con 11
aviones de ataque (incluyendo tres jets). Otro grave error fue la equivocada
interpretación de fotos de las playas que mostraban arrecifes, pero los
analistas de la CIA, contra la información de algunos brigadistas que conocían
la zona, decidieron que las sombras que se notaban eran “algas”. Los arrecifes
causaron serios daños a varias lanchas y obstaculizaron el desembarco cuando la
rapidez apremiaba. Muchos otros errores
menores, incluyendo el uso de equipos viejos y armamentos obsoletos, se pueden
mencionar, igual que algo tan inocuo, pero tan perjudicial, como confundir la
mezcla del combustible de algunos motores de las lanchas de desembarco, las
cuales no se pudieron utilizar. Algunos
entrenadores de la CIA en los campamentos de Guatemala eran arrogantes y unos
pocos hasta detestaban a los miembros de la Brigada. Pero hay que destacar algo
primordial.
Todo el personal de la CIA,
desde Bissell hasta Lynch, Robertson y los pilotos de la Guardia Nacional de
Alabama, los cuales sacrificaron sus vidas por la libertad de Cuba
desobedeciendo órdenes de no participar en las operaciones militares, estaba
comprometido con el éxito de la invasión.
Todos creían fervientemente
en que lo que se planeaba en Cuba para derrocar a Castro era esencial en la
lucha contra el comunismo internacional.
Y prácticamente todos también
estaban convencidos que a pesar de las restricciones y cambios ordenados por
Kennedy, inclusive a pesar de sus declaraciones públicas de que Estados Unidos
no intervendría en Cuba bajo ninguna circunstancia, al final, sobre todo si era
necesario, el presidente no permitiría que la invasión fracasara. Y
todos se equivocaron. Por tanto, es
una infamia acusar a la CIA de sabotear la invasión y causar su fracaso a
propósito. Una vez más, el responsable
final del fracaso en Bahía de Cochinos, fue el Presidente Kennedy, quien nunca
creyó en el proyecto, pero aún después de emascularlo hasta el punto que su
fracaso estaba garantizado, permitió que procediera cuando debía haber
cancelado la operación. A la guerra no
se va a perder. Y esa guerra estaba
perdida de entrada. Sobre esto, no debe
haber ninguna duda y se debe dejar descansar en paz como los muertos que allí
cayeron. El gran culpable y el ÚNICO responsable de la debacle en Bahía de
Cochinos fue el Presidente John Kennedy.
Una nota
final. En estos días podrán leer mucho
sobre las traiciones y las conspiraciones alrededor de este desdichado episodio
en nuestra historia. Hasta dos buenos
amigos están tan convencidos de cómo la CIA (y/o Kennedy) “nos traicionó”, que
no me ha quedado más remedio que tratar—una vez más—de esclarecer los hechos. Pero esto es casi imposible. Los que creen fervientemente que hubo una
conspiración americana para que la invasión fracasara a propósito y que nos traicionaron para asegurar la permanencia de
la revolución cubana, lo creen por cuestión de fe. Es decir, no aceptan evidencia que pruebe lo contrario,
aunque esta sea—como es—abrumadora. Pero como mi obligación es con la historia
y como historiador profesional, con la búsqueda de la verdad, para los que
comparten mis ideas y prefieren saber la verdad en lugar de creer en fantasías,
todo lo referente a los planes de Trinidad y Zapata está disponible a quien
quiera examinarlo. No hay nada secreto y
los planes están disponibles desde hace años en los archivos del Departamento
de Estado (Foreign Relations of the
United States [FRUS], Volume X, Cuba, 1961-1962, documents 27 to 31 [especialmente sobre la
intervención militar americana], and 46 to 61).
Sobre la opinión de Dean Acheson y los problemas que Kennedy
enfrentaría por sus declaraciones y promesas sobre Cuba durante la campaña, esto
se encuentra en la Historia Oral de la administración de Kennedy en la
Biblioteca Kennedy en Boston, aunque a mi me lo mencionó mi buen amigo el
historiador y ex agente de la CIA, Brian Latell. El relato de Manolín Hernández fue una
comunicación privada, pero está en mi capítulo antes mencionado y en un
artículo publicado por él en 1989 en la revista The World and I. Las notas de Bundy a Kennedy y la entrevista a
Castro se pueden ver en mi capítulo citado del libro 50 Años de Revolución Cubana y en el libro de Jones citado más
adelante. La importante información proporcionada por Rafael del Pino, algo
nunca antes revelado por ningún otro escritor que yo sepa, es muy apreciada. Me
la envió en un mensaje propiciado por el buen amigo Eugenio Yáñez. Todos los
demás datos que cito los he recopilado en mis investigaciones sobre la invasión
desde 1970.
Pero
adicionalmente, como Jaime Suchlicki, Director del Instituto de Estudios
Cubanos y Cubano-Americanos (ICCAS) de la Universidad de Miami, me pidió que
escribiera este ensayo en inglés para ser publicado en la revista digital de
ICCAS, Cuban Affairs, consulté varias
veces por teléfono con el Profesor Jones de la Universidad de Alabama, y con
Jim Rasenberger (conozco a ambos personalmente), y aquí en Miami me entervisté
dos veces con el Dr. Brian Lattel, para asegurarme y confirmar una serie de
datos, especialmente en referencia a los bombardeos. También sobre este tema consulté con Esteban
Bovo, veterano aviador de la Brigada y ahora Director del Museo de la Brigada 2506,
y revisé el tercer volumen de la historia secreta de la CIA, escrita por Jack
Pfeiffer y el cual obtuve gracias al Profesor de la Universidad de Villanova
David Barrett años antes de publicarse (ahora ya los cinco volúmenes han sido
declasificados y publicados). Este
tercer volumen cubre toda la Invasión, desde que se planeó hasta que se ejecutó
y tiene una gran cantidad de detalles sobre los bombardeos.
Los que quieran
leer los mejores libros en inglés sobre el tema (en español lamentablemente no
hay ninguno, aunque el del buen amigo fallecido la semana pasada, Enrique Ros,
“Girón, La Verdadera Historia”, todavía vale la pena leerlo, a pesar de que su
información es muy antigua), el primero publicado todavía es magnífico, The Bay of Pigs, por Haynes Johnson
(1964), sobre todo sus descripciones de las acciones militares. La memoria de Howard Hunt, Give Us This Day (1973), es valiosa y
ahí se encuentra el dato de como se canceló el bombardeo del segundo día gracias
a la intervención fortuita de Cabell.
Pero los dos más recientes, The
Bay of Pigs, de Howard Jones (2008), sobre todo en lo referente a los
planes de asesinar a Castro por la CIA y The
Brilliant Disaster (el mejor en mi opinión y el único que menciona los
planes de una intervención militar americana) por Jim Rasenberger (2012), son
excelentes. El libro más crítico de
Kennedy (en si, lo acusa de traicionar la operación) es Decision for Disaster, del Coronel Grayston Lynch (1998), quien
participó en la invasión y fue el primero en desembarcar en Playa Larga como
hombre rana. El libro no es una historia
completa del proceso que culminó con la invasión de Bahía de Cochinos; solo
cubre los sucesos en que el autor participó y que conoció, pero contiene
información que no se encuentra en ningún otro.
Por ejemplo, relata como los hermanos Kennedy trataron de revocar las
pensiones a los cuatro pilotos americanos que murieron en la invasión en su
afán de ocultar esa participación americana que en definitiva fue
voluntaria. El presidente tuvo que ser
amenazado por un influyente abogado de Texas con revelar los detalles al New York Times si las pensiones no se
restauraban, lo cual Kennedy hizo de inmediato.
También Lynch cuenta como Robert Kennedy los recibió a él y a su
compañero Robertson, lleno de furia porque, no hay otra manera de verlo,
simplemente habían sobrevivido para contar lo que sucedió. Lynch además emotivamente
describe los minutos finales en la playa, cuando Pepe San Román se despidió de
él y destruyó el radio. Los marinos
americanos que escuchaban a Lynch en el destroyer
donde este se encontraba, lloraban de rabia y de vergüenza porque su presidente
les había prohibido ayudar—y así quizás salvar—a la gloriosa Brigada 2506.
En fin, la
Invasión de Bahía de Cochinos fue una desgracia y una mancha bochornosa que
siempre quedará en los anales de la historia militar americana. Para nosotros los cubanos, y algún día, para
TODOS los cubanos, cuando en Cuba se conozca toda la verdad sobre esta
operación, siempre quedará en nuestra memoria colectiva como una azaña heróica
digna de comparación con las grandes de nuestra lucha por la independencia de
España. Los valientes miembros de la
Brigada 2506 caídos en Playa Girón y en Playa Larga en esos fatídicos días de
abril de 1961, siempre vivirán en nuestra memoria. Nunca los olvidaremos.
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