lunes, 7 de mayo de 2018

PRESIDENCIALES (2)

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Sat, May 5, 2018 10:29 pm
Ciro Bianchi Ross (cirobianchiross@gmail.com)To:you + 53 more Details
Presidenciales (ll)
Ciro Bianchi Ross
ciro@juventudrebelde.cu

Un joven profesor de la Universidad Central de Las Villas, con el que
mantengo contacto desde sus días de estudiante, me pide que hable
sobre los presidentes cubanos; no de su ejecutoria en el poder, sino
acerca de lo que hicieron y a qué se dedicaron luego.

Hay que decir antes que, de ellos, Tomás Estrada Palma, Mario García
Menocal y Gerardo Machado se mantuvieron en el cargo durante más de un
período, pero solo García Menocal lo concluyó. Aunque la Constitución
de 1901 facultaba al presidente a reelegirse, al continuismo de
Estrada Palma se opusieron los liberales, encabezados por José Miguel
Gómez, lo que dio lugar a la guerrita de agosto de 1906. Menocal, para
mantenerse en el poder en 1917, dio la brava a Alfredo Zayas y
desencadenó con su actitud la llamada revolución liberal de La
Chambelona. A la reelección de Machado se opuso todo el pueblo.

La Constitución de 1940 suprimió el derecho a la reelección. Quedó
establecido en su texto que un mandatario debía esperar por lo menos
ocho años para volver a serlo. Aun así algunos lo intentaron, como
Ramón Grau San Martín, que al ver frustrado su empeño comenzó a
hablar de reelección programática en la persona de otro militante del
Partido Auténtico, Carlos Prío en ese caso.

El flemático Zayas, a quien, por su parsimonia, apodaban el Chino,
también quiso hacerlo en 1924. Había sido un eterno aspirante. En 1908
José Miguel le ganó la postulación y debió conformarse con la
vicepresidencia. Cuatro años después perdió frente a Menocal y
sufriría después la brava ya aludida para llegar, ¡oh, paradojas!, con
el apoyo de Menocal, a la presidencia en 1921. Hizo entonces un pacto
con el exmayoral del central Chaparra. Le entregaría la presidencia en
1925. Pero llegado el momento traicionó a Menocal y se la vendió a
Machado por cinco millones de pesos.

Solo dos políticos cubanos ocuparon la primera magistratura de la
nación en momentos diferentes. Grau como presidente de facto, entre
1933 y 1934, y luego, como mandatario constitucional, entre 1944 y
1948. Presidente constitucional fue Batista entre 1940 y 1944 y volvió
al poder, por la vía del golpe de Estado, el 10 de marzo de 1952. No
se dio entonces el título de presidente. Como Prío se fue sin
renunciar, se autotituló primer ministro. En 1954 haría elecciones.

Concurrió como candidato único y se adjudicó la presidencia
Un detalle curioso de la política cubana: el nombre de Carlos tiene
ñeque. Lleva mal vaho. Da mala sombra. Ninguno con ese nombre logró
concluir su período presidencial y todos salieron de Palacio como bola
por tronera. Así sucedió con Carlos Manuel de Céspedes, hijo del Padre
de la Patria, Carlos Hevia, Carlos Mendieta, Carlos Prío. Otros con
igual nombre se quedaron con las ganas, como Carlos M. de la Cruz, en
1936; Carlos Saladrigas, en 1944; Carlos Márquez Sterling, en 1958 y
Carlos M. Piedra y Piedra, quien, ya con Batista fuera del país, se
creyó presidente y firmó decretos e hizo llamados a la concordia hasta
que el Tribunal Supremo de Justicia lo sacó de su quimera ambulatoria
cuando le comunicó, justo al filo del mediodía del 1ro. de enero de
1959, que no le tomaría juramento. Fue un mandatario que no fue.

Orgulloso y tozudo
Durante cuatro días permanece Estrada Palma en Palacio luego de
renunciar a la presidencia. Quiere instalarse en Matanzas, y Taft, el
gobernador norteamericano interino, le ofrece uno de sus acorazados
para que haga el viaje. Declina don Tomás. Un remolcador, que aborda
con su familia en el muelle de Caballería, lo conduce a Regla, desde
donde, en tren, llega a la ciudad yumurina. Allí el general Pedro
Betancourt le busca alojamiento. Cuenta solo con un capital de mil
pesos y se instala con modestia, pero debe representar su papel de
expresidente y los ahorros descienden día a día. Pese a su situación
financiera, devuelve el reloj de oro que la casa bancaria Speyer, de
Nueva York, le obsequiara al concertar el empréstito de los 35
millones de dólares para pagar al Ejército Libertador, y que no ha
usado nunca.

Pasa varios meses Estrada Palma en Matanzas hasta que decide radicarse
en La Punta, cerca de Bayamo, la finca que heredó de su familia. El
predio, otrora próspero, es una ruina tras 40 años de abandono, la
mayor parte de los cuales permaneció embargado por el gobierno
español, y que encuentra ocupado por varios campesinos que lo
disfrutan por lotes a título de dueños. Vive en una casa de paredes de
tabla y techo de guano hasta que logra construir una pequeña vivienda
de tejas en lo alto de una loma. Quiere poner a producir la finca,
dedicarla a la ganadería, pero para ello deberá antes vender su
propiedad en el Central Valley, cerca de Nueva York. No invierte todo
el dinero cuando lo hace. Guarda 2 000 pesos para imprevistos.

La situación de Estrada Palma es angustiosa. A él, que siempre fue
maestro, no le va bien de ganadero. Los dos hijos lo ayudan en la
atención de la finca, y las dos niñas se ocupan con la madre de las
tareas domésticas. El propietario de The New York Herald se le ofrece
para recaudar en EE. UU. dinero en su nombre. Alguien se propone para
conseguir que el gobernador Magoon le propicie un destino cómodo. Otro
más quiere organizar en Cuba una colecta entre los amigos ricos del
expresidente. Es don Tomás orgulloso y tozudo y rehúsa cualquier
intento de auxilio. De los funcionarios de la intervención, dice, no
quiere nada. Nada, recalca. Y en cuanto a los amigos confiesa que ya
no tiene amigos ricos. En realidad, no tiene amigos.

Se ha hecho un juramento. No volver a ocuparse de la cosa pública. No
oculta su desagrado cuando conoce la decisión norteamericana de
devolver el gobierno a los cubanos. Caso singular el de don Tomás.

Nunca creyó a su pueblo con capacidad para gobernarse por sí mismo. A
su juicio, solo él era capaz de regir los destinos de la Isla. Por eso
fue partidario de la dependencia política antes que de la República
soberana. De la anexión o de la ocupación indefinida del país por
parte de EE. UU. Con ese criterio se va a la tumba.

Llega así el año 1908. Don Tomás, que tiene 73 años de edad, está muy
enfermo y débil. Logran llevarlo a Manzanillo y después a Santiago de
Cuba. En la residencia de Francisco Antúnez, en Segarra 17, lo
instalan en la cochera. Los médicos lo sacan de la gravedad, pero son
incapaces de vencer su abatimiento. Apenas sale de la cama y
sobreviene la pulmonía. Muere el 4 de noviembre.

Fue su deseo expreso que lo inhumaran en Santa Ifigenia, cerca de la
tumba de Martí, que tanto lo quiso y admiró.

La silla de Doña Pilar
Se dice que el mayor general José Miguel Gómez, mientras fue
presidente, nunca pensó en la reelección. Su mayor acierto fue el de
no haberse embriagado con el aguardiente palaciego del poder. Presidió
unas elecciones y su partido las perdió. La aristocracia criolla, los
altos intereses azucareros y la burguesía nunca disimularon sus
aprensiones por el ascenso de las masas, que ellos, despectivamente,
llamaron «la chancleta», durante la administración de José Miguel.

Había que sustituir a ese guajiro espirituano de vista demasiado gorda
y manga demasiado ancha por un hombre de la derecha que tenía fama de
organizador y enérgico, el general Menocal.

Pero desde que salió del poder el 20 de mayo de 1913, José Miguel no
hizo otra cosa que tratar de volver a Palacio. Había tomado posesión
de la presidencia el 28 de enero de 1909. Fue entonces que doña Pilar
Samoano, propietaria del hotel Telégrafo, donde el político instaló el
cuartel general de su campaña, le regaló la silla que utilizaría
durante su mandato. Fue a partir de ese obsequio que empezó a decirse
que los presidentes cubanos se sentaban en la silla de doña Pilar, aun
después de que el adminículo dejara de utilizarse.

En 1917 se alzó en armas contra Menocal y la victoria pareció
sonreírle. Lograron los liberales dominar el territorio de la
provincia de Camagüey, así como la ciudad de Santiago de Cuba. Se
decía que si José Miguel, al frente de su tropa, lograba penetrar en
Las Villas, zona decididamente liberal, nadie detendría su camino
triunfal hacia La Habana. Perdió el caudillo demasiado tiempo, incluso
bailó La Chambelona en Majagua, y el ejército se movió con más rapidez
y eficacia, mientras que Menocal recibía el espaldarazo de EE. UU.:
Washington no reconocería a ningún gobierno que surgiera de la
insurrección. Cayó José Miguel preso en Caicaje, con su hijo Miguel
Mariano y toda la escolta, y fue internado en el castillo del
Príncipe. Alegraron al expresidente en su encierro de 11 meses las
visitas de María Calvo Nodarse, aquella mujer que hoy todavía se
recuerda por el sobrenombre de «La Macorina», su amiga íntima desde
épocas mejores y que continuó siéndole fiel aun en aquellos días
aciagos.

Benefició una amnistía a José Miguel y a sus seguidores. Volvería a
aspirar a la presidencia en 1920. Perdió frente a Zayas. Entonces,
desencantado de la vida política cubana, se trasladó a EE. UU. Murió,
víctima de una pulmonía, en el hotel Plaza, de Nueva York, el 13 de
julio de 1921. Sus honras fúnebres se celebraron en la catedral de San
Patricio, y el ejército norteamericano le rindió los honores
inherentes a su grado de mayor general y a su condición de
expresidente. Llegan sus restos a La Habana en un ataúd de bronce.

Quieren, los que lo esperan en el muelle, cargarlo y llevarlo en
andas, y Miguel Mariano tiene que imponerse a la multitud para
garantizar el orden. Lo velarán en su casa de Prado esquina a
Trocadero. Las ofrendas florales son tantas que deben colocarse en el
paseo. Su entierro sería una de las grandes manifestaciones de duelo
que recuerde La Habana.

Como un gran Rajá
Menocal salió de Palacio el 20 de mayo de 1921 y se fue directamente
al puerto para embarcarse con destino a Europa, donde emularía las
generosidades más sorprendentes de los grandes rajás.

A su regreso se dedicó al fomento de empresas azucareras. Volvió a
figurar como candidato de los conservadores en las elecciones de 1924
y fue derrotado por el general Machado. Se sublevó contra este en
agosto de 1931 y fue apresado a los pocos días. Lo recluyeron entonces
en la Cabaña y después en el Presidio Modelo. Al salir de la cárcel
fue objeto de nuevas persecuciones que lo obligaron a exiliarse. A la
caída de Machado, tomó otra vez parte en la política nacional. Aspiró
nuevamente a la presidencia de la República y fue derrotado por Miguel
Mariano Gómez, hijo de su viejo adversario.

Lideró la oposición al régimen militar del coronel Batista, pero pactó
con él en la asamblea constituyente de 1940, y se dedicó enseguida a
reorganizar en un solo partido las dispersas huestes conservadoras. En
esa tarea lo sorprendió la muerte, el 8 de septiembre de 1941.
Falleció en la casa de Línea esquina a G, donde hoy radica la
Hemeroteca de la Casa de las Américas. Sus restos fueron velados en el
Capitolio.

--
Ciro Bianchi Ross
cbianchi@enet.cu
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