miércoles, 15 de enero de 2020

CONCHA

Ciro Bianchi Ross (cirobianchiross@gmail.com)To:you + 26 more Details
Concha
Ciro Bianhi Ross
Ciento veintiocho gobernadores ejercieron el mando en Cuba durante la
Colonia. De ellos, ocho ocuparon el cargo en dos ocasiones, mientras
que en tres lo hicieron Blas Billate, el siniestro Conde Valmaseda, y
el teniente general José Gutiérrez de la Concha, Marqués de La Habana
y Vizconde de Cuba.
    En sus dos primeros mandatos, refiere la crónica, Concha  se bañó de
sangre; la tercera, de oro. Asumió por primera vez el gobierno de la
Isla en noviembre de 1850, cuando Cuba vivía en el orden económico y
administrativo una de las mayores crisis que le tocó padecer durante
la Colonia, y que Concha hasta cierto punto logró aplacar con la
militarización de la administración, afirma el historiador René
González Barrios en sui libro Los capitanes generales en Cuba (1999).
Agrega: «Emprendió la construcción de obras públicas y creó un
servicio de policías a sueldo. Hasta entonces los que desempeñaban
tales funciones no tenían remuneración oficial y vivían del producto
de las multas que imponían según sus facultades y del dinero recibido
por tolerar la existencia ilegal de centros de corrupción…» Puntualiza
el mencionado historiador: «En el plano político su administración, de
mano dura, se caracterizó por el gran número de ejecuciones,
encarcelamientos y destierros de amantes de la libertad,
implacablemente ordenados por él».
    Reprimió los levantamientos de Joaquín Agüero en Camagüey y de
Isidoro Armenteros en Trinidad, y dispuso la ejecución de ambos
patriotas, y por otra parte reprimió a sangre y fuego la expedición
del general Narciso López que desembarcó en Pinar del Río, el 12 de
agosto de 1851. Quince días de activa persecución bastaron para
aniquilarla, y 51 expedicionarios prisioneros fueron fusilados en las
faldas del castillo de Atarés y sus cadáveres entregados a las turbas
que los mutilaron salvajemente. Más tarde, la muerte de Narciso López
en garrote erigido en la explanada del castillo de La Punta,
constituyó un espectáculo verdaderamente circense. Sucesos estos que
hicieron que un abogado de Illinois afirmara que Cuba padecía el peor
gobierno del mundo. Ese abogado fue Abraham Lincoln.
    En septiembre de 1854 volvió Concha a ocupar la Capitanía General de
la Isla y debió hacer frente a la trata negrera. Tenía dos caminos:
combatirla resueltamente o contemporizar con los poderosos
propietarios y traficantes de esclavos que lo congratulaban de
continuo con regalos y atenciones. Siguió ambas sendas. Mascó a los
dos carrillos. Por una parte, permitió la entrada a la Colonia de no
pocos cargamentos de esclavos, mientras que apresaba a otros. Esclavos
provenientes de las expediciones no toleradas eran enviados al
depósito de emancipados, pero otros eran vendidos o alquilados,
beneficiándose Concha con las ganancias, si bien nunca se pudo probar
su participación.
    Controló con rigor la aduana y la administración pública, si bien no
pudo lograr el adecentamiento deseado. Dice González Barrios: «Gracias
a las circunstancias y los frutos del tráfico de esclavos, la Isla
vivió entonces una época de prosperidad económica, aparejada a la
aparición del contrabando, el bandolerismo y la delincuencia. Desde el
punto de vista político—militar, Concha continúo siendo el gobernante
conservador que con mano dura defendía a ultranza la soberanía de
España en su Colonia».
VUELVEN LOS VOLUNTARIOS
Recién vuelto a Cuba para su segundo mando, ocurre la muerte de José
Santos Castañeda, el aprehensor de Narciso López, a quien España había
recompensado con un cargo de capitán. En el atardecer del 12 de
octubre de 1854 se hallaba Castañeda en el café Marte y Belona, en la
esquina de Monte y Amistad, cuando un disparo puso fin a su vida. Ese
hecho exacerbó las pasiones ya desbordadas del elemento más
españolizante y Concha, en respuesta, reorganizó las milicias
disueltas por Pezuela, su antecesor. Se formaron así los batallones de
voluntarios que tantas páginas de luto llenarían en la historia de
Cuba. Con José Gutiérrez de la Concha se promulgó la más arbitraria de
las medidas cuando quedó prohibido para los criollos el derecho de
pedir.
    Otro descollo en su segundo gobierno fue el de la conspiración del
catalán Ramón Pintó, figura prominente de la alta sociedad cubana y
amigo de Concha en su primer mandato. Pintó conspiraba contra la
metrópoli en un movimiento armado antiesclavista cuyo objetivo final
era la anexión de Cuba al norte industrial de Estados Unidos. Lograron
las autoridades infiltrar un agente entre los conspiradores, el
movimiento quedó al descubierto y Pintó fue condenado al garrote aun
cuando el tribunal no pudo probar plenamente su culpabilidad. Se dice
que el Gobernador pensó en conmutar la pena, pero la presión de los
voluntarios  lo hizo variar de opinión. Firmó poco después la
sentencia de muerte para Francisco Estrampes, acusado de introducir un
cargamento  de armas en Barcaoa.
    Dimitió Concha a su alto cargo en 1859. Dos años antes, el 19 e
noviembre de 1857, inauguraba el Parque Central de La Habana, que
llevó entonces el nombre de Isabel II. La estatua de mármol de esa
soberana, hija de Fernando VII, fue derribada el 6 de enero de 1869 al
asumir el mando de la Isla el general Domingo Dulce, figura prominente
del movimiento, la llamada Rervolución Gloriosa, que la sacó del poder
y la obligó a huir a Francia, y vuelta a su sitio en enero de 1875,
luego de la restauración de la monarquía en España. Allí estuvo hasta
el 12 de marzo de 1899 cuando se dustituyó con una imagen  de calamina
que representaba la libertad. Hoy ocupa ese sitio la imagen de José
Martí.
DE NUEVO EN LA HABANA
El panorama militar era complejo en la Isla cuando Concha asumió
nuevamente el mando el 10 de marzo de 1874. Máximo Gómez había
atravesado la trocha de Júcaro a Morón y se combatía fuerte en Las
Villas.  Era la tercera vez que ocupaba el gobierno de la colonia y lo
desempañaría solo por un año.  Acometió entonces cambios en el Estado
Mayor y en las Comandancias Generales. Esos cambios afectaron el
desenvolvimiento de las operaciones militares, dice el historiador
González Barrios. Agrega el investigador en su libro que, ante la
imposibilidad de recibir refuerzos desde España, Concha creó los
batallones de milicias disciplinadas de color, fuerza armada, bien
vestida y alimentada para enfrentarla a las tropas mambisas. «Con el
tiempo la medida fue quedando a un lado fundamentalmente por el temor
de que los negros, una vez pertrechados, pasaran al bando insurrecto»,
precisa González Barrios.
Concha afirmaba que para gobernar a Cuba bastaba un violín y un juego
de naipes. Pero la fórmula no le funcionó durante su último mandato.
No pudo controlar la insurrección, volvió a acusársele de traficar con
esclavos y se dice que ya en el albur de arranque vendió en su
provecho todos los negros que sus propietarios confiaron al gobierno
para que prestasen servicio en ambulancias, convoyes y trabajo de
fortificaciones. Pero se negó a que se fusilase al general Calixto
García, ya en poder de los españoles.  Cobró fama de bebedor y
jugador, acrecentada con su presencia en las veladas y tertulias de la
Condesa de Jibacoa. Fue, por otra parte, el único capitán general, que
estuvo a punto de ser detenido por su propia policía. Vigilaban las
autoridades cierta casa en la localidad de Marianao, donde se decía
que funcionaba un garito, hasta que una noche se decidieron a ocupar
el recinto. El jefe del grupo policial, que lo era también de la
demarcación, hizo poner en fila india a los jugadores y procedió a
tomarle las generales. Quedó de una pieza ante uno de los interrogados
que, tras esperar pacientemente su turno, dijo llamarse José Gutiérrez
de la Concha Irigoyen Mazón y Quintana y que ocupaba la Capitanía
General. A partir de esa noche el despistado jefe policial pasaría una
larga temporada preso en el Morro. En la Quinta de los Molinos, Concha
fue víctima de un atentado del que salió ileso. Jamás se encontró al
culpable, aunque se sospecha que fue un Voluntario. Escribió Concha
tres libros sobre sus experiencias cubanas, uno por casa uno de sus
mandatos.
TIEMPO ANTES
El suceso no tiene desperdicio. Era el segundo mandato y Concha
dimitía a su cargo en medio del desprecio de los Voluntarios que lo
acusaban de débil y cobarde. Decían: más de 50 revoltosos condenados a
muerte en el primer gobierno y solo dos en éste… Nada, que el
Gobernador estaba en decadencia, y pensaban expresarle su desagrado en
el momento de la partida. Se hablaba de una cencerrada y los
voluntarios, galleando, alardeaban de que no acudirán a la despedida.
¡Eso creían ellos! De pronto llegó la orden. Una compañía de cada
batallón de voluntarios, con su bandera y banda de música, debía
formar a lo largo del trayecto entre la Quinta de los Molinos y el
muelle de la Machina. Álvaro de la Iglesia, que siguió de niño la
ceremonia, la recrearía en una de sus Tradiciones. Concha, con
uniforme de Capitán General, había escogido el camino más largo para
llegar al muelle, donde resignaría el mando, y, entre la doble fila,
avanzaba despacio, con el ceño fruncido, metiéndole los ojos a los
voluntarios en un desafío mudo. Montaba el Marqués de La Habana un
magnífico caballo blanco que su propietario, un Coronel de
Voluntarios, se había negado a venderle pese a sus reclamos.
    Llegó Concha a dos pasos del agua donde se mecía la empavesada falúa
que lo llevaría al buque correo en el que haría el viaje a España. Se
volvió, dejó mohínos a los voluntarios con su mirada y saltó a la
falúa que a palada de rey se dirigió al vapor correo. Al mismo tiempo,
y aprovechando la confusión reinante, el caballo salía en una lancha
para el buque. Los voluntarios tacharon a Concha de ladrón si bien el
saliente gobernador a través de un tercero, abonó con creces el
importe del caballo. Un dinero que su legítimo dueño, que era rico,
rico de verdad, se negó a recibir porque prefirió acusarlo de cuatrero
en el juicio de residencia que se le debía seguir en España.
   





   
       


   
   


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Ciro Bianchi Ross

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