lunes, 25 de mayo de 2020

CARTAS MARCADAS

-Cartas marcadas
Ciro Bianchi Ross

Acerca de la página de 10 de mayo pasado, escribe Bárbara Álvarez, de
La Lisa. Inquiere sobre las estatuas de la Plaza de Armas y quiere
saber en particular de quién fue la idea de colocar en el centro de
dicho espacio la imagen de bulto de Fernando VII. Pregunta: ¿Fue
Alejandro Ramírez o Claudio Martínez de Pinillos, Conde de Villanueva?
Ambos, en diferentes momentos, desempeñaron la Intendencia General de
Hacienda de la Colonia.
    La idea fue del Conde. Expresa el historiador Emilio Roig que don
Claudio «tan progresista en cuanto a todo adelanto material se
refiere, distaba mucho de serlo en cuanto a sus ideas políticas y
sociales. En ello era, en verdad, un retrogrado…»  Fue un defensor
acérrimo de la esclavitud, «y como había obtenido para Cuba ciertos
beneficios bajo el régimen de Fernando VII, su adhesión a aquel
repulsivo tirano, no tuvo limites…». Hizo erigir su estatua en la
Plaza de Armas, y, en un gesto de guataquería insuperable, dio al
Acueducto de La Habana el nombre del rey felón.
    La estatua del monarca se emplazó en 1834, en el mismo periodo en que
Pinillos regalaba a la capital de la Colonia la Fuente de la India o
de la Noble Habana (1837) y la Fuente de los Leones (1836). Y aquí
viene lo interesante. Cesó en 1898 la soberanía española sobre la Isla
de Cuba, vino la intervención norteamericana (1899) se instauró la
República (1902) volvió la intervención (1906) y otra vez la República
(1909) y Fernando VII siguió encaramado en su pedestal de piedra de
3,20 metros, hasta 1955 en que lo sustituyó la estatua de Carlos
Manuel de Céspedes, de mármol blanco y tamaño heroico (2,38 metros)
obra de Sergio López Díaz, que fue a ocupar el pedestal que dejó la
imagen del monarca.  En ella el Padre de la Patria aparece de pie, con
indumentaria de la época y la cabeza descubierta.
    No es ese el monumento que merece Carlos Manuel de Céspedes. No
tiene, al menos en La Habana, un mausoleo digno de su grandeza. Pero
era, valga decirlo, un viejo anhelo. Ya en 1923, el Ayuntamiento de La
Habana acordó, por iniciativa de la revista Cuba Contemporánea dar a
la Plaza de Armas el nombre de Carlos Manuel de Céspedes. Durante
mucho tiempo la Oficina del Historiador de La Habana e instituciones
cívicas y culturales abogaron por que se sacara de la plaza la estatua
del rey Borbón, cuestión esta en la que estuvieron de acuerdo la
alcaldía habanera y la Junta Nacional de Arqueología y Etnología.
Llegó así el año de 1952 y la Junta concedió un crédito de diez mil
pesos para el monumento a Céspedes. En el certamen convocado al
efecto, en 1953, resultó ganador el ya aludido Sergio López, y su obra
se colocó el 27 de febrero de 1955, en los 81 años de la muerte del
Padre de la Patria.
    La estatua de Fernando VII se conservó en el Museo de la Ciudad,
entonces en el Palacio de Lombillo, en la Plaza de la Catedral, hasta
que se situó en los portales del Palacio de la Capitanes General,
nueva sede del mencionado Museo. De ahí pasó a los portales del
Palacio del Segundo Cabo, y un traslado más la llevó a la orilla del
Castillo de la Fuerza, donde, a la intemperie, comparte espacio con la
estatua de Carlos III. Esta imagen confeccionada en mármol por el
español Cosme Velázquez, director de la Academia de Bellas Artes de
Cádiz, se develó el 4 de noviembre de 1803, en ocasión del cumpleaños
del monarca como un presente del pueblo de La Habana bajo el mando del
capitán general Marqués de Someruelos. Se ejecutó por cuestación
popular y se inauguró con un desfile militar y con la presencia de las
más altas autoridades de la Isla.  Se situó donde hoy se encuentra la
Fuente de la India y treinta y tantos años después se situó a la
entrada del Paseo Militar o Paseo de Tacón que terminó nombrándose
paseo de Carlos III.  Allí estuvo, supone el escribidor, que cree
haberla visto, hasta los años 70 del siglo pasado en que se bajó de su
pedestal se conservó hasta que fue llevada a la Plaza de Armas.
ATENTADOS:  UNA CURIOSIDAD
Sobre los atentados políticos perpetrados  durante el machadato
pregunta Leonelo Parra Morales, de Centro Habana. Veamos algunas
curiosidades.
El primer atentado auto-a-auto de la historia política de Cuba
ocurrió el 9 de julio de 1932, en las inmediaciones del Hotel Nacional
cuando el Dodge Brothers en que viajaba el capitán Miguel A. Calvo,
jefe de la Sección de Expertos de la policía machadista, fue tiroteado
desde el Packard verde que manejaba Pío Álvarez, uno de los hombres
más valientes y desinteresados que dio la Revolución del 30. El primer
disparo lo hizo Santiago Silva Murray, «el revolucionario olvidado», y
de inmediato tronaron las armas de Mariano González Gutiérrez, Willy
Barrientos y Alfredo Botet ultimando a Calvo y a dos de los tres
guardaespaldas que lo acompañaban. Manejando un Willys Knight, Floro
Pérez, que hacía de escolta, escapó con su grupo por la calle 23 sin
necesidad de disparar un tiro.
Calvo era un hombre adinerado y de noble linaje. Se empeñó en ser
policía y quiso ser el mejor de los detectives. Residía en 19 y J, en
El Vedado. En los últimos tiempos de la tiranía machadista, él y Pío
firmaron, sin que mediara documento alguno, un pacto a muerte y
comenzó la cacería mutua. Muerto Calvo, Pío no lo sobrevivió mucho
tiempo. En enero de 1933 cayó en manos de los Expertos. Torturado con
saña, lo sacaron de la Jefatura de Policía en un automóvil hasta el
reparto Santos Suárez.  Allí, a boca tocante, le dieron un tiro en la
cabeza y lo arrojaron del vehículo en marcha. Otro auto de los
Expertos lo recogió y lo condujo a la Casa de Socorros de Jesús del
Monte donde no permitieron que se le diera asistencia médica.
Siguieron entonces su rumbo hasta el Hospital de Emergencias donde lo
tiraron en el patio e impidieron cualquier tipo de ayuda, al menos que
se le administrara una inyección que aliviara su sufrimiento. Dos
horas después moría Pío Álvarez en medio de horribles dolores.
Sobre este tema, el escribidor recomienda la lectura de Acción
directa, del historiador Newton Briones Montoto, publicado por la
Editorial de Ciencias Sociales, en 1999.
OTROS ATENTADOS
Menos de tres meses después de la muerte de Calvo, moría, víctima
también de un atentado carro-a-carro, Clemente Vázquez Bello,
presidente del Senado, el hombre a quien Machado llamaba «mi
inseparable». Como el destacado político liberal era villareño y
carecía de panteón propio en La Habana, se suponía que sería inhumado
en la tumba de su suegro, Regino Truffin, en el cementerio de Colón.
Fue así que sus autores, miembros del ABC y estudiantes sumados a esa
organización —los mismos que ultimaron a Calvo— minaron parte del
cementerio

y a través de túneles y alcantarillas llegaron a la tumba en cuestión
donde colocaron la mayor cantidad de explosivos conectados a un largo
cable eléctrico que los activaría mediante un magneto.  A última hora,
la viuda de Clemente decidió enterrarlo en Santa Clara y se evitó así
el espectáculo espeluznante de cientos de personas volando destrozadas
por el aire. El «Viejo» García, sepulturero en Colón, confesó haber
sido el artífice del sistema explosivo, y la voz popular atribuyó su
dirección técnica al ingeniero Alfredo Nogueira, que sería ministro de
Batista en uno de sus últimos gabinetes.
HOMBRE BOMBA Y BOMBA PERFUMADA
Por esa misma época, el obrero Gustavo Valdés se ofreció para matar a Machado
con una bomba adherida a su cuerpo. Aprovecharía la visita del déspota un
colegio electoral y haciendo valer su condición de viejo liberal se le
acercaría y al
abrazarlo activaría la bomba. El plan fue rechazado por parecer
impracticable. En
enero o febrero del 32 debutaba en Cuba, el atentado con una bomba enviada por
correo. Explotaba cuando el paquete era abierto por el destinatario.
Le llamaron la
bomba perfumada y su primera víctima fue el teniente Díez Díaz,
supervisor militar
de Artemisa. Fue famosa la bomba sorbetera, llamada así por el
recipiente en que
se colocó la dinamita. Sería detonada en una alcantarilla de la Quinta
Avenida al
paso de Machado y su comitiva. Un jardinero español vio los cables y avisó a la
Policía. Machado le regaló un viaje a España.
SE BUSCA A UN GENERAL
Un lector que firma su mensaje electrónico con las iniciales J B P
pide información
sobre el general de división Juan Lorente de la Rosa.  Nació en Yara el 9
de septiembre de 1858 y combatió en las tres guerras. En la de los Diez Años
terminó con grados de subteniente y alcanzó los de teniente en la
Guerra Chiquita.
A la Guerra de Independencia se incorporó el mismo día de su inicio,
en el Cobre,
el 24 de febrero de 1895.
    A lo largo de su vida militar combatió a las órdenes de Antonio
Maceo y Quintín Bandera. Tuvo una participación destacada en la
batalla de Peralejo.  El 22 de octubre de 1895 salió de Mangos de
Baraguá como parte la infantería de la columna invasora. Operó con
Quintín en el valle de Trinidad, y, en Matanzas se incorporó a las
fuerzas del general Antonio y con él cruzó la Trocha de Mariel a
Majana, con lo que el Titán comenzaba la segunda Campaña de Pinar del
Río.
    Combatió en El Galope y tras el combate de La Palma quedó como jefe
interino de la Brigada Occidental. Fue después segundo jefe de esa
unidad y cuando su jefe fue herido de gravedad reasumió el mando de
dicha Brigada, cargo en que se le confirmaría después. Combate en
Montezuelo, Tumbas de Estorino, Ceja del Negro, Artemisa y Soroa. Jefe
del Estado mayor del mayor general Pedro Díaz. Termina la guerra en la
jefatura de la Segunda División del Sexto Cuerpo de Ejército. L 1 de
junio de 1897 asciende a general de brigada, y es general de división
el 18 de agosto de 1898.
    Fue alcalde de San Luis. Murió en La Habana el 22 de agosto de 1934.
    El lector que quiera ampliar esta información puede consultar el
Diccionario Enciclopédico de Historia Militar de Cuba (Tomo 1). La
Habana Casa Editorial Verde Olivo, 2014.



   
   




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