lunes, 9 de marzo de 2020

CARTAS EN LA MANIGUA



Cartas en la manigua
Ciro Bianchi Ross

En historias y testimonios de las gestas emancipadoras cubanas es
recuente encontrar alusiones al trasiego de correspondencia —oficial
(militar y civil) y también de índole particular— entre un campamento
y otro y entre estos y una ciudad en poder del enemigo y aun del
exterior.
    Pocas veces se medita en la organización que hacía que eso fuera
posible. ¿De qué medios se valían los insurrectos para, de un lugar a
otro, hacer llegar órdenes militares, comunicaciones oficiales o
simples cartas de afecto y recuerdo?
    Una de las fases más interesantes y menos conocidas de la historia
postal de Cuba es la que corresponde al sistema de correos que
implantaron los revolucionarios cubanos a lo largo de sus luchas por
la independencia, escribía el erudito J. L. Guerra Aguiar en su El
correo de la República de Cuba en Armas, folleto que dio a conocer en
1975 y que en buena medida el escribidor glosará en la página de hoy.
    La extensión de la guerra por la provincia oriental y también por las
de Camagüey y Las Villas después del 10 de octubre de 1868, hizo que
desde temprano se pensara en la necesidad de encontrar un medio de
comunicación entre las zonas insurrectas. Es obvio que esa
comunicación fuera en un comienzo de carácter militar, pero a medida
que se ampliaban las áreas de hostilidades, el Gobierno de la
República en Armas contempló la posibilidad de brindar un servicio de
correos entre los soldados y sus familiares, residentes incluso en
zonas enemigas, así como en diferentes países donde funcionaban
delegaciones del gobierno cubano, y en especial con Nueva York, ciudad
en la que radicaba la Junta Central Revolucionaria.
NACE EL SISTEMA DE CORREOS
Los primeros correos de las fuerzas liberadoras se establecieron en
Camagüey. El 26 de febrero de 1869, la Asamblea de Representantes del
Centro designó al camagüeyano Vicente Mora Pera (1837-71) para que
organizara el servicio de correos en esa zona.
    Durante los primeros tiempos, el correo mambí se valió de
adolescentes de entre doce y dieciséis años que, por ser conocedores
del terreno donde se movían, garantizaban el traslado de la
correspondencia. Asimismo, procuró que simpatizantes de la causa
independentista residentes en las ciudades se hicieran cargo de la
recepción y distribución de las cartas provenientes de los campamentos
o destinados a ellos.
    Tres vías se utilizaron para el servicio con el exterior. Por la
costa norte, todos los meses, salía el correo desde La Guanaja o Cayo
Romano hasta Nassau.
Por la costa sur, una flotilla de botes transportaba la
correspondencia hasta Jamaica. En Santiago de Cuba, Manzanillo, Santa
Cruz del Sur y Nuevitas, la correspondencia llegaba a manos de
simpatizantes seleccionados y ellos enseguida la reexpedían por correo
regular a su lugar de destino, pero a causa de los riesgos, esta vía
se utilizaba solo excepcionalmente.
    En 1870, el Gobierno de Cuba en Armas contaba con un Administrador
General de Correos, tres inspectores, 135 maestros de postas con sus
correspondientes casas y 540 postillones. Un año más tarde quedaba
establecida, mediante reglamento, la salida del correo mambí desde
Santiago de Cuba los días 1 y 15 de cada mes, con un recorrido a
través de Holguín, Bayamo, Victoria de las Tunas, Camagüey, Sancti
Spíritus, Remedios, Trinidad, Santa Clara, Sagua, Cienfuegos y Colón,
lo que equivale a decir que el servicio de correos de la República en
Armas cubría casi todo el territorio de la isla.
    Se ampliaría a La Habana. Con el sobrenombre de El Mismísimo funcionó
en esta ciudad un correo clandestino que tramitaba las cartas y
enviaba periódicos a los campamentos insurrectos con tanta regularidad
y eficacia que en muchas ocasiones los diarios llegaban a su destino
en el mismo día de su publicación.
    De la correspondencia que venía del exterior generalmente en cayucos,
que era una embarcación de quilla plana, se encargaba el perfecto
mambí más inmediato al lugar del desembarco. Luego, de prefectura en
prefectura, llegaba a su destino.
    «El éxito del sistema de Mora Pera fue tan rotundo que rápidamente se
fue tomando como modelo en otros lugares, y, más aún, su estructura
principal perduró cuando en el periodo 1895-98 se establecieron
también correos insurrectos…», escribía Guerra Aguiar, eminente
filatelista que inauguró y dirigió el Museo Postal Cubano y legó
numerosos textos en los que recogió sus investigaciones en ese campo.
SELLOS POSTALES
En 1873, la Junta Revolucionaria de Nueva York dispuso la emisión del
primer sello postal de la República en Armas. Fue la única estampilla
que se emitió durante la Guerra Grande. Tenía un valor de franqueo de
diez centavos y su tirada constó de 100 000 ejemplares.
    Con anterioridad a la emisión de dicho sello, las piezas de
correspondencia llevaban marcas postales de las administraciones o las
prefecturas donde se imponían. Pero el uso de ese sello, aseguraba
Guerra Aguiar, fue limitado, y solo uno de ellos, adherido a un
fragmento de cubierta, llegó a nuestros días.
    El mismo investigador apunta que gran parte de toda esa
documentación, por resultar comprometedora, debió ser destruida por
sus poseedores en 1878, después del Pacto del Zanjón.
    Al reanudarse las hostilidades, en 1895, se autorizó a la Delegación
del Partido Revolucionario Cubano en los Estados Unidos a disponer una
emisión de sellos de correos con valores de dos, cinco, diez y
veinticinco centavos; entró en circulación el 11 de marzo de 1896,
    Las estampillas tenían en su diseño el escudo de la República con la
leyenda República de Cuba; en su parte superior se leía la palabra
Correos, y en la inferior se veía la cifra de su valor a ambos lados
de la palabra centavos. Estos sellos, recordaba Guerra Aguiar, tenían
gran semejanza con el que se emitió en 1873.
    Con esa emisión de 1896, el Gobierno de la República en Armas inició
el franqueo regular de la correspondencia en los campos insurrectos,
y, al mismo tiempo, esos sellos, al venderse a filatelistas y
simpatizantes de la causa cubana, contribuyeron a engrosar los fondos
del Partido Revolucionario Cubano y, por ende, a la libertad de Cuba.
¿QUIÉN FUE MORA PERA?
Desde antes del levantamiento de Carlos Manuel de Céspedes, Vicente
Mora Pera laboraba en favor de la independencia. La lesión física que
inutilizaba su brazo derecho no fue obstáculo para su incorporación a
las huestes revolucionarias. El Comité Revolucionario de Camagüey
aceptó sus servicios, lo designó asesor de las comunicaciones y allí
mostró su capacidad organizativa que permitió dotar a la República en
Armas de un servicio eficiente de postas.
    Gonzalo de Quesada calificó a Mora Pera como un hombre «afable y
justiciero». Y con relación a su labor, añadía el discípulo predilecto
de Martí: «Puede decirse sin exageración que muchos países en
condiciones normales envidiarían la organización, método y seguridad
que dio al ramo de las postas… Aquel necesario servicio solo se
interrumpía, y eso rara veces, momentáneamente; no se recuerda
comunicación alguna que durante esa época se perdiese; los postillones
a pie o a caballo, rendían puntualmente sus jornadas, gustosos,
satisfechos y obedientes…»
    Su hermano Ignacio —el esposo de Ana Betancourt— sería fusilado por
los españoles en 1875 cuando, luego de ser hecho prisionero, rechazó
el ofrecimiento enemigo de perdonarle la vida si aceptaba reconocerse
como «presentado»; había ayudante del mayor general Manuel de Quesada,
jefe del Ejército Libertador. También fueron hechas prisioneras sus
hermanas y durante la detención recibieron del jefe de la columna
española —un cubano— todo género de garantías para su seguridad, antes
de ser puestas en libertad… Una partida de guerrilleros no tardaría en
masacrarlas, junto con sus hijos menores, en el humilde bohío donde se
refugiaban.
    Aunque minado por la tuberculosis, Vicente estaba decidido a no
abandonar el campo de lucha. Bien adentro de una montaña, se refugió
en un vara en tierra junto con su esposa e hijos. Hasta allí llegaron
los guerrilleros y a tiros dispersaron a la familia que no tardó en
ser hecha prisionera, mientras Vicente quedaba errante y perdido en el
bosque. Puesta en libertad algún tiempo después, la esposa intentó
regresar al lado de Vicente. Ya era tarde.
    Un grupo de mujeres negras cuidó a Vicente Mora en sus últimos días.
Murió con el nombre de sus seres queridos en labios exangües y con el
de Cuba en el último suspiro.

   
   
   
   



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Ciro Bianchi Ross

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