viernes, 8 de junio de 2012

?HAY CRUELDAD EN EL COLEO?

¿HAY CRUELDAD EN EL COLEO? Lo bueno para el pavo lo es para la pava. Eligio Damas Bien sabemos que tal pregunta en país de cultura llanera es como nombrar soga en casa de ahorcado y hasta hacer de aguafiestas. No obstante, a estos procederes estamos acostumbrados. No solemos pedir permiso para decir lo que pensamos, menos si ello es justo. En España, la llamada fiesta del toreo es, por encima de todo, un negocio redondo, una “industria” y hasta un atractivo turístico. Los toreros, más que los criadores mismos, en ese país suelen volverse muy ricos y hasta figuras a quienes se les distingue hasta más allá de los ámbitos de la tauromaquia, aunque, ya viejos no hayan logrado superar las deficiencias derivadas del poco interés por la escuela. Ya retirados se les suele tener como si fuesen “jarrones chinos”. Uno no sabe si por lo del toreo o los reales. No obstante en ese país se ha levantado un movimiento vigoroso contra esas primitivas prácticas que agreden a los animales y ofenden la sensibilidad humana. El argentino Jorge Luis Borges, erudito en todo espacio que se le colocase, poeta de los más importantes de cualquier lengua, cuando estuvo, no recordamos si por última o única vez de visita en Venezuela, dijo le hubiese gustado estar en una coleada de toros. Usamos el verbo estar y no otro, como ver o presenciar, porque como citamos de memoria, tememos decir un disparate, en virtud de la condición de ciego del célebre personaje y porque no recordamos exactamente la frase que pronunció al respecto. Aquellas declaraciones a la prensa dejaron en nosotros impresión y duda hondas, por el carácter de quien aquello dijo y sabiendo además de su permanente disposición a ironizar. Además, siendo muy jóvenes, sabíamos que extrañamente hombres cultos y tenidos por nosotros como sensibles – hablo de Arturo Uslar y Miguel Otero Silva, por sólo nombrar dos- fueron aficionados al toreo. Uno y otro, alguna vez hasta fungieron de cronistas de la “fiesta” y al Nuevo Circo de Caracas y la Maestranza de Maracay, fueron asiduos asistentes en tardes de toros. Días atrás, en un diario caraqueño, el Dr. Elio Gómez Grillo, también personaje de lustre intelectual, comentando sobre la ley que se impulsa contra la crueldad hacia los animales, mencionó “corridas de toros, riñas de gallos, peleas de perros” y “coleadas de toro”, como actividades que deberían ser prohibidas. Dijo lo último, con un “agregaría yo”, no sin discreción. Cuando leímos eso, recordamos inmediatamente lo de Borges que bien pudo ser una ironía. Gómez Grillo, dijo “agregaría yo”, dando a entender al parecer que las coleadas de toros no estuviesen incluidas entre las prácticas crueles contra los animales. En lo que respecta a los toros, en Venezuela uno lee y escucha a mucha gente pidiendo con justicia la prohibición de las corridas; es de bárbaros y crueles todo aquello del rejoneo, colocación de banderillas a granel y la odiosa acción del picador; todo para entregarle al matador un rival indefenso y ya vencido. Por ello escribimos esto. No nos cabe duda que las indelicadas y crueles formas de divertirse citadas por Gómez Grillo, deberían erradicarse por disposición legal. Dos veces en nuestras vidas, como lo escribimos en una novela y un ensayo, asistimos a lo que los españoles califican eufemísticamente “fiesta del toreo” y en ambos casos salimos asqueados. Aquellas no fueron más que jornadas de sadismo y crueldad. Igual impresión nos produjeron, las dos veces que, por matar la curiosidad y confirmar nuestras opiniones, tristemente presenciamos sendas coleadas de toros. ¿Y qué otras cosas si no esas, vemos cuando una pandilla de jinetes muy bien protegidos, montados en caballos fuertes y adiestrados, corren, acorralan, hostigan a una res joven, liviana e inofensiva y le humillan - ¡sí le humillan, aunque sea una “bestia”-, voltean, revolotean mientras se sienten felices y héroes? ¿Dónde está la bestia?

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