sábado, 1 de febrero de 2014

UN MARXISTA EN LA CASA BLANCA?

Yadira Escobar • 30 enero, 2014 MIAMI – Obama está perdiendo popularidad ya en su sexto año en el cargo, con una tasa promedio de aprobación de su desempeño que ha descendido al 45,8 por ciento. ¿Qué abominables atrocidades ha cometido Obama contra sus electores? Dejemos a un lado los logros, grandes o pequeños –como el mejoramiento de la nutrición en las escuelas públicas, la creación de numerosos programas contra la corrupción, o el apoyo a la energía renovable. Según sus críticos, el lado oscuro incluye dudosas instrucciones para salvar la industria automovilística, tratar de dar a la población asistencia médica, no cerrar Guantánamo e incluso normas universales de etiqueta, como hacer una reverencia al emperador de Japón y dar la mano al presidente cubano Raúl Castro. Para no mencionar que algunos lo siguen calificando de “comunista”. Un marxista revolucionario en la Casa Blanca a estas alturas ya hubiera declarado ilegales todos los pagos mensuales de la hipoteca, expropiado la propiedad privada, eliminado la burguesía, etc. Así que extremistas en pánico… no se preocupen. El Partido Comunista no tiene una comunicación privilegiada con la Casa Blanca. Cuando más pudiéramos calificar a Obama de socialdemócrata por tratar de refrenar los excesos asoladores del capitalismo por medio de reformas graduales. No se puede acusar al presidente Obama de ser un dictador. Puede realizarse un largo debate acerca de la calidad, estructura, seguridad o eficiencia de nuestra decadente democracia, pero al final aún tenemos nuestros votos. El país no está mostrando señales reales de transformarse en una tiranía de la noche a la mañana porque el presidente haya redactado unas pocas órdenes ejecutivas sin convocar al Congreso. Esta práctica que ahorra tiempo no pone en riesgo la reverenciada separación de los poderes del gobierno: judicial, legislativo y ejecutivo. En vez de enfocarse tanto en los poderes ejecutivos de Obama, un ojo avizor debiera vigilar las prácticas extremas multimillonarias de cabildeo que suceden bajo nuestras propias narices. A hombres de negocio como los notorios hermanos Koch se les permite que inyecten $45 millones de dólares en comprar su cuota de control en el Congreso por medio de su organización autocreada “Norteamericanos por la Prosperidad”. La naturaleza antidemocrática de esta rutina sistemática choca con el espíritu de la Constitución y sin embargo no ha iniciado en Washington un golpe militar liderado por el Tea Party. Un veterano retirado del Ejército, el coronel Harry G. Riley, está planeando una revuelta masiva llamada “Operación Primavera Norteamericana”, programada para el 16 de mayo. No solo tiene la intención a juntar a millones para el derrocamiento “constitucional” del presidente, sino también del vicepresidente, del líder de la mayoría senatorial, del presidente de la Cámara de Representantes, e incluso de Nancy Pelosi, la expresidente de dicha Cámara, entre otros. Esto no es muy original, ya que es la típica respuesta de la extrema derecha cuando no acepta lo que la mayoría aprueba. Cuando las leyes del sistema se utilizan con mucho cuidado para propósitos democráticos no convencionales, están dispuestos a declarar que todo es inconstitucional. Así, exigen un urgente secuestro del poder por la vía militar para restaurar los traicionados principios. Teniendo en cuenta que el actual contexto global de nuestro tiempo no es ni remotamente parecido al de 1776, cuando Estados Unidos declaró su independencia, parece irracional intentar comportarse de manera idéntica a la de hace siglos. Los individuos desinformados que gritan histéricamente que nuestro presidente planea usurpar el poder total están siendo manipulados emocionalmente por fantasías maquiavélicas. El período presidencial de Barack Obama terminará en 2016 y veremos cómo deja el cargo para ceder la silla presidencial al nuevo candidato electo. ¿Cómo podemos culpar a Obama cuando otros presidentes con empleo muy similar, pero políticas radicalmente diferentes, están sufriendo situaciones extrañamente similares? Tomemos al primer ministro Mariano Rajoy, del conservador “Partido Popular” de España. Los manifestantes le exigen que renuncie mientras gobierna a un país casi en bancarrota, golpeado con tasas de desempleo récord, estadísticas sorprendentes de pobreza y plagado de deudas a corto plazo. ¿Qué tiene en común con nuestro Partido Demócrata un partido político que hasta ha sido acusado de fascismo? Nada. Es solo que todos estamos atados a una economía global que se hunde. Paso a la crisis económica, ya que la popularidad va de la mano de los resultados económicos. Quizás a algunos de los críticos de Obama les gustaría aparecer más académicos y no materialistas en su juicio, pero en definitiva, el balance bancario del elector decide su discurso. ¿Qué hubiera sucedido si hubiera ganado Romney? Independientemente de cualquier táctica de negocio que él pudiera haber desarrollado en el sector privado, haría falta más que maniobras solapadas para evitar los dolores de esta crisis económica global. Estoy pensando en algo así como magia. A nadie le gusta ser mensajero de malas noticias, pero nuestras democracias occidentales han chocado contra un iceberg que no desaparecerá por medio de golpes neoliberales o elixires de libre mercado. Si ansiosos y nerviosos electores eligen a un republicano en el 2016 en un intento por ayudar a la economía, el Partido Republicano pudiera acudir al viejo manual para soluciones fáciles: la guerra. Es una trágica falacia que las largas guerras dan a las economías rezagadas un empuje hacia arriba. El viejo mito ya desmentido fue establecido en parte desde que después de la Gran Depresión EE.UU. fue arrastrado a la 2da. Guerra Mundial, y muchos creyeron que la guerra y su producción de armamentos creaban empleos. De hecho, las guerras nunca financian mágicamente; son pagadas por medio de enormes deudas o rápido incremento de los impuestos. De cualquier manera, el pueblo paga el precio, tanto en pérdidas humanas como en dinero. Los republicanos pudieran tratar de engañarnos con este truco de mal gusto, pero nuestra anémica economía nunca se beneficiará de una forma enferma de transfusión de sangre desde campos de batalla lejanos. Al menos Obama nos sacó al fin de Iraq.

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