martes, 28 de mayo de 2013

EL ULTIMO ABRAZO DE UN AMIGO ANTES DE IRSE

El último abrazo de un amigo antes de irse…



Félix Sautié Mederos


Crónicas cubanas


En la sala de televisión del Hospital en que recibía un imprescindible tratamiento médico, me enteré de la noticia de la muerte de Jaime Crombet. Un cercano y querido amigo de siempre que nunca voy a negar aunque tuviéramos algunos desacuerdos conceptuales sobre las vías y los métodos para construir el socialismo que ambos añorábamos, porque la vida es dinámica y muy compleja. Confieso que aquella noticia de sopetón como acostumbramos a decir en Cuba, me impactó profundamente y fue causa de muchos momentáneos sentimientos de tristeza y amargura que no pude ocultar a los otros pacientes que allí estábamos, principalmente por la imposibilidad de salud en que me encontraba de asistir al último adiós a sus cenizas, cosa que nunca voy a olvidar y de la que siempre me voy a lamentar porque hay muchas cuestiones importantes de Jaime que no puedo dejar en el olvido. No me avergüenzo de haber llorado en aquellos momentos de impotente hospitalización porque Jaime, para mí, es uno de esos afectos que trascienden todas las barreras; incluso reconozco que mis propias concepciones teológicas sobre el tránsito de la muerte hacia lo que algunos denominamos como la “Casa que no se Acaba”, en donde nos espera a todos el Padre Celestial de lo cual he escrito en algunas ocasiones en mis Crónicas Cubanas.

Junto a Jaime pasé algunos de mis más fecundos años de juventud, incluyendo los difíciles tiempos de la Columna Juvenil del Centenario, en especial de las zafras azucareras de 1968, 1969 y 1970 en búsqueda de los 10 millones de toneladas de azúcar tan famosos y frustrantes. Además compartí responsabilidades de dirección en la UJC, muy en especial en mi época de Director de Juventud Rebelde, y lo respeté como líder y dirigente juvenil.
Realmente puedo afirmar, como testimonio del tiempo que trabajé con él, que se caracterizó por su honestidad, sentido humano y búsqueda de la justicia. Para los que estábamos a su alrededor y para los jóvenes que dirigía, era un ejemplo de austeridad y reciedumbre. Recuerdo que esta última palabra incluso era una especie de seudónimo con el que algunos de sus amigos más cercanos nos referíamos a él, usando una expresión en clave que lo caracterizaba en sus hábitos de vida, en mi criterio religioso casi monásticos sacados de la Regla de San Benito que se caracteriza por una descarnada y severa austeridad y reciedumbre por la que se rigen buena parte de los monjes de clausura que dedican su vida por siempre al trabajo en silencio y sin descanso.

No puedo entender la ética y el humanismo de quienes sistemáticamente dividen a las personas en aliados o enemigos sin importarles la rectitud, la honestidad y el valor intrínseco en sí mismo de lo que es un ser humano, más allá de sus concepciones políticas, económicas, filosóficas, sociales e incluso religiosas. Jaime para mí es uno de esos seres que siempre durante toda su vida fue una persona de buenos sentimientos, reitero, un hombre bueno, de principios éticos y de vida intachable, al que los odios y los rencores se esfuerzan en ensombrecer por mezquinas razones sectarias.

En Cuba es imprescindible dejar atrás a los odios y los rencores para reconocer la honestidad de vida en donde se encuentre y en quien la practique sin los resquemores y las reticencias que tanto nos dividen. En este orden de cosas quiero por tanto testimoniar mi reconocimiento, mi aprecio y mi tristeza por la ida de un amigo que en una reciente actividad de reconocimiento en la que recibió la Moneda por el 50 aniversario de la UJC, cuando nos encontramos después de mucho tiempo sin vernos me dio un abrazo tan fuerte y extraordinario delante de algunos que hoy me tienen borrado por no concordar con las ideas que planteo en mis crónicas y artículos, que estoy seguro los dejó perplejos. Yo no pude pensar entonces que instintivamente Jaime se estaba despidiendo de mí sin importarle las opiniones de los demás. Y yo hoy no me despido de Jaime, porque soy un hombre de fe y se que cuando nos toque todos iremos hacia la Casa que no se Acaba y allí nos encontraremos de nuevo.

Jaime, sólo te quiero repetir las frases de Nuestro Apóstol para que te lleguen a la eternidad: Honor a quien honor merece, hasta siempre.

Así lo pienso, estos son mis sentimientos y así lo escribo con mis respetos para quienes piense diferente y sin querer ofender a los demás.

Publicado en Por Esto! el martes 28 de mayo 2013.



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