CARTAS CRUZADAS ENTRE UN ESCUÁLIDO Y NIÑO JESÚS
Eligio Damas
Querido niño:
Desde chiquito hasta ahora, según todas las certificaciones que tengo, con los sellos y firmas respectivas, reconocidas por todas las instituciones respetables, me he portado bien.
Las instituciones y autoridades católicas que participaron en mi formación son aquellas que tienen como la marca NORVEN, las mismas que atienden a quienes están en pie de lucha por la libertad y contra el comunismo. No ha manchado mi conciencia jamás un consejo o pensamiento de algún cura ñángara, de esos que confunden chavismo y socialismo con el tierno, generoso y desprendido pensamiento de sacerdotes como Luckert, Porras o Urosa Sabino. Alcancé cuanto título universitario pude, siempre en la misma universidad de la mano de ese insigne, recto y equilibrado padre, porque es un auténtico padre, Ugalde.
Tengo veinte años casado con la misma mujer y jamás he mirado para ningún lado, porque no me salgo casi nunca de los preceptos que me enseñaron, salvo cuando cuadro las cuentas de mis negocios. Todo esto junto lo aprendí de la vida del padre Porras, tan conocida en Mérida.
Para no cansarte y hablar lo innecesario, porque bien sé que estás en todas partes, todo lo miras y tienes bajo control, como si fueses el jefe del espionaje gringo o del gobierno israelita, calzo los puntos necesarios, tengo excelente carta de conducta, como para me concedas el regalo que te pido. Es en esencia el mismo que te he implorado durante estos últimos doce o trece años. Insisto por merecérmelo y haberme sentido persistentemente herido y triste, cuando al buscar en mi zapato N° 44, colocado furtivamente bajo mi cama, no hallo nada, ni siquiera el mensaje tuyo que diga que has cumplido; al prender el televisor, cada día 25 en la mañana, siempre en sintonía de Globovisión, veo las mismas caras tristes y acongojadas indicadoras que mi regalo no llegó a ningún sitio.
Antes, hasta el año pasado, rogué que le dieras un golpe, le sacaras de Miraflores y le llevaras donde lo creyeses conveniente. No me atreví a más por respeto a tus principios y los míos, como aquello de “¡no matarás!”. Me conformaba con volver, pues quiero “llegar a donde está, no sé perder, no se perder. Quiero volver, volver, volver.”
Ahora niñito, quiero ponértela más fácil. He comprendido, por aquello de “tanto va el cántaro al agua”, que darle un golpe es muy difícil. Porque aún estando tú estés en el medio, uno ha terminado por preguntarse ¿con qué se sienta la cucaracha? Sé muy bien que podrías alegar tu indisposición divina a no violar el mandamiento cinco, ¡no matarás! Es más ya te advertí que hasta me mantuve respetuoso y virtuoso en eso como en todo. Pero si sacas cuentas, o le metes a las matemáticas, aunque pienses que hablo el demonio ese, es sólo uno de un total de diez. Todavía nos quedarían nueve. Si lo remites al lenguaje de las encuestas, tendríamos del lado de nuestra balanza, la que uso pa´comprá, noventa por ciento a favor.
Está claro entonces que con humildad religiosa, como oveja amada y domesticada de los curas de la Conferencia Episcopal ya nombrados arriba, y con la bendición de ellos, te pido dulcemente que le ¡mates! ¡Si! ¡mátalo! No tendrías que darle un palo cochinero sino invalidar todo el trabajo que hicieron los médicos tratantes. Si lo piensas bien, hasta harías todo dentro de los cánones piadosos de aquellos curas cuyos nombres están arriba, que no repito por si hay moros en la costa. Los médicos, en su mayoría son comunistas, pues como sabes tú y todo el mundo, le trataron en Cuba. En esta circunstancia, estando de por medio esos enemigos de Dios, iglesia, propiedad y la familia, podríamos decir algo como que “ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón”.
Querido escuálido:
Bien sé que eres hijo de Dios y me llamo Jesús, que podría ser Juan y como cantase Atahualpa Yupanqui, “yo tengo tantos hermanos que no los puedo contar”. Unos pocos como tú y unos cuantos, hablando de encuestas, según revelan ellas, pidiendo lo contrario. De todo hay en la villa del señor.
De modo que no te importe violar un mandamiento, cosa que aprendiste de tus “santos maestros”, no significa todos podamos ser medidos por la misma vara. Mis principios me impiden complacerte, pues no sólo respeto los mandamientos que no son nueve sino diez. Estoy consciente que tu petición, tiene como meta, llegar a donde ahora está él, para saciarte violando el mandamiento siete, el de no robarás. Pero también debo cuidar lo que digan las encuestas pues “la voz del pueblo es la de Dios”.
Toma tu caballito de madera y ¡quédate tranquilo!
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