martes, 9 de abril de 2013

UNA CORRIDA DE TOROS CON FINAL INUSITADO



 Fragmento de una novela inédita.


                                         ELIGIO DAMAS


              -"¡Hola!, ¿Cómo estás amigo mío?"
               El  viejo Pedro,  casi derrumbado, habló en voz alta, como se hace en la sabana, justo al lado del promontorio de tierra que marcaba la tumba de Cristóbal.
Se llegó hasta allí arrastrando la pierna izquierda y apoyado en un improvisado  bastón. Previamente se colocó de espaldas  a la  costa, a la dirección de los vientos que aquella  mañana  corrían raudos, cargados de salitre y polvo amarillento del  relleno.

               -"¿ Te enteraste Cristóbal de la vaina  que   me echaron  los  españoles  y los  otros  toreros,  mercenarios  los llamaría  yo,  quienes contratados  por aquellos,  llegaron  de  Caracas, creyendo que la gente de aquí era pendeja?"               

            En efecto, después de la muerte del joven, en varios  puntos de la ciudad aparecieron aquellos  cartelones  que invitaban  a  "la primera gran fiesta de toros que  se  monta  en la ciudad". Ofrecían seis toros de una "prestigiosa ganadería"  para tres  matadores.  De éstos, uno era de los  españoles  que  meses atrás  se alojaron en la vieja casa de  "La Quinta”;  los  otros procedían de Caracas.                            

      Tres días antes del domingo  señalado para  la  fiesta, comenzaron a improvisar una plaza en el campo  deportivo, un  viejo corralón que llevaba el nombre de la  ciudad. Mientras tanto,  una precaria publicidad incitaba al público a  participar de  aquella  corrida  con "toros de casta y  toreros  de  clase". Y en  toda  la ciudad se supo que habría aquella  fiesta,  y  no  precisamente por efectos inmediatos de los cartelones sino porque no había otra  cosa  de  que  hablar. Y el domingo,  casi toda la ciudad  estaba  allí. La  taquilla  fue  exitosa. ¡Todo el mundo  pagó!, cosa  poco  creíble  por la época,  y porque aquel  pueblo  poco entendía de toros.

               -"¡Sí, Cristóbal!, farandulero  o  no, lo cierto es que el pueblo  casi todo estaba allí. Hasta yo,  un  torero  de  alternativa  en la plaza de "Las Ventas", que es como  decir  el principal  templo del toreo, ocupé un puesto en los  improvisados tendidos."            

             -"Después  del  paseíllo,  durante el cual desfilaron  "toreros"  de  abultado vientre, se inició la corrida con la participación de un torero bufo."

               El público  al  principio  disfrutó   las payasadas   de  aquel hombre que, envuelto en  un  abultado traje, se  lanzaba sobre  el   toro manso previamente seleccionado. Se recostaba de los recortados  pitones del animal y  lo  excitaba.

                            Este, alguna  que otra vez salía de su letargo,  levantaba  la cabeza  y  tocaba  al bufo, quien  aprovechaba  la  ocasión  para lanzarse al suelo o ejecutaba alguna que otra ensayada peripecia.  Al poco tiempo, el bufo se volvió repetitivo y el público comenzó  a perder interés en su tarea. Algunos, desde los tendidos, lanzaron pitas  y  adjetivos  contra  el  torero  bufo. Este   interpretó cabalmente el sentimiento de la gente allí agrupada  y  apresuró el  final de su actuación. Se retiró con gestos de alegría  y presuroso;  el soberano lo premió con modesto  aplauso, por una simple cuestión de cortesía.   
  
               - Desde el principio confirmé mi sospecha. No podía haber toros de casta. El costo de éstos es muy elevado.  El primer  toro, ese que le tocó al bufo era un mostrenco; más  apto para el matadero público que para la lidia. Pensé que  la corrida tendría el mismo destino que la serie de Tracy y era ese el mayor de mis temores y angustias.
                Un  largo toque de clarines y timbales anuncia  el segundo  toro,  esta vez para el primer matador  del  cartel.  El animal es metido al redondel a fuerza de empujones y por  inercia va a plantarse en el centro. Es flaco y de poca alzada. Su mirada es  triste, como si presintiese que la muerte lo acecha. Y no hay  en él fuerza ni empuje  necesarios para luchar por la vida.                 

               El matador, en un gesto impuesto por la costumbre, mira  desde  el burladero. Segundos después opta  por  salir  sin apelar a la ayuda previa del único peón de brega  en la  corrida. Ya lo sabe todo de sólo haber visto la entrada del toro.   Este, para desgracia suya y de la fiesta, no es un animal de lidia. ¡Es una vulgar res de matadero!

               Con la inesperada entrada del    animal al improvisado redondel, la multitud que  plenaba la plaza, como si  supiese  mucho sobre los asuntos de la fiesta,  percibió  que aquella presencia nada tenía de noble ni espectacular.  Presintió que podrían repetirse las torpes y desleídas gesticulaciones  del torero  bufo.  Y desde todos los puntos de la plaza  se  lanzaron denuestos y pitas ensordecedoras.

               ­ -"¡Ese torero es un marruñeco, por eso le  pusieron ese piazo e' toro!"
        
               Lo del torero bufo fue un aviso. Y aquella era  la reacción adelantada de un pueblo habituado a que  le  engañasen.

               Como  en Tracy, aquello tampoco le pareció un episodio  digno  de respeto.

               -"Pues sí Cristóbal, aquel torero comenzó a  sudar a chorros y no precisamente por el calor de aquella tarde en esta ciudad  nuestra.  El toro no embestía, pese   los  esfuerzos  del matador  que inicialmente, con aspaventosos movimientos,  trató inútilmente  de llamar su atención. Luego, perdido el temor a  la bestia  que  a todo torero le embarga cuando sale  al  ruedo,  se acercó al animal hasta percibir su aliento. Y ahora lo  impulsaba el miedo a aquella gente que con fiereza aumentaba la  intensidad y frecuencia de sus insultos."

              -"Y  el toro indiferente Cristóbal. Estaba  allí bamboleándose,  ignorando los empeños del matador y la  estruendosa gritería de las tribunas. Como si la poca energía que lo  animaba estuviese empeñada sólo en mantenerlo en pie. Y su mirada, que no parecía fijarse en ninguna parte, estaba cuajada de tristeza."

                 De pronto, el matador reaccionó y corrió  presuroso hacia el burladero. Habló brevemente con quien que allí estaba y‚ de éste recibió un par de banderillas.

                 Aquel público le observó con curiosidad;  tanta que por largo  tiempo mantuvo un  silencio denso. Y  se puso a observar con extremada atención los movimientos del  hombre  que dentro  del improvisado redondel, armado con un par de  banderillas, se acercaba sin precaución alguna a aquella mansa res.

                 -"Sí Cristóbal, dijo el viejo como con lastima, aquel asustado hombre, sin saber  que hacer, se le ocurrió algo inusitado; apelar a las banderillas frente a una criatura carente de energía y empuje. Quizás - agregó el viejo - pensó que recreándose  y adornándose con la plasticidad de los movimientos de  los banderilleros  nobles,  podría ocultar la inutilidad  del  animal para  la fiesta,  matar el aburrimiento  y cambiar los  denuestos de  la gente por gestos de aceptación o, por lo menos, de  indulgencia."

               Se  plantó como refistolero, pero miedoso,  en  el centro  del  redondel. Tensó su cuerpo y levantó los  brazos  hasta asumir  la  clásica pose del banderillero. El  público  siguió observando  y el silencio aumentó hasta copar los espacios aún libres de  la  plaza.

               De  lejos, con gritos de ¡ajá y ajá toro!, que se escucharon hasta en el centro de la ciudad y por  momentos coparon  el  silencio tormentoso encerrado  en  aquel  espacio, insistió  en  citar al animal indiferente a la  faena. Para impresionar  a  la  gente, estuvo más tiempo de  lo  habitual  en aquella  estudiada pose, deslucida ya por la indiscreta  redondez del vientre. Su viejo traje, con dificultad reflejaba la luz, que como de costumbre, desbordaba aquella tarde tropical. Gran  parte de  las  lentejuelas  del traje  habían caído al  ruedo,  en  las tantas tardes de corridas del “maestro”.
        Las voces del gentío estuvieron ausentes por otro largo  rato,   empeño  pusieron, en no malograr la suerte nueva y atractiva que el matador anunciaba.

               De pronto,  llenándose  de bríos  y  añoranzas,    el diestro inició un correteo zigzagueante por la plaza al encuentro del toro; el final del camino se le hizo eterno. El  animal apenas  se movió buscando el equilibrio, perdido a ratos  por  el empuje   del  viento  que corría  más rápido  por  la  ausencia   de gritos.

               Se acercó ­ ¡al fin!- al manso y distraído animal de matadero, y al llegarle, un hueco disimulado en el camino, le hizo caer de bruces y las banderillas quedaron regadas en la arena.

               El  espacio  de  nuevo se llenó de voces, esta  vez más  enardecidas;  pedazos  de   gradas,  tendidos   y  burladeros comenzaron  a  caer  con violencia en el redondel arenoso. Aquella tarde fue  como  la noche en el cine "La Glaciere", por la palidez  de Tracy.

               El público furioso invadió el terreno de la  brega toreril  y los toriles. Los toreros y sus ayudantes, precavidos, desaparecieron amparados en la confusión y más nada se  supo  de ellos.

               Aquella  ardiente  tarde,  las  reses  con desgano, recorrieron  la    ciudad   y  el  público  taurino,  en  romería marchaba detrás, imitando su ritmo vacilante. Toda la ciudad supo del destino de  aquel  evento que  se  ofreció como una incitante tarde de toros. A la mañana siguiente, muchos comieron de la carne dura y desabrida  que en  varios  puntos de la ciudad, se ofreció a la gente  como  una recompensa  por  el  frustrante espectáculo taurino. En  fin  de  cuentas, pensaron muchos, desde que a esta tierra llegaron  los adelantados españoles y el ganado, éste casi sólo ha servido para comérselo.

          -"Pues si amigo mío, sucedió lo que tanto había  temido.  Nunca tendré la satisfacción de ofrecer una corrida  de toros a  gente que tanto amo."   


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Publicado por Eligio Damas para BLOG DE ELIGIO DAMAS el 4/09/2013 09:33:00 a.m.

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