domingo, 24 de agosto de 2014

MILANES CUMPLIO 200 ANOS

Milanés cumplió 200 años
Ciro Bianchi Ross * digital@juventudrebelde.cu
23 de Agosto del 2014 19:30:24 CDT

Cintio Vitier le llama <<el obseso>>. Otros, más bruscos, menos
delicados, le llaman <<el loco>>. El desdichado poeta José Jacinto
Milanés pasó la mitad de su vida en la noche de la locura.
¿Fue un mal hereditario? ¿Se lo provocaron aquellas extrañas fiebres
que padeció en 1839 y que, se decía, le habían afectado el cerebro?
¿Amores contrariados lo llevaron a la demencia?
José Lezama Lima escribía en 1965: <<Milanés es un ejemplo, al igual
que Heredia, de las imposibilidades que le van surgiendo a nuestros
mejores espíritus. Dificultades económicas lo acosan. La familia, muy
numerosa, tiene que apuntalarse con renovada constancia. Donde cree
encontrar soluciones y facilidades, como en su amor por la prima, se
le vuelven divinidades hostiles. Por último, la locura le cierra su
camino en forma inexorable>>.
Cierto es que había antecedentes de demencia en la familia del poeta;
referencias muy cercanas como aquella hermana de su madre, la tía
Pastora, <<alta, seca y apergaminada>>, sentada siempre, arisca y
ceñuda, en la modesta sala de la casa, que cuando escuchaba el piano
corría hacia el interior de la vivienda con las manos tapándose los
oídos para no escuchar las cosas poco decorosas que el piano decía. El
poeta, por otra parte, fue siempre un tipo raro. Los que lo conocieron
hablaron de su sensibilidad extrema, de su temperamento ingenuo,
sencillo, impresionable. Ya se sabe que cuando en 1838 se estrenó en
el teatro Tacón, de La Habana, su drama El conde Alarcos, Milanés,
inseguro de sí mismo y con los nervios destrozados ante la posibilidad
de que la reacción del público le fuese adversa, se negó a presenciar
la puesta en escena de su obra.
<<En muchos de los versos de Milanés, especialmente en El beso, detrás
del tono idílico se siente una idea fija, una obsesión: la obsesión de
la pureza, que es, desde luego, la obsesión de la impureza. No podemos
saber el papel que en su creciente desequilibrio psíquico jugó el
trauma producido por el fracaso de sus amores con Isa, 14 años más
joven que él y de familia más pudiente. Solo nos está permitido
detectar en sus versos una constante obsesiva, neurótica, ligada al
escrúpulo y a la culpa hiperbolizados, que alcanza en El mendigo su
más profunda formulación. Se trata de un mendigo a la puerta de un
baile. El poeta, arrastrado por el torbellino sensual, entra sin
hacerle caso, aparentemente, pero su imagen se le graba para
obsesionarlo y reaparecer inexorable, vengativa, en el lado de la
sombra...>>, dice Cintio.

Esencias de lo cubano
José Jacinto Milanés Fuentes nació en la ciudad de Matanzas, el 16 de
agosto de 1814, hace ahora 200 años. Era el primero de los 15 hijos de
Rita y Álvaro, un modesto empleado de Hacienda que se las veía negras
en el intento de cubrir las necesidades de su numerosa prole. La
carencia de recursos obligó a matricular al niño en una escuela del
Ayuntamiento. Era de apariencia frágil y mirada soñadora, meditabundo,
discreto. Dedicaba a la lectura casi todos sus ratos libres. Devoraba
un libro tras otro en la sala de la casa, junto a la tía Pastora,
siempre en cerrado silencio y la mirada extraviada. Otras veces, a
regañadientes, José Jacinto trataba de compartir los jubilosos
entretenimientos de sus hermanos y primos. Porque frente a ellos
vivían Isabel, la hermana de doña Rita, casada con el rico comerciante
don Simón de Ximeno, y sus seis hijos.
No puede José Jacinto hacer estudios regulares, pero por su cuenta
aprende latín, francés e italiano. Corre ya el año de 1830 y quiere
trabajar y ayudar así al sostenimiento familiar. Su tío don Simón, muy
relacionado, le consigue empleo en una ferretería de La Habana. Aquí,
la epidemia de cólera de 1833 sorprende al poeta, que no demora en
regresar a su ciudad natal, donde trabaja en las oficinas de su tío
político.
En 1834 Domingo del Monte se establece en Matanzas y hace amistad con
Milanés, al igual que con todos los jóvenes con inquietudes
literarias. Es gracias a Del Monte que se nombra al poeta, en 1841,
secretario de la Compañía del Ferrocarril matancero, empleo que
posibilita a José Jacinto cierta seguridad económica. Apenas puede
disfrutarla, pues está ya a las puertas de la locura.
Corresponde a estos años la mayor actividad creadora de Milanés.
Escribe algunos dramas, como el ya citado Alarcos, pero es en la
lírica donde alcanza su mayor relieve. Los estudiosos dividen su
poesía en tres etapas. Una inicial, idílica, caracterizada por la
ingenuidad lírica, una desmayada melancolía y la expresión vaga de los
sentimientos amorosos. En su segunda etapa se advierte la influencia
de Del Monte; se inclina hacia los temas sociales y, dice Salvador
Bueno, el <<moralismo filantrópico convierte en seca y enteca la suave
musa del poeta matancero>> que quiere, con su obra, censurar vicios y
reformar costumbres. Hacia 1840, su tercera etapa marca una vuelta a
la prístina inspiración de la primera. A este período corresponden
poemas como De codos en el puente y La fuga de la tórtola.
Se preguntaba Lezama Lima si, para el desarrollo del poeta, fueron en
verdad convenientes las indicaciones que le hizo Domingo del Monte.
Precisaba el autor de Paradiso: <<Del Monte quiso llevar a Milanés al
apólogo moralizante, al pastiche del teatro español, a una poesía de
más ambiciosa factura de la que el temperamento de Milanés podía
realizar>>. Porque para Lezama, el mejor Milanés está en la depurada
sencillez con que se asoma a la naturaleza, como lo hace en el poema
titulado La madrugada. Dice Lezama: <<En las poesías que escribe a la
manera de La madrugada, como son La fuga de la tórtola y El beso, luce
ágil, lleno de encantamiento, con un rápido reflejo por donde
penetran, finas y hondas, las más depuradas esencias de lo nuestro>>.
Cintio Vitier observa, por su parte, que toda la obra poética de
Milanés, incluso sus composiciones moralizantes, están <<ligadas al
tema central de sus mejores poesías, y a lo que fue probablemente la
obsesión dominante de su vida, que terminó en la locura: la obsesión
de la pureza>>.

Amores desgraciados
En La madrugada hay una alusión al fracaso amoroso del poeta. Se
siente nostálgico al advertir que la naturaleza se integra en amores
placenteros, mientras que él siente: <<Miro tanto enlace y lloro /Mi
continua soledad>>.
Esa soledad fue, dicen algunos, el preludio de la locura del autor de
La fuga de la tórtola. Federico Milanés, poeta notable él mismo y
editor de la obra de su hermano, quiso tender un manto protector sobre
la vida amorosa de José Jacinto, lo que no consiguió evitar que
salieran a la luz sus amores con Dolores Rodríguez y Varela. Era prima
del escritor costumbrista José María Cárdenas y Rodríguez, y el poeta
tenía 20 años cuando la conoció, una época en la que él se presenta a
sí mismo --y quizá no sea cierto-- como <<bien parecido, alegre y
frecuentador de bailes y fiestas>>. Lo atrajo la belleza de Dolores y
algunos suponen que llegaron a ser novios. De cualquier manera, ella
lo desdeñó. Al respecto escribió Federico Milanés que <<cansado de
amarla en vano, desistió de verla y hablar, consagrándose a
cavilaciones tristes y a verter en sus composiciones poéticas un
raudal de llanto y quejas por su soledad>>. De esa época data La
madrugada. Al final dejó de visitar la casa de Dolores; rompió con
ella.
Entra entonces en la escena Isabel Ximeno, Isa. Son primos, como ya se
ha dicho, y el poeta, que es ya toda una gloria local, con 28 años, le
dobla tranquilamente la edad. Surgen poemas dedicados a Isa, y la
madre de José Jacinto y la madre de Isabel observan ese amor con
preocupación. Es probable que don Simón quiera para su hija un
pretendiente de mayores beneficios que aquel primo pobretón y poeta.
No se sabe con certeza, pero es de suponer los inconvenientes y
dificultades que pondría a aquella relación la familia de Isabel.
Es entonces que empiezan a mostrarse los primeros síntomas del
desvarío del poeta. Son inútiles los esfuerzos por hacerle recuperar
la razón. Médicos de La Habana, con los que consulta la familia,
recomiendan un viaje al exterior y es el padre de Isa quien facilita
el dinero necesario para que José Jacinto, acompañado por Federico,
visite Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Italia... un costoso periplo
que no arroja a la larga resultados favorables. El enfermo va de mal
en peor. Sufre ataques de furia y se impone servirle la comida ya
cortada para evitar que agreda a familiares o termine por agredirse él
mismo. Una tarde escapó a la vigilancia de los suyos. Cruzó la calle y
se dirigió a casa de su prima. Al verla, prorrumpió en gritos
desesperados. Isa, aterrada, huyó hacia el fondo de la vivienda.
Carlota, hermana de José Jacinto, cogió del brazo al poeta y lo llevó
a dar un paseo. Tras un ataque de violencia, quedaba ensimismado,
melancólico, sumido en un mutismo absoluto.
Dolores María de Ximeno y Cruz escribió en un libro delicioso que
lleva por título Memorias de Lola María, que Carlota pasaba noches
enteras al lado de José Jacinto, tratando de distraerle en sus
insomnios. Al igual que sus hermanas, sacrificó juventud y amores en
aras de aquel afecto. <<Para entretener las interminables veladas de
invierno, a la luz de una lámpara y junto al sillón del enfermo --que,
envuelto en su amplia capa española con embozo grana, de nada se daba
cuenta-- escribía con la aguja, en una finísima tela de lino, con
caracteres pequeños, hermosas poesías en italiano, traducidas en otro
tiempo por su hermano>>.
Es también Lola María quien da noticias de Isabel Ximeno. La retrata
en sus memorias como <<pura, digna, inteligente, distinguida,
delicadísima>>. Cuenta que otro primo suyo --José Marías Jenekes y
Ximeno-- enamorado perdidamente de ella y también despreciado, dio en
enflaquecer, se hizo adicto a las <<bebidas ácidas y nunca casó en
homenaje a aquel amor imposible>>.
Isa sí contraería matrimonio. Entre sus muchos pretendientes se
decidió por lo que consideró el mejor partido. Se casó en 1862 con
Manuel Mahy y León, sobrino del capitán general Nicolás Mahy,
gobernador de la Isla de Cuba. Viajó a España la pareja, y en Madrid
gozó ella del reconocimiento de figuras muy notables de la Corte.
Ventura de la Vega le dedicó un poema cuando decidió volver a Cuba.
Falleció en Matanzas en 1897.
Ya para entonces José Jacinto Milanés había muerto. El 14 de noviembre
de 1863 había llegado a su fin aquella vida adolorida que apresó en su

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