viernes, 4 de marzo de 2016

SABOTEAR CON FINES DE LUCRO



ELIGIO DAMAS


            Nota: Este artículo fue escrito y publicado en 1986, en plena IV Repùblica. Habla de cómo en este país se “respetaba” la libertad de expresión y manifestación cultural y sobre los espacios que los discrepantes, frente al oficialismo, “tenìan” para ejercer sus derechos y en especial de la “exquisita” conducta oficial frente a las ideas y la cultura. Se publica ahora con el título original, aunque se podría hacerlo como represión a la cultura y opinión.
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              Aquel funcionario que por exceso de ocupaciones  no había,  desde  tiempo  atrás, visto el  almanaque  ni  leído  los periódicos,   convocó   a  los  periodistas  para   explicar   su prohibición  de  la exposición de libros  que  los  organizadores pensaban montar en la galería de arte.
              ­ “Ellos –para èl se trataba sòlo de una camada de comunistas- creen que lo van a coger a uno de pandorga”; dijo de entrada. Y habló con orgullo, inflando el pecho, con  voz de barítono y levantando la cabeza por encima de los  periodistas y  de  todos los que allí estaban  congregados;  iba  pulcramente vestido,  lucía  un bigotillo amarillo, finamente  recortado,  una raya bien marcada en la parte derecha de la cabeza que le dividía la cabellera en dos y como sí también las ideas.
              - “A uno le ponen aquí para defender la democracia y nuestra propia identidad”, afirmó.
              Tomó aliento, puso los pantalones en su sitio,  que con el agite se le corrieron discretamente y volvió a hablar.

              - “¡Ya basta de tanta basura y agresiones a  nuestros patrones  culturales¡ Pongamos un parao al  terrorismo  y  la pornografía!”
                 Lo   dijo con estridencia  y  levantó  las  manos dejando  ver el ejemplar de Selecciones del Reader's  Digest  que sostenía en la derecha.
              ­ “Yo  no  autorizo”, mitineó  el  funcionario,  “esa exposición de libros porque ella además persigue fines de lucro.” Y dejó  caer  las  palabras lentamente como  dictándolas  a  los periodistas.
              -“No puedo permitir que se negocie en esta galería; que  se obtengan cuantiosos beneficios a cambio de nada. O  mejor dicho, a cambio de promover el terrorismo.”
              Volvió a tomar aliento, tanto que muchos de los que estaban  a  su alrededor se desmayaron de ahogo y agregó  con  la misma  furia que le endilgan a Júpiter: “está es una galería  de arte y ¬ sólo eso ¬ arte, se puede mostrar aquí!".
              Gritó más,  gesticuló tan fuerte  que  la  revista Selecciones  Reader's  Digest que portaba esparció el arte  y  lo dejó correr  entre  las ráfagas de brisa  que  brotaban  de  los pulmones  del celoso funcionario y un halo "refrescante” invadió la galería.
              Después  de  rociarnos de cultura  se tranquilizó, escrutó  un  poco  su memoria, mientras miraba a  todos  lados  y  luego añadió con mansedumbre:
              -“ No  puedo permitir, como responsable  y  honesto funcionario  del Estado y hombre de confianza de quienes aquí  me pusieron, que en la galería entren oscuros y nefastos  personajes como  Brecht, William Shakespeare, ese mulato  ordinario llamado Nicolás   Guillén;  otro  tan  vulgar  que  de  malandro,   hasta sobrenombre tiene, Juan Ruiz, "Arcipreste de Hita”;  uno  llamado Quevedo, sin duda autor de todos los cuentos colorados que  echan en los velorios; y otro que, como los demás, no lo conocen ni  en su  casa,  Alejo  Carpentier.  Sólo uno me suena,  y  sé  que  es comunista, el Miguel Otero Silva; y están  un tal Denzil  Romero, Miguel  Acosta  Saignes  y la última,  un  furibundo  extremista, fusilado  por eso en una democracia, el mentado  Federico García Lorca.
              -“Y  también señores, el extremo del mal  gusto ­ ahora hablaba sin freno ­ un folleto para que los niños  aprendan a  reparar  útiles deportivos; un atentado,  un acto  terrorista imperdonable contra nuestras exquisitas costumbres consumistas.”
              Y casi ahogándose, al borde del desmayo, hizo una pausa.
              -“¡Mí......!”,  expresó  luego  el   funcionario, mientras  se pelaba el ojo derecho con el dedo índice de la  mano del mismo lado.
              ­ “Por aquí!”, agregó con sorna, mientras con el puño cerrado  y el antebrazo en posición  horizontal,  movía  el brazo derecho hacia atrás.
              Cuando paró de hablar, de uno de los libros que  en cajas portaban los solicitantes del "Centro Venezolano Cubano  de la  Amistad", se salió un pensamiento cómico, a veces generoso  y comprensivo.  El pensamiento, que se hizo palabra en uno  de  los personajes  miseria de Berthold Brech en la "Opera de  los  tres centavos", dice "lo primero es el comer la moral viene después".
              Cuando  el burócrata buscó los aplausos, las señas de  asentimiento, se descubrió sólo con su Reader's Digest. Lo cubrió una  campana  y  el vacío absoluto. De  muy  lejos llegaron los reproches  no  esperados,  porque "bueno  es culantro,  pero no tanto".
                Columna : Ayer y Hoy
                Diario de Oriente


                Barcelona, 11-05-86.

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