Los hijos se fueron, como dice la Biblia “dejarán a sus padres en la búsqueda de otros senderos” palabras más, palabras menos. El apartamento que resultaba pequeño para tantas cosas que había en los cuartos de mis hijos y la eterna pelea para que los mantuvieran ordenados, se ha ido. Ya con un simple abrir y cerrar de ojos, el lugar se mantiene, demasiado arreglado. Es tanto así, que a veces paso por el lado de una mesa y alboroto las cosas, como para no perder la costumbre de que siempre, ellos los movían de lugar.
Ahora siento como si estuviera en un palacio. El eco que se oye en sus cuartos con sus risas y alborotos que acostumbraban tener, hace que me ponga triste.
No es fácil llegar a la tercera edad o a la edad de “oro” como la quieras llamar y no estar preparada para tanta soledad.
El marido murió y los hijos se fueron. Ahora el trabajo de levantarme es enorme. El sentarme a la mesa para probar alguna cosa, de modo que no me desmaye en plena sala, es automático.
Soy joven aún, por lo menos así me siento. Por lo que he tomado la decisión de darle un rumbo completo a mi vida. Los años que me queden por vivir buscaré la razón para seguir respirando.
He conseguido unos cursos de manualidades pero jamás ha sido mi fuerte en estas tareas, por lo que las decliné. Recuerdo que cuando joven me gustaba cantar y pruebo a ver qué pasa. Si, es cierto, mi voz es bonita pero ya no llega a los registros de otrora por lo que no creo que sea mi fuerte en estos momentos.
Sentada en la sala de mi casa, me miro en el espejo y me levanto para observar a la mujer que se refleja y en verdad no me gusta nada lo que veo. En eso reaparece esa virtud o pecado que es la vanidad y me volteo y detallo mi cuerpo. ¿Dios que has hecho con todo esa humanidad? que si no era para un certamen de Mises, tampoco evitaba que le lanzaran piropos por la calle. El horror se apoderó de mí y empecé tomar cartas en el asunto. Comencé a caminar y me fui donde una nutricionista para que me indicara la mejor forma de alimentarme. Lo que quería era fortalecer, moldear y agilizar mis músculos, o sea todo mi cuerpo que supieran mis células que seguían vivas.
Sin darme cuenta al empezar a cuidar de mi autoestima, sentí ganas de escribir y plasmar en blanco y negro las cosas que me iban sucediendo.
Es por eso que en este momento usted está leyendo esta sarta de reflexiones de una mujer que ha renacido y que siente unas ganas de vivir más que nunca.
El cielo es mi límite y el tiempo que me quede, lo dedicaré a ser feliz. Si puedo viajaré y conoceré lugares de mi patria y de otras latitudes a las que siempre quise visitar y así confundirme con su gente para aprender mucho más. Pero por sobre todas las cosas volveré amar. Es el aditivo importante para la vida de todo ser.
Carmen Pacheco
24 de marzo de 2013
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