jueves, 25 de julio de 2019

LINDBERGH EN LA HABANA


APUNTES DEL CARTULARIO
Ciro Bianchi Ross

Lindbergh en La Habana

El 8 de febrero de 1928, fecha de la llegada a La Habana del famoso aviador norteamericano Charles Lindbergh, fue un día aciago para los fotógrafos cubanos. Ese día los profesionales de la cámara sufrieron en el campamento de Columbia el maltrato de la soldadesca machadista.
Un año antes, Lindbergh había cruzado solo y sin escalas el océano Atlántico para convertirse en el primer piloto que culminaba con éxito esa hazaña varias veces intentada antes. Realizó su viaje en un monoplano remodelado por él mismo y que bautizó con el nombre de Espíritu de San Luis por la colaboración que industriales de esa ciudad prestaron a su empresa. El 20 de mayo de 1927, Lindbergh partía del aeropuerto Roosevelt de Long Island, en Nueva York, y al día siguiente aterrizaba en un aeropuerto cercano a París. Había permanecido 33 horas con 32 minutos en el aire. Una hazaña que todavía se recuerda y que lo convirtió en uno de los pilotos más famosos de todos los tiempos.
Por tal motivo no pocos países quisieron recibirlo para tributarle los honores merecidos. Lindbergh fue nombrado asesor de importantes empresas de aviación y realizó viarias giras para promover la apertura de nuevas líneas aéreas. La Habana no quedó fuera de su periplo. Vino el aviador tripulando el Espíritu de San Luis en un viaje que marcaría el retiro del célebre monoplano que, por decisión suya, no volvería a volar y pasaría a exhibirse en el Museo del Aire y el Espacio de la ciudad de Washington.
Aquel 8 de febrero de 1928, a las 3:37 de la tarde aterrizó Charles Lindbergh, procedente de Haití, en el aeropuerto militar de Columbia. El avión detuvo sus motores en la pista, pero el piloto no daba señales de vida, lo que causaba preocupación y ansiedad entre el público numeroso que lo esperaba, entre los que figuraban no pocas figuras del gobierno machadista. Motivaba la demora el hecho de que el aviador solía cambiarse de ropa en el mismo aparato a fin de presentarse en tierra con la vestimenta que él creía apropiada. Pero nadie sabía de esa costumbre suya y los fotógrafos cubanos y extranjeros que cubrían el recibimiento, sin esperar la indicación pertinente del protocolo, se abalanzaron sobre la aeronave con sus voluminosas y pesadas cámaras.
El Ejército cerró el paso entonces a los fotorreporteros cubanos, pero no impidió el movimiento de la prensa extranjera. Enrique “Kiko” Figarola, fotógrafo del diario machadista Heraldo de Cuba protestó por aquel proceder y, al ver a Alberto Martínez Rivero, escolta del presidente Machado, le  pidió que interviniera y finalizara aquel abuso. Pero en mala hora se le ocurrió hacerlo, porque Martínez Rivero detestaba a los fotógrafos. Siempre decía a sus subalternos que más daño hacia una fotografía que una ametralladora, porque una foto podía denunciar, revivir un hecho y exacerbarlo mientras que las balas silenciaban y acababan el problema. Con el tiempo le llamarían “el terror de los fotógrafos” porque le rompía la cámara a cualquiera de ellos si le veía que tomar alguna foto que no convenía al régimen dictatorial. Pese a representar un periódico que defendía los intereses del gobierno, el escolta de Machado ordenó que sacaran a Kiko Figarola del lugar y los soldados no vacilaron en arrastrarlo por la pista polvorienta, lo que motivó la protesta de la prensa nacional.
Lindbergh comenzó su visita a La Habana. Fue invitado de honor de numerosas corporaciones culturales, empresariales y científicas. El pueblo lo aclamó en la terraza norte del Palacio Presidencial y Machado lo distinguió con una alta condecoración.
El 12 de febrero de 1928, Lindbergh invitó a Machado a sobrevolar La Habana y el mandatario aceptó la propuesta. Lo hicieron en un trimotor de la Pan American  que diariamente transportaba la correspondencia entre Cayo Hueso y La Habana. La aeronave contaba con 12 asientos y fue preparada y engalanada para acoger al mandatario cubano, uno de los primeros gobernantes  en volar en avión. Al día siguiente el piloto partió para su país. En el fuselaje de su avión había pintado la bandera cubana junto a otras que recordaban los países que había visitado.
La visita de Lindbergh y su despedida no acallaba la protesta de la prensa cubana por el maltrato inflingido al foto reportero Kiko Figarola. Para aplacar los ánimos, el Negociado de Prensa del Ejército organizó en el Castillo de La Punta un champán de desagravio a los fotógrafos y especialmente a Kiko.  Esperaron largo rato al fotógrafo del Heraldo que se había enfrentado contra el proceder de los soldados. Esperaron inútilmente, porque Kiko Figarola nunca llegó. No quiso rebajarse a compartir con aquellos que  habían atropellado, discriminado y despreciado a los fotógrafos de la prensa cubana. 



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