viernes, 22 de febrero de 2019

EL ESPIA ALEMAN

APUNTES DEL CARTULARIO
Ciro Bianchi Ross

El espía alemán


Cuando  vio acercarse a los que lo conducirían al paredón de
fusilamiento, en los fosos del Castillo del Príncipe, Heinz August
Kunning se puso de pie y pidió a su oponente que accediera a dejar
tabla aquella partida de ajedrez que la fuerza de las circunstancias
le impediría concluir y, sereno, caminó hacia su destino para situarse
en posición de firme ante la escuadra de fusileros que acabaría con su
vida. Miró a los soldados y luego su mirada, totalmente inexpresiva,
se posó en el oficial que estaba al frente de la tropa y que le daría
el tiro de gracia. No pronunció una sola palabra ni pareció inmutarse
al escuchar las voces de mando, como si durante los últimos años de su
existencia hubiera estado preparándose para un final así. Era el 10 de
noviembre de 1942. Días después, el supervisor militar de la Cárcel de
La Habana, mientras refería los detalles del suceso, dijo al poeta
José Lezama Lima, entonces secretario del Consejo Superior de la
Defensa Social, con sede en la misma prisión: Aquel hombre daba
muestra de una marcialidad tremenda y a mí, que mandaba el pelotón, me
temblaban las piernas
Cuba entró en la Segunda Guerra Mundial el 9 de diciembre de 1941,
pero ya para esa fecha Kunning estaba en La Habana haciendo de las
suyas.  Tenía entonces unos 30 años de edad. Fotos que se conservan lo
muestran como un hombre ligeramente grueso, de perfil afilado y una
cabellera abundante de esas que parecen brotar desde la frente misma.
Los que lo conocieron lo recuerdan como una persona fría y de pocas
palabras, pero amable, bien vestido y de buenos modales. Dominaba el
inglés y el español y había sido entrenado cuidadosamente para su
tarea, que antes cumplió con éxito en otros países. Desde aquí debía
informar al alto mando berlinés sobre la entrada y salida de buques
mercantes y de guerra; reportaría asimismo sobre la economía y la
situación política y social del país y comunicaría las direcciones
particulares de las figuras principales del gobierno.
Para su labor de inteligencia, Kunning disponía de un potente aparato
de radio que le permitía recibir y transmitir mensajes, una antena de
doble línea y dos manipuladores telegráficos, y como también pasaría
información por la vía epistolar, se valdría de tinta simpática
invisible. Parece ser que él fue el jefe, o al menos el centro, de la
red de espías nazis en la Isla. Muchas de las informaciones que allegó
y transmitió le cayeron en las manos con una facilidad pasmosa. Se las
suministraban marineros, prostitutas y  obreros portuarios a los que,
entre trago y trago, se las arreglaba para tirarles de la lengua.
Si en el mar estuvo lo más notable de la participación cubana en la
Segunda Guerra Mundial, en el mar Cuba sufrió también las mayores
pérdidas. La información suministrada por Kunning desde una casa de
huéspedes de la calle Teniente Rey, en  La Habana dio por resultado el
hundimiento de varios de nuestros barcos con la muerte consiguiente de
decenas de marineros y la destrucción de casi la totalidad de la flota
mercante cubana.
Pero no operaría impunemente el espía por mucho tiempo. Los servicios
de contrainteligencia norteamericano y británico establecieron en las
Bermudas una oficina que filtraba la correspondencia que salía desde
América hacia otros continentes. Una carta impuesta en La Habana y
dirigida a un connotado falangista español llamó la atención de
agentes de esa entidad. Abrieron el sobre y el análisis del papel
reveló un mensaje en clave escrito con tinta invisible. Fue entonces
que a la sede del Servicio de Investigaciones de Actividades Enemigas
(SIAE) sito en la calle Sarabia, en el Cerro, y bajo la dirección del
capitán Mariano Faget, llegaron oficiales norteamericanos y británicos
que revisaban la correspondencia en busca de mensajes para el enemigo.
Un avión equipado para detectar ondas radiales en clave y precisar con
mayor o menor exactitud su procedencia, comenzó a sobrevolar La Habana
hasta que se concluyó que la señal se emitía en una zona comprendida
entre Belascoaín y los muelles.
La contrainteligencia cubana hacía lo suyo y trataba de identificar a
todas las personas que en dicha área recibían dinero del exterior. Fue
así que el cabo Pedro Luis Gutiérrez, un comunista infiltrado en el
SIAE, encontró en la sucursal del Banco de Boston, en Cuatro Caminos,
una tarjeta firmada que daba cuenta de un dinero recibido. Se fue con
ella al Ministerio de Comunicaciones en el convento de San Francisco,
donde también radicaba el Correo Central, y se la mostró a todos los
carteros con la esperanza de que alguno recordara la rúbrica. El
cartero José Francisco Rojo recordó que aquella firma correspondía a
uno de los inquilinos de la casa de huéspedes de la calle Teniente
Rey, a quien enviaban dinero de manera habitual. El cabo Gutiérrez
pidió a Rojo que le entregara una carta certificada a fin de
contrastar la firma del recibo de entrega con la de la tarjeta.
Coincidían y con esa certeza lo detuvo. Heinz August Kunning
reconoció su culpabilidad. El 19 de septiembre de 1942 el Tribunal de
Urgencia de La Habana lo sentenció a muerte. Fue inhumado en la
necrópolis de Colón bajo un nombre supuesto y  sus restos se
repatriaron a Alemania en 1953.

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