sábado, 14 de marzo de 2020

GESTOS Y DICHOS PRESIDENCIALES (1)

Ciro Bianchi Ross (cirobianchiross@gmail.com)To:you + 26 more Details
Gestos y dichos presidenciales (1)
Ciro Bianchi Ross


De la tacañería de Tomás Estrada Palma, nuestro primer presidente, ha
hablado el escribidor no pocas veces. Fue tanta que ha llegado de
decirse que cuando en su casa ponían huevos a la mesa, solo se comían
las claras porque ya habían vendido las yemas al vecino. Esto, desde
luego, no pasa de ser una exageración, pero vale recordar que, siendo
Presidente, Estrada Palma solo tenía tres trajes y no era raro ver a
su esposa, Genoveva Guardiola, hija de un presidente de Honduras,
zurcir los calcetines del marido sentada en una comadrita en un balcón
de Palacio. Como gobernante, hizo célebre su lema de «Más maestros que
soldados».
Si bien es cierto que el manejo que hizo de tesoro de la nación fue
intachable, no es menos cierto que su visión política era limitada y
carente de la perspectiva, la energía y el valor que exigían la
organización de un país devastado por la guerra. El primer presupuesto
que aprobó su gobierno fue el más bajo desde mediados del siglo XIX,
aunque las arcas se llenaban con el dinero de los contribuyentes.
Cuando en 1906 pidió la intervención norteamericana, las reservas
ascendían a 24 817 148 pesos con 76 centavos, suma aladinesca que el
interventor Mr., Magoon dilapidó. En 1909, al asumir el gobierno, el
mayor general José Miguel Gómez solo encontró en las arcas millón y
medio de pesos en capital líquido y otro millón en deudas por cobrar.
    La anécdota que sigue, relativa a los buzones de correo, la contó
Carlos Márquez Sterling en su biografía del mandatario. Quiso Miguel
Coyula, director de Comunicaciones del gobierno, preservar los buzones
con una manito de pintura. Como no disponía de dinero necesario, le
hizo el disparo a don Tomás y al Presidente le pareció excesiva la
suma que le solicitaba. Insistió Coyula y don Tomás convino en que lo
de la pintura era posible, pero más adelante. Volvió Coyula a la
carga: mientras más demoraran, más dinero se haría necesario emplear
en el mantenimiento de los buzones. El Presidente dio al fin su brazo
a torcer. Dijo:
    -Bien, hijito, te daré el dinero para la pintura y las brochas, pero
no esperes un centavo para la mano de obra… Procederás así: le
entregas a cada cartero su latica de pintura y su brochita, y cuando
el cartero se tope en la calle con un buzón, saca su latica, toma su
brochita y ¡fuiqui¡ ¡fuiqui¡  lo pinta.
EL BANQUETE DE LA VICTORIA
Se aproximaban las elecciones generales de 1908 y el ticket del
Partido Liberal volvían a conformarlo el mayor general José Miguel
Gómez, como Presidente, y el licenciado Alfredo Zayas, Vice. Tenía
este la esperanza de que en aquellos comicios se le postularía para la
primera magistratura y cuando supo que no sería así, exigió que lo
postularan para Vicepresidente. No se conformó con eso y exigió para
los suyos las mejores carteras en el proyectado gabinete y no pocas
actas senatoriales y de diputados. Ambas facciones designaron a sus
comisionados respectivos para que en la mesa de negociaciones llegaran
a acuerdos acerca de los cargos que corresponderían a una parte y a la
otra.
    Los comisionados miguelistas se quejaron a su jefe. —General, es
imposible. Lo quieren todo.
    Preguntó entonces José Miguel si también querían la Presidencia. No,
eso, no, respondieron los comisionados, y entonces José Miguel, con su
guachinanguería habitual, dijo: Pues no se preocupen. Menos la
Presidencia, concédanles todo lo que pidan. Zayas logró uno a uno sus
objetivos y las diferencias se ahondaron entre los dos políticos.
    Los liberales resultaron triunfadores en las elecciones. Para
celebrarlo, miguelistas y zayitas organizaron, en el Hotel Inglaterra,
de La Habana, el llamado banquete de la victoria. Tras el café, se
repartieron entre los comensales aromosos habanos que llevaban
indistintamente en sus anillas le efigie de Presidente electo o de su
Vice. José Miguel tomó uno con la imagen de su compañero de boleta y
mientras pegaba un fósforo a la breva, exclamó, con la vista fija en
su Vicepresidente: «A Zayas yo le doy candela». Zayas no fumaba. Aun
así, tomó uno de los tabacos que lucía la efigie del Presidente y
dijo: «A José Miguel yo me lo meto en un bolsillo». Y, en efecto, lo
escondió en su chaqueta.
LA MEMORIA DE MENOCAL
La captura de José Miguel, su ayudantía y toda la escolta pone fin a
la llamada Revolución de La Chambelona. Lo traen en tren a La Habana y
la camarilla áulica que rodea al Presidente Mario García Menocal no
solo quiere meterlo preso, sino humillarlo. Para ello planean hacer
que el detenido camine por todo el Paseo del Prado hasta el mar y de
allí, otra vez por el Paseo, hasta Neptuno, donde lo esperaría la
jaula para conducirlo a la cárcel del Castillo del Príncipe.
Muy contentos fueron los miembros de la camarilla a contarle a Menocal
lo que habían ideado. Menocal los escuchó, sacó de uno de los
bolsillos de su chaqueta un pequeño lienzo y se puso a limpiar sus
gafas. Habló sin mirarlos.
-Ustedes olvidan que ese hombre que viene preso es un Mayor General
del Ejército Libertador. Ustedes olvidan que ese hombre que viene
preso es un mambí que se cubrió de gloria en el combate. Ustedes
olvidan que ese hombre que viene preso fue mi amigo. Ustedes olvidan
que ese hombre que preso tiene su casa en el Paseo del Prado y yo no
puedo permitir, bajo ningún concepto, que su esposa, esa gran cubana
que es Doña América, presencie un espectáculo como ese…
Cuando Menocal dejó de limpiar sus gafas y levantó la vista, solo lo
acompañaba su secretario privado. Los miembros de la camarilla áulica,
uno a uno, habían ido escurriéndose del despacho presidencial.
Y COMO DUELE ESO
En los comicios generales del 1 de noviembre de 1916, el mayor general
Mario García Menocal y Deop, a la sazón Presidente de la República,
volvió a aspirar a ese cargo a fin de mantenerse durante otros cuatro
años en el poder, y sufrió una humillante derrota frente al licenciado
Alfredo Zayas y Alfonso, candidato liberal. «Los liberales no ganaron
más provincias porque no las hay», reconoció el secretario (ministro)
de Gobernación, y su declaración provocó consternación en el Palacio
Presidencial y entre las huestes conservadoras. Se dice que Menocal
estuvo a punto de reconocer gallardamente su derrota. El Tribunal
Supremo, lejos de validar el fraude, reconoció el triunfo de la
oposición, aunque la condicionó a la celebración de elecciones
complementarias en algunas zonas de la provincia de Oriente y Las
Villas. Poco podían esperar los liberales de aquellos comicios y,
acaudillados por José Miguel, decidieron alzarse en armas contra el
gobierno en la ya citada Revolución de La Chambelona. Fracasaron y
Menocal se mantuvo en el poder. Zayas había sido víctima de una brava
colosal
    Transcurrieron cuatro años. En 1921, Zayas, al frente del Partido
Popular, organización de bolsillo derivada del liberalismo, alcanzó el
poder con el apoyo de su viejo enemigo, el general Menocal. A cambio,
Zayas se comprometía a apoyar a Menocal en las elecciones de 1924,
solo que El Chino, como le llamaban, se viró con fichas y apoyó a
Gerardo Machado por los cinco millones de pesos que, garantizados por
Laureano Falla Gutiérrez, el hombre más rico de la Cuba de entonces,
recibiría a través de la Renta Nacional de Lotería.
    Colérico, dolido, Menocal visitó a Zayas y le echó en cara la brava
de que fue víctima. Y Zayas, recordando el bravazo de 1916, se limitó
a comentar: Y como duele eso.
    Zayas regaló a Machado una pluma estilográfica de oro. Machado
obsequió a Zayas un vaso sostenido por cuatro gatos. El partido de
Zayas era tan minoritario que le endilgaron el mote de  partido de los
cuatro gatos.
COMO UN VULGAR RATERO
Después de breves estancias en Bahamas y Canadá, entra el ex dictador
Gerardo Machado en Estados Unido, donde encontraban refugio muchos de
sus seguidores. El gobierno cubano solicitó la extradición de todos
ellos y aunque Washington en definitiva no los devolvió, pareció en un
primer momento que daría una respuesta favorable al pedido y dispuso
la tramitación de los expedientes de extradición de Machado y del ex
general Alberto Herrera, jefe del Ejército desde 1922 a 1933, que lo
sustituyó en la presidencia.
Un grupo de policías apareció en la casa de Machado en Nueva York para
llevarlo detenido. Pero el ex dictador después de recibirlos y
asegurarles que la persona que buscaban no estaba en casa, se les
escurrió delante de las narices, como un vulgar ratero. No paró hasta
el puerto. Allí alquiló un barquito que lo condujo a la República
Dominicana, al amparo de Trujillo.
    Orestes Ferrara, que había sido su embajador en Washington y su
secretario de Estado y tenía vinculaciones estrechas con grandes
monopolios norteamericanos, como el de los teléfonos y el telégrafo,
insistió en que Machado se presentara a juicio migratorio. En un rapto
repentino de antiimperialismo, Ferrara quería aprovechar el proceso
para denunciar la injerencia de EE UU en los asuntos internos de Cuba.
Machado no accedió. Le dijo: «Yo no hablo inglés, no sé de leyes, no
soy orador ni conozco bien estos asuntos internacionales».
    Luego de su estancia dominicana, y sin que nadie volviera a
molestarlo, se instala de nuevo en la Florida. El gran capital
norteamericano había respaldado su elección en 1925. Diría él mismo en
sus memorias, con un desparpajo y un cinismo fuera de serie, que en
aquella postulación frente al general Menocal, que aspiraba también al
poder, «a mí se me miraba con indiferencia. Tentado estuve de
renunciar a la lucha, más en el momento crítico la mano poderosa de
Laureano Falla Gutiérrez vino en mi ayuda y Clemente Vázquez Bello
distribuyó el dinero de manera definitiva para ganar unas elecciones
en que el voto popular espontáneo nada decidió. Gané pues por dinero,
y por dinero español, luego nada tengo que agradecerle a Cuba».


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Ciro Bianchi Ross
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