sábado, 31 de marzo de 2018

OPUS HABANA

Somos herederos fundacionales de La Habana
El también director de la Red de Oficinas del Historiador y del Conservador de las Ciudades Patrimoniales dio a conocer que el nuevo reto en la capital será hacer revivir al teatro Campoamor, una edificación «de tanta historia para Cuba y para La Habana».
El 19 de marzo de 1828, la primera edificación de estilo neoclásico de la ciudad de La Habana ya estaba culminada. Aquel monumento hecho a semejanza de los antiguos templos greco-romanos perpetuaría en sus entornos y a su interior, la ceremonia fundacional de la villa de San Cristóbal de La Habana.
Con motivo de conmemorarse el 190 aniversario de la inauguración de esta obra conocida por todos los habaneros y visitantes como El Templete, el Doctor Eusebio Leal Spengler, a los pies de sus simbólicas columnas y a la sombra de la ceiba que evoca aquella ceremonia fundacional, se refirió a la importancia de este sitio de extraordinario valor para los capitalinos.

«En el momento en que toda la América estaba convulsionada por la revolución bolivariana, en el momento en que toda la América estaba en el proceso de crear y de nacer nuevas naciones resultó que se levantó este edificio, ponderando el carácter pacífico de La Habana, omitiendo y velando discretamente lo que sería su inmediato porvenir. Un porvenir de sedición, un porvenir de inquietud intelectual y culta; un porvenir que en la Universidad, en el Seminario, en los círculos del pensamiento, articuló el sueño de lo que Eduardo Torres Cueva ha llamado «el sueño de lo posible: la existencia de una nación, de una patria, de un país nuestro».

En el sitio fundacional de la villa de San Cristóbal de La Habana, el Historiador de la Ciudad afirmó que el advenimiento de sus 500 años el próximo noviembre de 2019, ha sido motivo de inspiración y fuerza para realizar notables obras sociales y de restauración en la capital cubana.

«La celebración de esa fiesta y la vocación de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana de conmemorar y celebrar algo tan importante como el medio milenio de una de las ciudades más antiguas del nuevo mundo, de una ciudad que ha acumulado tanta historia no solamente en arquitectura, no solamente en memoria que sería lo intangible, lo inmaterial, sino también acontecimientos de todo orden que han contribuido a hacer grande a la nación cubana. Es por eso que a lo largo de este año y del que viene trabajaremos denodadamente en lo que nos corresponde: la restauración de los monumentos, la conservación del patrimonio de la ciudad. Ese es nuestro deber, no es solo La Habana Vieja, la ciudad es toda porque La Habana tiene muchos centros históricos, este es verdaderamente el centro inicial, el punto de partida», aseveró Leal.

En este sentido, el Doctor Eusebio Leal se refirió a algunas de las obras más importantes que acomete la Oficina del Historiador en la actualidad. Entre ellas, la restauración y el traslado de la estatua del Mayor General Calixto García afectada recientemente tras el paso del huracán Irma; la culminación de las obras en el Capitolio Nacional consideradas por el Historiador «de suma importancia porque supone la puesta a prueba de nuestra capacidad de construir, de reconstruir, de restaurar y de hacerlo bien».

Asimismo, el también director de la Red de Oficinas del Historiador y del Conservador de Ciudades Patrimoniales dio a conocer que el nuevo reto en la capital será hacer revivir al teatro Campoamor, una edificación «de tanta historia para Cuba y para La Habana».

Escuelas, viviendas, bibliotecas, centros para diferentes públicos etarios, entre otras muchas se sumarán al empeño de hacer de La Habana, una ciudad antigua pero cada vez más viva, labor impulsada por el primer Historiador de la Ciudad, el Doctor Emilio Roig de Leushering y continuada por Leal.

«A eso nos dedicamos con pasión. Y es así que podemos venir hoy al Templete, el lugar de fundación de La Habana, y considerarnos herederos generacionales de los fundadores de la ciudad, considerarnos herederos en nombre de todos los cubanos», concluyó.
Maria Karla Villar Mora
Habana Radio
Imagen superior: El Templete, primera edificación de estilo neoclásico de la ciudad de La Habana y lugar de la fundación de la villa San Cristóbal de La Habana. Imagen inferior: El Historiador de la Ciudad de La Habana, Eusebio Leal Spengler, explica a la prensa la importancia de tal edificación y algunos detalles sobre las obras de restauración en el Centro Histórico con vistas al 500 aniversario de la ciudad.
 
Más allá de la locura y la cordura
«A la memoria del loco más cuerdo que haya conocido jamás (...)», expresa  el doctor Luis Calzadilla en la dedicatoria a su libro Yo soy el Caballero de París.
Bajo de estatura, pero de fornida personalidad, el doctor Luis Calzadilla Fierro (La Habana, 1947) no pone reparos para la foto y me comenta con desenfado: «Hay cosas que todavía no sabemos sobre el límite entre la cordura y la locura». Me ha recibido en los bajos de su consulta, sita en Amargura esquina Aguiar, donde radica el Centro Comunitario de Salud Mental de La Habana Vieja. Coincidentemente es una fecha significativa para la trayectoria profesional de este reconocido maestro de la psiquiatría cubana: 11 de julio. Un día como este, pero de 1985, murió el más célebre de sus pacientes: José María López Lledín, conocido como «El Caballero de París».
«A la memoria del loco más cuerdo que haya conocido jamás (...)»,  expresa Calzadilla en la dedicatoria del libro que escribió para reconstruir la vida del famoso orate, combinando testimonios, entrevistas y algo primordial: la experiencia del contacto humano. Esta le permitió diagnosticar a López Lledín como un ejemplo de parafrenia, mientras otros colegas lo consideraban un esquizofrénico paranoide: «La paranoia es una historia bien contada; la esquizofrenia, un lenguaje simbólico y hermético, y la parafrenia, un mito poético».
El libro acaba de ser publicado por primera vez en Cuba, pues las dos ediciones anteriores salieron en España y pronto se agotaron. Escrito con soltura y amenidad, enseguida atrapa al lector en dos planos simultáneos: la reconstrucción de la vida de su protagonista por boca de terceros y los ejemplos de su delirio imaginativo. La premisa ética de la relación médico-paciente, se enuncia desde el prefacio: «Hay informaciones que guardaré para siempre porque el Caballero no me autorizó a revelarlas».

Usted es un psiquiatra con una fuerte formación en antropología social y cultural, aunque esté mayormente implicado en la clínica. ¿Influyó su visión cultural en el diagnóstico de El Caballero de París?

Por supuesto, al punto que puedo decirte que Lledín no necesitaba ningún psiquiatra. Recuerdo la primera vez que durmió en el Hospital, a donde había sido llevado por su estado físico deplorable. A la mañana siguiente se armó un revuelo tremendo porque había desaparecido. Las sábanas de su cama estaban tan lisas como la noche anterior. Creíamos que se había fugado, hasta que por fin lo encontramos gracias a la suspicacia de otro demente. Estaba durmiendo plácidamente debajo de la cama, envuelto en papel periódico.

En cierta medida, los locos eran ustedes.

Exactamente. La cultura es muy importante para la comprensión de síntomas, síndromes o trastornos mentales. El psiquiatra debe tener muy en cuenta el comportamiento cultural del paciente para tratar de determinar si está influyendo en la manifestación que trata de evaluar. Como habíamos internado al Caballero de París, ya dábamos por sentado que se había escapado, cuando también cabía que estuviese asustado o que prefiriese dormir en el suelo, acostumbrado como estaba a vivir en la calle. Quiero decir: tan importante es la influencia cultural en el paciente, como la influencia cultural en el psiquiatra.

¿Cuánto influyeron los estudios de José Ángel Bustamante en su interés por la psiquiatría transcultural?

Entre los psiquiatras cubanos que he conocido, me sobrarían los dedos de las manos para señalar a quienes se han interesado seriamente por la relación entre psiquiatría y cultura. Por supuesto, Bustamante es el primero de ellos. Recuerdo su visita a mi pueblo natal, cuando ya era vicepresidente de la Academia de Ciencias. Estábamos en un corte de caña y él comenzó a preguntarle la charada a Lázaro, un retrasado mental que tenía una gran memoria mecánica y podía identificar todos sus números: uno, caballo; dos, mariposa; tres, marinero... y así hasta cien.
 Fue un mediodía de 1966, si no recuerdo mal, que en el Hospital Oncológico esperábamos una clase y se me acercó un amigo y compañero de curso, Narciso Calles Bajos, para preguntarme si deseaba integrar el primer grupo de alumnos ayudantes de la asignatura Psicología Médica, bajo la tutela de Bustamante. Nos reuníamos con el profesor, por las noches, en el sótano de una sala de clínica del Hospital Calixto García.
Ciertamente, allí debió nacer mi interés por la psiquiatría transcultural, tal y como Bustamante la definió, entendiéndola como el estudio de las variantes que a los cuadros psiquiátricos imponen los factores culturales. Dentro de ese corriente se enmarca mi trabajo sobre una secta de espiritistas de cordón, una modalidad ritual que nada más existe en Cuba y que algunos atribuyen incluso a los primeros indocubanos.
 
Más allá de la locura y la cordura ¿Considera que su libro sobre el Caballero de París es una contribución a la historiografía de la psiquiatría?

Cuando le dije a Lledín que estaba escribiendo un libro sobre él, se puso muy contento y me auguró que ganaría mucho dinero. Todavía lo estoy esperando (sonríe). Pero ya en serio: creo que cualquier aproximación historiográfica a los enfermos mentales permite dilucidar la manera en que el contexto sociocultural influye en la construcción de los parámetros usados por los psiquiatras para comprender los límites entre locura y cordura. El Caballero de París padecía un delirio de grandeza, crónico, de mecanismo imaginativo, que determinó su conducta. El contenido fantasioso de ese delirio está coloreado por la época y la cultura. De hecho, puede decirse que el propio Lledín contribuyó a que se tejieran historia y leyenda alrededor de su figura hasta convertirlo en el más famoso personaje popular cubano del siglo XX.

Usted cuenta que recuperó la cordura a punto de morir y le hizo algunas confesiones. ¿Por qué sucede ese tipo de fenómeno?

Tal fue el destino de Don Quijote: que acreditó su ventura/morir cuerdo y vivir loco, según reza el epitafio que ideó para su tumba el bachiller Sansón Carrasco. Hay cosas que todavía no sabemos sobre el límite entre la cordura y la locura. Creo que las grandes respuestas a la psiquiatría las darán en el futuro las neurociencias.

¿Qué es lo que más recuerda de López Lledín?

Su dignidad, sin dudas.
                 
 Argel Calcines
Editor general de Opus Habana

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