viernes, 2 de septiembre de 2011

TEMAS INTOCABLES

SERGIO MARTINEZ

Aquí va mi columna Temas Intocables de esta semana en El Popular (www.diarioelpopular.com)

Reminiscencias septembrinas



Montreal.– Originalmente este era el séptimo mes del año, de ahí su nombre como cualquiera podrá darse cuenta. Sin embargo una reforma al calendario romano (llamado Juliano, porque había sido establecido al tiempo de Julio César) que agregó dos meses al inicio, dejó a septiembre incongruentemente como noveno mes, y así con octubre (antes octavo), noviembre (antes noveno) y diciembre (antes décimo).

Septiembre viene cargado de reminiscencias de alto peso a la vez que adquiere una cualidad dual para quienes hemos venido a este país desde el hemisferio sur. Aquí en este país marca esa poco alentadora transición del cálido verano, al otoño, a su vez breve anticipo del largo y brutal invierno canadiense. Allá lejos, en el país de origen marca el renacer de la naturaleza, con el tránsito del invierno a la primavera, anunciando así que el verano se viene a la vuelta de la esquina.

En mi niñez, recuerdo que representaba ese tramo final de los días de escuela (en el hemisferio sur el año escolar va de marzo a diciembre), tiempos definitorios en cuanto a las notas que uno iba a tener, pero al mismo tiempo se veía con optimismo el hecho que ya vendría el tiempo de vacaciones de verano.

El mes es también uno de efemérides. Varios países latinoamericanos (cinco de los siete centroamericanos, México y Chile) celebran en septiembre sus días nacionales, ocasiones de festejo y algarabía. En alguna anterior oportunidad recalqué que en Chile, mi país natal, las fiestas patrias adquieren una dimensión inusitada y ciertamente mayor que en otras partes de nuestro continente, en los hechos—en ausencia de carnaval—los chilenos hacen de la ocasión de sus efemérides patrias, la oportunidad para celebrar en grande: se bebe y come mucho, se baila, se festeja, todo ello en varios días alrededor del día festivo propiamente tal (el 18).

Este mes sin embargo también viene marcado por la tragedia: fue en un 11 de septiembre, año 1973, que sobrevino el sangriento golpe de estado encabezado por Augusto Pinochet que causó miles de muertos y detenidos desaparecidos, mucha gente detenida y torturada, y otros tantos quedados a la deriva. En lo personal, ese suceso ocurrido hace ya casi 40 años tuvo un determinante efecto para todo el resto de mi vida, como lo fue también para miles de otros de mis compatriotas: nos envió al exilio.

Alrededor de esa fecha siempre hay tiempo para reflexionar sobre las circunstancias que rodearon nuestra masiva salida del país y las consecuencias que ella tuvo para todos nosotros. Curioso es también observar retrospectivamente el hecho mismo de la salida.

En mi caso personal, me “salvé por un pelo” de haber sido detenido, cuando una mañana de marzo de 1974 una patrulla militar me había ido a detener a un colegio donde daba una pocas clases (otros trabajos en la universidad y en otros establecimientos ya los había perdido meses antes) y el oportuno aviso de una secretaria (la patrulla había ido el día anterior, pero afortunadamente yo no trabajaba ese día) me permitió salir de allí aun cuando el director, uno de sus sujetos deleznables que estaba en colusión con los militares, no quería que abandonara el lugar. Sin decirle a nadie me fui de allí y después supe por la misma secretaria que me salvó la vida (y que ni siquiera era una persona de mis ideas políticas) que efectivamente la patrulla militar había ido al momento del receso… La fortuna ciertamente me acompañó en el hecho que a esa altura aun no había una completa coordinación en los aparatos policiales y represivos, así fue como al día siguiente volé a Buenos Aires.

El exilio, esa primera etapa vino pues como un gran alivio en medio de esa pesadilla que se había desatado en septiembre, el mes que antes había asociado con el renacer de la vida representada por la primavera y que a partir de ese oscuro año en cambio quedaría asociado con la muerte y el horror.

Los años pasaron y—como a muchos de mis compatriotas—lo que alguna vez se había pensado como una estada temporal, por esos azares del destino terminó transformado en un lugar de residencia permanente. En lo personal he vivido más años en Canadá que los que viví en mi país de nacimiento, mi propia experiencia profesional es mayor aquí en este país que la que nunca tuve en Chile donde apenas alcancé a trabajar tres años. Sin embargo no puedo negar que llegado septiembre una serie de memorias vuelven a mi mente y se reproducen imágenes de momentos vividos antaño en la esperanza de la primavera que aquí en cambio contrasta con la realidad del otoño, antesala del feroz invierno que acecha a poca distancia.

Viviendo aquí por cierto no puedo eludir la memoria de ese otro 11 de septiembre, del cual este año se cumple su décimo aniversario: el espectacular y a la vez trágico ataque sobre las Torres Gemelas en Nueva York. No cabe duda que al revés de aquel otro once, ocurrido en la periferia del mundo como es Chile, es el de Nueva York el que aquí en Montreal y otros lugares de la América del Norte cobrará más atención en los medios de comunicación y por ende en el público. ¡Qué más da! Tampoco se trata de crear una suerte de competencia entre los dos 11 de septiembre, ni sentir celos por la atención que se dé a uno u otro. Eso sería una actitud mediocre. Al final en ambos casos hubo vidas truncadas (curiosamente, el número de muertos y desaparecidos a manos de la dictadura chilena, y el número de muertos en el ataque a los rascacielos de Nueva York son muy similares, alrededor de 3 mil) y las consecuencia de esos eventos se dejaron notar con mucha fuerza en los años sucesivos, hasta ahora.

Ambos onces han dado lugar hasta ahora a abundantes polémicas, en el caso chileno desde las inagotables discusiones de si el golpe de estado pudo haberse evitado, o de si la situación pudo haberse enfrentado de otra manera, hasta las instancias más ingratas del debate, donde todavía se intercambian recriminaciones e inquisidoras búsquedas de culpables por la derrota; en el caso del suceso neoyorquino las abundantes teorías conspirativas que van desde negar la identidad de los autores del estrellamiento del avión en Manhattan, a aquella versión que atribuye el ataque a un auto-atentado montado para luego justificar una invasión a Irak. Personalmente no compro las teorías conspirativas y pienso que hay poca evidencia que contraríe la participación de fundamentalistas islámicos en los ataques. Por otra parte, es muy cierto también que Irak no tuvo nada que ver con los atentados y que el suceso se utilizó como pretexto para lanzar un ataque contra el régimen de Saddam Hussein, aprovechando para ello la escasa cultura política de la mayoría del pueblo norteamericano, acentuada además por la manipulación patriotera orquestada por gran parte de los medios de comunicación en ese país.

Ya a muchos años de esas imágenes de un septiembre celebratorio y esperanzador, mis memorias sin embargo tampoco me llevan a la tristeza. Así es como se dieron las cosas y talvez ya no quede tiempo para exorcizar las siniestras visiones implantadas por esos acontecimientos fatales y que de algún modo dieron nueva forma a las reminiscencias de septiembre.


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