domingo, 1 de marzo de 2020

FUGAS ESPECTACULARES

Fugas espectaculares
Ciro Bianchi Ross

Un cubano al que apodaban “Cotorrita” tenía en los años 40 del siglo
pasado el récord de fugas en todo el continente americano. Cárcel en
la que lo encerraban, cárcel de la que se evadía, al igual que otro
cubano, “El hombre mosca”, que agobió tanto a las autoridades con sus
escapadas que un día lo “suicidaron” en el Castillo del Príncipe. Algo
parecido sucedió a Ramón Arroyo, el “bandolero sentimental”.
“Arroyito”, como era conocido, logró huir de la penitenciaría de
Matanzas y luego de la Prisión de La Habana antes de que, capturado de
nuevo, se dispusiera, en 1928, su traslado al Presidio Modelo, en Isla
de Pinos. No llegó vivo al reclusorio. Para garantizar que no volvería
a fugarse, sus custodios, por órdenes superiores, lo asesinaron en el
camino, luego de haberlo dejado toda la noche con las manos atadas a
merced de mosquitos y jejenes.
CONTEO DE PRESOS
No son esas las primeras evasiones famosas que registra la crónica
cubana. Ya antes, en 1888, hizo historia la fuga que protagonizaron en
el Príncipe, en vísperas de su ejecución, el notorio bandido
Victoriano Machín y su hermano.
Machín, con su banda, sembraba el terror y la muerte en Pinar del Río
y en zonas del oeste de La Habana. Ante la indiferencia policial,
actuaba con impunidad absoluta hasta que un día del mes de agosto del
año señalado, Francisco Fajardo, un honesto ciudadano de Guanajay,
condujo a las autoridades hasta el lugar donde se ocultaban los
delincuentes y las dejó sin alternativa. El 28 del propio mes juzgaron
a Machín en el Castillo de la Fuerza y lo sentenciaron a muerte, e
igual condena recibió su hermano, que había sido capturado en su
compañía. Serían ejecutados a garrote el 7 de noviembre…
    El día 3, sin embargo, cuando se llevaba a cabo el conteo de presos
en el Príncipe, el calabozo 16 y medio, que ocupaban los Machín,
estaba vacío. Limaron los barrotes de la pequeña claraboya que se
alzaba a once varas del suelo y los fugitivos se escurrieron hacia los
fosos deslizándose por una cuerda de algodón encerada de menos de un
dedo de diámetro. Como resultaba totalmente imposible que los
reclusos, aun encaramado uno sobre otro, pudiesen alcanzar la
claraboya, lo que demostraba que no actuaron  sin ayuda de los
custodios, el gobierno colonial dispuso de inmediato la detención del
jefe de la prisión  y apenas un mes después la corona española decidió
la destitución del gobernador general de la Isla, Sabás Marín, cuando
Machín, personado en Guanajay, a plena  luz del día y a la vista de
todos,  dio muerte a machetazos al hombre que lo había delatado.
No quedaría sin castigo. El teniente general Manuel Salamanca –rígido,
inflexible, severo y honesto- al asumir el mando de la colonia
responsabilizó a las autoridades civiles y militares y, desde luego, a
la policía, con todos los actos que los bandidos pusiesen cometer, y
advirtió que en su gobierno no se seguiría proceso alguno por
“infidelidad en la custodia de presos”, pero que podría suceder que
por alguna confusión lamentable se le aplicase la ley de fuga al
custodio que permitiera la evasión de un prisionero. Poco después,
Victoriano Machín era detenido en la ciudad de Cienfuegos y trasladado
a la Habana donde, en la Cabaña, esperaría el día en que se cumpliría
su sentencia.
Ante una multitud que nunca antes se vio en la capital para presenciar
un acto como ese, se llevaría a cabo la ejecución de Machín. El
terrible bandido, que tenía más de 30 asesinatos sobre sus espaldas,
se portó, llegado el caso, como un cobarde; lloraba, suplicaba, se
arrodillaba, se arrastraba por el suelo… Tuvieron que cargarlo para
sentarlo en el garrote, y una vez allí, con las manos atadas, trató de
morder al verdugo que, tan o más acobardado que la víctima, cayó al
suelo desmayado.
VOLVIÓ SOLITO
También Carlos Duque de Estrada, en junio de 1933, fue devuelto a la
cárcel luego de una fuga sensacional. Por su oposición a la tiranía de
Machado, guardaba prisión en Isla de Pinos. Una tarde, con el ánimo de
evadirse, se ocultó en el campo de béisbol del Presidio Modelo, y ya
de madrugada, deslizándose por los terrenos aledaños a las galeras,
logró alcanzar la carretera que conduce a Nueva Gerona. Una vez allí
tuvo la suerte de colarse en un barco que salía rumbo al Surgidero de
Batabanó, pero, detectado, fue conducido otra vez al reclusorio. Pese
al fracaso final, Estrada, que en 1947 ganaría cierta celebridad al
propugnar en México la independencia del estado de Chiapas, demostró
lo inadmisible: era posible fugarse del Presidio Modelo.
Tiempo después lo imitaría Rutilio Ramos, que cumplía prisión en la
Isla por el asesinato de Pedro Acosta, alcalde Marianao. Pero a
Rutilio no habría que devolverlo a la cárcel; volvió solito al no
poder soportar, ya en La Habana, las angustias de la persecución
policial.
Otro recluso, Antonio Isla, se fugó también del Presidio Modelo y, al
parecer, nunca pudieron encontrarlo.
POLICARPO
En dos ocasiones se fugó el temible Policarpo Soler.  Cuando lo
detuvieron en Matanzas preparaba su postulación a la Cámara de
Representantes y alardeaba de su amistad con el presidente Prío y con
altas figuras del régimen.  Los reporteros que lo entrevistaron en la
cárcel matancera dijeron que “lucía impecable, satisfecho, jovial; sin
una mancha en su blanco atuendo ni una vacilación en su postura”. Más
que un recluso con muchas causas pendientes con la justicia, parecía
un político influyente.  Estaba alojado en la jefatura de la
penitenciaría y el propio jefe del penal velaba su sueño. Desde allí
mandaba recados amenazadores al Palacio Presidencial.
    -Vendrán a visitarme el Primer Ministro y un comandante del Ejército
- anunció  al alcaide de la prisión. Pero fueron otros sus
visitantes. Acudieron  varios hombres que se identificaron como
trabajadores de la fábrica de jarcias, pidieron permiso para
entrevistarse con “el amigo Policarpo” y prorrumpieron en un vocerío
estentóreo cuando se les negó el acceso. A fin de aplacar el escándalo
se autorizó a pasar al que iba al frente del grupo y en ese mismo
momento se permitió la entrada de una mujer que pidió saludar a
Policarpo. La reja exterior quedó abierta.
    Policarpo, en compañía de un capitán del Ejército, aguardaba en el
patio y avanzó hacia sus visitantes. La mujer le pasó una pistola 45,
empujó el gánster al oficial y salió tranquilamente de la prisión.
Fuera, los supuestos obreros, armados ahora de ametralladoras, lo
rodearon para protegerlo. Ocurrió entonces lo inconcebible. El
alcaide, abrazado al prófugo, le dijo: -¡Policarpo, por tu madre, no
te vayas! ¡Mira que me perjudicas! A lo que respondió el aludido:
-Chico, no soy yo, son mis amigos los que me llevan…
    Eso ocurrió en junio de 1951. Cinco meses después se fugaría del
Castillo del Príncipe junto con otros cinco reclusos. Contaron con
ayuda del exterior y la complicidad de algunos custodios y directivos
de la prisión. No de otra forma pudo el grupo bajar por una escala
atada a una ventana los cien pies que separaban la azotea del fondo
del foso, atravesarlo y subir el muro exterior por una escalera de
cuerdas. Lo demás resultó más fácil todavía. Ganaron los fugitivos una
garita de vigilancia, corrieron por los patios de casas aledañas y
salieron a las inmediaciones de la 9na. Estación de policía, donde
abordaron los vehículos que los esperaban.  Todo sin disparar un tiro
y sin que nadie los persiguiera.
GUARINA Y EL CHINO
Del Presidio Modelo se evadieron, en enero de 1949, Enrique
Dobarganes, conocido por “Guarina” y José Rivero Prendes, alias “El
Chino”, dos de los autores del robo de la sucursal habanera del Royal
Bank of Canadá. Lo hicieron en compañía de otro recluso, Remigio
García, que nada tuvo que ver con el mencionado asalto. Era un experto
en fugas y confiaba en que esa vez no fallaría ya que el dinero que
Prendes y Guarina debían guardar del robo garantizaría la salida del
país.
    En su momento, la prensa calificó dicha evasión, que transcurrió sin
alarma ni obstáculo, de espectacular y prodigiosa. Sin disputa, la más
sensacional realizada en Cuba, antes de la segunda de Policarpo, dadas
las condiciones de normalidad que la rodearon.
    En la mañana del 12 de enero, minutos después del toque de diana, “El
Chino” Prendes, “Guarina” y Remigio García subieron tranquilamente al
automóvil de José Manuel Lorca, médico del presidio. El vehículo,
guiado por uno de ellos, atravesó en paz todo el patio interior del
reclusorio, para lo que tuvo que pasar ante cinco garitas y cuatro
vigilantes sin que se diera la voz de alto. Como en un caso de rutina,
las puertas exteriores se abrieron para el automóvil, que rodó veloz
hacia Nueva Gerona. Ninguno de sus ocupantes iba armado y los tres
vestían uniformes de preso. Horas después 200 soldados y 40 agentes
del Buró de Investigaciones, llegados de La Habana, se desplegaban en
abanico por todos los ámbitos de la isla en busca de los prófugos.
Hallaron, a 90 km del penal, el automóvil abandonado. “Guarina” y
Remigio fueron baleados y muertos por sus perseguidores. “El Chino”
Prendes no apareció vivo ni muerto.
    Lo que sucedió con él es algo que todavía hoy se desconoce.
   
   

   
   


   




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Ciro Bianchi Ross

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