domingo, 15 de octubre de 2017

EL AUTOR DEL HIMNO NACIONAL CUBANO

El autor del Himno
Ciro Bianchi Ross
ciro@juventudrebelde.cu

Los que lo conocieron lo recordaban como un hombre esbelto y elegante.
Alto. De maneras distinguidas. Airoso. De carácter dulce y
comunicativo, siempre con la sonrisa a flor de rostro, y que sabía
sin embargo ser también dominante y autoritario, Audaz. Amante de las
letras y de la música. Cultísimo. Su nombre era Pedro Figueredo
Cisneros y sus compañeros y amigos le llamaban Perucho. Hace 149 años
—10 de octubre de 1868— Carlos Manuel de Céspedes se alzó armas contra
el colonialismo español. Hace 149 años —20 de octubre de 1868—
Perucho Figueredo dio a conocer, en un Bayamo en poder ya de la
Revolución, el Himno Nacional cubano.
EL GALLITO BAYAMÉS
Pedro Figueredo nació en Bayamo, en el seno de una familia acomodada,
el 29 de julio de 1819, y cuando, en su ciudad natal, cursó las
primeras letras tuvo a Carlos Manuel de Céspedes y a Francisco
Vicente Aguilera como compañeros de clase. Tenía 15 años de edad
cuando sus padres decidieron enviarlo a La Habana. Haría aquí estudios
de bachillerato y tendría entre sus profesores a su coterráneo José
Antonio Saco, una de las cumbres del pensamiento cubano en el siglo
XIX. Por su arrojo y coraje, sus compañeros le llamaban «el gallito
bayamés». Transcurrieron cuatro años y se graduó como bachiller en
filosofía. Quiere estudiar Derecho y lo hace en la Universidad de
Barcelona. Carlos Manuel será aquí otra vez su condiscípulo. .Cuando
concluye la carrera (1842) viaja por varios países de Europa antes de
regresar a la Isla
Ya en Cuba, contrae matrimonio y gestiona, ante la Real Audiencia de
Puerto Príncipe, la reválida de su título. Los hijos —once en total
con la misma mujer— le vienen uno de detrás del otro y goza el
letrado de tranquilidad económica, pero los tiempos no son buenos.
O’Donnell, el capitán general, reprime con saña a los que sueñan y
laboran por la independencia de Cuba, y se muestra implacable con los
negros, aun con los libertos, a los que, con razón o sin ella,
involucra en la supuesta Conspiración de la Escalera. Corre el año de
1844. Es el año del cuero.
A partir de ahí se complejiza el panorama de la Colonia. Narciso
López mueve sus peones anexionistas y los reformistas tratan de ganar
terreno en la vida política. Los que en Bayamo no simpatizan con
España deben buscar acomodo. Céspedes se va a Manzanillo mientras que
otros sientan plaza en Puerto Príncipe. Perucho decide instalarse en
La Habana y el 30 de mayo de 1856 solicita al ayuntamiento capitalino
la autorización pertinente para incorporar su título de abogado. Se
relaciona aquí con gente de letras y emprende la publicación de El
Correo de la Tarde. No pocas firmas prestigiosas aparecen en sus
páginas. Colaboran en el periódico el Conde de Pozos Dulces, Rafael
María de Mendive y José Fornaris, entre otros. Poco dura El Correo de
la Tarde. Los tiempos no son propicios para el periodismo.
Vuelve Perucho a Bayamo y se establece en su finca Las Mangas. Mueren
sus padres y sus hermanos deciden invertir la herencia en un ingenio
azucarero. Quiere Perucho que sea la fábrica de azúcar más eficiente
de la Colonia. Lo organiza con cuidado, Mejora las condiciones de vida
de los negros e incrementa los índices productivos.
Pero no hay paz. Redacta Perucho Figueredo un memorial dirigido a la
máxima autoridad de la Isla a fin de que releve al Alcalde Mayor de
Bayamo, hombre de incapacidad notoria, y la máxima autoridad no se lo
perdona. Lo condenan a catorce meses de arresto domiciliario, tiempo
que aprovecha el patriota para estudiar táctica militar y escribir
artículos de costumbre.
LA BAYAMESA
En 1867 llega a Bayamo una comisión de la Gran Logia santiaguera. Se
quiere organizar la masonería en dicha ciudad y luego de limar
asperezas y superar discrepancias surgidas entre Perucho y Francisco
Maceo Osorio, logra constituirse la logia Redención con Francisco
Vicente Aguilera como Venerable Maestro. Ya para entonces se conspira
en Bayamo, al igual que en otras regiones cubanas. Aguilera, entonces
el hombre más rico de Oriente, prepara la revolución y Carlos Manuel
de Céspedes, dado a los lances de riesgo, aporta su energía vivaz y su
resolución.
Entre muchos otros, están en la conspiración Maceo Osorio y el
abogado Perucho, que viaja a La Habana a fin de hacer contacto con los
conspiradores de la capital. Como ha hecho estudios de solfeo y
violín y siente afición por la música, Maceo Osorio le pide que
componga un himno de guerra. Acepta Figueredo la sugerencia y compone
una pieza que instrumentaría el violinista y director de orquesta
Manuel Muñoz Cedeño. El futuro Himno Nacional cubano se dejaría
escuchar por primera vez en la iglesia mayor de Bayamo durante un Te
Deum con motivo de la fiesta del Corpus Christi de 1868. Ese día en
el templo está en su sitio de honor el gobernador Julián Udaeta. No
demora la primera autoridad local en advertir el espíritu levantisco
de aquella música, algo así como un llamado a la insurrección, y lo
comenta con Muñoz Cedeño. Conversa también con el compositor.
-No, no es un himno bélico —asegura Pedro Figueredo.
La conspiración sigue su curso. El 10 de octubre Céspedes se alza en
armas en su ingenio Demajagua, y Figueredo sigue el ejemplo en su
finca Las Mangas. Allí lo visita una comisión del gobernador Udaeta.
Le garantiza el indulto si depone de inmediato su actititud. Perucho
no acepta la propuesta. Hace saber que su determinación no tiene
marcha atrás. Tomás Estrada Palma, que viene entre los comisionados,
abandona el grupo y se pasa al lado de Perucho. .
Deciden los insurgentes poner sitio a Bayamo. Los españoles se rinden
y los libertadores ocupan la ciudad. El pueblo, concentrado en la
plaza, pide a gritos a Figueredo que exteriorice la letra del himno
que a partir de ahí se conocerá como La bayamesa, a semejanza de La
marsellesa. Apoyado sobre el lomo de su cabalgadura, escribe Figueredo
los versos y la multitud los repite a gritos. Son los de las dos
estrofas que hoy conforman el Himno Nacional. Desde la celda donde lo
han encerrado, el gobernador Udaeta escucha la música. Claro que era
un himno de guerra. No se había equivocado. Pronto prenden letra y
música entre los bayameses. No demora en reproducir los versos un
periódico impreso en la manigua y a partir de ahí, y durante años, los
versos del Himno, junto con su música, se trasmiten oralmente de
padres a hijos.
FUSILADO
Recibe pronto Figueredo los grados de mayor general, pero todos siguen
llamándole Perucho.
Tras la Asamblea de Guáimaro (i869) se le designa subsecretario de
Guerra. Renuncia tras la destitución de Manuel de Quesada, General en
Jefe del Ejército Libertador, pero Céspedes no acepta su dimisión.
El enemigo lo sorprende enfermo y en compañía de su familia en la
finca Santa Rosa. Tras una tenaz resistencia es hecho prisionero y a
su lado quedan presas sus hijas. En un barco español son trasladados a
Santiago de Cuba. El 16 de agosto de 1870 es presentado Pedro
Figueredo a un consejo de guerra.
Se conserva su declaración ante los jueces. Dijo:
-Soy abogado y como tal conozco las leyes y sé la pena que me
corresponde. La de muerte. Pero no por eso crean ustedes que triunfan,
pues la Isla está perdida para España; el derramamiento de sangre que
hacen ustedes es inútil y ya es hora de que reconozcan su error. Con
mi muerte nada se pierde pues estoy seguro de que a esta fecha mi
puesto estará ocupado por otra persona de más capacidad. Si siento la
muerte es tan solo por no poder gozar con mis hermanos la gloriosa
obra de la redención que habían inaugurado y se encuentra ya en el
final.
El consejo de guerra lo condena a muerte, y el 17 se le comunicó la
pena. El Conde de Valmaseda le ofrece el indulto a cambio de la
promesa de no hacer armas contra España. Expresa al mensajero: :
-Dígale al Conde que hay proposiciones que no se hacen sino
personalmente para personalmente escuchar la contestación que merecen…
Yo estoy en capilla ardiente y espero que no se me moleste en los
últimos instantes que me quedan de vida.
. Está ya tan débil que apenas puede caminar hasta el paredón de
fusilamiento. Pide que lo conduzcan en coche y, para escarnecerlo, lo
obligan a cabalgar sobre un asno hasta el lugar de la ejecución.
Cuando montó en él a duras penas podía sostenerse. Sus ejecutores se
burlaban del bayamés. Respondió con serenidad al escarnio:
-Está bien, está bien; no será el primer redentor que cabalga un asno.
Ya ante el paredón le ordenaron que se arrodillara. Se negó con
firmeza, y cuando ya se daba la orden de disparar, recordó parte de la
letra del Himno Nacional que había compuesto y gritó:
-Morir por la patria es vivir.:
Era el 17 de agosto de 1870. Tenía Perucho Figueredo 51 años de edad.



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Ciro Bianchi Ross
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