martes, 31 de diciembre de 2019

UN COHETAZO DESCOMUNAL

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Un cohetazo descomunal
Ciro Bianchi Ross

Era el 1 de enero de 1899; una mañana de domingo Era clara y luminosa
la mañana del domingo.1 de enero de 1899.  A las doce meridiano,
después de cuatrocientos años, cesó la soberanía de España en Cuba, y
Estados Unidos asumió el control de la Isla.  Al compás de los
cañonazos protocolares de rigor se arrió el pabellón español, y la
bandera de las barras y las estrellas se izó en su lugar. El capitán
general Adolfo Jiménez Castellanos, el gran perdedor, frente a Máximo
Gómez, de las batallas de Saratoga (9-11 de junio de 1896) y Lugones
(4 de noviembre del mismo año) a nombre de Alfonso XIII, el rey niño,
y de María Cristina, la reina regente, entregaba el mando al mayor
general John R. Brooke, que lo recibía en representación del
presidente norteamericano. Cambio de banderas y de figuras que no
significó la independencia.
    Solo seis altos oficiales del Ejército Libertador fueron invitados a
participar de la ceremonia, que tuvo lugar en el Salón del Trono del
Palacio de los Capitanes Generales. Fuera, soldados norteamericanos
que tomaron posición en la Plaza de Armas, cerraban el paso a los
cubanos que querían acceder a ella desde Obispo, O’Reilly y otras
calles aledañas. Concluido el acto y mientras el jefe español
abandonaba el recinto, se dejaron escuchar los cañonazos con que los
norteamericanos saludaban el ascenso de su bandera en el Morro. Dos
bandas de música se hallaban en la Plaza.  Una interpretó la Marcha
Real española; la otra, el himno de Estados Unidos. El pueblo,
contenido en las boca-calles inmediatas, gritó al oírlos: «¡Viva Cuba
Libre!».  Sostenida por medio de dos heliógrafos, una bandera cubana
flotaba en el espacio a una altura inmensa.
Nunca ha podido saberse quién echó a volar aquella bandera. Por
fortuna se conocen los nombres de los dos hermanos, vecinos de la
calle O Reilly, que el día en cuestión, para manifestar su amor a la
patria y su protesta ante la injerencia norteamericana, hicieron
explotar un volador que estremeció La Habana.  Por su potencia,
aludían a aquel artefacto como el «volador padre» o «el padre de los
voladores», y su intrepidez les costó la vida.
EN UN CAMPO YERMO
Álvaro de la Iglesia, en una de sus Tradiciones cubanas refiere la
historia de Santiago y Arturo Quiñones que «hermanos por la sangre, lo
fueron a tal extremo por el afecto, por la compenetración, por las
afinidades, por los gustos, que, por no estar una sola vez en
desacuerdo, se murieron casi juntos».
    Santiago tenía vocación para la pintura; el otro, para la música,
ambos con grandes facultades artísticas y elevadas aspiraciones, pero
vivieron oscuramente, incapaces de sobresalir en un medio en que la
audacia y la ineptitud alcanzan hermosos triunfos. Globos sin gas
porque les faltó una voluntad equivalente a su genio para elevarse,
dice De la Iglesia y les llama «luchadores sin gloria en un campo
yermo, sin espectadores que los animaran y sin mano cariñosa que
restaurara sus heridas».
    El apartamento que ocupaban en la calle O Reilly lo componían dos
habitaciones amplias. La de Santiago,  llena de pinturas sin terminar
puesto que su especialidad era la de comenzarlo todo y no terminar
nada. No faltaban allí un fonógrafo, una bicicleta, cámaras
fotográficas, escopetas, avíos de pesca…
En la suya, Arturo conservaba un valioso archivo de música, violines
en su caja o en su funda y también sin caja ni funda, instrumentos muy
costosos que rara vez hacía sonar.
    Junto al archivo había un gran cofre y encima, el reverbero para el
café. Allí se sentaba Álvaro de la Iglesia en sus frecuentes visitas
porque en la casa de los Quiñones, llena de objetos superfluos,
faltaban algunos indispensables como las sillas. El cronista estuvo
utilizando el baúl como asiento hasta que Santiago y Arturo,
sonrientes, le informaron que contenía explosivos suficientes para
volar la casa. En efecto, había allí dinamita, clorato, fulminante…
«el infierno, un volcán que el mejor día provocaba una catástrofe»,
precisa De la Iglesia y agrega: «Desde entonces fueron más raras y más
cortas, mis visitas a los hermanos Quiñones».
    El Tratado de París, suscrito por Estados Unidos y España sin la
presencia de Cuba, fijó el día 1 de enero de 1899 como el del fin de
la soberanía española en la Isla. Los hermanos quisieron marcar la
fecha de un modo excepcional con la elevación de un volador monstruo,
como nunca había surcado el espacio y como nunca se había escuchado.
Ambos hermanos se enfrascaron en largas discusiones y cálculos agobiadores.
UN TRUENO DE UNA LIBRA
El tubo del volador monstruo lo conformaron tres tubos de fonógrafo
unidos con una cola especial y entizados con largas tiras de alambre
de cobre que los convertía en un verdadero cañón. El trueno, es decir,
la bomba, pesaba no menos de una libra, y Arturo la envolvió primero
con cordel y luego con alambre hasta que alcanzó el tamaño de un coco
de agua.
    Escribe De la Iglesia: «Debe suponer el lector curioso, que de saber
los amigos de Santiago y Arturo de lo que se trataba, nos hubiera
librado muy mucho de aportar por allí; pero ni siquiera por la calle
de O Reilly. A favor de nuestra completa ignorancia, Arturo nos
recibía muy a menudo envolviendo alambre en su pelota diabólica, sin
ocurrírsele, tal vez en su ensimismamiento y su gozo interior… que
podíamos volar todos, al menor descuido y volar asimismo la casa en
que nos encontrábamos».
    Ahora, ¿Qué güin correspondía a tan descomunal cohete? Responde
Álvaro de la Iglesia: «El problema fue victoriosamente resuelto
sustrayendo el deshollinador de la dueña de la casa. Ciertamente, el
mango era digno de la descomunal herramienta…»
    Solo quedaba pendiente un problema y era el más grave. ¿Quién le
pegaba fuego al cohete?
    Los hermanos Quiñones se querían entrañablemente. Aseguran los que
los conocieron que nunca vieron dos corazones de mayor fidelidad y más
grande abnegación ante el cariño. Jamás se separaban y al morir
Santiago, no fue mucho el tiempo que Arturo lo sobrevivió.
    Llegó al fin el día esperado.  Desde la mañana de aquel 1 de enero de
1899, los Quiñones hicieron los preparativos necesarios para el acto
solemne que tantas jornadas de vigilia le había costado.
    En la pared de la casa que pegaba con la suya, algo más alta que la
propia, fijaron dos grandes cáncamos en línea oblicua. Entre ellos
debía entrar el volador y salir de entre ellos como un rayo para
cruzar el espacio o volar el edificio. A las doce sonó el primero de
los cañonazos en saludo a la bandera española, que se arriaba, y uno
tras otro, contaron los Quiñones, los veintiún estampidos de la salva.
    Llegaba ahora el momento de hacer la suya. El padre de los voladores
estaba en su puesto, amenazador, misterioso, como un enigma que va a
tener solución inmediata. Del fenomenal canuto pendía la mecha de unos
veintitantos centímetros de largo.
    Santiago quiso darle fuego. Arturo se opuso y lo mandó a salir del
área y a encerrarse en su habitación. Todo fue en vano porque si
Arturo prendió la mecha, Santiago se quedó allí arrodillado a sus pies
para morir a su lado, si así lo quería el destino.
    Fue un momento solemne. Más que solemne, trágico, dice Álvaro de la Iglesia.
    Añade:
    «De pronto se escuchó como el escape del vapor de un trasatlántico…
Los Quiñones estaban abrazados y echados en el suelo y sobre ellos
resoplaba como un enorme cetáceo el padre de los voladores. Tembló la
pared, saltaron los cáncamos y el monstruoso cohete salió despedido
como un rayo, llevándose el deshollinador del ama de casa que en vano
lo buscó desde entonces, bien ajena al destino que le habían asignado
sus huéspedes.
    A los pocos segundos una formidable explosión retumbaba en los aires
haciendo suponer al vecindario que había reventado uno de los cañones
de la escuadra norteamericana, si es que no hubiera sido algo peor.
    Así, según Álvaro de la Iglesia, celebraron los hermanos Quiñones, el
primero de enero de 1899.
   


EL INDIO BRAVO

APUNTES DEL CARTULARIO
Ciro Bianchi Ross
El indio bravo

Cuando se habla de bandoleros famosos en Cuba, vienen a la mente, de
golpe, los nombres de Manuel García y de Arroyito, pero casi nadie
recuerda  a El Indio Bravo que sembró el terror en la jurisdicción de
Puerto Príncipe (Camagüey) a comienzos del siglo XIX. Nunca llegó
saberse cómo se llamaba en verdad. Los que lo vieron aludían a su
corpulencia, su fuerza descomunal, su crueldad primitiva. Se dice que
montaba al pelo un caballo negro enorme y que, aunque iba armado de
trabuco, machete y cuchillo, era, sobre todo, diestro en el manejo del
arco y de la flecha y dejaba a su paso una estela de vacas a las que
había arrancado la lengua.
    El Indio Bravo fue un bandolero singular. No era un simple ladrón de
fincas o un salteador de caminos. Tampoco hay constancia de que
descendiera en verdad  de los primitivos habitantes de la Isla. Si
sacrificaba aquellas bestias es porque la lengua asada era su alimento
preferido y cuando recurrió a los secuestros fue siempre para exigir
comida a cambio. Pero en aquella ciudad pequeña que era el Camagüey de
entonces pronto los rumores subieron de tono y de boca en boca El
Indio Bravo se vio convertido en un caníbal que se robaba a los niños
para alimentarse con ellos o simplemente para arrancarles el corazón y
beber de su sangre.
    Cundió el pánico, y así, muchos que en corrillos y tertulias
presumían de valientes no se sentían ya seguros para recorrer el
camino hasta sus fincas. En la ciudad, las mujeres recogían a los
niños antes del oscurecer, y las trancas y los pestillos parecían
pocos para protegerse del fantasmal bandolero. Comenzaron a decaer las
visitas y fiestas y aun los festejos del San Juan se suspendían pues
no estaba el ánimo para diversiones.
    Camagüey comenzaba a desperezarse entonces del largo letargo de los
casi dos siglos transcurridos desde su fundación. Contaba la villa con
unos 13 000 habitantes, la tercera parte de la población total de la
comarca.  Se construían allí iglesias y puentes y su economía
prosperaba gracias al comercio creciente con La Habana. Pero la
instrucción pública, como es de suponer, se hallaba en estado crítico,
escaseaban las escuelas primarias, muchos hombres que alardeaban de su
linaje ilustre ni siquiera sabían firmar y había casas opulentas en
las que nunca entró un libro.    Es explicable entonces que los rumores
se propalaran con mucha facilidad y se les dieran más crédito a medida
que fuesen más absurdos. Por otra parte, se hacía habitual que la
atmósfera cerrada y extremadamente represiva de la colonia provocara
hechos brutales. Una época en la que los bandos políticos dirimían sus
diferencias a tiros y a cuchilladas en plena vía pública, se sometía a
los esclavos a suplicios espantosos y en la que el ahorcamiento en la
Plaza de Armas de un condenado a muerte era motivo de diversión. En
resumen, el Indio Bravo no era lo más feroz de esos tiempos, pero
sobre él recaía por entonces toda la atención.
Siguió la vida su monótono transcurrir. En 1801, cuando el bandolero
llevaba en lo suyo alrededor de un año, el ayuntamiento principeño
prometió recompensar al que lo capturara con 500 pesos, suma
elevadísima para la época.
    Nada se consiguió, sin embargo.  No se le atrapó entonces ni tampoco
en los años subsiguientes. Llegó así el de 1804 y el Cabildo aprobó un
plan para la captura del Indio. A partir de ahí se inició la cuenta
regresiva para el Indio Bravo. Más que el ofrecimiento de la jugosa
recompensa, que el ayuntamiento mantenía en pie, fue el secuestro del
niño José María Álvarez González, hijo de un vecino principal de la
villa, lo que apresuró y concentró las acciones de su búsqueda y
captura. Muchos principiemos se sumaron a ellas con el fin de evitar,
decían, que el tierno infante fuese devorado por el malhechor.
El 11 de junio de 1804 le llegó la mala hora al indio Bravo. Dos
vecinos de la finca Cabeza de Vaca, lo capturaron y ajusticiaron. Se
ha dicho que fue un esclavo quien en realidad dio muerte al
delincuente, pero que por su condición de esclavo no tuvo parte en la
recompensa pecuniaria. La injusticia quedó intacta.
    Al filo de la media noche de ese día el Indio Bravo entró por última
vez a Camagüey. En la Plaza de Armas se expuso su cadáver a la
curiosidad y al escarnio.  Pese a lo intempestivo de la hora las
iglesias echaron sus campanas al vuelo y los templos se abarrotaron de
fieles que agradecían haber sido librados de aquel azote real, pero
que en buena parte inventaron. Al día siguiente el pueblo se lanzó a
la calle lleno de alegría para celebrar el San Juan tradicional con
júbilo  desconocido hasta entonces.
    Pasó el tiempo. El Indio Bravo no cayó en el olvido. Su condición de
rebelde solitario se asoció, 90 años después de su muerte, con el
enfrentamiento de los camagüeyanos al colonialismo español.  En 1893
un periódico independentista que circulaba clandestinamente llevó su
nombre, como si el Indio Bravo quisiera vengarse de una vez por todas
de sus matadores.
   


   

   
   
   
   




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Ciro Bianchi Ross
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domingo, 22 de diciembre de 2019

MANUEL MARRERO CRUZ , DESIGNADO PRIMER MINISTRO DE CUBA


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Manuel Marrero Cruz designado primer ministro de Cuba

 | 158 |    

Manuel Marrero Cruz designado primer ministro de Cuba. Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.
Manuel Marrero Cruz se convirtió este sábado en el primer ministro de Cuba, a propuesta del Presidente de la República y designado por la Asamblea Nacional del Poder Popular, en el cuarto período ordinario de sesiones correspondiente a la IX Legislatura.
En cumplimiento de la disposición transitoria tercera de la Constitución de la República: “Una vez elegido, el presidente de la República, en el plazo de tres meses, propone a la Asamblea Nacional del Poder Popular la designación del primer ministro, viceprimeros ministros, el secretario y demás miembros del Consejo de Ministros”.
La propuesta de Marrero Cruz recibió la votación unánime de los diputados del Parlamento, reunidos en el salón plenario del Palacio de Convenciones de La Habana, donde el órgano supremo del poder del Estado también aprobó a los viceprimeros ministros y al resto de los miembros del Consejo de Ministros.
Al presentar su propuesta, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, presidente de la República de Cuba, subrayó que Marrero Cruz desde hace casi 17 años se desempeñaba como Ministro de Turismo en el país.
De 56 años, el diputado es arquitecto y transitó desde la base, primero como inversionista de instalaciones turísticas en el norte de Holguín, y más adelante en diferentes cargos en la dirección de hoteles en la provincias orientales y en Varadero, añadió.
En el año 1999 fue promovido a vicepresidente primero del Grupo de Turismo Gaviota, y un año después a presidente del citado grupo.
De acuerdo con la fundamentación del Presidente, a lo largo de su trayectoria laboral y como cuadro, “se ha caracterizado por su modestia, honestidad, capacidad de trabajo sensibilidad política y fidelidad al Partido y a la Revolución”.
Agregó que Marrero Cruz ha conducido de manera destacada el sector del turismo, una de las principales líneas del desarrollo de la economía nacional, y actividad que le concedió una permanente interacción con el resto de los organismos de la Administración Central del Estado, el sistema empresarial y gobiernos provinciales.
Díaz-Canel ponderó ante los diputados a la Asamblea Nacional la rica experiencia de Marrero Cruz en negociaciones con contrapartes extranjeras y la participación en eventos internacionales, demostrando su habilidad, firmeza y dotes para la interlocución.
El jefe de Estado añadió que la propuesta fue aprobada anteriormente por el Buró Político del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.

Viceprimeros ministros de la República de Cuba

El presidente de la República de Cuba igualmente propuso a los seis viceprimeros ministros, designados y aprobados también por la Asamblea Nacional.
  1. Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez.
  2. Roberto Morales Ojeda.
  3. Inés María Chapman Waugh.
  4. José Luis Tapia Fonseca.
  5. Alejandro Miguel Gil Fernández (quien continúa como Ministro de Economía y Planificación).
  6. Ricardo Cabrisas Ruiz.

Secretario y demás miembros del Consejo de Ministros

El presidente de la República propuso como secretario del Consejo de Ministros a José Amado Ricardo Guerra, y a los restantes miembros:
  1. General de Cuerpo de Ejército Leopoldo Cintra Frías, ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
  2. Vicealmirante Julio César Gandarilla Bermejo, ministro del Interior.
  3. José Ramón Saborido Loidi, ministro de Educación Superior.
  4. Ena Elsa Velázquez Cobiella, ministra de Educación.
  5. Meisi Bolaños Weiss, ministra de Finanzas y Precios.
  6. René Mesa Villafaña, ministro de la Construcción.
  7. Rodrigo Malmierca Díaz, ministro de Comercio Exterior y la Inversión Extranjera.
  8. Bruno Rodríguez Parrilla, ministro de Relaciones Exteriores.
  9. Eduardo Rodríguez Dávila, ministro del Transporte.
  10. Elba Rosa Pérez Montoya, ministra de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente.
  11. Oscar Manuel Silvera Martínez, ministro de Justicia.
  12. Betsy Díaz Velázquez, ministra de Comercio Interior.
  13. Alpidio Alonso Grau, ministro de Cultura.
  14. Jorge Luis Perdomo Di-Lella, ministro de Comunicaciones.
  15. José Angel Portal Miranda, ministro de Salud Pública.
  16. Alejandro Miguel Gil Fernández, ministro de Economía y Planificación.
  17. Gustavo Rodríguez Rollero, ministro de la Agricultura.
  18. Antonio Rodríguez Rodríguez, presidente del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos.
  19. Alfonso Noya Martínez, presidente del Instituto Cubano de Radio y Televisión.
  20. Osvaldo Vento Montiller, presidente del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación.
Nuevos ministros:
21. Marta Elena Feitó Cabrera, ministra de Trabajo y Seguridad Social (hasta ahora viceministra primera).
22. Juan Carlos García Granda, ministro de Turismo (hasta ahora viceministro primero).
23. Marta Sabina Wilson González, ministra-presidenta del Banco Central de Cuba (hasta ahora presidenta del Banco Exterior de Cuba).
24. Manuel Santiago Sobrino Martínez, ministro de la Industria Alimentaria (hasta ahora presidente del Gobierno en la provincia de Granma).
25. Eloy Álvarez Martínez, ministro de Industrias (hasta ahora viceministro primero).
26. Liván Arronte Cruz, ministro de Energía y Minas (hasta ahora viceministro).
Díaz-Canel reconoció el trabajo y agradeció el esfuerzo realizado por los ministros que hasta ahora desempeñaban estas funciones, quienes fueron liberados de sus cargos esta jornada.

Vea además:

CONSEJO DE MINISTROS DE LA REPUBLICA DE CUBA

DESIGNADO POR EL PARLAMENTO CUBANO , NUEVO PRIMER MINISTRO


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Manuel Marrero Cruz designado primer ministro de Cuba

 | 158 |    
Manuel Marrero Cruz designado primer ministro de Cuba. Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.
Manuel Marrero Cruz se convirtió este sábado en el primer ministro de Cuba, a propuesta del Presidente de la República y designado por la Asamblea Nacional del Poder Popular, en el cuarto período ordinario de sesiones correspondiente a la IX Legislatura.
En cumplimiento de la disposición transitoria tercera de la Constitución de la República: “Una vez elegido, el presidente de la República, en el plazo de tres meses, propone a la Asamblea Nacional del Poder Popular la designación del primer ministro, viceprimeros ministros, el secretario y demás miembros del Consejo de Ministros”.
La propuesta de Marrero Cruz recibió la votación unánime de los diputados del Parlamento, reunidos en el salón plenario del Palacio de Convenciones de La Habana, donde el órgano supremo del poder del Estado también aprobó a los viceprimeros ministros y al resto de los miembros del Consejo de Ministros.
Al presentar su propuesta, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, presidente de la República de Cuba, subrayó que Marrero Cruz desde hace casi 17 años se desempeñaba como Ministro de Turismo en el país.
De 56 años, el diputado es arquitecto y transitó desde la base, primero como inversionista de instalaciones turísticas en el norte de Holguín, y más adelante en diferentes cargos en la dirección de hoteles en la provincias orientales y en Varadero, añadió.
En el año 1999 fue promovido a vicepresidente primero del Grupo de Turismo Gaviota, y un año después a presidente del citado grupo.
De acuerdo con la fundamentación del Presidente, a lo largo de su trayectoria laboral y como cuadro, “se ha caracterizado por su modestia, honestidad, capacidad de trabajo sensibilidad política y fidelidad al Partido y a la Revolución”.
Agregó que Marrero Cruz ha conducido de manera destacada el sector del turismo, una de las principales líneas del desarrollo de la economía nacional, y actividad que le concedió una permanente interacción con el resto de los organismos de la Administración Central del Estado, el sistema empresarial y gobiernos provinciales.
Díaz-Canel ponderó ante los diputados a la Asamblea Nacional la rica experiencia de Marrero Cruz en negociaciones con contrapartes extranjeras y la participación en eventos internacionales, demostrando su habilidad, firmeza y dotes para la interlocución.
El jefe de Estado añadió que la propuesta fue aprobada anteriormente por el Buró Político del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.

Viceprimeros ministros de la República de Cuba

El presidente de la República de Cuba igualmente propuso a los seis viceprimeros ministros, designados y aprobados también por la Asamblea Nacional.
  1. Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez.
  2. Roberto Morales Ojeda.
  3. Inés María Chapman Waugh.
  4. José Luis Tapia Fonseca.
  5. Alejandro Miguel Gil Fernández (quien continúa como Ministro de Economía y Planificación).
  6. Ricardo Cabrisas Ruiz.

Secretario y demás miembros del Consejo de Ministros

El presidente de la República propuso como secretario del Consejo de Ministros a José Amado Ricardo Guerra, y a los restantes miembros:
  1. General de Cuerpo de Ejército Leopoldo Cintra Frías, ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
  2. Vicealmirante Julio César Gandarilla Bermejo, ministro del Interior.
  3. José Ramón Saborido Loidi, ministro de Educación Superior.
  4. Ena Elsa Velázquez Cobiella, ministra de Educación.
  5. Meisi Bolaños Weiss, ministra de Finanzas y Precios.
  6. René Mesa Villafaña, ministro de la Construcción.
  7. Rodrigo Malmierca Díaz, ministro de Comercio Exterior y la Inversión Extranjera.
  8. Bruno Rodríguez Parrilla, ministro de Relaciones Exteriores.
  9. Eduardo Rodríguez Dávila, ministro del Transporte.
  10. Elba Rosa Pérez Montoya, ministra de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente.
  11. Oscar Manuel Silvera Martínez, ministro de Justicia.
  12. Betsy Díaz Velázquez, ministra de Comercio Interior.
  13. Alpidio Alonso Grau, ministro de Cultura.
  14. Jorge Luis Perdomo Di-Lella, ministro de Comunicaciones.
  15. José Angel Portal Miranda, ministro de Salud Pública.
  16. Alejandro Miguel Gil Fernández, ministro de Economía y Planificación.
  17. Gustavo Rodríguez Rollero, ministro de la Agricultura.
  18. Antonio Rodríguez Rodríguez, presidente del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos.
  19. Alfonso Noya Martínez, presidente del Instituto Cubano de Radio y Televisión.
  20. Osvaldo Vento Montiller, presidente del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación.
Nuevos ministros:
21. Marta Elena Feitó Cabrera, ministra de Trabajo y Seguridad Social (hasta ahora viceministra primera).
22. Juan Carlos García Granda, ministro de Turismo (hasta ahora viceministro primero).
23. Marta Sabina Wilson González, ministra-presidenta del Banco Central de Cuba (hasta ahora presidenta del Banco Exterior de Cuba).
24. Manuel Santiago Sobrino Martínez, ministro de la Industria Alimentaria (hasta ahora presidente del Gobierno en la provincia de Granma).
25. Eloy Álvarez Martínez, ministro de Industrias (hasta ahora viceministro primero).
26. Liván Arronte Cruz, ministro de Energía y Minas (hasta ahora viceministro).
Díaz-Canel reconoció el trabajo y agradeció el esfuerzo realizado por los ministros que hasta ahora desempeñaban estas funciones, quienes fueron liberados de sus cargos esta jornada.

Vea además: