lunes, 16 de enero de 2012

REVISTA VOCES #12

Revista Voces # 12
eduardo del
llano
http://eduardodelllano.wordpress.com
eduardo del llano
TERRORISTA.
Al menos, según los archivos del Ejército en Pinar del Río a comienzos de los 50. Tengo ante mi vista una ficha y una foto; en ella mi padre, con muy poco más de veinte años, y otro individuo, posan frente al material que les fuera ocupado por la policía: diversos objetos y químicos para fabricar bombas. En la ficha se detallan sus rasgos físicos, y en el apartado de Especialidad criminal está pulcramente mecanografiado: Terrorista.
Mi padre y su amigo eran fundadores del M-26-7 en tierra pinareña; sufrieron golpizas, torturas, hicieron huelgas de hambre; mi padre sobrevivió, el otro no.
Terrorismo es una palabra contaminada. A mi modo de ver, muy a menudo la utiliza un sistema que no hace ascos a la violencia para calificar a quienes se le enfrentan de manera oblicua. Hoy, sobre todo, es un concepto cómodo para descalificar cualquier intento desesperado contra el statu quo. Para el Primer Mundo, los civiles muertos en una guerra convencional (o por lo menos una guerra iniciada por ellos), o a manos de instituciones como la policía y el Ejército, son daños colaterales y en consecuencia tolerables. Parece que la clave está en que las guerras deben ser declaradas por el Gobierno. Un trámite, en definitiva. 6

Acabo de leer Tony Guiteras: un hombre guapo, de Paco Ignacio Taibo II, publicado en 2009 por la Editorial de Ciencias Sociales. Aunque el título sólo habla de Guiteras, en sus páginas viven, con no menos intensidad, Pablo de la Torriente Brau, Rubén Martínez Villena y Julio Antonio Mella. Más que una biografía, es un fresco expresionista de la Cuba de los años 30, durante el gobierno de Machado y sus sucesores, hasta el asesinato de Guiteras en el 35.
Admiro profundamente a esos hombres: hicieron lo que había que hacer en su tiempo. Alguna vez leí que ciertos opositores cubanos de hoy pretendían que, en una Cuba futura, se declarase terroristas a quienes lucharon contra Batista poniendo bombas o petardos. Pretender eso es, en mi opinión, un tremendo error de paralaje histórico. En los 30, como en los 50, Cuba era un campo de batalla en que la policía y el Ejército mataban a diario, y no es una metáfora: a través del libro se entiende que era raro el día en que no aparecieran obreros o estudiantes asesinados. Considerar terroristas a quienes enfrentaban a esos gobiernos, a veces frontalmente, más a menudo con tácticas de guerra irregular, es tendencioso y absurdo. Yo, desde luego, si hubiera sido joven en los 30 y los 50 —y hubiera tenido los cojones que se requieren, eso nunca se sabe de antemano— hubiera hecho lo mismo.
Los comunistas y socialistas, los líderes obreros, eran las víctimas principales del sadismo uniformado. Los acosaban por exigir reformas y cambios que, con el tiempo, las democracias occidentales han incorporado como algo natural, pero fueron históricamente reivindicaciones de la izquierda. Los perseguían, además, por antiimperialistas: es increíble leer cómo Sumner Welles y luego Caffery dictaban de hecho la política diaria a gobiernos supuestamente soberanos.
Mella, Guiteras, Pablo y Rubén eran de izquierdas porque no había otra manera de entender el progreso en esos tiempos, detestaban la petulancia imperial de los Estados Unidos y creían —bien lo probó Pablo— en el internacionalismo como valor consustancial a la clase obrera. Admiraban a una Unión Soviética idealizada, y a la vez tenían frecuentes encontronazos con los delegados de la Internacional Comunista, que pretendían aplicar dogmas foráneos a la realidad cubana. No eran santos o inocentes, cometieron errores que a menudo fueron los primeros en admitir, pero asumieron un camino y no se echaron atrás, lo que a todos, sin excepción, les costó la vida: Mella asesinado en Méjico, Guiteras y el venezolano Aponte cazados en el Morrillo, Pablo muerto en combate por la República Española, Villena devorado por una tuberculosis espoleada por su ritmo de trabajo y su entrega a la causa. Vivieron con intensidad, amaron ferozmente y, Pablo en especial, era un apasionado de la naturaleza y un tipo con gran sentido del humor. Se cuenta en el libro que, escondido en casa de José Zacarías Tallet, en agosto de 1931, llega a detenerlo la policía, la misma que mataba y torturaba. De la Torriente estaba ocupado tras la máquina de escribir. Sin levantarse, le dice al oficial al mando:
-Mira, estoy terminando un artículo para Carteles; si lo termino me pagarán diez pesos.
Y la policía, desconcertada, esperó a que terminara.

No hay comentarios:

Publicar un comentario