martes, 3 de octubre de 2017

LOS ALBERTI EN CUBA

Ciro Bianchi Ross (cirobianchiross@gmail.com)To:you + 53 more Details 
Los Alberti en Cuba
Ciro Bianchi Ross
ciro@juventudrebelde.cu

El poeta español Rafael Alberti y su esposa, la narradora María Teresa
León entraron riendo en La Habana. A la salida del puerto, un cubano
de a pie se ofreció para cargarles el equipaje y al preguntarle cuánto
le debían, respondió que veinte dólares. Rafael le dio dos. Gracias,
caballero, dijo el hombre, y lo saludó militarmente. El matrimonio
había tropezado, de golpe, con la improvisación y la pobreza, pero
gracias a eso entraron riendo en La Habana.
Costaba mantener la risa. . Decaían los ingresos por las
exportaciones y había hambre y desempleo en la Isla Corría el mes de
abril de 1935 y todavía se hacía sentir la represión que siguió al
fracaso de la huelga de marzo. El coronel Fulgencio Batista inauguraba
el terror. La Habana vivió bajo la ley marcial y el estado de
excepción. No puede andarse en la calle después de las nueve de la
noche y no son pocos los detenidos a los que en parajes solitarios se
les obliga, a punta de ametralladora, a ingerir un litro del laxante
conocido como Palma Cristi, aunque a veces en lugar del purgante, lo
que se les suministra es aceite de aeroplano. Ilegaliza el Gobierno la
Confederación Nacional Obrera y clausura la Universidad y los centros
de enseñanza oficiales, Guiteras no demorará en caer en combate. Las
legaciones diplomáticas están repletas de asilados y las cárceles,
tanto la de hombres como la de mujeres, abarrotadas de presos
políticos. Quieren los Alberti encontrase con el escritor Juan
Marinello y deben acudir a verlo al Castillo del Príncipe, donde
guarda prisión junto al poeta Regino Pedroso, por la vinculación de
ambos con la Liga Antiimperialista de Cuba.
VINIERON PORQUE YA ESTABAN
¿Qué impulsa a los Alberti a venir a Cuba en aquel ya lejano año de
1935? Supuestamente recaudan fondos para los mineros asturianos.
Vienen a tomarle el pulso a la realidad de la Isla tras la caída de
la dictadura de Machado y en pleno ascenso de Batista. Escribía
Nicolás Guillén en 1963: «Eso, el incipiente fascismo criollo nos hizo
recibir a tan ilustres huéspedes con el temor de que a cada momento
cargara con ellos la policía, y con todos nosotros también, sus
modestos anfitriones cubanos». Añadía: «Rafael y María Teresa
estuvieron en La Habana… Lo cierto es que no han dejado de estar en
Cuba ni con Cuba. . Podría decirse que vinieron entonces porque ya
estaban con nosotros desde España…»
Cuba existía para ellos desde la más tierna infancia. Rafael había
conocido la Isla gracias al piano de su madre. María Teresa, por las
habaneras que le cantaba su tata María mientras la estrechaba en sus
brazos de aragonesa fuerte y en el aliento cubano que se respiraba en
su casa por los buenos habanos que fumaba su padre, que de joven había
formado parte en Cuba del ejército colonial y que cada vez que se
disgustaba decía que debió haberse quedado en la Isla.
Derrocada la monarquía, en España transcurría la República y Rafael,
militante de la izquierda, era la cabeza visible de la poesía
revolucionaria española y llenaba sus poemas de la angustia y la
esperanza del hombre de la calle. Tenían que andarse aquí con
cuidado. Ambos habían estado ya en la Unión Soviética y dirigían la
revista Octubre. Suficiente para llamar la atención de la policía.
Así y todo, María Teresa ofreció una conferencia en la sociedad
Lyceum, del Vedado, y Rafael, un recital de poemas, actos de los que
la prensa se hizo eco, sin que las autoridades sospecharan de la
pareja. Más aún. Pidieron al Partido Comunista reunirse con los
escritores de izquierda, y el encuentro se celebró en la calle G
esquina a 27, en el edificio donde entonces se construía el ya
desaparecido Hospital Municipal de la Infancia y que había sido sede
de la Escuela Normal para Maestros de La Habana. Esperaban conocer
allí a Guillén, pero el autor de Motivos de son no fue invitado. No
faltaron, por otra parte, las comidas en las que menudearon los vinos
y los rones.
El poeta Ángel Augier, que fue el cicerone de la pareja durante
aquella visita, se sorprendió al conocer al matrimonio. Esperaba a un
par de intelectuales estirados y distantes, y encontró a una María
Teresa «airosa, bella y locuaz», y a «un gallardo, pulcro y expansivo»
Rafael. Pasa la pareja su primera noche en La Habana en el entonces
muy modesto hotel Saratoga, distante de ser lo que es hoy, uno de los
establecientes hoteleros más caros y exclusivos de La Habana. Los
sorprende al amanecer el bullicio de la ciudad. Recorren su parte
vieja, se duelen de los palacios convertidos en casas de vecindad y
admiran las fachadas de las fábricas de tabaco, más cerca de las de
las grandes residencias que de las instalaciones fabriles. Visitan la
cárcel de mujeres de Guanabacoa y salen de La Habana, pero sin
alejarse mucho. Diría María Teresa León: «Cuba tenía una pulsación de
angustia aunque cantase, porque también se canta de rabia o de
pobreza».
OTRAS VISITAS
Vuelven en 1960 y se alojan en el hotel Sevilla. La Revolución ha
triunfado y el júbilo popular inunda las calles. En el teatro de la
CTC, Alberti protagoniza con Guillén una controversia poética y lanza
la idea de adquirir lo que él llamó el avión de la poesía para
defender el cielo cubano. Recorren la ciudad de Santiago de Cuba y
visitan el cuartel Moncada y también la Ciudad Escolar Camilo
Cienfuegos en El Caney de Las Mercedes, en la Sierra Maestra. El
escritor católico José, María Chacón y Calvo les ofrece un almuerzo en
el Habana Yatch Club, y Hemingway en su finca Vigía, en las afueras
de La Habana, abraza afectuosamente al matrimonio. Había conocido a la
pareja en el momento de «las cosas extraordinarias», durante la Guerra
Civil, en el frente de Guadalajara.
Hubo una tercera visita, en 1991. Recibe Rafael Alberti la llave de
la ciudad. La Universidad de La Habana lo honra con el título de
Doctor Honoris Causa, y el presidente Fidel Castro lo condecora con la
Orden José Martí, la más alta distinción que otorga el Estado cubano.
Ya María Teresa León había muerto, en 1988. Y había muerto Nicolás
Guillén, y Marinello, y Regino Pedroso, y Chacón y Alejo Carpentier y
otros amigos cubanos con los que el poeta alternó en Cuba o en los
días de la Guerra Civil. Él es un sobreviviente. Ha vivido más que
casi todos los miembros de la generación del 27, a la que pertenece.
Sobre eso conversó con el presidente Fidel Castro tras la imposición
de la Orden José Martí. Acerca de la violencia de la época, la
destrucción y la muerte, los desastres naturales, la tragedia que
significó la Guerra Civil, las agresiones y amenazas que Cuba ha
tenido que enfrentar.
-Poeta, estamos vivos de milagro—le dice Fidel. Y Alberti responde:
-Es que los milagros existen, Comandante.
MANO A MANO EN LA CASA
Rafael Alberti habla en susurros y, de pronto, guarda silencio y
mide el efecto que lo que dice tiene en sus interlocutores, Viste un
jean azul y una camisa de ramajes malvas y apoya en un bastón sus 88
años de edad. La melena le confiere aire de patriarca, pero toda la
picardía le asoma por los ojos. «Siempre pensé que viviría hasta el
2025; ahora me conformaría con muchos menos, hasta el 2012 acaso. Una
vez vi a un campesino de 110 años que contraía matrimonio con una
mujer a la que triplicaba descansadamente la edad. ¡Maravilloso!»
Eso lo dice un hombre que vivió intensamente la Guerra Civil española,
que conoció todas las guerras que tuvieron lugar en ese siglo y que
pasó exiliado casi cuatro décadas de su vida. «Treinta y ocho años en
el exilio; treinta y ocho años es la existencia de un hombre. Bécquer
vivió 34, Garcilaso, 35»
Esa mañana Casa de las Américas recibió a Rafael Alberti de la única
manera que podía imaginarse, con música y poesía. Allí estaban dos de
los mejores poetas repentistas del país —Adolfo Alfonso y Jesús
Rodríguez— para hacer las delicias del escritor gaditano con la
décimas que improvisaron al compás —guitarra y laúd— de tonadas
campesinas y abrieron así paso a un diálogo fraterno, un mano a mano
inolvidable entre el poeta Roberto Fernández Retamar, presidente de la
institución, y el autor de Marinero en tierra en una Casa que, dijo la
ensayista Luisa Campuzano remedando un verso del visitante, se
condecora con un golpe de mar para saludarlo.
«Yo soy un poeta de la calle», dice Alberti. Retamar recuerda otro
verso de su interlocutor: «Si Garcilaso viviera / yo sería su
escudero. / Qué buen caballero era», y comenta enseguida que él, en
cambio, ha tenido la suerte de guiar a Alberti por todas las áreas de
la Casa. El autor de La arboleda perdida resta solemnidad al asunto:
«Un Alberti con bastón; esa es la novedad de esta, mi tercera visita a
Cuba. No tengo otros méritos de los de haber vivido y publicado
mucho». «Nada, Rafael, —aduce Retamar— desde que nos enteramos de que
los grandes eran modestos, nos metimos a modestos».
Y los dos poetas hablan sobre Góngora y sus Soledades, y de Lezama
Lima, para quien el visitante tiene los mayores elogios, y de Nicolás
Guillén y Juan Marinello, amigos de toda la vida. «No quisiera irme de
Cuba sin conocer a Dulce María Loynaz, la admiro mucho; me dicen que
también es un mujer increíble». Retamar recuerda «Mi corza», un poema
enigmático si lo hay, de lo más misterioso que se ha escrito, dice, y
Alberti asiente. «Mi corza, buen amigo, / mi corza blanca… los lobos
la mataron / al pie del agua…». Comenta Alberti como para sí mismo:
«En realidad, me mataron a mí…»
Defender a Góngora de la Academia de la Lengua era un acto de
justicia, dice. Un día, Dámaso Alonso, Manuel Altolaguirre y yo,
entre otros, orinamos en la puerta de la corporación que «fija, pule y
da esplendor» al idioma. Cuando volví a España, luego del exilio,
Dámaso, que presidía la Academia, me preguntó si quería ingresar en
ella. Le dije: Tú eres mi amigo, pero aun así yo me sigo orinando en
la Academia. Por cierto, Dámaso negó haber orinado en el sagrado
edificio. Pero lo hizo,
Miembro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, de Madrid, a
ella acude periódicamente a impartir clases de pintura porque Alberti,
una de las grandes voces del siglo XX, es tan buen pintor como poeta,
o al revés y de ahí el predominio del valor sensorial evidente en casi
toda su poesía
¿Haría un dibujo para la portada del próximo número de la revista
Casa? «Con gusto, a la orden». ¿Grabaría algunos de sus poemas para la
colección Archivo de la Palabra? «Encantado»… Y con paciencia infinita
el poeta de «Cuba dentro de un piano» dedica todos los ejemplares de
sus libros que le ponen delante. No solo los firma, sino que deja
dibujos preciosos en sus páginas iniciales.
¿El futuro? ¿Planes? La publicación en seis o siete volúmenes de sus
obras completas, escribir y pintar. «Quiero insistir aún; no siento
ningún temor a seguir siendo cada día más viejo», dice el poeta que un
día escribió: «… no quiera vivir en la escapada, / ni me fuera
posible aunque quisiera, / yo soy un hombre de la madrugada /
comprometido con la luz primera».
Compromiso que signó toda su ruta. Rafael Alberti falleció en 1999.


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Ciro Bianchi Ross
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