lunes, 25 de mayo de 2015
ALIMENTANDO LA HUELLA ITALIANA EN CUBA DEL COMPANERO CIRO BIANCHI
Ilustre amigo Ciro,
A proposito de tu ilustrativo y ameno articulo sobre la huella italiana en Cuba, viene a mi recuerdo un descendiente de la peninsula, Segundo Curti Messina, a quien tuve la satisfaccion de conocer y tratar, pues fue gran amigo de mi padre.
Curti pertenecio a la generacion del 30. Como integrante del Directorio Estudiantil Universitario ( DEU) se enfrento a la dictadura de Machado. Combatio el "continuismo" Batistiano que se extendio durante la decada del 30, sufriendo persecucion, prision y exilio. Participo en la fundacion del Partido Revolucionario Cubano Autentico, en febrero de 1934. En 1935 fue acusado de organizar el asalto a la Alcaldia de la Habana, accion destinada a recaudar fondos para la insurreccion, realizada por la Organizacion Autentica ( O/A), grupo dirigido por Carlos Prio y Tony Varona, entre otros, que fungia como rama insurreccional del partido. Durante los gobiernos autenticos ocupo diversas carteras, entre ellas, la de Defensa, y fue electo al Congreso de la Republica en mas de una ocasion. Tras el golpe de estado de Fulgencio Batista, el 10 de marzo de 1952, se incorporo de nuevo a la lucha insurreccional. Permanecio en Cuba luego del triunfo de la revolucion en 1959. Murio en su domicilio, sito en calle 70 y 5ta-B, en el municipio Playa, Habana, en la decada del 90.
Un Abrazo. Pablo LLabre Raurell.
On Sunday, May 24, 2015 12:09 AM, Ciro Bianchi Ross wrote:
La huella italiana
Ciro Bianchi Ross * digital@juventudrebelde.cu
23 de Mayo del 2015 19:22:26 CDT
La huella italiana es bien visible en Cuba. Cristóbal Colón, genovés,
abrió, hace más de cinco siglos, un camino por el que transitaron
cantantes, plásticos, escritores, políticos, hombres de negocio,
constructores... Gente, en fin, de todas las pintas, desde el cabecilla
mafioso Lucky Luciano hasta Antonio Meucci, que inventó el teléfono en
La Habana y murió loco y en la mayor miseria sin alcanzar a ver cómo
la Corte Suprema norteamericana reconocía la primacía de su invento
sobre el de Alexander Graham Bell.
Mucho debe la defensa de La Habana colonial al ingeniero romano Juan
Bautista Antonelli, constructor de los castillos del Morro y de la
Punta. En realidad fueron ocho los Antonelli que trabajaron en obras
defensivas en la Isla, tanto en La Habana como en Santiago. Enrico
Caruso se presentó en 1920 en escenarios cubanos, pero más de un siglo
antes, en 1834, actuó aquí la primera compañía de ópera italiana. En
1863, Daniel Dall' Aglio edificó, en la ciudad de Matanzas, el teatro
Sauto, una de las joyas de la arquitectura cubana; una obra que, al
decir de especialistas, <>.
Fernando Ortiz, considerado el tercer descubridor de Cuba, tuvo en el
médico y criminalista Cesare Lombroso una de sus primeras influencias.
Umberto Veronessi pasó por la Isla en 1978, en el momento en que se le
reconocía como la cima de la cancerología mundial. En 1521, el
veneciano Juan Verrazano abría en América el capítulo de la piratería.
Escultores
Es un italiano, Aldo Gamba, el artista de La fuente de las musas,
llamada también Danza de las horas, emplazada a la entrada del famoso
cabaret Tropicana y que devino símbolo de la noche habanera. Gamba
esculpió esa pieza mientras guardaba prisión en el Castillo del
Príncipe: había baleado a su amante.
Era la época en que no pocos escultores italianos se movían a sus
anchas en un país que se abría a la vida republicana e insistía en
perpetuar su historia. Surgían así los monumentos a algunos de los
grandes próceres cubanos como el del mayor general Antonio Maceo, que
acometió Doménico Boni en 1916 en el Malecón habanero, y el del
generalísimo Máximo Gómez (1935) del ya aludido Aldo Gamba, en la
Avenida del Puerto. Ninguno tan fastuoso, sin embargo, como el del
mayor general José Miguel Gómez, ejecutado, en 1936, en la Avenida de
los Presidentes, por Giovanni Nicolini, autor asimismo de otras
relevantes obras escultóricas en la capital cubana, como el monumento
a Miguel de Cervantes (1908) en el parque de San Juan de Dios, en La
Habana Vieja.
Imposible eludir en este recuento los grupos escultóricos que rematan
la escalinata del Capitolio de La Habana. Son obras del italiano
Angelo Zanelli, autor del Altar de la Patria, que en Roma forma parte
del monumento al rey Víctor Manuel. También de ese escultor es la
Estatua de la República que se destaca en el imponente Salón de los
Pasos Perdidos, exactamente debajo de la cúpula del edificio. Su peso
es de 30 toneladas y se eleva a una altura total de 14,6 metros. La
República, en ella, está representada por una mujer joven que aparece
de pie y lleva casco, lanza y escudo. La túnica que la cubre se
estiliza en el sentido arcaizante, acentuando el ritmo vertical de los
volúmenes y dando a la figura la calidad que requiere su talla
monumental.
Giuseppe Gaggini, con su bellísima Fuente de los leones (1836) es el
artista que inicia el catálogo de la escultura italiana en Cuba. Del
mismo autor es La fuente de la india o de La noble Habana (1837); y de
Ugo Luisi la estatua de Neptuno (1838). Es de un artista italiano no
precisado la columna (1847) que embellece la Alameda de Paula, el
primer paseo con que contó la capital de la Isla, y de otro italiano,
Cucchini, la imagen de bulto de Colón, en el Museo de la Ciudad. De
Pietro Corto es el monumento funerario del obispo Serrano (1878) en la
Catedral habanera.
Mantua
Si el trazo italiano en Cuba es, como ya se dijo, apreciable, no puede
hablarse de una emigración numerosa; vinieron a la Isla menos
italianos de los que fueron a otros países de América, y siempre lo
hicieron al llamado de las autoridades coloniales españolas
interesadas en el blanqueamiento de la población. Con todo, fueron
marineros genoveses y venecianos sobrevivientes de un naufragio en la
costa norte de la actual provincia de Pinar del Río los que fundaron
en la zona una ciudad a la que dieron el nombre de Mantua, como la de
la Lombardía italiana.
Notable fue la contribución de los italianos al Ejército Libertador.
Solo en abril de 1898, se incorporaron a la Guerra de Independencia 75
voluntarios. Ya antes, en la contienda iniciada en 1868 Juan Bautista
Spotorno, un descendiente de italianos nacido en la ciudad de
Trinidad, ocupó la presidencia de la Cámara de Representantes y la
presidencia de la República en Armas.
Coronel, como Spotorno, fue Orestes Ferrara y Marino. Abogado
brillante, asesor de los hermanos Hernand y Sosthenes Behn en la
fundación del monopolio telefónico de la ITT, Ferrara alcanzó en la
República el cargo más alto al que podía aspirar, por elección, un
extranjero nacionalizado, la presidencia de la Cámara. Vinculado al
dictador Machado, fue embajador en Washington y canciller, y huyó a la
caída de la dictadura para eludir la justicia popular. Fue, por
elección, miembro de la Convención Constituyente de 1940 y, durante
muchos años, embajador ante la Unesco. El Gobierno Revolucionario lo
cesanteó en 1959. La casa que se hizo construir, y que lleva el nombre
de La dulce dimora, es una mansión florentina con todas las de la ley
en las inmediaciones de la Universidad de La Habana.
En 1884 italianos asentados en la capital crearon una sociedad de
socorros mutuos. Años después surgía la Sociedad de Beneficencia. En
1931 radicaban en la Isla algo más de 1 100 italianos con pasaporte y
sumaban unos diez mil los descendientes. Es en los años 30 que surge,
en Prado y Trocadero, el Círculo de la Cultura Italiana. Cerca de
allí, en Prado 44 y sin que nada tuviera que ver con el Círculo,
funcionó, a partir de 1937, la escuela Rosa Maltoni Mussolini,
patrocinada por italianos fascistas residentes en La Habana, en
especial por Camillo Ruspoli, príncipe de Candriano. Dicha escuela,
que se trasladó a la playa de Jaimanitas, en el oeste de la ciudad,
estuvo a cargo de la congregación de las Hijas de Don Bosco o Hermanas
Salesianas, que impartían las clases en idioma italiano. Fue
clausurada con la entrada de Cuba en la II Guerra Mundial, cuando La
Habana rompió relaciones con los países del eje Roma-Berlín-Tokio y
Candriano fue a dar a la cárcel.
Al finalizar la contienda, la delegación cubana a la Conferencia de
Paz (París, 1946) anunció el propósito del Gobierno del presidente
Grau San Martín de renunciar a toda reclamación de guerra como medio
de renovar las relaciones cubanas con Italia, en atención a la actitud
de simpatía que asumió ese país hacia los patriotas cubanos durante
las luchas por la independencia. Y en vista del criterio cerrado de la
Conferencia, de imponerle severas sanciones, nuestra delegación dejó
constancia de la decisión del Gobierno cubano de hacer la paz por
separado con dicha nación, lo cual se viabilizó por medio de un
convenio suscrito en La Habana, al que se adhirieron algunos países
americanos.
También en la cocina
La pizza adquiere en Cuba no solo categoría de plato insignia de las
comidas rápidas, sino que se ha cubanizado tanto que es ya casi tan
nuestra como el congrí, los tachinos, el macho en púa y el bistec en
cazuela.
Aludo, desde luego, a una pizza adaptada al paladar y a la
idiosincrasia del cubano. Con menos diámetro que la italiana, pero más
gruesa; menos crujiente y sí más esponjosa, más suave. Los condimentos
y el queso son diferentes en una y en otra. No tiene el cubano
promedio el hábito de ingerir una pizza condimentada con orégano y
albahaca, que son esenciales en la pizza Margarita, y con el queso
amarillo le da el <> a la pasta.
Durante el siglo XIX comienza a conocerse en Cuba la cocina italiana;
era entonces la exquisitez de la burguesía criolla. Ya en la primera
mitad del siglo XX deleita a la clase media habanera. Es entre 1940 y
1950 que surgen y cobran fama en La Habana algunos restaurantes de
cocina italiana, como Frascatti, en Neptuno y Prado, y Da Rosina y
Montecatini, en el Vedado, mientras que las pizzetas ganaban el favor
de sectores más populares y de aquellas personas a las que la falta de
tiempo impedía esperar por un plato más demorado. Es en los años 60
cuando se populariza la cocina italiana en la Isla. Una cadena de
pizzerías llega hasta los rincones más apartados. La pasta de trigo,
el queso y el tomate estaban presentes aquí desde la Colonia.
Se trataba, por otra parte, de una comida barata, de fácil
elaboración, rápida, y la población la acogió de inmediato: paliaba el
racionamiento impuesto por el bloqueo norteamericano que empezaba a
hacerse sentir en esos años. La pizza y el huevo, también el chícharo,
fueron los platos más socorridos y recurridos de aquellos días, lo que
llevaría a Gabriel García Márquez, premio nobel de Literatura, a decir
que el monumento a la Revolución, de hacerse, debía ser redondo.
¿Quién que las vivió no recuerda aquellas colas inacabables a las
puertas de una pizzería? Valía la pena aquella fila enorme porque, si
se entraba al establecimiento, se <> el día con la oferta del
lugar: platos bien hechos y baratos, pues tanto la pizza como el
espagueti y la lasaña se expendían, cada uno de ellos, a un peso con
20 centavos de entonces, y la tradicional botella de cerveza importaba
80 centavos.
Hoy los restaurantes del sector privado han ampliado y enriquecido la
presencia de la cocina italiana en la Isla, y las pastas frescas para
elaborar ravioli y ñoqui les dan un toque de distinción. Pero, en
líneas generales, cuando en Cuba se habla de cocina italiana se alude
sobre todo al espagueti, el canelón, la lasaña y, desde luego la
pizza. Hablamos, para hacerlo con exactitud, de una cocina de pastas,
que es la del sur de la península. Eso es solo una parte de la cocina
italiana. Es una cocina riquísima que acusa por regiones rasgos que la
distinguen y diferencian. Es tan variada, se dice, que si un
restaurante se propusiera <> un plato italiano a la semana,
tardaría años en agotar el recetario. Es en el Sur donde, a fines del
siglo XIX, surge la pizza; <> que se internacionaliza tras el
fin de la II Guerra Mundial y se convierte en plato estelar de la
cocina rápida.
Picolissima serenata
Si la vedette cubana Chelo Alonso hizo fama y dinero en la Italia de
los 50, no pocos artistas italianos cosecharon éxitos en La Habana.
Mucho se hicieron aplaudir aquí: Katyna Ranieri, Ernesto Bonino y
Renato Carosone, que con su Picolissima serenata se instalaba en el
hit parade de 1958. Ya para entonces la bellísima Tina de Mola
impactaba a la teleaudiencia con lo que muchos recuerdan como el
primer close up de la TV cubana. Esa cantante vino contratada por
CMQ-Canal 6, y cuando finalizó sus compromisos con esa televisora pasó
a trabajar a Tele Mundo-Canal 2, propiedad del calabrés Amadeo
Barletta, que manejaba unas 15 empresas con un capital de más de 40
millones de dólares y que, se dice, representaba a la mafia italiana
en sus negocios con fachada legal en Cuba, lo que nunca ha podido
comprobarse. Barleta fue, junto con el cubano Goar Mestre, dueño de la
CMQ, y sin que se lo propusieran de conjunto, el impulsor de la mítica
Rampa habanera.
En el año 2008, más de 2 300 italianos vivían en Cuba. Cada año miles
de italianos arriban a la Isla en calidad de turistas. La Sociedad
Dante Alighieri es hoy una de las instituciones más importantes para
la difusión y defensa de la cultura y el idioma italianos entre
nosotros.
--
Ciro Bianchi Ross
cbianchi@enet.cu
http://wwwcirobianchi.blogia.com/
http://cbianchiross.blogia.com/
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