domingo, 11 de septiembre de 2011

LOS TOREROS ESPANOLES

LOS TOREROS ESPAÑOLES


ElLIGIO DAMAS


Nota: Fragmento de la novela “El crimen màs grande del mundo,
de la que con anterioridad pusimos en este blog “Tracy el gran detective americano” y “Lola busca un entierro”.

En aquella vieja casa de bahareque, de portal con tres maderos carcomidos por la polilla y por el tiempo, con más de la mitad de la techumbre destruida y friso de paredes desprendido, estaban alojados los tres toreros españoles.
Llegaron a la ciudad un día de tiempo extrañamente ennegrecido. De inmediato fueron a "Las Palomas" a buscar refugio, por indicaciones y sugerencias cómplices de un polaco tuerto, que días atrás había llegado misteriosamente como ellos, con tres hijas enormes, del mismo color de la arena del lecho del río; se acomodaron como pudieron en aquella casa, en la que no entrábamos nosotros por temor a los malos espíritus que allí se alojaban, según los “decires" de la mayoría de la gente del barrio.
En aquella ciudad nuestra, con frecuencia lo decían los mayores, nunca habían visto una corrida de toros y el último espectáculo importante que en ella se presentó, tanto que lo recordaban con regusto y una inocultable nostalgia, fue aquel juego de pelota entre un equipo de la capital y uno local. Partida en que “Cocaína”, lanzador visitante, quemaba las mascotas y, durante el cual, cosas curiosas de la vida, uno de los bateadores del equipo pueblerino, con sólo chocar la bola por azar, la devolvió tan lejos y tan alto, que los niños que nacieron después tendían a andar por las calles con la cara hacia arriba, como esperando que aquella cayese. El "Retablo de Maravillas" y las esotéricas actuaciones de Blackman (o Blakamán), si bien fueron aplaudidas y admiradas, no impresionaron tanto.

Con la llegada de los españoles, hubo oportunidad de vencer el tedio en las horas tempranas de la mañana y en las tardes, cuando comenzaba a decaer el sol, acercándose a la vieja casa donde ellos se alojaron. La gente se sintió atraída por el inesperado espectáculo de la torería que de pronto, cuando menos lo esperaban, comenzaron a ofrecer aquellos extraños forasteros. A esas horas del día, se dedicaban con empeño y pasión al ejercicio teatral de la tauromaquia.

Desde un primer momento entendimos que se preparaban para actuar de verdad, tanto por el tiempo que invertían como el empeño que ponían en los ejercicios. Hasta sentían placer ver a su alrededor, frente aquella casa vieja, donde habían improvisado el redondel, un numeroso público que día a día mostraba mayor interés en aquellas prácticas que no le eran comunes. Al tercer o cuarto día de iniciados los ejercicios toreriles, como para darle mayor formalidad y quizás para incitar la curiosidad de los vecinos, empezaron a presentarse con unos trajes extraños, que algunos asociaron a los que llevaban los toreros del almanaque que, ese año, café "El Toro" había repartido en la ciudad. Y conste, que aquel espectáculo era totalmente gratuito.
Aquellos andaluces, según ellos, nacidos en el centro mismo de Sevilla, pese a toda la ruindad que emanaba de sus figuras, hasta los trajes de luces estaban virtualmente deshechos, decían ser herederos de fortunas inmensas que allá en España inútilmente les esperaban; habían renunciado a todo lo heredado, por lo menos momentáneamente, incluyendo el linaje familiar un tanto desleído, por la felicidad de regresar a casa y especialmente a la ciudad natal, desde América, dentro de un cartel de toros de tronío que los señalase por sus hazañas. Pero en verdad, aquella ciudad no era precisamente la más propicia para iniciar una carrera ascendente en el mundo del toreo. Pero si para embaucar inocentes.
Otra razón para que los vecinos acudiesen allí era la brujería. Pese la inocencia de la gente del barrio, a muchos le llamó la atención que aquellos personajes se acomodasen tan fácilmente en una casa en la que ninguno de los vecinos se detenía; y si se entraba a ella, por curiosidad o por cortar camino hacia el puerto del río, se la atravesaba raudamente y silbando bajito para despistar los espíritus. A todas horas y en cualquier tertulia, se contaban historias de aparecidos y visiones nocturnas dentro y alrededor de aquella casa. Con frecuencia se hacía alusión a una lámpara encendida que a las doce de la noche, en los días de abril y mayo, salía del fondo del río y bamboleante se venía hasta la casa y ya en ésta, iba de un sitio a otro y se llegaba hasta el portal.
Otras veces era una dama de ropa blanca y vaporosa que le cubría los pies, que en noches de luna llena o al mediodía, cuando el sol se ponía ardiente, quien recorría lentamente las habitaciones de la casa misteriosa, dejándose ver, de vez en cuando y muy discretamente, de los vecinos que aguaitaban desde la lejanía de sus respectivas casas por rendijas de puertas y ventanas. Y todos, en aquel barrio y en los barrios vecinos, conocían la historia que en cada esquina repetía la vieja Lola espontáneamente.




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Publicado por Eligio Damas para BLOG DE ELIGIO DAMAS el 9/05/2011 07:54:00 AM

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