domingo, 9 de agosto de 2015
LECUONA
Lecuona
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
8 de Agosto del 2015
22:00:06 CDT
Una negra vieja, mitad hechicera, mitad pitonisa, se detuvo ante
el
niño que dormía en su cuna envuelto en tules y luego de bendecirlo
dejó oír
una rara profecía. «Es un genio», afirmó. Había nacido cuatro
o cinco días
antes y con sus 12 libras de peso había sido un
acontecimiento en la barriada.
Su padre, el periodista canario Ernesto
Lecuona Ramos, director del periódico
El Comercio, buscó acomodo en la
acogedora villa de Guanabacoa, entonces de
aires límpidos y aguas
cristalinas, a fin de que su esposa Elisa Casado Bernal,
ya delicada
de salud, pariese a su hijo número 12. Se llamaría Ernesto Sixto de
la
Asunción y sería, aseguran especialistas, el más universal de
los
compositores latinoamericanos.
Nació el 6 de agosto de 1895. No había
cumplido aún los seis años de
edad cuando la revista habanera El Fígaro ponía
de relieve su mirada
viva y penetrante y su aguda inteligencia, y resaltaba
asimismo su
seguridad en el piano, así como la finura y buen gusto de
sus
ejecuciones. Aquello, sin embargo, no pasaba de ser cosa de
muchacho.
Sería su hermana Ernestina, 14 años mayor que Ernesto, quien en
1903
le puso las manos en el piano «con un sentido de disciplina, al margen
de
la improvisación». Matricula al año siguiente en el conservatorio
Peyrellade, y
en 1908 publica su primera obra musical. Fuera ya del
conservatorio, Joaquín
Nin, que lo tomó como discípulo durante ocho
meses, antes de volver a París le
aconsejó que no recibiese clases de
nadie más que de Hubert de Blanck. El
ilustre pedagogo lo aceptó en el
sexto año de piano del plan de estudios que
regía en su conservatorio,
lo que demuestra el adelanto alcanzado por Ernesto
Lecuona en el poco
tiempo que llevaba como alumno.
Su padre había muerto en
1902, durante un viaje a Canarias. La madre
necesita de cuidados especiales y
el joven pianista, para ayudar a los
suyos, empieza a conocer algunas facetas
feas de la vida. Tiene 12
años y comienza a trabajar. El cine era todavía
silente y se
necesitaba de pianistas que animasen las proyecciones. En el
cine
Fedora, en Belascoaín y San Miguel, devenga tres pesos españoles
diarios
por esa tarea (no hay aún moneda nacional) y pese a su edad
dirige también la
orquesta. Trabajó luego en otras salas
cinematográficas, y en el teatro Regio,
de la plaza de Albear, fue el
pianista acompañante de la tonadillera Amalia
Molina. Es por entonces
que una primera gira artística lo lleva por ciudades de
La Habana y
Matanzas como parte de una compañía en la que figuran la
tonadillera
Mimí Ginés, un dúo de cantantes italianos, y Teresky,
el
transformista, que era como se llamaba entonces a los travestis.
El maestro
Hubert de Blanck piensa que su discípulo malgasta su
talento. Conversa con la
madre de Lecuona. Tiene ante sí una sólida
carrera pianística y urge sacarlo de
actividades triviales que podrán
ayudar a vivir a la familia, pero que no
conducen al músico a ninguna
parte. Elisa Casado comprende la situación y
acepta la sugerencia a
costa de grandes sacrificios.
Muchos años después, ya
en el apogeo de su gloria, Lecuona recordaba
emocionado la fe de su madre e
insistía en afirmar que lo que era se
lo debía a ella.
La
comparsa
Ciertamente no malgastaba del todo su talento el joven artista.
En
1912 ingresa en la compañía de Arquímedes Pous. Ese es también el año
de La
comparsa, una de sus melodías más conocidas, y que al decir del
musicólogo
Jesús Gómez Cairo resulta reveladora del genio de su autor,
de su condición de
compositor nato. Poco después, con presentaciones
exitosas en Estados Unidos se
inicia su carrera internacional, y en
1918, junto con el compositor José Mauri,
funda el Instituto Musical
de La Habana.
Lo atrae el teatro lírico, y la
revista, el sainete y la zarzuela
tienen en él un inspirado cultivador. Domingo
de piñata, estrenada en
el teatro Martí en 1919, marca un hito en la historia
de ese coliseo
al alcanzar cerca de 200 representaciones. En 1922, junto a
Gonzalo
Roig, Virgilio Diago, Pérez Sentenat y otros maestros, funda
la
Orquesta Sinfónica de La Habana, y el propio Lecuona, como pianista,
y
Roig, como director, están en su programa inaugural el 29 de octubre
de ese año
para interpretar el Concierto número 2 en sol menor opus 32
para piano y
orquesta del compositor francés Camilo Saint-Saëns. En
1923 Lecuona organiza y
dirige, en los teatros Payret y Nacional, los
Conciertos Típicos Cubanos que
presentaron obras de autores
contemporáneos y en los que actuaron, entre otros,
René Cabel, Rita
Montaner, Carmen Burguette, María Fantoli, Tomasita Núñez,
Hortensia
Coalla y Luisa María Morales.
Digna de tenerse en cuenta es la
relación de trabajo que mantuvo el
compositor con Gustavo Sánchez Galarraga, un
poeta hoy execrado y que
habrá que releer —o leer porque el escribidor sospecha
que está
condenado sin haber sido leído. Mucho trabajaron juntos
ambos
creadores. Diría Lecuona: «Gustavo y yo éramos el complemento,
la
síntesis, el resumen del entusiasmo. Ello nos dio la oportunidad
de
identificarnos íntimamente. Empezamos componiendo canciones,
después
emprendimos nuestra labor mejor: la zarzuela».
Trabajó asimismo el
maestro con otros libretistas. Niña Rita o La
Habana de 1830, tiene libreto de
Castells y Riancho y la música es
también de Eliseo Grenet. Se estrenó en 1927,
en el teatro Regina
—actual Casa de la Música, de Centro Habana— y en ella
debutó Rita
Montaner en el papel del negrito calesero. Una obra memorable,
entre
otras razones, porque en ella Rita interpretó ¡Ay, mamá Inés!,
de
Grenet, y Canto Siboney, de Lecuona; éxitos perdurables si los hay.
De
Sánchez Galarraga es el libreto de Lola Cruz, estrenada en 1935 en
el
teatro Auditórium, después Amadeo Roldán, zarzuela con la que Esther
Borja
debuta en el ámbito teatral.
Viaja intensamente el maestro. En 1923 está en
Nueva York y en Puerto
Rico, en 1924, en España como pianista acompañante de la
destacada
violinista Martha de la Torre. En 1928 creadores del calibre de
Edgar
Varése, Alejo Carpentier, Maurice Ravel y Joaquín Turina lo aplauden
en
sus presentaciones en las salas Pleyel y Gaveau, de París. Panamá y
Costa Rica
lo acogen en 1930, y al año siguiente viaja a México. En
Hollywood, contratado
por la Metro Goldwyn Mayer participa, con la
orquesta de Hermanos Palau, en la
musicalización de la película El
manisero. Y en un teatro de esa ciudad
interpreta, con la presencia
del autor, Rapsodia en azul, del compositor
norteamericano George
Gershwin.
En 1932 vuelve a España y está de nuevo en
México en el 34. En el 36
hace su primera visita a Argentina con Ernestina
Lecuona, Esther Borja
y Bola de Nieve; visita que repetirá en 1937 y 1938,
cuando, junto a
Esther y Bola, participa en la filmación de Adiós, Buenos
Aires. En
ese mismo año actúa en Perú y Chile para volver a la Argentina
en
1940.
El 10 de octubre de 1943 estrena su Rapsodia negra en el
Carnegie
Hall, de Nueva York. Ya en la década del 50 un largo periplo lo
lleva
a Marruecos, Madeira y Madrid. En 1958 vuelve a España. El 23 de
enero
de 1959 regresa a Cuba.
La Nostalgia
Fue muy intensa su vida. Compone
cientos de bellísimos números que
comprenden toda la amplísima gama de la
música popular cubana.
Descubre, pule y lanza toda una cantera de cantantes.
Sus relaciones
con numerosos artistas extranjeros posibilitan que traiga a Cuba
a no
pocas estrellas rutilantes. Pese a su carácter tímido e introvertido
sabe
ser un empresario cuando tiene que serlo y el compositor
exquisito no es remiso
a supervisar el vestuario y la escenografía de
un espectáculo con tal de
mantener vivo el teatro lírico cubano para
el que produce, aparte de las ya
mencionadas, zarzuelas igualmente
inolvidables como El cafetal (1928), María la
O (1930) y Rosa la China
(1932).
«Sigue su vida, sin tregua ni reposo,
componiendo, luchando por los
derechos de los compositores cubanos, produciendo
buenos programas
para el teatro, grabando su música», escribe el musicógrafo
Cristóbal
Díaz Ayala.
Tras la huida de Batista, se siente en la Isla animoso y
emprendedor,
dice su biógrafo Orlando Martínez. Los días 23, 27 y 30 de mayo
de
1959 organiza tres conciertos en el Auditórium. Sería su último
contacto
con el público cubano. Se le acusa de mal manejo de fondos en
la Sociedad de
Autores y de complicidad con la dictadura batistiana,
pero sale ileso de ambos
cargos. Hay el proyecto fallido de llevar al
cine su vida con el título de
Malagueña, y el maestro viaja a Estados
Unidos para gestionar el abaratamiento
de los derechos musicales.
Regresa a la Isla y vuelve a partir el 6 de enero de
1960. Aduce que
debe cobrar derechos de autor y pide al Banco Nacional que se
le
permita extraer 150 dólares de su cuenta bancaria y otros 300 para
las
personas que lo acompañarán. Sale de La Habana el 6 de enero de 1960.
No
regresará nunca más.
Desde Tampa escribe a sus amigos que quedaron en Cuba.
Está amargado,
lo mata la nostalgia, necesita el contacto con su tierra. No
escribe y
ha perdido sus aristas para la empresa. Enferma de cuidado.
Tras
ingentes esfuerzos su amiga, la soprano Luisa María Morales,
logra
contactarlo por teléfono desde La Habana. El maestro está en cámara
de
oxígeno, pero habla con la amiga inolvidable. Le pide que no divulgue
su
estado de salud.
Es el mes de mayo de 1963. Mejora su estado físico y en
septiembre,
aconsejado por su médico, se traslada a España. Quiere visitar
Santa
Cruz de Tenerife, donde nació y murió su padre. En Málaga le
obsequian
una bella casa en reconocimiento a su inmortal Malagueña y lo
declaran
Hijo Adoptivo. Dona a una iglesia una imagen de bulto de la
Caridad
del Cobre ante la que hace decir misa por las víctimas del
ciclón
Flora. En Barcelona vuelve a enfermar de gravedad. Se le recomienda
que
vuelva a Tenerife y hace el viaje con sonda nasal. El capitán de
la nave teme
que muera a bordo y le ordena que desembarque en Cádiz.
Pero al fin puede
seguir viaje.
En el lujoso hotel Mencey, de Santa Cruz, las cosas parecen
mejorar.
Bromea el maestro con sus acompañantes, pero todo no es más que
una
ilusión. Fallece en la medianoche del 29 de noviembre de 1963. La
causa
inicial de su muerte fue una bronconeumonía; la directa, una
asistolia por
fibrilación ventricular.
El 3 de diciembre, ante el cadáver, se le ofreció una
misa de corpus
insepultus en la iglesia del cementerio de Santa Lastenia, en
Santa
Cruz. Después el cadáver fue trasladado a Madrid. Allí se le cantó
una
misa imponente organizada por la Sociedad de Autores de España.
Doce
sacerdotes oficiaron ante 48 candelabros. Actuó la Orquesta Sinfónica
de
Madrid con un coro de 200 voces. La bandera cubana cubría el
féretro.
Esa
misma noche el cuerpo de Lecuona embalsamado con una técnica que
garantizaba su
eficacia durante 35 años como mínimo, salió en avión
con destino a Nueva York.
El 13 de diciembre lo inhumaron en el
cementerio de Westchester de esa
ciudad.
Sobre su creación escribió el musicógrafo Cristóbal Díaz
Ayala:
«Lecuona fue el paradigma de la fusión de las vertientes españolas
y
africanas de la música cubana. Nadie mejor que él supo fundir
ambos
elementos sin perder la autenticidad de las fuentes originales,
pero
creando un producto nuevo y distinto: música cubana».
Fuentes: Textos de
Radamés Giro, Orlando Martínez, Ramón Fajardo y
Cristóbal Díaz
Ayala.
--
Ciro Bianchi
Ross
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