domingo, 2 de abril de 2017

ALLIEGRO SE ESCRIBE CON K


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Alliegro se escribe con K
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
1 de Abril del 2017 20:36:53 CDT

Cuando se habla acerca de negocios turbios en Cuba, antes de 1959,
vienen a la mente affaires tan escandalosos como los del dragado del
puerto habanero, el canje del Arsenal por la estación de trenes de
Villanueva, la entrega de los centrales azucareros a la Atlantic Gulf
y el negocio del convento de Santa Clara.
«Ninguna de esas aventuras financieras alcanza los desaforados niveles
del Inciso K», escribía hace muchos años en la revista Bohemia el
periodista Fulvio Fuentes. Añadía con aquella prosa suya en la que tan
bien se combinaban lo culto y lo popular: «La oncena letra del
alfabeto, tan ajena por otra parte al idioma español, se inserta en la
vida nacional, a todo alcanza y contamina, reproduciendo en escala
moral los efectos mefíticos de la polución tan comunes a las grandes
ciudades».
¿Qué es el Inciso K? Los más jóvenes no lo conocen ni de nombre, y los
viejos, por lo general, lo desconocen en sus detalles. No es más que
un discreto renglón, el onceno, de uno de los capítulos de la ley
número 7 de 1943, que contempla el pago de los salarios a un grupo de
profesores de la Segunda Enseñanza que ejercen ya como tales, pero que
esperan que se les nombre oficialmente para poder cobrar sus
emolumentos. Una medida justa, sin duda. La cifra original para pagar
a esos maestros perjudicados por un trámite burocrático es de 15 000
pesos mensuales; 180 000 al año. Una minucia. Fulgencio Batista es el
Presidente de la República, y Anselmo Alliegro Milá, el ministro de
Educación.

Se abre el apetito
Exmachadista, chambelonero de rompe y rasga, el cacique liberal
baracoeso comprende pronto las suculentas posibilidades del Inciso, y
cuenta, si algo no le queda claro en el trapicheo de fondos que se
avecina, con la asesoría técnica de José Manuel Alemán, jefe del
negociado de Personal, Bienes y Cuentas del propio ministerio y que,
con el tiempo, llegará a calzarse la cartera en propiedad, lo que lo
convertirá en el caso más espectacular de enriquecimiento súbito del
que se tiene noticias en la Isla desde la época de taínos y siboneyes.
«Abierto el apetito, Alliegro no encuentra mayores dificultades para
ligar intereses con la mayoría congresional, elaborando las fórmulas
para nutrir el prometedor acápite presupuestal. Muy pronto el Inciso
se eleva hasta 2 500 000 pesos. Ancho campo para el reparto, las
plazas de maestros empiezan a cotizarse como mercadería electoral e
instrumento de soborno», expresa Fulvio Fuentes.
Vienen la elecciones generales del 1ro. de junio de 1944, Grau San
Martín derroca a Carlos Saladrigas, el candidato batistiano, y toma
posesión de la Presidencia el 10 de octubre del propio año. Cuando
Alliegro, que simultanea el Ministerio de Educación con el cargo de
Primer Ministro, entrega el Premierato a Félix Lancís admite que se
apelaron a todos «los recursos legales» para conseguir el triunfo de
Saladrigas. El Inciso forma parte de esos «recursos legales». De
político a político, comprensivo y tolerante, Lancís convalida, con su
sonrisa asiática, la desaprensiva práctica.
El ascenso de Grau al poder no significó la muerte del Inciso K; al
contrario. Asume Educación el pedagogo Luis Pérez Espinós, un hombre
honrado que movido por aspiraciones presidenciales protagonizará la
campaña de «Todo por el niño». Lo sustituye Diego Vicente Tejera,
senador de la República y jefe del clan político conocido como «Los
Dieguitos». Ambos ven con justificado recelo al avispado subalterno de
Alliegro, pero no les queda otro remedio que apoyarse en su indudable
competencia. Intocable e inamovible, con el favor del Presidente y la
familia presidencial, José Manuel Alemán sigue el frente del negociado
de Personal, Bienes y Cuentas. Un día Grau lo premia con la dirección
del Centro Superior Politécnico, antigua Escuela Cívico Militar de
Ceiba del Agua. «Esto vale tanto como un ministerio», dice a sus
amigos y para probarlo envía medio millón de pesos al tercer piso del
Palacio Presidencial.
Con Alemán de Ministro de Educación crecen los fondos del célebre
Inciso. Ridículos parecen ya los 180 000 pesos del comienzo e incluso
los 2 500 000 pesos a los que Alliegro lo eleva. En 1947 la cifra es
de más de 17 millones de pesos, y llega poco después a 32 millones.
Tras la masacre de Orfila, el 15 de septiembre de 1947, el hallazgo de
todo un arsenal en su finca América, en Arroyo Naranjo, lo hace entrar
en contradicciones con el general Genovevo Pérez, jefe del Ejército,
erigido en represor del gansterismo. Debe Alemán alejarse del país. Su
antiguo jefe lo recibe en Cayo Hueso, a donde llega a bordo de su
lujoso yate Chanteclair. Lleva el viajero un extraño equipaje: cuatro
maletas grandes llenas de billetes de mil pesos. A Alliegro se le
encandilan los ojos.
—Pero José Manuel, ¿cuánto traes ahí? —pregunta.
—No sé. Recogí al bulto —responde Alemán.

Categoría dos
Anselmo Alliegro Milá nace en la ciudad de Baracoa, en el extremo más
oriental de la Isla, el 16 de mayo de 1899. Descendiente de italianos
y catalanes, su verdadero apellido era Allegro, al que él introduce
una «i».
Culmina sus estudios de Derecho en 1919 y bien pronto se decide por la
política. Concejal y presidente del Ayuntamiento baracoeso, no demora
en llegar a la Alcaldía de su ciudad natal. Gana un acta de
representante a la Cámara en 1930, durante el Gobierno de Gerardo
Machado, a quien sirve hasta el desplome de la dictadura, en 1933.
Después Alliegro se eclipsa, desaparece del panorama nacional, ajeno
a todo trajín político. Batista, ya presidente constitucional, lo saca
de su ostracismo.
Vuelve Alliegro a la Cámara en 1942 y en el propio año el Presidente
lo llama a ocupar la cartera de Comercio y luego, de manera simultánea
las de Educación y Hacienda y también el Premierato, toda vez que la
Constitución de 1940, vigente entonces, establecía que no se requería
de una figura en particular para desempeñar dicho cargo, sino que
dejaba claro que «entre sus ministros, el Presidente nombrará a uno
que será Primer Ministro».
Cuando Batista abandona el poder en 1944, Alliegro, ya millonario, se
domicilia en Miami, abre una oficina y emprende la construcción de
numerosos edificios de apartamentos.
En 1946 gana otra vez un acta de representante, y tras el golpe de
Estado del 10 de marzo de 1952 se convierte, al amparo de Batista, en
una figura política de primer orden. Forma parte del Consejo
Consultivo que, tras la asonada militar, suplanta al Congreso de la
República, y llega al Senado en 1954. Presidirá ese cuerpo
colegislador hasta 1958, y encabeza en la provincia de Oriente el
Partido de Acción Unitaria (PAU; batistiano) y es miembro del Consejo
de Dirección de la Universidad Nacional Masónica José Martí. Preside
en 1956 la delegación gubernamental al llamado Diálogo Cívico que en
la Casa Continental de la Cultura —hoy, Casa de las Américas— sentó en
la mesa de conversaciones a figuras de la dictadura y de la oposición
política. Su discurso, apegado a los cánones de una vieja retórica, no
convence a amigos ni enemigos y obliga a Gastón Godoy, presidente de
la Cámara, a asumir la defensa del Gobierno. De una manera o de otra,
fue un diálogo que se disolvió en el vacío en el mismo año en que
Fidel Castro preparaba en México su regreso a Cuba.
Guillermo Jiménez, en su libro Los propietarios de Cuba; 1958, sitúa a
Alliegro en la categoría dos de los más ricos, en una escala que corre
de mayor a menor desde el uno hasta el cinco. Es propietario del
periódico Pueblo —Zanja esquina a Escobar— aunque se dice que el
verdadero dueño es Batista. Posee acciones en la General Motors, la
mayor productora de automóviles a nivel mundial, y es accionista menor
del Banco de la Construcción. No llega a convertir en realidad su
proyecto de establecer dos fábricas de pulpa para papel a partir del
bagazo de caña.

La última noche
La noche de San Silvestre, Anselmo Alliegro Milá acude a la casa
presidencial de la Ciudad Militar de Columbia a fin de saludar al
dictador en ocasión de la fecha. Conversa con Andrés Rivero Agüero,
presidente electo —debía tomar posesión el 24 de febrero de 1959—
cuando Cosme Varas, uno de los ayudantes del mandatario le notifica
que Batista lo espera en su oficina privada. Cuenta el propio Alliegro
que, ya dentro, vio a Batista sudoroso y despeinado, pálido y
evidentemente nervioso. Lo rodean Francisco Tabernilla Dolz, general
de cinco estrellas y jefe del Estado Mayor Conjunto, y otros altos
oficiales. Batista escenifica la mejor actuación de su vida.
—¿Qué le parece, Alliegro? —dice. Señala a los generales presentes y
agrega: «Estos señores me han dado un golpe de Estado.
El aludido no entiende lo que pasa. Increpa a los generales que cree
«golpistas», pero Batista le corta la perorata. Lo toma de un brazo y
lo conduce a un ángulo del estrecho salón. Le habla en voz baja: «Hay
aquí tres conspiraciones en marcha y ya yo no puedo hacerme obedecer;
no queda otra alternativa que mi renuncia». Aún así, aboga Alliegro
por encontrar otra salida. Expresa: «Piense en esos hombres que
duermen en las barracas. ¿Qué pasará cuando sepan que ya usted no
está?» Precisamente de eso se trata. Sabe Batista con certeza que si
la noticia trasciende a la tropa acantonada en Columbia, la fuga puede
fracasar. Apura a Alliegro, le dice: «Firma que te matan a ti
también».
José Eleuterio Pedraza, llamado a filas, con grados de general de
brigada, por el Servicio Militar de Reserva, extiende a Alliegro el
documento con la renuncia de Batista. Lo firma como Presidente del
Senado, y añade una nota en la que dice: «Sustituto constitucional por
haber renunciado el Vicepresidente constitucional por haber sido
elegido Alcalde». Firman a continuación Tabernilla Dolz, el
contralmirante Rodríguez Calderón, jefe de la Marina, el teniente
general Rodríguez Ávila, jefe del Ejército, y los generales de brigada
Tabernilla Palmero, jefe de la División de Infantería Alejandro
Rodríguez y del regimiento mixto de tanques «10 de Marzo», Fernández
Miranda, jefe de la Cabaña, Juan Rojas, Luis Robaina Piedra y Pilar
García, jefe de la Policía.
Alliegro no acepta la propuesta de formar gobierno que le hace el
mayor general Eulogio A. Cantillo Porras, jefe ya del Estado Mayor
Conjunto, y se va para su casa, en la Avenida 47, no. 1418, esquina a
18, en Miramar. No era partidario de salir del país. Pero al día
siguiente, el hijo de su esposa, luego de dar una vuelta por La
Habana, lo conminó a que buscase refugio en una embajada. Se trasladó
al apartamento de soltero de su entenado y allí lo recogió el
automóvil del Embajador de Chile, en cuya sede diplomática se refugió.
De sus estancias anteriores, tenía casa propia en Miami, y sus
numerosas propiedades en esa ciudad le permitieron vivir cómodamente
de las rentas. Allí falleció el 22 de noviembre de 1961.
(Respuesta a la solicitud del lector Duany Hernández Torres, de Santa Clara).

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Ciro Bianchi Ross
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