jueves, 7 de agosto de 2014

UN ROMANCE HABANERO DE MIGUEL ACEVES MEJIAS


Un romance habanero de Aceves Mejía
Ciro Bianchi Ross

Miguel Aceves Mejía, uno de los tres grandes de la canción ranchera,
vivió un romance fugaz con una muchacha cubana.

Corría el mes de febrero de 1958 y el llamado Rey del Falsete cumplía,
en la capital de la Isla,  un contrato con el Circuito CMQ-Radio y
Televisión que contemplaba sus presentaciones en el Casino de la
Alegría, el musical más popular en la pequeña pantalla cubana de
entonces, cuando Bertha Gulías,  una cubanita de diez y nueve años le
robó el corazón. La periodista Daphne E. Marante, de Ediciones
Cubarte, de La Habana, ofreció al cronista los detalles de esta
historia.

Un encuentro casual e inesperado propicia esa relación fugaz. Es una
tarde plomiza y aburrida. Los primos de Bertha juegan al dominó y la
muchacha, luego de asomarse una y cien veces a la puerta de la calle
en espera de lo que no llega, trata de sacarle música a la guitarra.
Mientras tanto su madre, modista de profesión,  trabaja en la
confección del vestido que le encargó Rosita Quintana, la actriz
mexicana conocida como La Chata  y que pasarán a recoger de un momento
a otro.

Tocan a la puerta. Intuye la modista que es el enviado de La Chata, y,
en efecto, desde el rincón donde permanece pegada a la máquina de
coser, escucha que preguntan por el vestido,   pero --¡qué pena! -- la
pieza no está lista. Encara con amabilidad al visitante. Es un modelo
de cierta complejidad y cuidado y, ella se lo advirtió a la actriz,
había otros encargos previos. Pero pase adelante, señor,  acomódese...
¿Acepta una tacita de café? Es ese ofrecimiento un rasgo común en
todos los sectores sociales del país para demostrar hospitalidad y
rara es la casa en que no se brinde al visitante la preciada infusión.
Asiente el recién llegado. Claro que degustará ese café, dice y ante
la insistencia de la señora de la casa termina por tomar asiento. No
es un mensajero cualquiera el que ha enviado la Quintana por su
vestido. Se trata de Miguel Aceves Mejía, el popular intérprete de El
jinete y, sobre todo, La malagueña. Sin ir más lejos, su
interpretación de Sonaron cuatro balazos, se escucha una y otra vez en
la radio cubana  de esos días.

Bertha, con 19 años de edad,  tiene sentado en la sala de su casa a
uno de los grandes representantes, junto con los ya entonces
fallecidos Jorge Negrete y Pedro Infante, de la música ranchera; a una
estrella del cine mexicano que en la pantalla  comparte roles con gran
grandes figuras como Lola Beltrán --Guitarras de media noche; 1957--
Lola Flores --Tú y las nubes; 1955-- Libertad Lamarque --Cuatro copas;
1957-- y María Félix --Camelia; 1953-- y que coprotagonizó uno de los
filmes más ambiciosos de la época en el que, entre otros, intervienen
Katina Rayniere e Ima Sumac y una cantante de la talla de Edith Piaf.

Aceves Mejía mira a Bertha y el rostro se le abre en una sonrisa. Es
cierto, ha trabajado mucho con Rosita Quintana. Lograron tanta química
como pareja en la película A los cuatro vientos (1954) que los
productores decidieron unirlos en otras producciones como Que seas
feliz (1956). La conversación fluye por otros caminos y nadie vuelve a
mencionar el vestido de La Chata.  Al fin se despide el cantante, no
sin antes anunciar que repetirá la visita.

En la tarde del 23 de febrero suena el teléfono de la familia Gulías.
Aceves Mejía quiere conversar con Bertha. Se presentará esa noche en
el cabaret Sierra, centro nocturno de segunda línea ubicado en la
populosa barriada de Luyanó, y desea  invitarla. Es un gustazo para
ella, algo grande que él la tenga presente, pero no, no acepta la
invitación. Es soltera y los convencionalismos sociales y el <<qué
dirán>>  impiden  que acuda a un lugar como aquel en la sola compañía
de un hombre, un artista por añadidura. Aceves Mejía no cede. Eso no
es problema. Bertha puede responder a su invitación en compañía de su
señora madre y de todos sus primos, si así lo desean. Queda la
muchacha sin palabras. No sabe qué decir, pero al fin dice que sí, que
irá. Cuando cuelga el auricular, su familia le hace bromas. Media hora
antes de salir para el cabaret desconoce todavía la ropa que llevará.
Se ha probado cinco vestidos, que permanecen tirados encima de la
cama, y ninguno le acomoda.

Hay en el cabaret Sierra luces y  música, lentejuelas y chin chin de
copas. Canta Aceves Mejía y Bertha y el mexicano no desperdician la
ocasión para fotografiarse. Una de esas fotos los atrapó con las caras
muy juntas. Aceves Mejía, de cuello y corbata, aprieta con su mano
izquierda el brazo derecho de su compañera, que quiere sonreír, pero
que mira a la cámara como asustada. Apena decirlo, pero es una fea
pareja.

La Dirección de Deportes del gobierno del general Fulgencio  Batista
convoca  al II Gran Premio de Cuba en el que tomarán parte las figuras
más importantes de la fórmula uno del automovilismo mundial,  entre
ellos el astro argentino del volante Juan Manuel Fangio, cinco veces
campeón del mundo y ganador, el año anterior,  del I Gran Premio.
Competirán asimismo figuras como Stirling Moss y el Marqués de
Portago, entre otros veinte corredores extranjeros y cubanos.  La
dictadura se jacta de la celebración de la carrera el 24 de febrero,
de la inauguración de Cinerama y de la pelea de boxeo por la faja
mundial de los pesos ligeros que disputarían en La Habana el cubano
Orlando Echevarría y el campeón norteamericano Joe Brown.

El Movimiento 26 de Julio, liderado por Fidel Castro, que al mando del
Ejército Rebelde, combate, desde diciembre de 1956 en la Sierra
Maestra, se propone el secuestro de Fangio. Sabe que un hecho como ese
repercutiría en todos los continentes y lo asume como una forma de
llamar la atención acerca de la lucha que en Cuba se lleva a cabo
contra la dictadura batistiana. Demostraría la fortaleza de la
Revolución, activa no solo en la Sierra Maestra, sino también en las
ciudades e incluso en La Habana.

Diría años después uno de los protagonistas de aquel hecho: <<Queríamos
llamar la atención sobre el proceso revolucionario cubano y procurar
que el mundo conociera la existencia de la contienda guerrillera en la
Sierra Maestra y la lucha clandestina en las ciudades. En pocas
palabras, que se conociera más de Cuba y de su confrontación por medio
de las armas. Por lo que el secuestro de Fangio sería una breve
retención. Una retención patriótica>>.

Fangio pasaría poco más de veinticuatro horas en poder de sus
captores, que lo entregarían a funcionarios de la embajada argentina
tarde en la noche del día 24. Si el secuestro había sido riesgoso, la
devolución resultada más difícil y arriesgada aún. Abandonar al
campeón en cualquier esquina hubiera sido fácil. Pero se temía que la
dictadura lo asesinara para culpar luego al 26 de Julio.

Entre el secuestro y la aparición  del corredor, todos los cuerpos de
la Policía trataron de dar con el paradero de Juan Manuel Fangio. Más
de mil agentes policiales, bajo las órdenes del coronel Orlando
Piedra, jefe del Buró de Investigaciones, participaron en la
extraordinaria búsqueda, acometiendo cientos de registros, mientras
carros patrulleros del Servicio de Inteligencia Militar y la Sección
Radio Motorizada mantuvieron una estrecha vigilancia en carreteras,
caminos y aeropuertos para evitar que el astro pudiera ser sacado de
La Habana.

Bertha y Aceves Mejía no volvieron a verse nunca más después de
aquella noche en el cabaret Sierra. En la conversación que sobre este
tema sostuvo con la periodista Daphne E.  Marante, Bertha deja
entrever que fue el clima de represión que siguió en La Habana al
secuestro de Fangio lo que hizo que la pareja dejara de verse.

<<La conmoción creada por el secuestro de Fangio hizo que esa noche el
cabaret cancelara su espectáculo influyendo en los ánimos de los
espectadores, de lo que no pudieron escapar Miguel y Berta. El
secuestro de Fangio fue todo un éxito para el Movimiento 26 de julio
pero el romance quedó trunco>>, dice Marante.

A este cronista la explicación  parece  demasiado simple. Otros
debieron ser los motivos. Una de las partes pudo  haberse
desencantado, y la diferencia de edad entre ambos --24 años-- debe haber
influido. Un hecho no puede pasarse por alto. Es en aquel año de 1958,
en que Aceves Mejía, ya con 43 años de edad, decide reanudar
relaciones con la argentina Rita Martínez, con la que terminaría
casándose en la propia fecha y que sería su esposa para toda la vida.

Volvería a Cuba este hombre que tuvo en su repertorio obras de
compositores cubanos --Jorge González Allué,  Ñico Saquito, Israel
López, Miguel Matamoros...-- y que se inició como cantante de boleros y
ritmos afrocubanos. De cualquier manera su última visita no la hizo
por voluntad propia. En 1968, la aeronave en que viajaba entre Bogotá
y la Ciudad de México fue obligada a aterrizar en La Habana. En la
terminal aérea habanera, sus admiradores cubanos, que eran y siguen
siendo muchos, lo reconocieron y le pidieron que cantara. Aceptó la
propuesta con gusto. Interpretó canciones de siempre, aquellas que
permanecen enraizadas en el imaginario de la Isla. El jinete, La
malagueña, La verdolaga, El pastor, Que seas feliz La copa del olvido...

En esta Habana nuestra, cargada de leyendas, una placa de bronce en la
fachada del hotel Lincoln recuerda el secuestro de Juan Manuel Fangio,
el 23 de febrero de 1958. Unas cuadras más abajo, en una vivienda
modesta, duerme en una caja de cartón la historia de un romance que no
llegó a finales.

En el reverso de una de las fotografías que allí se atesoran, se lee:
<<Bertita, acuérdate cuando veas esta foto de la noche que pasamos
juntos en la Sierra. Miguel>>.














-- 
Ciro Bianchi Ross
cbianchi@enet.cu
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