domingo, 7 de octubre de 2018

APUNTES DEL CARTULARIO



APUNTES DEL CARTULARIO
Ciro Bianchi Ross

María Valero

El actor Gaspar de Santelices era muy temido entre sus compañeros del
Circuito CMQ. Tenía fama de brujo. Tomaba inesperadamente del brazo  a
quien tuviese más cerca y, aun cuando el sujeto se opusiese,  le leía
la palma de la mano. Acertaba siempre en sus predicciones… Aquella
tarde del 25 de noviembre de 1948, la actriz española María Valero,
proclamada por la crítica especializada como la Gran  Dama de la Radio
de Cuba,  conversaba con otros actores en uno de los pasillos de la
radioemisora. Santelices pasó por su lado y le agarró una mano. Le
dijo: -Cuidado, cuidado… Hay un accidente.
    La actriz prefirió ignorar el comentario. Sonrió y prosiguió la
conversación con sus amigos antes de perderse por los vericuetos del
edificio. El tiempo apremiaba y debía prepararse. Esa noche,  a las
ocho, salía al aire el capítulo 199 de El derecho de  nacer, la
gustaba radionovela de Félix B. Caignet, en la que su personaje,
Isabel Cristina, era uno de los puntos clave de la trama.
Desde su papel  en El collar de lágrimas, de Pepito Sánchez Arcilla,
que con sus más de 900 capítulos es la radionovela más larga en toda
la historia del género, María Valero se había convertido en la figura
femenina más popular de la radio. Su arte y su voz maravillosa eran la
admiración de los oyentes que seguían, devotos, sus interpretaciones.
Todo aquello, sin embargo, estaba a punto de acabar. Horas después del
encuentro con Santelices,  el cadáver de la actriz  estaba tendido en
la funeraria Caballero, de 23 y M, en el Vedado.
María Valero llegó a Cuba luego de haber vivido la experiencia de la
guerra civil española, en la que había trabajado como enfermera de un
hospital de guerra con Tina  Modotti.  Traía, en un cofrecito, un
puñado de tierra madrileña que recogió en la premura de la evacuación
para que la acompañara para siempre, y desembarcó cubierta con una
gran mantilla negra. Había hecho teatro en su patria y en La Habana el
éxito le llegó más temprano que tarde. Casi enseguida  pasó a formar
parte,  como artista exclusiva, del cotizado cuadro dramático de la
firma jabonera Sabatés. Asida del brazo del galán de moda Ernesto
Galindo formó la pareja romántica que hacía suspirar a jóvenes y
mayores. Galindo y María serían  los protagonistas de Doña Bárbara, la
novela de Rómulo Gallegos que, en versión de Caridad Bravo Adams y con
la dirección de Luis Manuel Martínez Casado, dos glorias de la radio
nacional, se trasmitió en el espacio La Novela del Aire, de RHC Cadena
Azul.  Pero CMQ, que ya ha iniciado su guerra a muerte contra la RHC,
quería  a María Valero  en sus predios y le ofreció  un salario de 600
pesos mensuales, suma no alcanzada  por  actriz alguna  en Cuba, y
totalmente desconocida hasta entonces  en el medio radial.  María
aceptó la propuesta y se desbarató así la pareja que formó con Ernesto
Galindo. A rey muerto, rey puesto, sin embargo. Otra pareja artística
surgirá en CMQ: la de  María Valero y el primer actor  Carlos Badía.
Junto a él actúa en otra novela de Caignet, El precio de una vida.
    Llegó así la madrugada del 26 de noviembre de 1948. Un cometa era
perfectamente visible desde La Habana y su visión se haría imponente e
insuperable si se le observaba desde la Avenida del Puerto, a las
cinco de la mañana. Un grupo de actores, entre los que se encontraban
María Valero y Eduardo Egea, quiso vivir la experiencia. Cruzaban la
vía, cerca del restaurante El Templete,  cuando ocurrió el accidente
terrible.
    Se dice que ella  llevaba anudada al cuello una larga chalina que
iba flotando en el aire. Cuando atravesaban  la calle, pasó un auto
por detrás, la chalina se enredó en las ruedas, y María cayó al suelo,
golpeándose la cabeza contra el pavimento, lo cual le ocasionó la
muerte inmediata. Esa versión, que equipara su muerte con la Isadora
Duncan,  no es cierta.  La verdad es que María Valero,
inexplicablemente,  se adelantó al grupo que la acompañaba sin
percatarse del vehículo que avanzaba sobre ella a gran velocidad.
    En la funeraria, los fotógrafos captaron la última imagen de María.
La mantilla negra que había traído de España le cubría la cabeza y
parte del rostro maltratado por el accidente. Tanta era la gente que
quería despedirse de su ídolo que para entrar a la casa mortuoria no
quedó más remedio que formar una  fila que arrancaba en Malecón y
subía por 23, y otra desde la calle 27 hasta M. A la hora del
entierro, el pueblo a pie la acompañó  hasta el cementerio.
La noche siguiente no se trasmitió el capítulo 200 de El derecho de
nacer. La CMQ trasladó a la funeraria sus micrófonos.  Se escribieron
de  prisa los textos con que los actores rendirían homenaje a la
actriz desaparecida. Y el director Justo Rodríguez Santos entresacó
de capítulos ya trasmitidos de la radionovela frases en boca de la
fallecida  a fin de ponerla a dialogar con Minín Bujones, que asumiría
el papel de Isabel  Cristina.  María se despedía en aquella
conversación que nunca fue, como si partiera a un lugar remoto. Y el
público pudo escucharla, con su voz bellísima, yéndose de la novela,
yéndose de la radio,  yéndose de la vida.



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Ciro Bianchi Ross

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