domingo, 1 de junio de 2014

EL HOMBRE DE LA CASA PRADO


El hombre de la Casa Prado

Ciro Bianchi Ross * digital@juventudrebelde.cu

31 de Mayo del 2014 18:33:00 CDT

 

Dedicaré la página de hoy a contestar, hasta donde el espacio me

permita, preguntas que formularon los lectores en el transcurso de las

semanas más recientes.

Antes quiero agradecer al colega Manuel Lauredo, de Radio Bayamo, su

valioso envío que, lamentablemente, llegó tarde --muy tarde-- a mis

manos, pero que aprovecharé en otra ocasión. Interesante resulta la

síntesis de la investigación sobre la estancia de Antonio Maceo, en

1890, en el Hotel Inglaterra, que remite Raúl Aguiar Rodríguez.

Asimismo agradece el escribidor a Juan Picart, de Sancti Spíritus, la

colección de recortes que me remitió acerca del senador machadista

Wifredo Fernández, padre de la fórmula conocida como <<cooperativismo>>;

especie de pacto entre los partidos liberal, conservador y popular,

todos con representación parlamentaria, y que allanó el camino de la

reelección del dictador Gerardo Machado sin candidato opositor. Son

notas dadas a conocer en la revista Bohemia en ocasión del suicidio

del destacado político y periodista, en 1934, en los días en que, en

la prisión militar de La Cabaña, esperaba ser presentado al Tribunal

de Sanciones, como se denominó a la instancia judicial a que fueron

sometidos los machadistas y que funcionó en el Capitolio. Los recortes

incluyen cartas escritas por Fernández en la prisión y el artículo que

Ramón Vasconcelos, <<la pluma de oro del periodismo cubano>>, como se le

llamaba, publicó a su muerte. El plato fuerte de esa recortería es el

testimonio de Benjamín Olivero, jefe del grupo de la organización ABC

que detuvo a Fernández y a otros dos cómplices de menor cuantía del

dictador a bordo ya del barco de carga Erfurt, pese a la oposición del

capitán de la nave que alegaba que sus pasajeros se hallaban bajo la

protección de la bandera de Portugal. Tal vez en otro momento nos

ocupemos de este interesante tema.

 

Emergencias: hechos y personajes

¿Sabía usted que en el Hospital General Freyre de Andrade, esa casa de

salud de la avenida de Carlos III a la que nos aferramos en llamar,

erróneamente, Hospital de Emergencias, se realizó en Cuba la primera

operación de cambio de sexo? ¿Que allí funcionó el primer servicio de

cirugía maxilofacial que existió en el país y que entre sus

profesionales estuvo la doctora Ana Larralde, primera cubana que se

especializó en esa rama de la Medicina? ¿Que en ese hospital nacieron

la especialidad de Reumatología, la primera Clínica del Dolor y los

primeros servicios de cirugía menor y geriatría de Cuba?

Esos y otros temas afines a esa institución médica aborda el doctor

Manuel Blanco, director del Hospital General Freyre de Andrade, en un

mensaje que remite a este escribidor. Precisa que fue allí donde se

aplicó por primera vez en la Isla la anestesia epidural continua con

catéter y que su hospital fue el escenario de la primera intervención

quirúrgica que se transmitió en el país por circuito cerrado de TV.

Añade que el primer director de la institución fue el doctor Benigno

Souza, cirujano eminente e historiador; autor de Máximo Gómez, el

generalísimo, excelente y fluida biografía del general en jefe del

Ejército Libertador, y que su primera superintendente de enfermeras

fue Margarita Núñez, fundadora de la Sociedad Cubana de Enfermería. En

Emergencias hizo la residencia en Cirugía el doctor Manuel <<Piti>>

Fajardo, Comandante del Ejército Rebelde. Vivía entonces en la esquina

de Valle y Basarrate.

Aporta Blanco un dato que sorprende al escribidor. El doctor William

Mayo, fundador en Estados Unidos de las famosas clínicas de los

Hermanos Mayo, fue paciente de este hospital, como lo fueron los

luchadores revolucionarios Antonio Guiteras y Rafael Trejo, Pablo de

la Torriente Brau y Aracelio Iglesias. Allí recibieron asistencia

médica los estudiantes universitarios golpeados en el estadio del

Cerro (Latinoamericano) cuando, encabezados por José Antonio

Echeverría, protestaban contra la dictadura de Batista, y hacia esa

instalación se remitieron los cadáveres de los mártires de Porvenir y

Concepción, en la barriada de Lawton, y de Mario Reguera, entre otros

muchos jóvenes asesinados por la policía batistiana.

Asegura el doctor Manuel Blanco que muchos son los hechos y personajes

que se relacionan con el Hospital General Freyre de Andrade. <<Este

humilde e histórico hospital que resiste el paso del tiempo y que con

el gran sentido de pertenencia de su colectivo sale en primera fila al

combate en nuestro proceso de transformaciones, sabiendo lo que nos

queda por hacer y convencidos del compromiso que tenemos con la

historia y con el pueblo>>.

 

Recuerdo de la infancia

El mensaje de Eustacio Gutiérrez Hernández me trae recuerdos lejanos.

Inquiere el amable lector nada más y nada menos que por el hombre de

la Casa Prado. Durante años, mientras vivió la abuela del escribidor,

su casa, que era también la de sus padres, fue el centro de reunión de

la familia y allí se daban cita invariable, para el almuerzo

dominical, algunos parientes allegados. Llegaban mi tío y su hijo y

dos tíos viejos, hermanos de mi abuela, lo que hacía que, junto con

nosotros, fuéramos diez a la mesa. Preparaba ella toda la comida; era

la dueña indiscutida de los fogones, que eran de carbón ya que no

permitió nunca que se instalara una cocina de gas. Había pocas

variaciones en el almuerzo: arroz blanco, frijoles negros y alguna

vianda frita, como platos acompañantes, y como plato principal una

carne asada y mechada con jamón o una buena carne con papas, cuando no

una cubanísima ropavieja. Mostrábamos un entusiasmo casi patriótico y

constitucional por la carne de res, pero éramos poco allegados a las

verduras y al pescado y nunca se ponían bebidas alcohólicas en la

mesa, ni siquiera una triste cerveza ya que se suponía que a esa hora

los hombres de la casa habían ya consumido su cuota en la barra de La

Princesa, en 16 y Concepción, en Lawton, o en la bodega del gallego

Daniel, en Diez y Acosta, en la misma barriada.

¿Qué tiene que ver todo eso con el hombre de la Casa Prado? Sucede que

mientras se esperaba por la hora del almuerzo, mi padre y su hermano

escuchaban en un modesto y antiquísimo radio de los llamados <<de

capilla>> un programa musical que patrocinaba La Casa Prado, sastrería

y camisería sita en Belascoaín 267, en Centro Habana. Desde que

comenzaba el programa, casi al filo del mediodía, el conductor del

espacio daba noticias acerca del hombre de la Casa Prado. Anunciaba,

digamos, que en esa jornada estaría moviéndose en el Vedado. Así,

vagamente hasta que su ubicación se iba precisando a medida que

transcurría el programa. Está en los alrededores de la CMQ, en 23 y M,

decía el locutor, y más adelante: en las inmediaciones del parque

Mariana Grajales, en 23 y C, y ahora, cerca de Paseo o en los

contornos del edifico Atlantic --actual Icaic-- para asegurar, ya en los

finales del espacio, que el sujeto se hallaba en los portales de La

Pelota, que no estoy seguro que se llamara así entonces, en 23 y 12.

El asunto estribaba en identificarlo. Había que preguntarle si era el

hombre de la Casa Prado. Si lo era, el agraciado recibía un bono

contra el cual ese establecimiento comercial le obsequiaba una

guayabera.

Ni mi padre ni mi tío ganaron nunca el concurso. Eran participantes

pasivos. Seguían con la imaginación su periplo, pero jamás salieron de

la casa a localizar e identificar al personaje, aunque más de una vez

lo tuvieron relativamente cerca. La frase llegó a ser tan popular que

en esos años se aludía como al hombre de la Casa Prado a aquel sujeto

con quien era difícil encontrarse, aunque se procurara, o a quien

aparecía sin que se le esperara.

 

Casas de La Habana

Por la casa situada en la calle Aguilera esquina a Rafael de Cárdenas,

frente al antiguo Club Ferroviario, en Lawton, pregunta Leydis

Vázquez, estudiante de sexto año de la carrera de Estudios

Socioculturales. En efecto, como asegura ella en su mensaje, allí

radicó el sanatorio del doctor José Baralt Barnet para enfermas

mentales. Pero antes fue la residencia de Rafael de Cárdenas, general

del Ejército Libertador, y su familia. Una casa con historia no solo

por su propietario, que fue además jefe de la Policía en La Habana,

sino porque en esta pasó una temporada Anaïs Nin, la famosa narradora

norteamericana, autora de Delta de Venus y La casa del incesto, entre

otros libros, y que era sobrina de Antolina Culmell, la viuda del

general. Por eso Anaïs, hija del gran pianista cubano Joaquín Nin,

fecha sus cartas desde Cuba en <<Finca La Generala, Luyanó>>, que a esa

barriada pertenecía la zona en su tiempo, y después.

Rafael de Cárdenas murió muy joven. Falleció en 1911, a los 42 años de

edad. Anaïs vino en 1917 y se maravilló con la naturaleza cubana: el

aire, suave y agradable; los campos, fértiles y pródigos, y las palmas

altísimas, alzándose hacia un cielo lleno de brillo. <<Todo luce

transformado por una calidez y suavidad ocultas>>, escribió. Una

naturaleza, un campo, un cielo, un mar que le regalaron su belleza

abrumadora, que muchos no percibían y que ella entendía como una forma

divinamente pura.

Al abandonarla la familia, la casa quedó vacía durante un tiempo hasta

que se instaló allí la 13ra. Estación de Policía. Cuando se construyó

especialmente para esta un edificio en la misma calle Aguilera, el

inmueble fue ocupado por el sanatorio Baralt.

Escribe Anaïs Nin en una de sus cartas habaneras: <<Me encuentro

viviendo en las afueras de la ciudad, en la más bella de las casas,

casi un palacio, amueblado y decorado con exquisitez, rodeada de un

jardín encantador...>> Pero, de aquella casa encantada, convertida en

casa de vecindad, no queda nada, solo los pisos y la escalinata

monumental.

A ese edificio dediqué algunas páginas en el libro Así como lo cuento,

publicado en 2004 en coedición entre Juventud Rebelde y la Casa

Editora Abril.

Respecto a la pregunta de las ruinas que aún desafían el tiempo en la

calle Calzada entre 2 y Paseo, son las del antiguo Hotel Trotcha. En

una crónica publicada en el periódico habanero La Discusión, el 23 de

enero de 1890, dice Julián del Casal:

<<Todo el que vive en La Habana lo ha visitado alguna vez. Tiene el

brillo de una moneda nueva y la alegría silenciosa de las poblaciones.

La miseria no ha penetrado en sus ámbitos y sus habitantes parecen

dichosos. Allí se refugian, en los meses de verano, los que el calor

destierra de la ciudad, los escasos poseedores de bienes de fortuna y

los que no se atreven a alejarse del suelo natal>>.

 

Antes de que acabe

Una judía norteamericana se empeña en reconstruir la historia de su

madre. La señora vivió en La Habana, en días de la II Guerra Mundial,

y trabajó en un taller de talla de diamantes. Dice que su madre le

contó que en ese tiempo hubo en La Habana, sobre todo en el Vedado,

unos 20 de esos talleres. Los operarios vinieron en lo fundamental de

Bélgica u Holanda y volvieron a Europa o viajaron a EE.UU. al

finalizar la contienda bélica. Pregunta al escribidor cómo pudiera

avanzar en su investigación. No sé, pero alguna información encontrará

en el libro La comunidad hebrea de Cuba; La memoria y la historia, de

Margalit Bejarano, publicado en 1996 por la Universidad Hebrea de

Jerusalén.

 

 

 

 

 

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Ciro Bianchi Ross

http://wwwcirobianchi.blogia.com/

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