domingo, 4 de septiembre de 2011

UN CARAJITO PROVINCIANO EN CARACAS


UN CARAJITO PROVINCIANO EN CARACAS



ELIGIO DAMAS



Fragmento de la novela “La Mudanza”, que hace lobby, como otros trabajos de este escribidor en muchas instancias con competencia, sin que hasta ahora, después de mucho tiempo y los efectos secundarios, haya conseguido respuesta alguna. Siquiera aquella de “estas vainas no sirven para nada”. Lo que, pensándolo bien, serìa un consuelo.
El lobby, la cola, la hacen los trabajos; el escribidor no. Este anda en otras cosas; como antes, cuando muchos de quienes ahora mandan y tienen las manijas, como antes también, de alguna manera, mandaban o estaban muy cerca del mandar y los mandones, sigue diciendo que este mundo hay que cambiarlo. Posiblemente por esta actitud infantil, inmadura, falta de disposición y aguante para hacer cola y mearse los pantalones en ella, no le publican nada.

“La Mudanza”:
En Caracas, a su llegada, encontró obligaciones y responsabilidades. Debió resolver, como fuese, sus necesidades y las de parte de la familia que, antes que él, había llegado a la gran ciudad. Para eso aprendió y asumió inimaginables oficios; carretillero en el mercado de Quinta Crespo, cargador de agua por encargo, mensajero y hasta limpiabotas.
Precisamente, de limpiabotas andaba el día, que en la puerta del hotel “El Conde”, se tropezó con Pedro Infante; las campanas de la catedral habían señalado las cuatro de la tarde y desde el Ávila, corriendo entre las calles que bajaban de San José, los vientos fríos ya comenzaban a sentirse y los transeúntes iban abrigados y un tanto presurosos como para no percatarse de la presencia del popular personaje. Fue la primera vez que el astro mejicano, a quien ya había visto en el cine de su pueblo natal y luego con persistencia en salas caraqueñas, visitaba Venezuela.
¬ “¡Hola Pedro, como está la vaina!”. Así, de la manera más desenfadada, como quien saluda a uno de los de la pandilla de Río Caribe, se dirigió al muy popular cantante y actor mejicano.
__” ¡Qué tal chamaco!”, respondió el célebre cantante. Y de inmediato, entre ellos se entabló una conversación tan cordial y espontánea, como aquella que el chico inició con el conductor que lo recogió en “los tres palos”.
Desde lejos, algunos menos apurados o preocupados por las ráfagas de viento frío, que por allí pasaron, vieron al popular astro mejicano, reír a mandíbula batiente por los chistes que el muchacho le contaba, mientras con destreza le pulía las finas botas de cuero. A la despedida acordaron encontrarse al día siguiente en el mismo sitio; mientras Pedro le puso en las manos, más que por el trabajo como lustrabotas, por los chistes y la frescura del personaje, una moneda de cinco bolívares de plata, que la jerga popular designaba como fuerte.
Al otro día y a la misma hora, como habían convenido, el chico se presentó a las puertas del hotel y allí, como esperándole, estaba Infante. Se saludaron con mayor camaradería que el día anterior y mientras el muchacho le lustraba esta vez unos zapatos de dos tonos, blancos y negros, charlaron y se rieron con el mismo entusiasmo de antes. Esta vez, el artista mejicano no sólo le pagó con la misma moneda, sino que le dio un boleto de entrada para el espectáculo que brindaría en un cine de las proximidades.
Asistió a ver y escuchar con placer y alegría a quien ahora era más que su ídolo de la pantalla y las canciones de los discos de acetato de 78 r.p.m y de todas las emisoras que escuchaba en su diario transitar por la ciudad; estaba allí para aplaudir con entusiasmo a su amigo Pedro Infante, el compañero de las tertulias en la entrada del hotel “El Conde”.
Y Pedro, dijo el muchacho más tarde, con vanidad, a una media docena de compañeros apenas entrados en la adolescencia como él, que le miraban con admiración, me dedicó aquellas canciones que me eran ya familiares: “Amorcito Corazón”, “Corazón Corazón”, “Juan Charrasqueado” y otras tantas cuyas letras me sé de memoria pero no logro atinar los títulos.
Y los encuentros continuaron por cinco días más y, en la despedida, Pedro le dio una tarjeta de presentación y le invitó que se fuese a Méjico a estudiar.
Ve a Méjico, Chamaco. Búscame en la dirección que está indicada en la tarjeta. La firmé por detrás para garantizarte que puedas llegar hasta mí. Ve y cuenta con mi ayuda para que estudies en mi país.
Y el astro mejicano le abrazó con cariño, allí mismo, en las puertas del hotel.
Pocos días después, tras una perseverante gestión, el muchacho vendió la tarjeta a un coleccionista, también aficionado del astro mejicano, por un fuerte de plata.

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