martes, 11 de julio de 2017

Y FIDEL CREOEL PUNTO "X" EL ATENTADO A PALACIO

“Y Fidel creó el PUNTO X”
El atentado a Palacio
Artículo publicado en el libro:
“Y Fidel creó el PUNTO X”   Reinol González 
Páginas 87-92 – Saeta Ediciones 1987
El atentado en el Palacio Presidencial constituyó el eje del esfuerzo final que hacíamos para darle sentido a nuestra presencia en Cuba después de Bahía de Cochinos (Playa Girón), tratando de derrotar el régimen comunista con un golpe desconcertante que permitiera a los cuadros militares rebeldes comprometidos con nosotros a tomar el poder para reorientar la Revolución desde adentro. La Revolución cubana había sido popular, nacional e independiente. Ni los norteamericanos, ni los soviéticos, ni ningún otro centro de poder determinó o tan siquiera influyó en el proceso revolucionario cubano de aquel momento. Sin embargo, Fidel Castro y sus partidarios estaban entregando el pro­ceso revolucionario a la Unión Soviética, convirtiendo a Cuba en un peón de la geopolítica de las grandes potencias, sometiendo además al pueblo cubano a una nueva dicta­dura caudillista. Con esta acción nos proponíamos elimi­nar los factores de poder condicionantes y negativos para recuperar la independencia de la Revolución. Tomamos la decisión no sin antes tener que superar grandes escrúpulos de conciencia debido ala especial condición de ser un atentado colectivo, que aunque dirigido en primer término a Fidel Castro y a Osvaldo Dorticós, (las dos figuras más importantes del régimen en aquel momento), incluía tam­bién a todos los que estuvieran en el área de fuego de la bazooka, inocentes o no. Ya habíamos verificado que el público presente estaría lo suficientemente alejado como para no ser alcanzado por el fuego, porque las autoridades, por medidas de seguridad y para una mejor visibilidad de las primeras líneas, lo situaban a unos 50 metros. Estába­mos convencidos que era la única vía que nos quedaba para darle un vuelco a aquel régimen que día a día cerraba el anillo totalitario alrededor del cuello del pueblo cubano. En la preparación del atentado participaron el MRP y el movimiento "Rescate" que dirigía el Dr. Alberto Cruz ex- Ministro de Comunicaciones en el gobierno del Dr. Carlos Prío Socarrás, último gobierno democrático que tuvimos los cubanos. El Dr. Cruz había logrado que una Embajada aceptara recibir la bazooka y los rockets por valija diplo­mática, las que habían sido gestionadas en el exterior por el MRP y "Rescate". La Sección de Sabotaje del MRP se ocupó de conseguir el apartamento en la Avenida de las Misiones No. 29, octavo piso, apartamento 8-A, para lo cual hubo necesidad de sacar clandestinamente del país a lafamilia que lo ocupaba, parientes de uno de los miem­bros de la Sección de Sabotaje del MRP.
La acción debía ejecutarse el día 5 de Octubre de 1961 aprovechando la concentración de masas que el gobierno había convocado frente a la terraza norte de Palacio para recibir al Dr. Osvaldo Dorticós recién llegado después de un recorrido de casi un mes por los países del bloque comunista. Fidel, Raúl, el Consejo de Ministros en pleno, militares de todos los rangos, representantes de las llama­das organizaciones de masas, etc. presidirían la tribuna preparada en la terraza. No cabía la menor duda que el atentado no podía fallar. Lo único que había que hacer era disparar. Todo estaba preparado: los uniformes para camu­flar la retirada, las colchonetas colocadas en su sitio, las armas de reglamento, rollos de soga por si se hacía necesa­rio un descenso por la ventana del fondo... hasta el más mínimo detalle había sido tomado en cuenta. Una semana antes al atentado, tomando las precauciones del caso, me hice acompañar de Teresita, mi mujer, para inspeccionar el apartamento. Visita arriesgada pero necesaria para te­ner la seguridad que todo estaba en orden y que con se­riedad podría continuarse adelante. Cuando me asomé = al cristal de la puerta del balcón que daba a la terraza norte y comprobé la cercanía y el seguro ángulo de tiro, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo... Dudé, sí, dudé, ¿estaba justificada la masacre? No se puede  juzgar ese momento del pasado con visión y criterios del presente. Teresita  comprendió y calló. No quiso darme su criterio para no influenciar mi decisión.  Me pareció que ella tampoco es­taba muy convencida.
La organización de servicios médicos a la clandestinidad que con tanta efectividad  había organizado el Dr. Augusto Fernández Conde, puesta en estado de alerta, situó instrumental y medicinas en diferentes lugares.  Las células de acción y sabotaje engrasaban su pocas y rudimentarias armas para una acción que desconocían. Todas las demás secciones del MRP y de "Rescate" fueron puestas en estado de alerta. "Rescate" tenía a militares infiltrados en diver­sos cuarteles y estaciones de policía que fueron puestos en atención "por si algo ocurría en el país en los posteriores días o semanas" sin otro detalle, sin otra explicación. La tarde del día esperado para el atentado pedimos al MRP y al 30 de Noviembre que estuvieran atentos a partir de ese momento porque un acontecimiento importante estaba al producirse en las próximas horas o "días", acordándose un sistema de comunicaciones basado principalmente en los correos personales.
Los cuadros obreros de los principales centros de comu­nicación y servicios, que respondían a "Rescate" o al MRP, fueron objeto también de nuestra atención, en particular los ómnibus urbanos, teléfonos y electricidad... Yo no es­taba totalmente convencido de la justificación moral de esta acción, sin dejar de compender que para ayudar a que cesara el régimen de opresión y represión existente en Cuba, con su secuela de fusilados, prisioneros y exiliados, se hacía necesaria la ejecución de una acción de esta enver­gadura. Sabía además, que por encima de las justificacio­nes que me diera, mi conciencia quedaría de todas maneras marcada para el resto de mis días. Entre el mar de cosas que hice el día señalado para el atentado una fue darme una escapada hasta la Iglesia de San Antonio en el reparto Miramar. Yo estaba atado sentimentalmente a esta Igle­sia porque fue en su sacristía que inicié formalmente la oposición insurreccional a Castro, al fundar el movimiento "Acción Democrática Revolucionara" junto a los líderes católicos Antonio Fernández Nuevo, Amalio Fiallo, An­drés Valdespino, y otros, grupo que meses después se fun­diría con las corrientes dirigidas por el Dr. Rufo López Fresquet y el Ing. Manuel Ray para dar nacimiento al MRP. Esta vez tenía necesidad de algo más que la sacris­tía. Medité, pedí ayuda, luz, apoyo. Salí de allí decidido a seguir adelante, aunque una especie de remordimiento me embargaba. Por mucho que trataba de evitarlo, no podía.
Antes de caer la noche ya me encontraba en el aparta­mento de mi suegra en Línea y 16 en el Vedado, uno de los mejores escondites dada su localización estratégica. Cinco automóviles fueron convenientemente preparados y situa­dos en lugares seleccionados después de un estudio a fondo: el Mercedez Benz, que cediera al movimiento Gustavo Herrera, industrial santiaguero, (padre de María Cristina Herrera, conocida y reconocida intelectual, miembro del MRP) militante del MRP, muy generoso en sus contribuciones económicas, estaría desti­nado a encubrir el transporte "diplomático". Disponíamos de 4 ó 5 chapas (matrículas) de diferentes embajadas con sus banderas nacionales para ser izadas en el extremo de la antena del carro.  El Mercedes y el automóvil de mi mujer, un Morris, pequeño carro de manufactura inglesa, fueron situados en el sótano del edificio de Línea. Un Chevrolet,  del año 56, en la calle Estrella, al fondo de la Iglesia de Reina; un Buick en el parque de la Iglesia del Cristo en La Habana Vieja y un Chevrolet al costado del cine Arenal en Marianao. Excepto el Mercedes Benz, cada uno de los autos contaba con un maletero con doble fondo que escondía armas cortas y parque para ellas y, a mano, en la guantera una pistola cargada, lista para entrar en acción. La ubica­ción de los carros respondía a su cercanía a las residencias o apartamentos que eran controlados por el Movimiento para proteger a nuestros hombres quienes como yo estábamos  en clandestinidad.
Los autos fueron ubicados en los lugares previstos bien entrada la tarde del día señalado para el atentado. Cada sección del Movimiento tenía a su vez un plan de operacio­nes que las mantenía listas para entrar en acción en cual­quier momento. Tres días antes, Veciana y yo perdimos contacto por mutuo y prudente acuerdo una vez que todo estaba en orden para garantizar la acción. El contacto debía restablecerse inmediatamente que diera comienzo la concentración frente a Palacio, por medio de una llamada telefónica de él para indicar que todo estaba O.K. También disponíamos de un equipo de militantes para servir de  correo en caso necesario.
Aparentemente todo estaba en orden. Todos los caminos habían sido tomados. Sólo quedaba esperar. Un disparo bastaría para que Cuba tuviera que darse a la tarea de buscar nuevos gobernantes. Me senté frente al televisor para esperar el desarrollo de los acontecimientos. Empezó el acto. Se sucedieron los oradores. La llamada de Veciana no llegaba, lo que me inquietaba. Nada. La concentración terminó sin que sonara un solo disparo. Empecé a recibir algunas imprudentes llamadas de los pocos conocedores tratando de averiguar qué había ocurrido. Me sentía como fiera enjaulada. ¿Qué hacer? Rechacé la idea que tuve de acercarme a Palacio a esa hora para revisar la zona con la esperanza de encontrar algún signo orientador. Las llama­das indiscretas empezaron a cruzarse. Unos llamaban a otros con el signo de interrogación en los labios. Aumentaban a medida que la madrugada avanzaba. La mayoría no podía establecer relación entre la acción planificada y la concentración de Palacio porque era habitual que el Movimiento aprovechara la distracción de parte de las fuerzas de delatores y militares en las concentraciones para la ejecución de sabotajes y otras actividades clandestinas.
Finalmente, en la madrugada recibí una llamada de Juan Manuel Izquierdo, segundo jefe de Acción y Sabotaje, para poner en mi conocimiento que horas antes, ya hechos todos los preparativos para realizar el atentado, Antonio Veciana le pidió que lo transportara en su automóvil a un sitio cercano a la Playa de Guanabo. Durante el camino Veciana lanzó a la carretera llaves de uso personal y destruyó documentos que llevaba en un pequeño portafolio. Al llegar al lugar, una lancha le estaba esperando. En ella embarcó hacía los Estados Unidos. Juan Manuel me explicó que una vez que Veciana se fue, trató de regresar a La Habana de inmediato para ponernos en conocimiento de estos hechos, pero no pudo hacerlo porque por alguna razón de otro tipo, se estaban efectuando registros en el área de Guanabo. La carretera fuertemente custodiadale obligó a permanecer escondido en una casa abandonada en la playa Uva de Caleta hasta que pudo abandonar el lugar. Yo no quería dar crédito a lo que estaba oyendo. ¡Veciana se había marchado sin previo aviso, sin razón aparente y sin dar explicaciones! Esa noticia me desplomó moralmente. Pocos días después de estos acontecimientos, yo caería en manos de la Seguridad.
Artículo publicado en el libro
“Y Fidel creó el PUNTO X”   Reinol González 

Saeta Ediciones 1987

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