domingo, 17 de junio de 2012

(SEGUNDA PARTE) EL COMANDANTE YANQUI

El comandante yanqui (Segunda Parte) > > > > por David Grann > > El dossier secreto > > J. Edgar Hoover sentía escalofríos y mareaos. Primero fue su corazón: > en 1958 sufrió un pequeño ataque, a la edad de sesenta y tres años. El > jefe del FBI estaba obsesionado con su privacidad y mantuvo el > incidente en privado, pero comenzó un implacable régimen de dieta y > ejercicios, disciplinando su cuerpo con la misma fuerza de voluntad > con que había erradicado su tartamudeo infantil. Instruyó a la sección > de investigación y análisis del Bureau para que le informase de > cualquier tipo de avance que pudiera extender el prospecto de vida > humana. > > Aumentando la incomodidad de Hoover estaba la que Theodore Roosevelt > había descrito como aquella “pequeña e infernal república de Cuba.” > Hoover advirtió a sus agentes que el creciente número de seguidores de > Castro en los Estados Unidos “podía plantear una amenaza a la > seguridad interna” del país, y había ordenado a sus agentes infiltrar > sus organizaciones. > > Aunque Hoover rara vez viajaba al extranjero, quería convertir al FBI > en un aparato de espionaje internacional, construyendo a partir de la > vasta red que había creado dentro de Estados Unidos, que traficaban en > historias sin elaborar: conversaciones grabadas, fotos de vigilancia, > papeles salidos de cubos de basura, cables interceptados, chismes de > antiguos amantes. > ´ > Las distintas ramas de la inteligencia estadounidense aún no tenían > pruebas de que Castro o sus seguidores fueran comunistas, y dada la > brutalidad de Batista, algunos funcionarios americanos estaban > desarrollando una postura suave con respecto a él. El funcionario de > la CIA a cargo de las operaciones en el Caribe reconoció después que > “mi equipo y yo éramos todos fidelistas.” > > Pero Hoover permanecía vigilante: de todos los enemigos que había > cazado, consideraba a los agentes del comunismo como “maestros del > engaño” como los llamó en un libro best seller acerca de los mismos en > 1958. Aquellos conspiradores tenían corrientes ocultas de información, > y mutaban, como los virus, para sobrepasar las defensas de sus > anfitriones; Hoover estaba decidido a impedirles que infiltrasen una > isla justo al Sur de Florida. Una fuente dentro de la embajada > estadounidense en La Habana le había informado que el control de > Batista sobre el país se estaba “debilitando.” Ahora Hoover recibía > informes sobre un gringo salvaje en las montañas. ¿Era Morgan un > agente durmiente soviético? ¿Un operativo encubierto de la CIA? ¿O un > renegado? > > Tras husmear en tantas vidas, Hoover comprendía que virtualmente todo > el mundo tiene secretos. Garrapateados en un diario. Grabados en un > cassette. Enterrados en una caja de seguridad. Un secreto puede ser, > como Don DeLillo ha escrito, “algo vitalizador.” Pero puede ser > también algo que te puede derribar en cualquier momento. > > A finales de 1958, Hoover había lanzado un equipo de G-men para que se > enterasen de quién podía ser Morgan. Uno de ellos eventualmente llamó > a la puerta de una gran casa colonial en el Old West End de Toledo, > Ohio. Un distinguido caballero le saludó. Era el padre de Morgan, > Alexander, un director de presupuesto retirado de una compañía de > servicios y, tal y como su hijo le describió, un “sólido republicano.” > Estaba casado con una delgada y devota mujer, Loretta que era conocida > como Miss Catedral, por su implicación con la iglesia católica al > final de la calle. Además de su hijo, tenían una hija, Carroll. El > padre de Morgan le dijo al FBI que no había sabido nada de su hijo, al > que llamó Bill, desde que desapareció. Pero facilitó mucha información > sobre Morgan, y esto, combinado, con las entrevistas del FBI con otros > parientes y asociados, ayudó a Hoover y sus espías a armar un > sorprendente perfil del yanqui rebelde. > > Morgan tenía que haber sido un americano quintaesencial, un brillante > producto de los valores del Medio Oeste y la clase media en ascenso. > Acudió a una escuela católica y logró inicialmente buenas notas. (Sus > test de inteligencia muestra “inteligencia superior.”) Le gustaban los > espacios abiertos y fue un boy scout dedicado, recibiendo el más alto > premio de la organización en 1941. Años después, escribió a sus > padres: “Habéis hecho todo lo posible para inspirar en vuestros hijos > el amor a Dios y la Patria.” De una energía salvaje, siempre parecía > estar bromeando, consiguiendo el apodo de Gabby. Su hermana me dijo, > “Era tan fácil de querer. Ten hubiera vendido cualquier cosa.” > > Pero Morgan también era un desclasado. No logró entrar en el equipo de > fútbol, y sus constantes bromas exponían realmente su inseguridad. No > le gustaba la escuela y a menudo se escapaba para leer libros de > aventuras, sobre las historia del Rey Arturo y los Caballeros de la > Mesa Redonda, llenándose su cabeza con lugares mucho más exóticos que > el barrio de césped bien cortado y casas cuadradas que estaba más allá > de la ventana de su habitación. Su madre dijo en una ocasión que > Morgan tenía una “muy, muy vívida imaginación” y que había llevado sus > deseos a la vida, construyendo, entre otras cosas, un “casco de buzo” > digno de Julio Verne. Rara vez mostraba “temor por nada” y en una > ocasión hubo que detenerlo antes de que saltase desde el techo con un > paracaídas casero. > > Los oficiales del servicio de información militar estadounidenses > también investigaron a Morgan, y prepararon un dossier sobre el mismo. > (El dossier, junto a cientos de otros documentos desclasificados de la > CIA, el FBI, el ejército y el Departamento de Estado, fue obtenido a > través del Freedom of Information Act y de los Archivos Nacionales). > En la evaluación psicológica del ejército, un analista de inteligencia > militar declaró que el joven Morgan “parecía bien ajustado a la > sociedad.” Pero para cuando se volvió un adolescente, su resistencia a > las estructuras que lo rodeaban y a aquellos que querían darle forma, > había alcanzado un estado febril. Como dijo su madre, había decidido > que, si nunca podría sentirse cómodo en Toledo, abrazaría el exilio, > aventurándose “en el mundo por sí mismo.” > > En el verano de 1943, a los quince años, Morgan se escapó. Su madre > después informó a la Cruz Roja sobre su hijo, diciendo: “Sorprendida > es la palabra menos dura… ya que nunca había hecho nada como esto > antes.” Aunque Morgan regresó a casa algunos días después, pronto robó > el coche de su padre y “se largó” de nuevo, como dijo después, > saltándose un semáforo en rojo antes de que la policía lo agarrase. > Acabó en Chicago, donde se unió al Ringling Brother Circus. Diez días > después su padre lo encontró cuidando a los elefantes, y se lo llevó a > casa. > > En el noveno grado, Morgan dejó la escuela y comenzó a recorrer el > país, saltando en buses y trenes de carga; ganó dinero como operador > de máquina troqueladora, dependiente de tienda, ayudante en un rancho, > cargador de carbón, acomodador de cine y marino mercante. Su padre > pareció resignado a los caprichos de su hijo, diciéndole en una carta, > “Ten todas las aventuras que puedas y nos sentiremos felices cuando > decidas que quieres regresar a casa.” > > Morgan explicó después que no había sido infeliz en casa —sus padres > le habían dado a él y a su hermana “todo lo que queríamos”— y que se > había ido sólo porque deseaba “ver nuevos lugares.” > > Su madre creía que tenía una imagen mítica de sí mismo, y “siempre > parecía desear ser un gran hombre,” pero que dada su “naturaleza super > afectuosa,” dudaba que “intentase realmente preocuparnos o hacernos > daño.” > > Sin embargo, Morgan solía acabar junto al “grupo equivocado de > chicos,” como les dijo más tarde, y tuvo roces con la ley. Siendo aún > menor, él y algunos amigos robaron el coche de una extraño, atando > temporalmente al conductor; fue también investigado por llevar un arma > escondida. > > Nadie —ni sus padres, ni el FBI, ni el analista de inteligencia > militar— pudo desvelar el misterio de la conducta antisocial de > Morgan; permaneció por siempre oculta, un código irrompible. Su madre > se preguntaba si algo le había pasado durante su embarazo, > lamentándose: “Ese chico no me ha dado un momento de paz… es por eso > que tengo el pelo gris.” Su padre le dijo al FBI que tal vez su hijo > necesitaba ver uno de esos doctores de la cabeza. Un psiquiatra, > citado por la Inteligencia Militar, especuló que Morgan se veía > “guiado por el camino de la autodestrucción para satisfacer su > necesidad neurótica de castigo.” > > Sin embargo era posible ver en Morgan, con sus tristes ojos azules y > su cigarrillo perpetuamente entre los labios, como el heraldo de un > nuevo tipo social; un beatnik, un vagabundo. Un amigo de Morgan le > dijo a un reportero, “Jack Kerouac seguía imaginándose la vida en el > camino mientras que Morgan ya estaba ahí afuera viviéndola.” > > La personalidad de Morgan —“nomádica, egocéntrica, impulsiva y > completamente irresponsable,” como la describieron los agentes de > Hoover— también tenía algunas similaridades con un adolescente de > clase media a miles de millas de distancia. En 1960, un periodista > conservador americano observó: “Como Fidel Castro aunque a menor > escala, Morgan era un delincuente juvenil ya crecido.” > > Hoover y el FBI descubrieron que, en contra de los recuentos de la > prensa, Morgan no había servido en la Segunda Guerra Mundial. Viéndose > a sí mismo como un moderno Simbad —su otro apodo— intentó alistarse > pero fue rechazado porque era demasiado joven. No fue sino hasta > agosto de 1946, cuando la guerra se había acabado y ya tenía dieciocho > años, que logró unirse al ejército. Tras recibir órdenes para ser > desplegado en Japón, en diciembre, lloró por primera vez en años, > revelando que, a pesar de su dureza, seguía siendo un adolescente. > Subió a un tren hacia California, donde se haría etapa en una base, y > ya en ruta mandó a sus padres un telegrama: > > Tengo sorpresa—casado ayer 12:30 am a Darlene Edgerton. > Feliz—escribiré o llamaré lo antes posible. No os preocupéis o pongáis > nerviosos. > > Se había sentado al lado suyo en el tren, con su uniforme almidonado. > “Era alto y guapo y tan magnético,” recuerda Edgerton, que ahora tiene > ochenta y siete años y es ciega. “En realidad, iba a casa a casarme > con otra persona, pero conectamos y nos detuvimos en Reno y nos > casamos.” Se habían conocido sólo veinticuatro horas y pasaron dos > días en un hotel antes de volver al tren. Cuando llegaron a > California, Morgan se presentó en la base y partió para Japón. “Es lo > que hacen los jóvenes,” dice Edgerton. > > Con Morgan estacionado en Japón, la boda se disolvió antes de un año y > medio y Edgerton recibió una anulación —aunque incluso cuando se casó > con otro hombre siempre conservó una carta de Morgan escondida, que > ocasionalmente desdoblaba, aplanando los extremos con sus dedos, y > releía, excitada por la memoria de la figura que había brillado > brevemente en su vida como una cometa. > > Morgan estaba alicaído por el final de la relación, pero su madre le > dijo a la Cruz Roja, “Conociendo a Bill, estoy seguro de que si tiene > una oportunidad de salir con otras chicas pronto se olvidará de su > amor presente.” > > De hecho, Morgan salió con Setsuko Takeda, una anfitriona germano > japonesa de un club nocturno de Kyoto y la dejó embarazada. Cuando > Takeda estaba a punto de dar a luz a su hijo, en el otoño de 1947, no > le dieron un permiso y él hizo lo que siempre había hecho: se escapó. > Fue arrestado por estar ausente sin autorización, y, mientras estaba > bajo custodia, afirmó que necesitaba ver a Takeda —que estaba al borde > del suicidio tras ser acosada por otro soldado. Con la ayuda de un > ciudadano chino que también estaba encerrado, Morgan derribó a un > oficial de la Policía Militar y robó su .45. “Morgan me dijo que no me > moviese,” testificó después el oficial. “Me dijo que me quitase las > ropas. Después le dijo al chino que me atase.” Llevando el uniforme > del guardia y llevando su arma, Morgan escapó en medio de la noche. > > Un grupo de búsqueda militar localizó a Takeda y ella condujo a las > autoridades a una casa donde Morgan le había dicho que la estaría > esperando. Cuando vio a Morgan en la parte trasera del edificio, lo > rodeó con sus brazos. Uno de los oficiales, viendo el arma en su mano, > chilló, “¡Suéltala!” Morgan dudó, entonces, como un personaje de > novela barata, hizo girar la pistola sobre su dedo, de forma que la > culata se enfrentase al oficial, y la entregó. “No les costó mucho > llegar hasta aquí,” dijo Morgan, y pidió un cigarrillo. > > El 15 de enero de 1948, a los diecinueve años, Morgan fue sentenciado > por una corte marcial a cinco años de cárcel. “Supongo que me lo > merecía,” dijo. > > Su madre, en su declaración a la Cruz Roja, pedía ayuda: “Sinceramente > quiero que sea un chico del que sentirme orgullosa justificadamente, > no uno que cuelgue sobre mi cabeza avergonzándome por haberle dado > luz.” > > Morgan fue eventualmente transferido a una prisión federal en > Michigan. Se apuntó a una clase de Historia Americana; estudió japonés > y alemán, los idiomas que hablaba Takeda; acudió a “clases de > instrucción religiosa” y cantó en el coro de la Iglesia. En un informe > de progreso, un funcionario de prisiones escribió, “El capellán ha > notado que el preso Morgan ha desarrollado un sentido de > responsabilidad social” y “está haciendo todo lo posible para mejorar > como persona y ser un miembro útil de la sociedad.” > > Morgan fue liberado de forma anticipada, el 11 de abril de 1950. > Aunque había confiado en reunirse con Takeda y si hijo, la relación se > había cortado. Morgan eventualmente se mudó a Florida, donde trabajó > para una feria ambulante, como tragafuegos, y aprendió a usar > cuchillos. Comenzó un romance con la encantadora de serpientes, Ellen > May Bethel. Una pequeña y tempestuosa mujer de pelo negro y ojos > verdes, “preciosa,” según cuenta un pariente. En la primavera de 1955, > Morgan y Bethel tuvieron una hija, Anne. Se casaron varios meses > después, y en 1957 tuvieron un hijo, Bill. > > Morgan luchó para ser “útil para la sociedad,” pero parecía atrapado > por su pasado. Era un antiguo convicto y un soldado expulsado sin > honores —una mancha que intentó, en vano, expurgar de sus informes. > Morgan le dijo después a un amigo que, durante ese periodo, “no era > nada.” > > De acuerdo a un informante del FBI, Morgan fue a trabajar para la > Mafia, llevando recados para Meyer Lansky, el diminuto gangster judío > conocido como “el Hombrecillo”. Además de supervisar las bandas en > Estados Unidos, Lansky se había convertido en el jefe de La Habana, > controlando varios de sus más grandes casinos y clubs nocturnos. Un > asociado al crimen organizado describió en una ocasión cómo Lansky > “llevó a Batista derecho a nuestro hotel, abrió los maletines y señaló > el dinero. Batista simplemente miró el dinero sin decir ni una > palabra. Entonces él y Meyer se estrecharon las manos.” > > Morgan volvió a la deriva a las calles de Ohio, donde se asoció con un > jefe criminal local llamado Dominick Bartone. Bartone era un gangster > cuyas conexiones con la Mafia se remontaban supuestamente hasta la > época de Al Capone; un hombre gruso de pelo negro y ojos oscuros —con > un “aspecto típico de matón,” según su dossier del FBI. Clasificaba a > la gente como “sólidos” o “mamones.” Su lista de delitos incluyó > eventualmente condenas por soborno, contrabando de armas, evasión de > impuestos y fraude bancario, y estaba aliado con el jefe del sindicato > de transportistas, Jimmy Hoffa, al que llamaba “el mejor colega del > mundo.” > > Uno de los amigos de Morgan en Ohio me lo describió como “un tipo > sólido.” Me dijo “¿Sabes lo que significa ‘conexión’? Bueno, pues > Morgan estaba conectado.” El amigo, que me contó había estado acusado > de asociación criminal, de pronto se calló y añadió: “No sé si estás > con el FBI o la CIA”. > > Algunos miembros de la mafia, incluyendo Bartone, se preparaban para > cambiar de alianza en Cuba, mandando armas a los rebeldes. El padre de > Morgan cree que su hijo se vio inicialmente atrapado en todo aquel > asunto cubano en 1955, en la Florida, cuando aparentemente se reunió > con Castro, que había viajado hasta allí para conseguir el apoyo de la > comunidad exilada para su cercana invasión. Dos años después, con > Castro refugiado en la Sierra Maestra, Morgan abandonó a su esposa e > hijo en Toledo y comenzó a adquirir armas a lo largo de Estados > Unidos, arreglándoselas para que fueran contrabandeadas a los > rebeldes. Tal vez estaba motivado por simpatía hacia la Revolución, o > por el deseo de hacer dinero, o simplemente para escapar de las > responsabilidades familiares. El padre de Morgan le dijo al FBI que su > hijo había huido “de sus problemas desde que era un jovenzuelo,” y que > su escapada cubana era sólo otro ejemplo. Morgan, que antes de > dirigirse a La Habana le había dicho a otro contrabandista de armas > que le volvería a ver en Florida “cuando esta maldita Revolución se > acabé,” después dio su propia explicación: “Siempre he vivido buscando > algo.” > > Hasta hoy, algunos estudiosos, incluso algunos que conocieron a > Morgan, especulan que fue enviado al Escambray por la CIA Pero como > revelan los documentos desclasificados, Hoover y sus agentes han > descubierto algo más perturbador. Morgan no trabajaba para la agencia > o para un servicio de inteligencia extranjero, o para el crimen > organizado. Estaba allí por su propia cuenta. > > (Continuará…)

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