lunes, 10 de septiembre de 2012

COMO SE CONSTRUYO EL TEATRO PAYRET


Cómo se construyó el teatro Payret


Ciro Bianchi Ross
8 de Septiembre del 2012 18:43:51 CDT

En el siglo XIX muchos españoles venían a Cuba a «hacer la América» o
a morir de fiebre amarilla. La mayoría de ellos escapaba o sobrevivía
a esa terrible enfermedad, no siempre necesariamente mortal, pero muy
pocos construían aquí la fortuna que esperaban.

El protagonista de esta historia fue un caso excepcional. Llegó pobre,
muy pobre, con gorra y alpargatas y escaso de equipaje. Todas las
pertenencias de aquel mozo de 15 años de edad, ninguna de ellas
valiosa, cabían en un pequeño hatillo. A la vuelta de pocas décadas,
sobre 1875, sin embargo, se le calculaba al personaje un capital de
más de medio millón de pesos. Terminaría perdiéndolo todo. Consumido
por la pena, sin proferir queja alguna ante el infortunio y con el
dolor de ver a su única hija, educada para reina, tener que ganarse
trabajosamente la vida, el hombre de nuestra historia pasó sus días
finales a merced de la Sociedad de Beneficencia de los Naturales de
Cataluña. El catalán Joaquín Payret hizo en Cuba un patrimonio
considerable y lo dejó todo en el teatro que lleva su nombre.
Convertir el oro en piedra

«Este mozo, como todos sus congéneres, lleno de esperanzas, pero
mísero de recursos, pasó el doloroso via crucis de todos los que en
aquella época se dedicaban al comercio, pero inteligente, honradísimo
y perseverante, consiguió en menos de diez años establecerse por su
cuenta, abriendo su café en el que supo labrarse el cimiento de un
capital. Poco después aquel establecimiento se convirtió en uno de los
más importantes de La Habana. Cerca de este abrió otro más tarde,
amplió su esfera comercial con una carnicería, a las que siguieron
varias más…», escribe Álvaro de la Iglesia en sus Tradiciones cubanas;
cuadros viejos.

Uno de esos establecimientos fue el muy famoso café El Louvre, en la
esquina de Prado y San Rafael, que Payret terminó vendiendo al
arquitecto Juan de Villamil, teniente coronel retirado del ejército
español, que adquirió además el Hotel Americana. Unificó el comprador
ambas entidades en un solo edificio al que puso por nombre Hotel
Inglaterra. Villamil fue el constructor del gasómetro de La Habana y
poseía en Luyanó extensos terrenos en sociedad con su sobrino, Urbano
González, dueño del Hotel Pasaje, que ocupaba el espacio que cubre
ahora la Sala Polivalente Kid Chocolate, y futuro constructor y
propietario del hotel Sevilla.

La información, empero, es contradictoria en esto. El ya citado Álvaro
de la Iglesia asevera que Payret se deshizo, de la noche a la mañana,
de sus cafés y carnicerías para invertir el dinero en la compra del
terreno y la construcción del edificio del teatro, que se inauguraría
el 23 de enero de 1877, mientras que Guillermo Jiménez, en su libro
Las empresas en Cuba sostiene que no fue hasta 1886, cuando ya el
teatro tenía casi una década de inaugurado, en que Payret vendió El
Louvre a Villamil.

De cualquier manera el catalán, que al parecer quiso imitar y seguir
los pasos de su coterráneo Pancho Marty y Torrens, constructor del
Teatro Tacón, hoy Gran Teatro —inaugurado en 1838— desconocía hasta lo
elemental acerca del giro en que se estaba metiendo. No fueron pocos
los que auguraron su fracaso. Los que le vieron levantar y acrecentar
con tanto esfuerzo su fortuna, no se ocultaban ni se mordían la lengua
para proclamar que Payret convertiría el oro en piedras. En opinión de
muchos escogía un camino equivocado cuando, en aquellos días de la
Guerra de los Diez Años, podía volverse cada vez más rico vendiendo
galletas con gorgojos y harina podrida al Departamento de Guerra de la
Colonia o especulando con el oro, que se cotizaba por las nubes en las
madrigueras de la calle Mercaderes, donde tantos españoles,
indiferentes a la suerte de su ejército, comerciaban su «patriotismo».

La inauguración del Coliseo, que en 1878 fue bautizado como Teatro de
la Paz para aludir a la Paz del Zanjón, fue todo un éxito. Esa noche
Payret vio coronado sus sueños. Una verdadera apoteosis para el
infatigable catalán que veía colmado su sacrificio. Se presentó en
escena la ópera Favorita, interpretada por el gran tenor asturiano
Lorenzo Abruñedo, quien arrebató al público al cantar, afirmó la
crítica, «como no es posible cantar mejor en el mundo», pese a que sus
paisanos, entusiasmados por su presencia en La Habana, llevaron de
rumba en rumba al artista y le hicieron beber tanta sidra que lo
pusieron afónico.
Superar el tacón

El derribo, a partir de 1863, del cinturón de piedra que durante
siglos protegió la villa habanera dio paso al fomento del reparto Las
Murallas. En 1875 se habían creado condiciones favorables para la
compra-venta de los terrenos y diez años más tarde estaba ya ocupada
toda el área que se urbanizó en el siglo pasado. Se construyeron allí
palacios como el de Balboa —ocupado ya en la República por el Gobierno
Provincial y ahora por la dirección de ETECSA, y el de Villalba,
frente a la Plaza de las Ursulinas, sede, en 1898, del Gobierno
autonomista; la Manzana de Gómez, y hoteles como el ya mencionado
Pasaje. Expresa Carlos Venegas en su obra La urbanización de Las
Murallas; dependencia y modernidad que otra gran línea de inversión en
el reparto la constituyeron los edificios de recreación y servicios
públicos, entre estos los teatros. Además del Payret, se edificaron en
la zona el Albizu —en San Rafael, a 50 metros del Parque Central— el
circo-teatro Jané, en la esquina de Dragones y Zulueta, y frente, el
Irijoa, actual Martí.

Apunta Venegas que Joaquín Payret quiso, en el edificio de su teatro,
llegar lejos en lo a las innovaciones se refiere. En primer lugar,
para evitar un peligro de incendio, importó de Bélgica una armadura de
hierro. Su llegada a La Habana y su colocación en el edificio del
teatro, atrajo la atención de la vecinería, pues para levantar las
piezas de la cubierta, algunas de seis toneladas de peso, tuvo que
emplearse el equipo del Arsenal de la Marina. Como, a diferencia del
Tacón, era un espacio bastante cerrado, se instaló un sistema de
ventilación que dio una temperatura regulada a la sala. Otra
innovación fue la esquina en chaflán del edificio, lo que facilitaba
el giro de los carros en las zonas más transitadas.

Payret visitó los mejores teatros de Europa y América para tomar ideas
que introduciría en el suyo. Encargó su construcción a Fidel Luna, uno
de los maestros de obra más prestigiosos de La Habana, que había
participado en el ensanche de Barcelona, proyecto en que fue uno de
los auxiliares del ingeniero Idelfonso Sardá. Ambicionaba, dice
Venegas, superar al Tacón, no solo en el número de las localidades
—contaba con 50 butacas más—, sino en cuanto a innovaciones y
adelantos tecnológicos; hacerlo emblema del progreso y los adelantos
de España en América, como aspiraba la camarilla colonial, un teatro
hasta entonces sin paralelo tanto en la Isla como en el resto del
continente.
Con el viento en contra

La mala suerte persiguió tanto al teatro como a su dueño. De nuevo la
información se contradice en este punto. Carlos Venegas, en su libro
citado, expresa que años después de la inauguración del edificio, su
esquina achaflanada se derrumbó a causa de una inundación, lo que
provocó que los cubanos simpatizantes de la independencia se burlaran
de los sueños del elemento integrista con relación a aquel «teatro de
cartón».

Álvaro de la Iglesia, en cambio, dice que el derrumbe ocurrió cuando
estaba a punto de concluir la construcción del edificio y un furioso
huracán echó por tierra la mitad de la obra. Precisa el memorialista
que el desastre ocurrió cuando al propietario empezaba a escasearle el
dinero. «La bien cimentada reputación de Payret hizo que fueran en su
auxilio varios capitalistas de La Habana, el capitán general le
facilitó soldados y presidiarios para remediar las consecuencia del
derrumbe, y el pueblo entero le demostró, por todos los medios, sus
simpatías», escribe De la Iglesia.

Otros autores son del criterio de que tras el derrumbe el teatro nunca
volvió a abrir. Payret en definitiva lo perdería cuando dejó de pagar
impuestos y contribuciones. Dice De la Iglesia que el golpe de gracia
se lo dio el Departamento de Hacienda, que se apropió del edificio.
Joaquín Payret, digno de mejor suerte, quedó sumido en la miseria y
todos le volvieron la espalda. Hacienda vendería el inmueble al doctor
Anastasio Saaverio, que lo reedificó y lo puso a funcionar en 1890.

Suerte parecida tuvieron los teatros de la zona. Ricardo Irijoa,
propietario del teatro del mismo nombre, quebró y se vio inmerso en
una miseria desesperante. El Albizu, ya en los años 20 del siglo
pasado, fue destruido por un incendio. El fabricante de tabacos Miguel
Jané y Ollé no demoró en quedar arruinado. Aunque la temporada
inaugural fue exitosa, su circo-teatro no pudo mantener la calidad de
su cartel y pronto perdió el favor del público. En 1889, ocho años
después de su apertura, cedía su espacio a la iglesia bautista
Gethsemaní, que todavía lo ocupa. Se trata de una obra de notable
construcción. En ningún otro edificio habanero se convirtió el hierro
en un elemento estructural tan visible y decorativo.
Después…

Famosos cantantes de ópera pasaron por la escena del Payret. Allí se
presentaron la trágica francesa Sarah Bernhardt y la bailarina rusa
Anna Pavlova. A comienzos del siglo XX operó bajo la firma del circo
Santos y Artigas y obras del Teatro Alhambra que en el coliseo de
Consulado y Virtudes eran propias solo para hombres, se vieron en el
Payret por toda la familia. Muy buenas zarzuelas subieron a sus
tablas, pero fue, sobre todo, el templo de la opereta en la capital
cubana, donde la tiple mexicana Esperanza Iris pudo lucirse a sus
anchas. Después de 1948, fecha de una nueva reconstrucción, se dedicó
a la exhibición de películas españolas.










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Ciro Bianchi Ross
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