domingo, 8 de enero de 2017

!LA VIOLENCIA EN VENEZUELA!

Veterano de Venezuela
ARNALDO MIRABAL
MATANZAS
― ¡La violencia! Si me pides que te hable sobre lo que más me marcó en mis tres años como colaborador de la salud en Venezuela, diré una y otra vez que la violencia ‒ comenta Jorge en un parque céntrico de Matanzas.
Graduado como Médico General Integral, contaba 29 años cuando le llegó la tan ansiada misión a Venezuela; con el dinero ahorrado lograría reconstruir de una vez y por todas su casa. Aunque le habían advertido de los problemas a los cuales se enfrentaría, lejos estaba de imaginar la magnitud de la criminalidad en ese país.
Antes de salir de Cuba el joven sentía animadversión por los fumadores; sin embargo, durante nuestro diálogo prendió un cigarro tras otro.
― Como bienvenida, el primer día que me incorporé al Centro de Diagnóstico y Orientación (CDI) en Petare, el barrio más violento de Venezuela, me recibió una balacera que duró toda la noche. Por un momento pensé que las balas entrarían a mi cuarto y me refugié debajo de la cama. Creo que casi enfermé de los nervios. En Matanzas vivo en La Marina, un barrio humilde y famoso por la violencia, pero solo le queda la fama; eso sí, allí la gente resolvía sus desavenencias con machetes y cuchillos, pero en Venezuela los jóvenes son gatillos fáciles. Los malandros no se quieren la vida, nunca creí que pudiera existir algo así. A pesar de la llegada de Chávez, Venezuela es una sociedad enferma, herida profundamente por la criminalidad.
“Venezuela fue para mí una especie de prisión; después de las seis de la tarde no podías salir de la casa. Los ajustes de cuenta entre malandros eran la realidad cotidiana. Si los vecinos te decían: “¡Hay culebra!”, había enfrentamientos entre pandillas y tenías que encerrarte porque la cosa venía fea.
Jorge enciende otro cigarro ‒el tercero en lo que va de conversación‒ mientras revisa un mensaje en su teléfono celular.
― Tenías que ocultar bien el celular, y tampoco podías portar prendas llamativas. En una ocasión intentaron asaltarme en una buseta. Detrás de mí se habían sentado dos malandros y yo escuchaba cómo planificaban mi propio asalto. En mi cuello llevaba dos cadenitas de fantasía que mi abuela me había preparado en Cuba como resguardo. Ese sería el blanco del atraco. La palabra pánico queda pequeña. Por esas cosas de la vida, o la fuerza del ebbó de mi abuela, la policía nos detuvo en un punto de control y bajaron a todos los pasajeros. Cuando me apeé y mostré mi identificación los malandros escucharon cuando un oficial se dirigió a mí como médico cubano. Me pidió que me quitara las cadenitas porque me ponían en peligro. Yo les respondí en voz alta que eran de fantasía, solo un recuerdo familiar. Por un momento pensé en comunicarles sobre lo sucedido anteriormente, pero en un arranque de valentía o de locura, ¡qué se yo!, volví a subir a la buseta y me senté en el mismo lugar delante de los criminales. No me creerás si te cuento que se disculparon conmigo.
“Pero los había menos condescendientes. En una ocasión un cirujano cubano le salvó la vida a un baleado. Tiempo después este médico caminaba junto a una enfermera y resultó víctima de un asalto en plena vía a las 10 de la mañana. La enfermera reconoció al malandro y le dice: ¡Nosotros te salvamos la vida! Sabes qué respondió el joven: “Ese día ustedes hacían su trabajo, y lo hicieron bien, hoy yo estoy haciendo el mío”. Con los malandros que apoyaban a Chávez el trato era diferente. Cuando visitábamos los barrios más humildes y violentos, nos protegían, éramos intocables.
Jorge habla de escenas desgarradoras, como aquella vez que escuchó los gritos de una madre a quien le balearon al hijo delante de sus ojos.
― Después atendimos el cadáver en el CDI. No puedo decirte cuántos impactos de bala tenía. Le vaciaron decenas de cargadores en su cuerpo. Durante varias noches estuve soñando con los gritos enloquecidos de aquella pobre mujer. Por suerte me queda el aprecio de buenos venezolanos, aun de la oposición. Recuerdo a uno en particular. Se trataba de un paciente adinerado con insuficiencia renal. Le practicaban hemodiálisis en un hospital privado y cuando le hicimos los análisis descubrimos que sus riñones estaban sanos. Acabaron con su salud para cobrarle más dinero. Desde entonces se hizo amigo solidario y cuando un cubano debía hacer alguna gestión en la ciudad nos trasladaba sin cobrarnos un centavo. Pero a Venezuela no regreso. Creo que nunca más seré el mismo Jorge de antes. Nosotros los cubanos combatimos en Angola. Las guerras siempre dejan secuelas sicológicas, y yo me siento un veterano de guerra.
*A petición del entrevistado se evitó escribir su verdadero nombre.


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