lunes, 24 de junio de 2019

CAMPO DE MARTE



Campo de Marte
Ciro Bianchi Ross

Hubo en La Habana colonial un espacio donde, desde 1740,  la
guarnición de la ciudad llevaba a cabo, con gran aparato y
esparcimiento de la vecinería,  sus ejercicios  militares. En tiempos
del Marqués de la Torre, que asumió el mando de la Isla en 1771 y fue
nuestro primer urbanista,  ese campo de entrenamiento era un
cuadrilongo que corría de norte a sur desde el castillo de La Punta
hasta el Arsenal —actual Estación Central de Ferrocarriles— y limitaba
por el este con la estacada de los fosos municipales, mientras que por
el oeste hacía frontera con los barrios de Jesús María, Guadalupe y La
Salud.  Se le llamó el Campo de Marte. Con el tiempo esos terrenos, ya
muy mermados, fueron total y atinadamente convertidos en una gran
plaza moderna a la que se dio el nombre de Plaza de la Fraternidad
Americana, llamada asimismo Parque de la Fraternidad, sitio de
confluencia ciudadana, importante nudo del transporte urbano y punto
de referencia en La Habana de hoy.
LA ERMITA Y EL TEATRO
Se trataba de un terreno cenagoso, anegado y cubierto de manglares y
por tanto apenas transitable donde  abundaban  cocales y otros árboles
frondosos que se talaron con el tiempo. Allí funcionó  un molino de
viento  y se erigió la ermita de Guadalupe. Existieron además en el
lugar dos plazas de toros; una entre 1791 y 1794 y otra en  1835,
justo en el mismo lugar del campo donde estuvo la primera.
    En 1801 actúa en un destartalado teatrucho del Campo de Marte la
primera compañía de cómicos del país; intenta hacer teatro de
costumbres, aunque con poca fortuna. Apenas goza de la aceptación del
público y se disuelve. La mayor parte de sus componentes se trasladan
a otros países. Uno de ellos se queda en Cuba. Es el habanero
Francisco Covarrubias (1775-1850) Tendrá una vida artística muy
dilatada. Como escritor y actor llena  la escena cubana durante más de
50 años. Su afición al teatro lo hace desistir del ejercicio de la
Medicina, con gran disgusto de su familia, una familia acomodada, que
decidió vestir de luto riguroso por la pena que le causó la
determinación de Francisco.
    Ninguna de las obras que escribió Covarrubias llegó completa a
nosotros. Por los fragmentos que se conocen, no parece haber sido un
escritor importante. Si lo fue como actor y su popularidad fue enorme,
al extremo de que se decía que el espectáculo no era bueno si
Covarrubias no estaba en la escena.
    Con Covarrubias el teatro comienza a ser cubano. En sus obras se
habla en cubano y aparecen en ellas tipos populares cubanos. El
guajiro que viene a La Habana por primera vez; el jugador empedernido,
la chismosa, el negrito…  Fue el primero que en forma continuada llevó
a nuestros escenarios las costumbres y los tipos del país. De ahí que
bien merece que le califique como El Precursor.
Acogió el terreno  a una suerte de mentidero, donde viejos,
funcionarios cesanteados,  petimetres y gente sin oficio ni beneficio
acudían a matar el tiempo  y a chismorrear entre tragos de sambumbia,
bebida fermentada que allí se expendía y que se elaboraba con melado
de caña y agua a la que se le añadía ají o un pedazo de mazorca de
maíz quemada. Curiosamente, frente al viejo Campo de Marte, en la
esquina de Monte y Cienfuegos,  existe un antiguo café, ya muy venido
a menos, en cuyo piso de granito, resistiendo al tiempo, la desidia y
la suciedad, el nombre del establecimiento resalta como el primer día:
La Sambumbia.
APARECE TACÓN
El crecimiento de la ciudad iba marcando la reducción del tamaño del
Campo de Marte. Se demolió la ermita, pero a medida que perdía
espacio, más lucimiento cobraban los ejercicios militares.
El Obispo Espada propició su embelleciendo  cuando residió en una de
las esquinas del Campo. Su mayor esplendor lo alcanza en verdad
durante el gobierno de Miguel Tacón. El despótico gobernador, que
tanto hizo por La Habana sin embargo, se valió en parte de los
terrenos cedidos por algunos vecinos, desplazó la estatua de Carlos
III y cercó el espacio con lo que el Campo quedó convertido en un
trapecio de 250 varas por su parte mayor y 150 por la menor, según
apunta el historiador Pezuela.
La cerca de mampostería no tenía más de un  metro de alto. De ahí para
arriba seguían lanzas de hierro, lo que hacía posible que los
interesados siguieran desde fuera y sin obstáculo alguno el curso de
los ejercicios militares; lanzas que, se sospecha, bordean la Quinta
de los Molinos.
Dotó Tacón al Campo de cuatro puertas con inscripciones en honor a
Cristóbal Colón, Francisco Pizarro, Hernán Cortés y Miguel Tacón, en
la puerta principal porque megalómano como era quiso unir su nombre al
del descubridor de Nuevo Mundo y al de los principales conquistadores.
No se pierda de vista que Tacón dio su nombre a todo lo que construyó
bajo su mando, que corrió entre 1834 y 1838.  Así, hubo un Teatro
Tacón, un mercado de Tacón, la cárcel de Tacón, el Paseo de Tacón, que
fue después de Carlos III porque allí hizo emplazar la estatua del
monarca que se alzaba en el Campo de Marte, y que hoy, con el rostro
carcomido por el tiempo, se halla en la Plaza de Armas.
MONUMENTO A COLON
El área fue conocida también como Campo Militar o Parque de Colón.
Quiso levantarse en el centro del Campo de Marte un monumento al Gran
Almirante. No pudo hacerse porque el Obispo de La Habana se negó a que
los restos supuestos o reales del Descubridor fueran sacados de la
Catedral, donde reposaban desde 1795, y por la amenaza de los donantes
de retirar los terrenos cedidos si el Campo perdía sus fines para
entrenamiento militar. Aun sin estatua, el Campo empezó a ser conocido
por el nombre de Colón.
Ya en la República hubo la intensión de levantar en el Campo un
monumento al generalísimo Máximo Gómez, propósito que no progresó y
que quedó definitivamente desechado cuando el monumento del escultor
italiano Aldo Gamba se emplazó en la Avenida del Puerto.
Forma parte del  entorno del Campo la Fuente de la India o de  la
Noble Habana, ahora en proceso de restauración.  Rodeada por cuatro
delfines, aparece la Noble Habana sentada y adornada con plumas. Es de
una belleza serena. Obra de los italianos Gaggini (escultor)  y
Tagliafichi (arquitecto) es el regalo que hizo a la ciudad  Claudio
Martínez de Pinillos, Conde de Villanueva, Intendente General de
Hacienda en tiempos de Tacón, su enconado enemigo.
Está ubicada en Monte y Prado. Pocas estatuas en Cuba cambiaron tantas
veces de posición como esta.  Se erigió originalmente en un lugar muy
próximo al que hoy ocupa.  En 1841 fue trasladada a un sitio muy
cercano, en el Paseo del Prado. En 1863, por acuerdo del Ayuntamiento
habanero, pasó al Parque Central, donde hoy está la estatua de José
Martí. En 1875 quedó emplazada en su lugar actual pero mirando hacia
el antiguo Campo de Marte. En 1928, al transformarse el Campo en Plaza
de la Fraternidad, se le dio la posición que tiene ahora. Es una
estatua de carácter simbólico. Representa a la capital cubana.
ETERNA PRIMAVERA
En mayo de 1887 afirmaba la revista Sport: «El Campo de Marte, ese
pintoresco prado de flamboyanes, es el único lugar de La Habana donde
la primavera luce sus galas. Cubiertos están los arbolitos de flores
rojas, y tal parece que ha caído sobre sus ramas una lluvia de fuego.
No faltará quien diga que nos quejamos de vicio y que pedimos
gollerías. Y tiene razón el que así piense. ¿A quién se le ocurre
pedir florecitas cuando no hay legumbres?»
En 1892 el alcalde habanero Segundo Álvarez dispuso la realización de
trabajos que hermosearon el Campo, pero no tardó en verse convertido
en un lodazal. Con la intervención norteamericana (1899-1902) hubo de
nuevo allí ejercicios militares, y no faltaron tropas que acamparan en
el lugar. En la República se construyeron jardines, fuentes y calles
interiores y hasta hubo el intento de un jardín zoológico.  Una
instalación bien modesta que se limitó en sus comienzos a un estanque
rectangular con una representación en miniatura de la Isla y donde se
exhibían dos cocodrilos. Gustó tanto la muestra, sobre todo a los
niños, que su creador decidió ampliarla con dos o tres flamencos, unas
cuantas grullas, algunos patos, un venado y un mono
El autor de la obra fue José Díaz Vidal, un modesto empleado de la
Secretaría (Ministerio) de Obras Públicas al que apodaban Cheo y se
ocupaba de la jardinería del referido Campo. La construyó con su
propio dinero y con la ayuda que le prestaron sus compañeros de
trabajo. Poco se sabe acerca de aquel diminuto zoológico. Emilio Roig,
en su libro La Habana: apuntes históricos, dice que comenzó sus
exhibiciones en 1909 y que cuando desapareció contaba ya con unos 900
animales, pero para  el profesor Abelardo Moreno Bonilla la muestra
nunca fue más allá de  aquel puñado de animales de que se habló antes.
El ciclón de octubre de 1926 afectó aquel incipiente jardín zoológico
que desapareció cuando Carlos Miguel de Céspedes, ministro de Obras
Públicas del dictador Machado decidió  construir la Plaza de la
Fraternidad Americana en saludo a la Conferencia Panamericana de 1928,
que tuvo lugar en La Habana. La edificación del Capitolio daba realce
especial a la zona.







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Ciro Bianchi Ross

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