sábado, 28 de septiembre de 2019

EL PERRO DE LOS MUERTOS

Ciro Bianchi Ross (cirobianchiross@gmail.com)To:you + 26 more Details
APUNTES DEL CARTULARIO

Ciro Bianchi Ross

El perro de los muertos

En la casa del senador Carlos Prío apareció un perro callejero. La
servidumbre lo espantó, pero el perro volvió  y regresó cada vez que
lo ahuyentaban. Prío decidió al cabo quedarse con él. Por las veces
que apareció en su casa le llamó Aparicio y lo llevó al Palacio cuando
resultó electo Presidente de la República.  ¿Qué fue de Aparicio tras
el golpe de Estado de 10 de marzo?

Otro perro digno de mención es Ciclón. Apareció en el cuartel de
bomberos de Magoon, en la calle Zulueta, posiblemente durante el
ciclón de 1944 y a partir de ahí acompañaba a los bomberos en cada una
de sus salidas para extinguir incendios. Era el primero en montar en
el carro-bomba.

Antes de la I Guerra Mundial, Pancho Hermida (La Discusión) era uno de
los zares de la crítica teatral habanera junto con el Conde Kostia (La
Lucha)  Amadís (El Mundo) y Zerep (El Triunfo). Cada noche hacía su
recorrido por los teatros: Alhambra, Nacional, Payret, Martí, Albisu y
Actualidades. Era una rutina invariable con estancias más o menos
dilatadas donde hubiera un estreno o una peña interesante.

Una vez, al llegar a Alhambra, notó que lo seguía un perro sato, color
canelo, con visibles señales de apetito, y le compró una frita en el
café del propio teatro. Fue un acto simbólico que selló una amistad
inquebrantable. Bautizaron al sato en Alhambra como Viruta, y Viruta
cada noche, durante años, acompañó a Hermida en sus recorridos. Cuando
Hermida murió, Viruta siguió haciendo solo su recorrido teatral hasta
que un día pasó él mismo como un recuerdo más del retablo habanero.
Viruta, el canelo sato farandulero.

Cosas de la vida. Hace poco adquirí un ejemplar de la primera edición
de Los negros brujos (Madrid, 1906) de Fernando Ortiz, y está dedicado
por su autor a «Francisco Hermida, cronista de Vía Libre».

Un perro que durante años asistió a todos los velorios y participó en
los entierros, aunque no pasó nunca en ellos de la puerta del
cementerio de San Rafael, fue inhumado a la entrada de la propia
necrópolis luego de que los alumnos de la escuela primaria Luz y
Caballero, de completo uniforme, le hicieran guardia de honor durante
horas en el portal de ese centro docente.
   
Moncada, que así se llamaba el animal, apareció en la ciudad matancera
de Colón alrededor de 1955.  Se afirma que llegó con un circo
ambulante, cosa  no comprobada. Lo que sí es cierto es que el Club de
Leones local confirió a Moncada una medalla y un collar en una
ceremonia que, con la presencia de más de quinientas personas,  se
llevó a cabo en la cafetería Jai Alai, hoy La Roca, donde hubo dulces
para todos.  En 1957, dos notas sobre Moncada, con la firma de  Rubén
Ledo, aparecieron en el periódico local Noticias, y tres años más
tarde el propio autor le dedicó un librito de algo más de 50 páginas.
Lo tituló  Moncada, el perro de los muertos.
   
Moncada acudía no solo a la funeraria, sino a velorios que se llevaban
a cabo en la residencia del difunto; parecía tener un instinto
especial  para  detectar a un muerto, y como los entierros eran a pie,
volvía del cementerio con las personas que habían asistido a la
inhumación. Se hacía presente en las misas, como si identificara el
sonido de las campanas. Su sitio preferido, sin embargo, era la
escuela primaria Luz y Caballero.
Ocurrió precisamente en las afueras de  ese centro escolar algo
realmente insólito, se cuenta.  En cierta ocasión un alumno se
disponía  a cruzar una calle sin darse cuenta de la cercanía de un
camión. Moncada saltó, se interpuso en el camino del niño y lo obligó
a retroceder. Esto, que fue presenciado por numerosas personas,
llamaría la atención incluso si un perro lo hiciera por su dueño, pero
es insólito que lo hiciera por un desconocido.
   
La mala hora pareció llegarle a Moncada en noviembre de 1959. El
Ministerio de Salubridad sacó a la calle una llamada Columna Sanitaria
a fin de, entre otros propósitos, recoger a los perros callejeros. Se
retendría a los canes en las perreras municipales para que fueran
reclamados por sus dueños, lo que debía ocurrir en un plazo
prudencial. Si no, serían sacrificados.

Cuando Radio Menocal lanzó al aire la noticia,  cientos de personas se
tiraron  a la calle a reclamarlo, mientras que  otros cientos,
encabezados por los carniceros del mercado, salían con la intención de
ajustar cuentas con  los de la Columna Sanitaria. La sangre no llegó
al río, y Moncada, ya vacunado, volvió a la calle.  Moriría viejo y
gordo, muy gordo, gordísimo.
   




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Ciro Bianchi Ross

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