domingo, 1 de mayo de 2016

PLAZA DE LA CATEDRAL

Plaza de la Catedral
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Ciro Bianchi RossCiro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
30 de Abril del 2016 21:41:18 CDT

Hace tres domingos hicimos en esta página una rápida visita a la Plaza
de San Francisco para pasar después a la de Armas y, por último, a la
llamada Plaza Vieja. Consignamos entonces que, por razones de espacio,
la Plaza de la Catedral quedaría para otra ocasión. Lo haremos ahora.
Se le llamó en sus comienzos Plaza de la Ciénaga. Pasó el tiempo. La
Isla se dividió en dos diócesis, y el obispo José de Tres Palacios,
que regía en su parte occidental, reconstruyó con su dinero y con los
de su prelacía, la Santa Casa Lauretana, edificada por la orden
jesuita, expulsada ya de los dominios españoles, y la transformó en
Santa Iglesia Catedral. Al mismo tiempo, el colegio que construyeron
los jesuitas se amplió para convertirse en lo que habría de ser el
famoso seminario de San Carlos y San Ambrosio.
Con la apertura del nuevo templo cambió el aspecto y el carácter de la
plaza. Existían ya en la zona casas de buen estilo, pero a partir de
ahí todas se convirtieron en mansiones señoriales de figuras que
ostentaban títulos de Castilla, y el espacio dejó de ser conocido por
su nombre viejo y despectivo, para empezar a ser la Plaza de la
Catedral.
«El antiguo desaguadero utilizado como mercado y corral de ganado que
fue sitio de reunión de pescadores, escribe el historiador Emilio
Roig, se convirtió en uno de los lugares más elegantes de la capital,
escenario de fiestas fastuosas y ceremonias, que comenzó a disputarle
la primacía a la Plaza de Armas».
Hoy sigue siendo la parte más bella y armoniosa de la capital. «La
zona del primer hechizo habanero», la llamó el gran escritor cubano
José Lezama Lima. Y Alejo Carpentier, otro habanero irreductible
aunque nació en Lausana, Suiza, afirmaba que la fachada de la Catedral
era nada más y nada menos que «música convertida en piedra».
Muladar y basurero
Lo que sería la Plaza de la Catedral fue antes, como se desprende de
su nombre original, un sitio anegadizo, un lugar malsano. Allí, en
1587, el gobernador Gabriel de Luján, aprovechando los manantiales que
brotaban en ese sitio, hizo construir un aljibe o cisterna que
mantenía siempre una cantidad de agua suficiente para abastecer las
embarcaciones en puerto y a la población de la villa. El abundante
caudal de esos manantiales se mantendría durante largos años, tantos
que todavía en el siglo XIX surtía un establecimiento que, con el
nombre de «Baños de la Catedral», se instaló en la esquina del
Callejón del Chorro, donde abre sus puertas la galería Víctor Manuel.
El acta del Cabildo de La Habana correspondiente a 23 de agosto de
1577 da cuenta de que la ciénaga impide el paso de los vecinos que
viven «en la otra banda de la villa, hacia la fortaleza vieja», y les
obstaculiza asistir a misa. De ahí que el Cabildo recomiende la
construcción de un puente y pide que el asunto se comunique a los
perjudicados y se vea con ellos «los jornales que podrán dar para
hacer un puente como conviene».
En la misma fecha en que se construía el aljibe, el gobernador Luján
instaba a los vecinos a que construyesen sus viviendas en el área. Ya
se han edificado algunas buenas casas y se levantan otras con lo que,
afirmaba el Gobernador, «este lugar se va ennobleciendo».
La tierra se secaba poco a poco y ya en 1623 se hablaba de la plazuela
de la Ciénaga. En 1625 el Cabildo prohibía mercedar solares en el
centro del espacio, «a fin de que ahora y para todo el tiempo sirva de
plaza y adorno de aquel barrio, y no se labre ni conceda para edificio
a ninguna persona». Y una Real Cédula reafirmaba en 1632 «que no se
venda ni enajene por vía de la merced, sino que se conserve para la
ciudad en el antiguo estado en que se encuentra».
Protestaban los vecinos que se sentían perjudicados por la medida. Uno
de ellos, al que se le negó el terreno para levantar su vivienda, se
quejaba, en 1636, del deplorable estado del lugar que no pasaba de
ser, expresaba, muladar y basurero, con un agua que se pudre e infecta
la ciudad. Añadía el perjudicado que se trataba de un área de mucha
fealdad en una urbe que se va ilustrando y hermoseando de edificios.
Una plazuela desierta que solo causa perjuicios y que se utilizaba
sobre todo para sustentar el ganado destinado al matadero.
Ya desde 1597 la Zanja Real vertía en el llamado Callejón del Chorro.
Hay en el lugar una lápida que conmemora el suceso.
Peligro de derrumbe
En el siglo XVII la futura Plaza de la Catedral era un lugar poco
estimado por los habaneros. La situación varió con el tiempo. Ya en
1704 el Procurador General de la ciudad se oponía al propósito de los
jesuitas de construir allí su iglesia. Aducía el Procurador que La
Habana no contaba con otra plaza para el esparcimiento de los vecinos,
pues el Ejército había enajenado al pueblo la de Armas. La de la
Ciénaga, en cambio, servía para fiestas, ejercicios y desfiles
militares y hasta podía utilizarse como mercado. Añadía que la ciudad
disponía de pocas marinas, y en la de la Ciénaga se podía prestar un
gran servicio a la Armada en cuanto a coser velas, torcer jarcias y
almacenar el agua necesaria.
Como ya entonces la ley se respetaba, pero no se cumplía, hubo quien
hizo caso omiso a la disposición del Rey y a los acuerdos del Cabildo
y mercedó terrenos que no perjudicaban el trazado de la plaza. El
obispo Compostela adquiere por 10 000 pesos la parcela donde se
levantaría la misión y el colegio de los padres jesuitas, que es el
mismo espacio que con el tiempo ocuparían la Catedral. Sería, de
entrada, un humilde oratorio de horcones y techo de guano, muy
parecido a las chozas de pescadores erigidas en el lugar. Muere
Compostela, su protector, y quiere la Compañía de Jesús convertir la
ermita en un edificio amplio que albergase iglesia, convento y
colegio. Volvió a oponérsele el Procurador. A sus viejos argumentos
añadía quizá con razón que la zona era conveniente y acaso
imprescindible para la defensa de La Habana.
Ganaron los jesuitas la partida y en 1748 consiguieron, no sin otros
obstáculos, colocar la primera piedra de su edificio, que pondrían
bajo la advocación de Nuestra Señora de Loreto. Casi 20 años después
terminaron la construcción del colegio, no la iglesia ni el convento,
pero Carlos III los expulsó de sus dominios.
En 1772 la Iglesia Parroquial Mayor, situada frente a la Plaza de
Armas —ocupaba parte de lo que sería el Palacio de los Capitanes
Generales, hoy Museo de la Ciudad—, presentaba peligro de derrumbe. Se
determinó su traslado para el oratorio de San Felipe de Neri, en la
calle Aguiar, y el 9 de diciembre de 1777 se trasladó solemnemente
para el edificio construido por los jesuitas. Como ya se dijo, el
obispo Tres Palacios le hizo modificaciones para adecuarlo a la Santa
Iglesia Catedral, dedicada a la Santísima Concepción, en tanto que el
colegio establecido por los jesuitas fue ampliado y convertido en el
Seminario de San Carlos y San Ambrosio.
Vuelta a la plaza
Cuando el escribidor comenzó a recorrer La Habana Vieja, allá por
1963, la Oficina del Historiador de La Habana estaba instalada en el
Palacio de Lombillo. Se halla en la esquina de Empedrado, a la
izquierda según se sale de la Catedral. Tiene dos fachadas y pese a
ser muy bella, la menos importante es la que mira a la Plaza. Se trata
de un edificio que existía ya en 1739. Perteneció originalmente a la
familia Pedroso y luego a la de Lombillo, casado con una Pedroso.
Ya en la República fue adquirido por el abogado y político Ricardo
Dolz; residía en ese inmueble con su familia y tenía allí su bufete.
En 1932, cuando para vengar a su amigo y correligionario Clemente
Vázquez Bello, muerto en un atentado, el dictador Gerardo Machado
ordenó asesinar a varias figuras de la oposición, Dolz, que estaba
también en la lista, salvó la vida milagrosamente porque avisado a
tiempo, logró huir por una de las puertas mientras los sicarios
entraban por la otra.
En 1937 funcionó allí el Ministerio de Defensa Nacional hasta su
traslado a Empedrado y Monserrate, y lo ocuparon entonces diversas
dependencias del Ayuntamiento. Ya en este siglo, el Historiador
instaló otra vez allí su Oficina y hoy es esencialmente una sala de
exposiciones.
El Palacio del Marqués de Arcos colinda con el de Lombillo. Existía ya
en 1739. Dos años después era adquirido por Diego Peñalver y Angulo,
Tesorero de la Real Hacienda. Su hijo Ignacio fue nombrado Marqués de
Arcos en 1792, en pago a los servicios prestados a la Corona cuando la
toma de La Habana por los ingleses, en 1762. Se le llamó de la
Tesorería cuando la ocuparon los dos Peñalver. Luego la arrendaron a
la administración de correos y recibió el nombre de Casa de Correos.
Fue, a partir de 1844, sede del Liceo Artístico Literario de La
Habana. De ahí el mural que recuerda a grandes figuras de la cultura
cubana y que se aprecia en la calle Mercaderes, porque esta casa tiene
dos frentes, el que mira a la Catedral y el que da a la calle
mencionada, que siempre se ha tenido como el principal.
En opinión de especialistas, el Palacio del Marqués de Arcos es el
tipo más perfecto de casa colonial que nos queda. No hay nada más
típicamente habanero que el zaguán y la escalera de este edificio. La
escalera es la de los grandes palacios del Renacimiento. La impresión
que se recibe al ascenderla es de grandeza. Es la escalera de un
palacio.
En el fondo de la Plaza, en el lado opuesto y frente por frente a la
Catedral, se alza la amable casona de los condes de Casa Bayona. Es
también anterior a la Catedral; data de 1720. Se le considera una de
nuestros palacios más típicos por su aspecto exterior, por la simetría
de sus interiores, por los materiales que se emplearon en su
construcción…
«Casona de vida dentro, hecha para gozar de lo íntimo, que solo brinda
al transeúnte un frío hermetismo. ¡Qué distinto su interior! Las
habitaciones son amplias y acogedoras, los patios cerrados, umbrosos,
pleno de rumores de fronda y del agua de las fuentes. Las galerías
rientes; los salones, vastísimos…», dice un especialista.
Ya en el siglo XX fue adquirida por el Colegio de Escribanos. Radicó
después allí el periódico La Discusión, y más tarde las oficinas de la
ronera Arechabala. Hoy es el Museo de Arte Colonial.
El Palacio del Marqués de Aguas Claras es el actual restaurante El
Patio. Francisco Filomeno Ponce de León lo construyó en el siglo XVIII
y sus descendientes lo vendieron, en 1870, al Conde de Peñalver. En
uno de los apartamentos superiores de este edificio vivió Víctor
Manuel, iniciador de la pintura moderna en Cuba.
Completa la Plaza otra hermosa mansión, sin portales, mucho menos
palacial y mucho menos típica que sus vecinas. En una de sus paredes
está la tarja conmemorativa de la construcción de la Zanja primitiva.
Merece mención por el desgraciado destino de dos de sus moradores
principales. Pese a sus riquezas e importancia social, ambos fueron a
parar a la cárcel y murieron en ella, en diferentes etapas del siglo
XVIII. Uno, por oponerse al gobernador Güemes de Horcasitas, Conde de
Revillagigedo; el otro por haber colaborado con el ocupante británico
en 1762.


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Ciro Bianchi Ross
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