lunes, 14 de diciembre de 2015
LA PUERTA SECRETA DE BATISTA
La puerta secreta de Batista
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
12 de Diciembre del 2015 21:43:18 CDT
En la historia de Cuba no falta una puerta secreta cuando no aparece
un túnel o pasadizo disimulado por un escaparate. Parece que hemos
visto demasiadas películas, como aquellas del Zorro en las que el
sujeto, con su atuendo de calle, se escabullía por una chimenea y
reaparecía, a caballo y disfrazado, por una cascada que lograba
atravesar sin que el agua le mojara siquiera el sombrero. El Zorro
«enmascarado y fugitivo», como se decía en aquellas Aventuras de las
siete y treinta de la tarde, que salían al aire en vivo, con Julito
Martínez y Jorge Sosías, en tiempos en que la TV era de palo.
Se habla del túnel que enlaza el antiguo Palacio Presidencial —hoy
Museo de la Revolución— con el Capitolio. Del que conecta la
residencia del ex presidente Ramón Grau San Martín, en Quinta Avenida
entre 12 y 14, en Miramar, con una casa de la calle Tercera. Del
corredor subterráneo que lleva desde la casa de Orestes Ferrara
—actual Museo Napoleónico—, en San Miguel y Ronda, a la costa. Del
pasadizo que corre entre el castillo de Averhoff, en Mantilla, y el
viejo castillo de Atarés, ¡al otro lado de la ciudad!
Si se visita Kuquine, la finca de descanso de Fulgencio Batista,
alguien le hablará del paso bajo tierra que une la casa de vivienda
del predio con la residencia del general Roberto Fernández Miranda,
cuñadísimo del dictador, a un kilómetro de distancia en la propia
finca. Y no faltará la mención de otro túnel que, de existir, sería el
más espectacular de la época: el que conecta Kuquine con la Cuidad
Militar de Columbia, a unos 15 kilómetros de distancia.
Lo curioso de todo esto es que siempre hay alguien que asegura haber
visto esos corredores y haber caminado por ellos, pero nunca dejan
claro la ubicación exacta de la casa donde desemboca el túnel de Grau
ni el lugar de la costa donde se abre el de Ferrara. Tampoco explican
el sentido que tendría un paso secreto entre el Palacio Presidencial y
el Capitolio ni si Batista, desde Kuquine, recorrería el tramo que lo
separaba del campamento de Columbia a pie, a caballo o bicicleta. Hay
en esto confesiones patéticas, como la de la persona que aseguró al
escribidor haber descubierto el túnel de Ferrara solo para comprobar
que una reja de gruesos barrotes lo cerraba bajo la intersección de
Infanta y San Lázaro. Si eso era así, ¿cómo supo entonces que llegaba
a la costa?
Mucho se ha hablado sobre esos túneles. Pero nada ha hecho correr
tanto la imaginación como la llamada puerta secreta de Batista.
La letra del año
El miércoles 13 de marzo de 1957, un comando del Directorio
Revolucionario asaltó el Palacio Presidencial con la intención de
ajusticiar al dictador Fulgencio Batista. Varios de esos jóvenes
subieron al segundo piso y penetraron en el despacho oficial del
mandatario, pero la oficina estaba desierta. Se habló después de una
puerta secreta que se abría a una escalera que conducía a las
habitaciones privadas de Batista, en la tercera planta. Fue esa
puerta, que se halla en el breve pasillo que une el despacho con el
salón de reuniones del Consejo de Ministros, y que estaba entonces
disimulada por una cortina de terciopelo rojo, la que permitió al
dictador, dijeron los asaltantes, escapar milagrosamente. Añadieron
que aunque sabían de un pasadizo secreto, no pudieron hallarlo y que
el mismo no aparecía reflejado en los planos del Palacio que habían
podido allegar.
La etnóloga Natalia Bolívar, estudiosa de las religiones de origen
africano, asegura que la huida de Batista aquel 13 de marzo se
relaciona con la ceremonia que en la santería se conoce como «la letra
del año», en la que un grupo de babalaos predice los sucesos venideros
y el orisha que gobernará en el período. Precisa Natalia que el
signo regente en 1957 fue Obbara Meyi, que indica que el Rey debe
buscar constantemente una salida, una salida oculta. Fue entonces,
recalca Natalia, que Batista hizo construir no uno, sino tres escapes
secretos. El de Palacio; el de Kuquine y otro más en la casa
presidencial de Columbia.
Víctor Betancourt, otro estudioso de las religiones afrocubanas, no
coincide con la célebre autora de Los orishas en Cuba y afirma que la
letra vigente en ese año fue Odí Iká, signo que alude a un gobernante
que será atacado por sus enemigos.
Natalia menciona el folleto titulado Los babalaos tenían razón,
publicado, según ella, por la revista Bohemia en esa fecha y en el que
apoya su versión. Dicho opúsculo no aparece en ninguna biblioteca
cubana ni de Florida. Otro estudioso del tema, Abel Sierra Madero,
escribe en un artículo que en ninguno de los reportajes que en su
momento se publicaron sobre el asalto a Palacio se menciona la letra
del año ni tampoco la puerta secreta.
¿Cuán secreta era en verdad esa puerta?
Changó da la espalda al general
Se ha sugerido que Batista mandó a construir la puerta en cuestión
cuando en enero de 1957 se dieron a conocer los resultados de la letra
del año y que ya estaba lista el 13 de marzo siguiente. El capitán
Alfredo J. Sadulé, el único de los seis ayudantes presidenciales de
Batista que aún vive, en una larga conversación que sostuvimos en
Miami a fines del año 2014 desmintió la existencia de esas tres
salidas secretas y negó que la de Palacio fuese construida por Batista
«al menos en los años 50». Precisó que el dictador se valía de esa
puerta cuando quería entrar o salir del despacho sin que lo vieran,
pero que usualmente utilizaba el ascensor.
¿Supo Batista, a inicios de enero, de las amenazas que lo asechaban en
aquel 1957? ¿Conoció y tomó en serio las predicciones de los babalaos?
Tuvo en su infancia una formación protestante, y ya en su exilio en
España, luego de la muerte, con 19 años, de su hijo Carlos Manuel,
pareció inclinarse hacia el catolicismo. Pero se dice, aunque no ha
podido comprobarse, que recibió la mano de Orula y era hijo de Changó.
En un reportaje gráfico sobre Kuquine publicado en Bohemia —Edición de
la Libertad— el periodista insiste en afirmar que vio en la casa de
vivienda de la finca altares de santería con caracoles, patas de gallo
y mazorcas de maíz… pero no hay en sus páginas una sola foto que avale
la afirmación.
También en Bohemia, el 24 de mayo de 1959 otro reportaje bajo el
título de Yo fui el brujo de Batista y firmado por Guillermo
Villaronda, da cuenta de la existencia de Chano Betongó, una relación
que, de ser cierta, se había mantenido oculta durante años.
Según Villaronda, Batista fue a «consultarse» con Betongó, que residía
en el Calvario, cuando era todavía un oscuro sargento. El sujeto
invocó a Changó para predecir el futuro de su cliente. Batista
recorrería un camino largo y plácido, aunque al final lo esperaba «un
mar inmenso, agitado por el huracán, espeso y rojo». Era un mar que
empezaba en «una orilla de oro» y terminaba junto a un cielo de un
rojo más vivo que el de la sangre. Batista llegaría al final de ese
camino, pero de él dependía hacerlo felizmente. Tampoco tenía porqué
llegar al final cuando podía detenerse y a la sombra de un árbol
recibir el saludo afectuoso de los caminantes. Poco después, Betongó
se enteraba que aquel sujeto de pelo lacio y tez aindiada, que no se
había relajado durante la «consulta» y que lo escuchó con las aletas
de la nariz dilatadas, había protagonizado, el 4 de septiembre de
1933, el golpe de Estado contra el presidente Céspedes.
Batista llamó a Betongó a Kuquine antes de las elecciones generales de
1952. Quería saber si ganaría la presidencia de la República. No por
votos, respondió Betongó, pero algo podría lograrse si se sacrificaban
un novillo y un venado. Batista estuvo de acuerdo y los sacrificios se
hicieron en la finca. Hubo otro llamado. Esta vez Betongó entró en
Palacio. Los vientos que sanaban el espíritu de Batista iban
alejándose, y, para contrarrestar las adversidades, el brujo
sacrificó, en el propio despacho presidencial, varios gallos negros y
un becerro. Con todo, no era suficiente y recomendó además tomar
tierra de las seis provincias de entonces y ofrendar gallos y
gallinas con mucha miel. Dijo a Bohemia: «Yo quería remover la
conciencia de Changó, pero no fue posible». A partir de ahí todo fue
cuesta abajo. El dictador llamó a Betongó luego de la elecciones
espurias de 1954. Esta vez su sentencia fue lapidaria. Los caminos de
Batista estaban cerrados «junto al mar de agua roja», un mar que
terminaría tragándoselo. Ya no había salvación posible. Decía Betongó:
«Changó le daba la espalda al General».
Elogiado por Juan Ramón Jiménez y por Pablo Neruda, Guillermo
Villaronda era un poeta, Su libro Hontanar mereció Premio Nacional de
Poesía en 1937. El reportaje citado, a juicio del escribidor, tiene
más de poesía que de realidad. Aceptemos que un entrevistador matice
de alguna manera el lenguaje de su entrevistado. Pero el lenguaje de
Betongó no es el de un mayombero, lo que pone en crisis la
credibilidad del texto de Villaronda, aparte de que sacrificar un
becerro en el despacho oficial de los presidentes cubanos, es algo
inconcebible. Por suerte, no se hablaba entonces de la puerta secreta,
si no Betongó hubiera tenido algo que decir al respecto. Hace unos
diez años traté de rastrear la huella de Chano Betongó en el Calvario;
nadie lo conocía.
Tampoco lo recuerda el capitán Sadulé. Mientras almorzamos, invitados
por Max Lesnik, presidente de la Alianza Martiana, en el mejor
restaurante de cocina española de Miami, el ayudante presidencial
niega con énfasis cualquier relación de Batista con religiones de
origen africano. «Marta, su esposa, le tenía terror a eso», dice
mientras degusta un plato de arroz negro. Revela, sin embargo, que en
1954, en vísperas de los comicios, el dictador consultó a un
espiritista. Luego no lo volvió a ver, pero a fines de 1956 Sadulé se
lo tropezó de manera casual. Le dijo que presentía que Palacio sería
asaltado y que por 13 pesos le haría un amuleto a él y a su padre,
miembro de la escolta de Batista. Sadulé preguntó a su padre si se lo
decían al Presidente, y acordaron no hacerlo.
Dice Sierra Madero, aunque no pudo confirmarlo, que el «padrino» de
Batista fue Bernardo Rojas, sacerdote de Ifá muy respetado. Añade que
fue él, aunque tampoco pudo confirmarlo, quien hizo la predicción del
asalto a Palacio. Aquel 13 de marzo de 1957 el dictador no escapó por
una puerta secreta. No podía hacerlo sencillamente porque no estaba en
el despacho oficial. Salvo excepciones, no bajaba al segundo piso
antes de las cinco de la tarde. Aquel día, a la hora del asalto, se
disponía a almorzar en la tercera planta con Marta y Andrés Domingo,
secretario de la Presidencia. Pero ¿existía esa puerta?
«Más de medio siglo después, resulta difícil establecer con certeza
quién y cuándo se construyó la puerta, mucho menos si fue construida a
raíz de alguna predicción religiosa», escribe Sierra Madero. Sin
embargo, la respuesta es simple.
Esa puerta no tuvo nunca nada de secreta. Estuvo allí desde la
construcción del Palacio Presidencial, y, con idéntica posición, se
repite en el primer piso del edificio. La usó Batista así como la
usaron sus antecesores desde el presidente Menocal y siguieron
usándola los que le sucedieron.
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Ciro Bianchi Ross
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