lunes, 20 de julio de 2015
¿EL SOCIALISMO ES UNA OBRA DE CARIDAD O UNA RESPUESTA RACIONAL Y CIENTÍFICA?
ELIGIO DAMAS
La acepción más conocida de la palabra caridad está relacionada con la limosna. Y esta palabra está asociada al dar, regalar. Quien regala, hasta lo que no es de él, como muchas corporaciones que “regalan” lo que en caso contrario deberían pagar como impuesto al Estado, admítase o no, espera ser redimido y hasta premiado. Por ejemplo, corporaciones como esas que he mencionado, ganan indulgencias con escapulario ajeno, pues el grueso de la gente ignora el proceder de los recursos que invierten en esos generosos gestos de altruismo. Tanto que logran posicionar la idea que lo que gastan en actos deportivos y hasta construyendo instalaciones sale de la renta de los socios de ellas. Ese es emblemático caso de empresas Polar, que sin duda ha llegado a engañar a mucha gente del pueblo y puesto a su servicio a muchos para difundir la falsa idea que ella es altruista. Pero sí, también hay quienes invierten o gastan de lo suyo en actos caritativos, sin que por eso esperen premio material a cambio, sino algo más bien sublime.
El Papa Francisco más que nadie de los llegados antes que él a tan alta investidura, por algo tomó el nombre de aquel franciscano abnegado, ha asumido la obligación y hasta cruzada de luchar por los pobres, pero desde un punto de vista más racional y atendiendo a los reclamos de la correspondencia entre el hombre y su espacio. El Papa, este argentino de ahora, ha asociado su lucha, la de Francisco de Asís, de la Edad Media, a la defensa del planeta y la protección de los más débiles. Esa percepción, conduce inevitablemente a promover formas de producción y relaciones entre los hombres totalmente distintas a las que ahora prevalecen en el mundo. No se trata de dar, sino de crear un sistema donde los trabajadores y los hombres todos no queden al margen del proceso y contribuyan a generar la riqueza de la cual en justicia resultarían beneficiados.
Francisco en su reciente encíclica, manifestaciones anteriores y ahora mismo en su peregrinar por América Latina, ha puesto de manifiesto el enriquecimiento desmedido como creadora de pobreza y ambas circunstancias las relaciona con el equilibrio social y ecológico.
Por ese pensamiento nuevo de la mayor autoridad de iglesia católica, aunque no ajeno al catolicismo y cristianismo todo, mucha gente sensible e inteligente, sin dejar de ser caritativa, ha llegado a posiciones cercanas al socialismo postulado por la escuela marxista o, para decirlo más equitativamente, ambas percepciones se vienen acercando y tienden a estrecharse. La teología de la liberación ha estada involucrada en este acercamiento y el novedoso cristianismo latinoamericano, desde Puebla, ha jugado un rol destacado en esta tendencia que ahora es de gran impacto en el mundo.
No obstante, entre muchos quienes se definen marxistas, el discurso muchas veces pareciera no corresponderse con la interpretación inherente que el propio Marx dio al conflicto de clases en las sociedades de predominio de la propiedad privada sobre los medios de producción en la era industrial y la apropiación desequilibrada de unos pocos de los beneficios del trabajo. Aquellos parecieran tener más bien una percepción y práctica discursiva similar a las de los cristianos primitivos. Mientras para los marxistas diferentes a estos, la reorganización de la sociedad pasa por cambiar las relaciones de producción, establecer una causa común entre los productores y el resto de la sociedad, reducir al máximo la conflictividad derivada de la distribución capitalista o desequilibrada de los beneficios del trabajo, crear bases sólidas y materiales para el surgimiento de una solidaridad verdadera, aumentar la producción al máximo para poder satisfacer las necesidades de todos, no con dinero sino con trabajo productivo, lo que implica aprovechar todo el potencial productivo que significa el hombre mismo, para darle “a cada quien de acuerdo a sus necesidades”, y acabar con las causas que originan la violencia y uso irracional de los recursos del planeta, ellos piensan y actúan como que el socialismo consiste en repartir lo que se tenga a mano y sin que quien recibe no se sienta obligado a contribuir a crear lo que haya de distribuirse. Pareciera que estuvieran más cerca de la idea de la dádiva improductiva que sería “hambre para mañana”. Ni siquiera estarían cerca de Confucio, visto éste a partir de aquella frase: “No le des a un hombre un pescado, enséñale a pescar”.
Esta manera de concebir el reparto de los beneficios pareciera estar y está asociada a la renta derivada de un recurso como el petróleo el cual permanece allí depositado y sólo se requiere extraerlo y, donde en el acto mismo de extraerlo, solo se necesita un limitado número de trabajadores, mucha tecnología y con el agravante que es un recurso no renovable y contaminante. La actividad no es propicia ni para que se inserten todos ni tampoco, en las circunstancias del mundo y mercado actual, allí están los hechos; esa sola renta, por muy grande que llegare a ser, no da para todos. Eso sí, pudo y puede ser una palanca vigorosa para iniciar un proceso de cambio y siembra de gran magnitud y trascendencia.
A través de mí ya larga vida, he conocido muchos “socialistas”, que tuvieron, tenían y tienen esa idea dadivosa del socialismo, lo que no les diferenciaba de aquellos que se definían socialdemócratas y a quienes se les acusaba otrora de populistas. Lamentablemente, también a muchos de ellos, les he visto cambiar de rumbo, precisamente porque esa actitud definía una deficiente formación y una débil inserción en el ritmo y forma del movimiento total; dicho de otra manera, su percepción o idea de la sociedad y su rumbo, no tenía sentido dialéctica ni histórico. Era como un estado puramente sentimental que puede romperse o disociarse frente a cualquier calamidad o coyuntura “exigente”.
América Latina, dice Rafael Correa, siendo uno de los espacios donde más abundan recursos, es el que suma mayor desigualdad. Se generó por largos años, desde la llegada europea misma una enorme deuda social que comenzó a inscribirse en los libros por las agresiones, “expropiaciones” y sometimiento a estados casi de esclavitud a la población originaria. Continuó con la introducción de la forma de producción esclavista, mediante el comercio de esclavos establecido entre los jefes africanos y los navegantes portugueses que llegaban a América con su triste mercancía que finalmente aquí compraban españoles, también portugueses y al norte los colonos ingleses. Por supuesto, en esta oscura negociación en América, sobre todo en el área del Caribe, holandeses y franceses también estuvieron en el oscuro festín.
El capitalismo en Venezuela, pese a la cuantiosa renta petrolera, que por disposición constitucional pertenece a todos los venezolanos, estableció el modelo que conocemos, rentístico y como tal importador, se tradujo en mayor acumulación de miseria y desigualdad y aumento de la deuda social. Las ciudades de Venezuela todas, se convirtieron en espacios urbanísticos rodeados de cordones de miseria y cercas de ranchos en número elevadísimo que de paso cada día se multiplicaban.
Había que pagar esa deuda y hay que pagarla. El capitalismo no puede ser el camino para hacerlo. Pues su lógica no es repartir el beneficio entre la gente, ni lo es tampoco aumentar el empleo y hacer del salario una fuente sólida para la satisfacción de las necesidades de la clase trabajadora. La lógica del capitalismo es la ganancia, hacer que ella sea cada día mayor y eso implica aumentar hasta los mayores niveles posibles la explotación, disminuir proporcionalmente el empleo para hacer el capital más rentable y para eso está la tecnología. Pero aún hace falta, por encima de las regulaciones del Estado al cual hasta se puede someter y controlar – para que haya menos presencia estatal – que la participación de los trabajadores en el beneficio a través del salario sea cada vez menor; para eso, de conformidad con la ley de la oferta y demanda – una de las benditas del mercado – es necesario aumentar los ejércitos de desocupados en torno a las ciudades con sus ranchos y demás calamidades para que la competencia por los pocos puestos de trabajo devalúe la fuerza de trabajo. En América latina capitalismo es sinónimo de rancho y enormes masas de desocupados que transitan y agonizan en las ciudades. En el caso de Venezuela, ha significado abandonar el campo, dejar la tierra fértil en abundancia en el abandono e inutilidad.
El capitalismo en Venezuela ha significado la instalación de unas pocas industrias de ensamblaje, reproductoras del sistema industrial foráneo, de importación de todo cuanto ellas demandan para terminar haciendo el producto que pondrán a la venta y para ello usar el ingreso en divisas que genera el petróleo. El capitalismo venezolano significa que unos pocos compran cuanta porquería produzcan y vendan fuera para venderlos a los consumidores voraces que ellos y sus medios crean. El capitalismo venezolano no es sino la caricatura de unos vendedores de quincalla a una multitud previamente condicionada. Un capitalismo que nada crea, no genera suficientes puestos de trabajo en relación con la enorme masa monetaria que moviliza y genera beneficios impensables y hasta no cuantificables a una pequeña élite. Mientras tanto, la deuda social se ha acumulado y depositado sobre los hombros del Estado.
Supone uno, porque estas cosas no se deciden de la noche a la mañana, ni como resultado de un “toque de inspiración”, que por un largo período de reflexión, largas consultas y discusiones, el grupo en el poder, tomando en cuenta lo que es debido, decide declarar que su meta es construir una sociedad socialista. Supone uno también, dentro de concepción marxista, que todo lo que eso envuelve implica una forma de pagar la deuda social acumulada. Piensa uno que pudiera haber otra forma, no la creo apropiada, pero la hay, tanto que se ha intentado utilizarla. Esta forma es valiéndose de los ingresos, que en el caso venezolano produce la renta petrolera, comenzar a “invertir” masivamente para satisfacer las carencias de la enorme masa de venezolano que han vivido al margen del festín. No hay duda que es esta una manera como muy “cristiana”, al estilo anterior a Francisco, generosa, hermosa pero con un dejo de inocencia. Por supuesto, sería mezquino negarle su enorme contenido de buena fe y belleza interior de quienes así piensan.
Pero pareciera obvio que entre esta forma de pagar la deuda, repartiendo el ingreso tal como vaya entrando y la construcción del socialismo, que como antes dijimos es otra forma de pagarla y que de paso envuelve a la humanidad toda por el rasgo ecuménico que implica, el ejemplo que arroja, el entusiasmo que despierta, la ruta que construye, hay una o mejor muchas contradicciones. Toda sociedad socialista que nace o pudiera nacer está obligada a arrastrar otras, no por el deseo que nos imiten o nos acompañen a la fiesta, sino porque el socialismo requiere expandirse para poder subsistir. Una sola sociedad socialista frente a un mundo todo capitalista no es más que una isla indefensa y rodeada de agua y tiburones hambrientos por todos lados.
Si el granjero se propone producir huevos y pollos para satisfacer la demanda alimentaria de un espacio territorio y humano determinado – eso fue lo que anunció, para eso recibió un crédito que debe pagar– sería un contrasentido que cada huevo que encuentre en el gallinero se lo coma e incluso proceda a comerse las gallinas, solo o acompañado.
Pagar la deuda acumulada pasa por garantizarle al individuo, ese que forma parte de la multitud, un empleo estable; eso significa incorporarlo al proceso productivo; volverlo un trabajador y por esa vía satisfacer sus necesidades y contribuir a satisfacer las de los otros.
Esa fuerza de trabajo y la inversión social, de los recursos pertenecientes al cuerpo social, en este caso provenientes de la renta petrolera, son las dos fundamentales palancas para construir el socialismo; de manera que los recursos materiales, que nunca son muchos, no pueden dedicarse en gran medida a otra tarea que no sea crear las bases estructurales de la nueva sociedad. Por supuesto, tampoco estamos diciendo que en una sociedad como la nuestra, que además constitucionalmente y en ello estuvieron acertados los constituyentistas, están previstas distintas relaciones de producción, podamos y pretendamos sustituir de un solo porrazo y a corto o mediano plazo, las relaciones capitalistas. Pero sí, como también lo establece la carta magna, la introducción de relaciones nuevas y justas que conduzcan, cuando ello sea posible, a un cambio deseable. Podría buscarse un equilibrio que permita trabajar en función de lo estratégico y abonar algo a la deuda social pero no “escorarse”, como dicen los navegantes, porque eso puede conducir al naufragio. Como tampoco es rentable desaprovechar esa riqueza que representa una enorme fuerza de trabajo ociosa o dedicada a tareas improductivas socialmente consideradas.
Pero la construcción del socialismo supone que, al mismo ritmo que marcha la formación y práctica de nuevas relaciones, se vaya produciendo un cambio de mentalidad y actitud de los ciudadanos envueltos en esa tarea y dentro de esa sociedad. Es una pérdida de tiempo esperar o trabajar para “cambiar a los hombres antes de tiempo”, dentro de una sociedad, la capitalista, que no le presta espejo, para luego empezar con ellos la tarea de cambiar la sociedad. Cuando alguien, incluyendo a Chávez a quien le oí hablar de esto en un video puesto en “Con el Mazo Dando”, se refiere a que la primera tarea para construir el socialismo es la de cambiar “primero nosotros”, se está refiriendo a la vanguardia, porque eso si es posible y además indispensable. Porque como dijo alguien, la revolución o el socialismo es una tarea inherente y que sólo pueden conducir los revolucionarios y socialistas. Eso es verdad. Si la vanguardia no tiene ni siquiera medianamente claro qué quiere, busca, cuáles son sus objetivos, no hará o abrirá el camino pertinente. Pero otra cosa es el pueblo todo.
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Publicado por Eligio Damas para BLOG DE ELIGIO DAMAS el 7/19/2015 12:01:00 p. m.
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