Veterano de
Venezuela
ARNALDO MIRABAL
MATANZAS
― ¡La
violencia! Si me pides que te hable sobre lo que más me marcó en mis tres años
como colaborador de la salud en Venezuela, diré una y otra vez que la violencia
‒ comenta Jorge en un parque céntrico de Matanzas.
Graduado
como Médico General Integral, contaba 29 años cuando le llegó la tan ansiada
misión a Venezuela; con el dinero ahorrado lograría reconstruir de una vez y
por todas su casa. Aunque le habían advertido de los problemas a los cuales se
enfrentaría, lejos estaba de imaginar la magnitud de la criminalidad en ese
país.
Antes de
salir de Cuba el joven sentía animadversión por los fumadores; sin embargo,
durante nuestro diálogo prendió un cigarro tras otro.
― Como
bienvenida, el primer día que me incorporé al Centro de Diagnóstico y
Orientación (CDI) en Petare, el barrio más violento de Venezuela, me recibió
una balacera que duró toda la noche. Por un momento pensé que las balas
entrarían a mi cuarto y me refugié debajo de la cama. Creo que casi enfermé de
los nervios. En Matanzas vivo en La Marina, un barrio humilde y famoso por la
violencia, pero solo le queda la fama; eso sí, allí la gente resolvía sus
desavenencias con machetes y cuchillos, pero en Venezuela los jóvenes son
gatillos fáciles. Los malandros no se quieren la vida, nunca creí que pudiera
existir algo así. A pesar de la llegada de Chávez, Venezuela es una sociedad
enferma, herida profundamente por la criminalidad.
“Venezuela
fue para mí una especie de prisión; después de las seis de la tarde no podías
salir de la casa. Los ajustes de cuenta entre malandros eran la realidad
cotidiana. Si los vecinos te decían: “¡Hay culebra!”, había enfrentamientos
entre pandillas y tenías que encerrarte porque la cosa venía fea.
Jorge
enciende otro cigarro ‒el tercero en lo que va de conversación‒ mientras revisa
un mensaje en su teléfono celular.
― Tenías que
ocultar bien el celular, y tampoco podías portar prendas llamativas. En una
ocasión intentaron asaltarme en una buseta. Detrás de mí se habían sentado dos
malandros y yo escuchaba cómo planificaban mi propio asalto. En mi cuello
llevaba dos cadenitas de fantasía que mi abuela me había preparado en Cuba como
resguardo. Ese sería el blanco del atraco. La palabra pánico queda pequeña. Por
esas cosas de la vida, o la fuerza del ebbó de mi abuela, la policía nos detuvo
en un punto de control y bajaron a todos los pasajeros. Cuando me apeé y mostré
mi identificación los malandros escucharon cuando un oficial se dirigió a mí
como médico cubano. Me pidió que me quitara las cadenitas porque me ponían en
peligro. Yo les respondí en voz alta que eran de fantasía, solo un recuerdo
familiar. Por un momento pensé en comunicarles sobre lo sucedido anteriormente,
pero en un arranque de valentía o de locura, ¡qué se yo!, volví a subir a la
buseta y me senté en el mismo lugar delante de los criminales. No me creerás si
te cuento que se disculparon conmigo.
“Pero los
había menos condescendientes. En una ocasión un cirujano cubano le salvó la
vida a un baleado. Tiempo después este médico caminaba junto a una enfermera y
resultó víctima de un asalto en plena vía a las 10 de la mañana. La enfermera
reconoció al malandro y le dice: ¡Nosotros te salvamos la vida! Sabes qué
respondió el joven: “Ese día ustedes hacían su trabajo, y lo hicieron bien, hoy
yo estoy haciendo el mío”. Con los malandros que apoyaban a Chávez el trato era
diferente. Cuando visitábamos los barrios más humildes y violentos, nos
protegían, éramos intocables.
Jorge habla
de escenas desgarradoras, como aquella vez que escuchó los gritos de una madre
a quien le balearon al hijo delante de sus ojos.
― Después
atendimos el cadáver en el CDI. No puedo decirte cuántos impactos de bala
tenía. Le vaciaron decenas de cargadores en su cuerpo. Durante varias noches
estuve soñando con los gritos enloquecidos de aquella pobre mujer. Por suerte
me queda el aprecio de buenos venezolanos, aun de la oposición. Recuerdo a uno
en particular. Se trataba de un paciente adinerado con insuficiencia renal. Le
practicaban hemodiálisis en un hospital privado y cuando le hicimos los
análisis descubrimos que sus riñones estaban sanos. Acabaron con su salud para
cobrarle más dinero. Desde entonces se hizo amigo solidario y cuando un cubano
debía hacer alguna gestión en la ciudad nos trasladaba sin cobrarnos un
centavo. Pero a Venezuela no regreso. Creo que nunca más seré el mismo Jorge de
antes. Nosotros los cubanos combatimos en Angola. Las guerras siempre dejan
secuelas sicológicas, y yo me siento un veterano de guerra.
*A petición
del entrevistado se evitó escribir su verdadero nombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario